Articulo de trasfondo del Imperio

 

Incluso antes de su confinamiento en el Trono Dorado, el Emperador ya era venerado como un Dios por muchos habitantes del Imperio, especialmente en los planetas más primitivos redescubiertos durante la Gran Cruzada. Los pueblos primitivos hablaban de dioses que descendían de los cielos sobre carruajes con alas de fuego, y de seres que podían matar con su mirada. Por supuesto esta descripción era aplicable a cualquier agente Imperial que aterrizase sobre su planeta en una nave de desembarco, pero los poderes especiales y la presencia del Emperador implicaban que fuese venerado como un Dios viviente por donde quiera que pasase.

Entonces la corrompida tormenta de la Herejía de Horus se abatió sobre el Imperio. Mientras la Humanidad se vio devastada por esta apocalíptica guerra civil, el destino y el futuro de la raza humana colgaron de una balanza. Si Horus triunfaba, la humanidad sería engullida por el poder de los oscuros dioses del Caos. Al final, mientras los seguidores de Horus asaltaban el Palacio Imperial en la Tierra, el traidor Señor de la Guerra y el Emperador se enfrentaron en un titánico duelo en la nave insignia del Señor de la Guerra. Su enfrentamiento reflejó la Herejía como un todo; una batalla librada tanto con la mente como con armas físicas. Después de un largo y amargo combate, el Emperador destruyó a Horus, pero quedó mortalmente herido. El Primarca Marine Espacial Rogal Dorn descubrió el destrozado cuerpo del Emperador, que seguía con vida sólo gracias a su fuerza de voluntad. El Emperador fue colocado en éxtasis y los Adeptus Mechanicus iniciaron la construcción del Trono Dorado para conservar su maltrecho cuerpo. Cuando el cuerpo del Emperador fue encarcelado en el Trono Dorado y sus propiedades revitalizadoras empezaron a fluir por su cadáver, la gran mente del Emperador se dispersó por el espacio disforme.



LOS FUNDADORES DE LA FE

Después del sacrificio final del Emperador, el Imperio se sumió en un sentimiento general de adoración y veneración hacia él. Los visionarios y profetas surgieron en todos los mundos, y los cultos que respaldaban a estos individuos iluminados por dios pronto se multiplicaron. No existía ninguna organización central, no había ningún control, e incluso en un mismo planeta podían coexistir cientos de cultos diferentes, cada uno de ellos con sus propios rituales, e interpretando la voluntad del Emperador de forma totalmente diferente.

Como siempre sucede, los cultos más fuertes crecieron y prosperaron mientras que los más pequeños desaparecieron o fueron absorbidos por las sectas más grandes. Se llegó a compromisos importantes, y lentamente muchos cultos fueron unificándose. Aunque en muchos mundos continuaban existiendo grupos diferentes, otros cultos siguieron expandiéndose más allá de las superficies de sus planetas, y sus miembros viajaron a las estrellas para propagar su propia versión de la fe. La secta que consiguió expandirse más rápidamente fue el Templo del Emperador Salvador.



EL TEMPLO DEL EMPERADOR SALVADOR

El Templo del Emperador Salvador poseía una serie de ventajas sobre sus rivales teológicos. Para empezar, su base estaba ubicada en la Tierra, el planeta Imperial, el punto central de la raza humana y lugar de reposo del propio Emperador. En segundo lugar, su fanático líder era un condecorado oficial de la Guardia Imperial que había participado en la defensa del Palacio Imperial. Proclamaba haber recibido instrucciones del Emperador, que se le había aparecido en sueños y visiones. Su verdadero nombre se ha olvidado hace mucho tiempo, pero el oficial se llamó a sí mismo Fatidicus, que significa "Profeta" en una de las lenguas muertas de la Tierra. Fatidicus reunió un gran contingente de seguidores entre las fuerzas Imperiales de la Tierra. Desde meros escribas y funcionarios hasta Comandantes de la Armada Imperial y Coroneles de la Guardia, el Templo del Emperador Salvador admitía a todo el mundo.

Transcurrió el tiempo y estos seguidores se dispersaron por el Imperio en cumplimiento de sus diferentes obligaciones, propagándose con ellos las creencias del Templo del Emperador Salvador. Oficiales del Ejército y la Armada iniciaban a sus hombres en los ritos del Templo, mientras misioneros fanáticos viajaban por todo el Imperio enseñando su propio código religioso a cualquiera que quisiera escucharlos. Utilizaban sus increíbles habilidades para incorporar lentamente sus creencias a aquellos con quienes se encontraban, mientras a su vez imponían las doctrinas del Templo del Emperador Salvador. A la venerable edad de ciento veinte años, Fatidicus murió, pero en ese momento ya existía más de mil millones de fervorosos fieles en la Tierra e innumerables seguidores en todo el Segmentum Solar.

En muchos lugares el Imperio aún estaba sumido en la anarquía causada por la Herejía de Horus, y el Templo del Emperador Salvador constituía una fuerza cohesionadora para afianzar la cooperación entre todos los estamentos sociales. Aquellas sectas que no quisieron o no pudieron adaptarse a las enseñanzas del Templo tuvieron que afrontar una aniquilación política y económica. La población fue soliviantada para marginar a los infieles. En muchos planetas esta persecución desencadenó la violencia.

Aunque siempre abjuró públicamente de los actos más violentos realizados en su nombre, el poder del Templo del Emperador Salvador creció y creció. Este proceso de integración y absorción prosiguió hasta comienzos del trigésimo segundo milenio, cuando casi dos tercios del Imperio estaban unidos por la orden. En la Tierra, los únicos que no acataban sus enseñanzas eran los adeptos del Culto Mechanicus y los Marines Espaciales, que mantenían sus propias tradiciones y formas de adoración.

En el año Imperial 31.350, el Templo del Emperador Salvador fue reconocido como la religión oficial del Imperio y recibió el título de Adeptus Ministorum. Un par de siglos más tarde el máximo dignatario del Ministorum, el Eclesiarca Veneris II, fue nombrado Alto Señor de la Tierra, y en los trescientos años que siguieron a ese nombramiento la importancia de la Eclesiarquía se hizo tan evidente que el puesto del Eclesiarca en el consejo de los Altos Señores se hizo permanente.



EL ADEPTUS MINISTORUM CRECE



Con el apoyo del Adeptus Terra, la Eclesiarquía siguió incrementando su influencia sobre los ciudadanos y los soldados Imperiales a una velocidad vertiginosa. Aquellos que rehusaban unirse al Ministorum eran declarados infieles y proscritos de sus comunidades, o incluso ejecutados como herejes. El Adeptus Ministorum dividió el Imperio en áreas denominadas Diócesis, cada una de ellas estaba regida por un Cardenal que controlaba a los Misioneros y Predicadores de cientos de mundos.

El gran tamaño del Ministorum obligó a crear toda una subsección dentro de la organización para dirigir la logística de administrar una maquinaria tan vasta. Diáconos y Archidiáconos coordinaban la construcción de capillas y templos, establecían los principios sobre los que debían pagarse los diezmos, y sus servidores mantenían los majestuosos edificios que se levantaban por todo el Imperio.

Una sola orden representaba una amenaza para el poder de la Eclesiarquía. Fundada en el planeta Dimmamar, la Confederación de la Luz era una fe penitente que afirmaba que el sacrificio del Emperador debía servir como ejemplo para todo el mundo. Sus conceptos de pobreza y humildad se contradecían directamente con las enseñanzas de la Eclesiarquía. Desde el punto de vista del Ministorum los sacrificios debían realizarlos los ciudadanos ofreciendo riquezas y dinero, mientras la Eclesiarquía realizaba otro tipo de sacrificios. La Confederación de la Luz era poderosa y los Misioneros del Ministorum no lograban ningún converso entre sus miembros. Finalmente, la Eclesiarquía, con el voto unánime de los Altos Señores de la Tierra, declaró la primera Guerra de Fe.

Guerras de Fe y Cruzadas



La principal diferencia entre una Guerra de la Fe y una Cruzada estriba en su origen y en quién tome parte en ella. Una Cruzada es ordenada por la autoridad de todos los Altos Señores de la Tierra, y generalmente implica a todas las guarniciones del Imperio, incluidos los Marines Espaciales, la Guardia Imperial, la Armada Imperial, el Adeptus Ministorum y las fuerzas administrativas del Adeptus Terra. Una Guerra de la Fe es ordenada por el Eclesiarca, y normalmente afecta sólo a los miembros del Adeptus Ministorum y a los fieles del Credo Imperial. Excepto por esta distinción general, ambas inciden en el mismo objetivo.

En una Cruzada, tanto si se trata del exterminio de una raza alienígena como de la subyugación de algún mundo Imperial rebelde, generalmente se considera que los culpables han afrentado al Emperador, y por tanto el Eclesiarca proclama a su vez una Guerra de la Fe. Cuando hace esto, el Eclesiarca anuncia los objetivos de la guerra - objetivos divinos de la venganza del Emperador - y denuncia públicamente a los herejes. Sin embargo, el único motivo de hacerlo así es conseguir el apoyo de las masas. Casi todas las Cruzadas son, a su vez, Guerras de la Fe. Las Cruzadas de los Marines Espaciales son totalmente diferentes y nunca son Guerras de la Fe.

Sin embargo el caso contrario no siempre se cumple, y a veces la Eclesiarquía puede lograr sus objetivos sin interferencia exterior, por lo que no todas las Guerras de la Fe se convierten en Cruzadas. En ellas la Eclesiarquía se prepara para presentar batalla a un enemigo a causa de sus creencias, y no para sofocar una rebelión o conquistar un planeta alienígena.

Cuando no forman parte de una Cruzada, las Guerras de la Fe son financiadas y organizadas tan sólo por la Eclesiarquía, y solo participan en ellas las tropas del Adepta Sororitas y de la Fratría Militante, al mando de los miembros de la Fratría Clerical. El Eclesiarca no tiene la autoridad suprema para ordenar una Guerra de la Fe; ésta debe ser aprobada por los otros Altos Señores de la Tierra. En la práctica no hace falta una aprobación expresa, si no que basta con la abstención de los demás Altos Señores para que sea aprobada.

Las Guerras de la Fe a veces son apoyadas por las fuerzas de los otros Altos Señores y a veces incluso por ejércitos de la Guardia Imperial. Las Guerras de la Fe pueden estar dirigidas contra otras facciones de la Eclesiarquía que hayan sido consideradas heréticas, o pueden ser ataques de castigo contra razas sub-humanas o incluso alienígenas. Las Guerras de la Fe pueden tener lugar en regiones inexploradas de la Galaxia, participando en ellas una gran cantidad de Misioneros y Predicadores (así como las tropas necesarias para protegerlos y pacificar los lugares por los que pasen) mientras llevan la luz del Emperador a los incrédulos.



La Confederación de la Luz fue declarada herética, y las tropas de la Armada y la Guardia Imperial, junto a millares de fieles sin preparación militar, pero que deseaban servir al Emperador en un conflicto justo, fueron enviadas a erradicar esta amenaza espiritual. Aunque algunos dirigentes y corpúsculos escaparon de la persecución de las fuerzas de la Eclesiarquía, como religión la Confederación de la Luz dejó de existir. La supremacía del Adeptus Ministorum era total.

Al finalizar el trigésimo tercer milenio, con la excepción de los planetas controlados por los Adeptus Mechanicus y los Marines Espaciales, en todos los planetas Imperiales se erigía una catedral consagrada al Emperador. Millares de templos proliferaban en cada planeta, y los diezmos y colectas de billones de fieles manaban hacia los cofres de la Eclesiarquía. Este dinero fue empleado para construir templos aún más grandes, decorar las capillas con esculturas aún más espléndidas y sufragar nuevas Guerras de Fe con las que mantener el control del Ministorum

EL RENACIMIENTO DE LA ECLESIARQUÍA



Aunque el Reinado del Terror de Vandire terminó con la muerte del Alto Señor, la Era de la Apostasía todavía se prolongó durante muchos años. La mayor parte del Imperio todavía estaba siendo afectada por las tormentas del espacio disforme, y por todas partes los Comandantes Imperiales y los Cardenales formaban sus pequeños imperios y reinos personales. El Segmentum Obscurus era el más estable desde que el iluminado Sebastian Thor había iniciado su peregrinaje hacia la Tierra. Sin embargo, sin consejo de los Altos Señores y sin Eclesiarca había pocas esperanzas de que los restos del Imperio pudiesen restaurar rápidamente su poder anterior.

Los Señores de los Capítulos de Marines Espaciales y el Fabricador General del Adeptus Mechanicus decidieron resucitar lo que quedaba de los Altos Señores de la Tierra. Las abundantes anotaciones de los escribas de Vandire proporcionaron evidencias condenatorias contra muchos de aquellos que se habían aprovechado del Reinado del Terror, y Hedriatix estaba firmemente decidido a que tarde o temprano todos los responsables fueran juzgados por su conducta. Muchas de las organizaciones fueron instadas a purgar sus propias filas, como los Navegantes y los Capitanes Cartográficos. Fueron ascendidos a Comandantes Imperiales aquellos que se habían opuesto a Vandire; y otros Altos Señores fueron defendidos por sus compañeros y conservaron sus puestos en el Consejo. Sin embargo, seguía sin haber Eclesiarca.



EL JUICIO A SEBASTIAN THOR



Se enviaron mensajes a Sebastian Thor, pidiéndole que se dirigiera inmediatamente hacia la Tierra. Su respuesta fue simple, explicando que todavía tenía mucho trabajo que realizar en la frontera septentrional antes de proseguir su viaje a la Tierra. Se envió una rápida nave de transporte a recoger a Thor, pero una vez más rehusó la invitación, insistiendo en que aún no estaba preparado. Exasperados, los Altos Señores aprobaron un decreto declarando traidor a Thor y exigiéndole que se presentara en la Tierra acusado de varias actividades sediciosas contra los oficiales nombrados por el Emperador. Thor fue detenido sin violencia, ya que se empeñó en que sus hombres no hicieran nada y dejaran que el Emperador protegiera a su mensajero.

Los soportales de la gigantesca sala del tribunal estaban abarrotados de miles de partidarios de Thor que observaban el juicio con tensa expectación. Tanto pobres como ricos viajaron desde todos los rincones del Imperio para presenciar el juicio al último salvador de la Humanidad. El Judicium Terra se convirtió en punto de atención de los creyentes y el final de largos peregrinajes. Muchos de aquellos que iniciaron el viaje llegaron meses, o incluso años, después de que el juicio hubiera concluido, pero estaban decididos a completar su viaje y mostrar su apoyo a Thor.

Algunos de los Altos Señores intentaron por todos los medios que Thor fuera condenado, pues las reiteradas negativas de Thor habían sido una afrenta para su orgullo. Sin embargo, para cada acusación existían evidencias claras y concisas de su inocencia. No había incitado al pueblo a atacar los templos del Ministorum, existían documentos escritos referentes a sus sermones lamentando tal comportamiento. No había combatido contra los soldados del Imperio, y muchos de aquellos que habían sido enviados contra él ahora se contaban entre sus seguidores más leales. Finalmente, después de dos meses, el juicio llegó a su fin. Los Altos Señores deliberaron durante tres días, debatiendo qué hacer con este carismático joven.

Fue el Capitán General Excelsor, del Adeptus Custodes, quien hizo público su veredicto. Después de explicar que Thor había sido hallado inocente de todos los cargos presentados en su contra, Excelsor expuso la gran necesidad que tenía el Imperio de un nuevo Eclesiarca. Dado que Thor había demostrado ser totalmente inocente del más pequeño de los crímenes, era el candidato obvio para ocupar el puesto en un tiempo de tanta necesidad espiritual. La multitud rugió para mostrar su aprobación, loando al Emperador en su divina sabiduría por enviar a Thor para guiarlos. Hablando tranquilamente, Thor rehusó la oferta y el consejo se convirtió en un caos. Mientras los otros Altos Señores se acusaban unos a otros y a la desfachatez de Thor, y sus partidarios, desesperados, no podían dar crédito a lo que habían oído, Excelsor se acercó al iluminado y le habló. Aunque nadie sabe a ciencia cierta lo que el Capitán General dijo a Thor, la versión más extendida es que las palabras fueron: "Dejarás la Tierra como Eclesiarca o no la dejarás jamás...".

Cuando la sala quedó de nuevo en silencio, Thor anunció que aceptaría el manto de Eclesiarca, pero sólo bajo ciertas condiciones. Debería recibir todo el apoyo de los Altos Señores cuando así lo necesitase. Iba a realizar muchos cambios en la organización de la Eclesiarquía y tenían que respaldarle en estas acciones. También quería continuar con su vida tal y como hasta entonces, recorriendo todo el Imperio, predicando a la gente directamente. Era como orador que el Emperador le había guiado, y con sus rezos y sermones unificaría al Imperio de nuevo bajo la luz del Trono Dorado. Naturalmente, los Altos Señores estuvieron de acuerdo. Lentamente, se difundió por todo el Imperio que Thor I sería el 292º Eclesiarca.



LA REFORMA



Se produjeron muchos e importantes cambios en el Adeptus Ministorum tras el Reinado del Terror y la Era de la Apostasía. Muchos de ellos fueron instigados por el propio Sebastian Thor. Aunque Thor había reprobado con firmeza la forma en que la Eclesiarquía había sido dirigida con anterioridad, era lo suficientemente diplomático como para darse cuenta de que no debían producirse cambios radicales en la fe. Ya había suficiente inestabilidad, y lo que la población estaba pidiendo era un liderazgo sólido. Aunque muchas de las ideas de Thor no llegaron a desarrollarse jamás durante su vida, los fundamentos que instauró durante su época como Eclesiarca han mantenido unido al Adeptus Ministorum hasta la actualidad.

El primer cambio llevado a cabo por Thor fue la formación del Sínodo Ministerial de Ophelia VII. Aunque el Santo Sínodo permaneció en la Tierra y los Cardenales de todo el Imperio eran libres de reunirse allí y discutir los temas relacionados con la Eclesiarquía, el Sínodo Ministerial actuaba como un gobierno secundario además del de la Tierra. Esto tenía un doble efecto. En primer lugar, el Sínodo Ministerial difundía los dictados del Eclesiarca y el Santo Sínodo, haciendo cumplir las leyes de la Eclesiarquía. En segundo lugar, representaba una defensa ante la manipulación de la Eclesiarquía por parte de otras organizaciones, o por parte de un miembro del propio Ministorum. Nunca más un Alto Señor o Eclesiarca tendría el poder absoluto.

Por los mismo motivos, cada Diócesis fue dividida en áreas más pequeñas. Esto también tuvo dos efectos. Cada Cardenal individualmente tenía menos poder y controlaba menos hombres y recursos. En segundo lugar, al aumentar el número de Cardenales en el Santo Sínodo habría una mayor oposición ante los cambios y los planes radicales, y diluía aún más el poder en manos de cualquier individuo.

Los Altos Señores de la Tierra introdujeron otros cambios en el Ministorum. El más importante de los cuales fue el Decree Passive 0001288/M36. Entre otras prohibiciones sobre la actividad militar, el Decree Passive prohibía a la Eclesiarquía controlar a cualquier "hombre armado". Sebastian Thor recibió la orden de disolver las Fratrías Templarias de Vandire y todos los ejércitos y flotas reunidos por otros miembros del Ministorum durante su aislamiento de la Tierra. Esta orden fue debidamente cumplida, con una excepción. Siendo consciente de que sería necesaria alguna fuerza militar, y no deseando que la Eclesiarquía quedase totalmente a merced de la voluntad del Adeptus Terra y la Guardia Imperial, Sebastian Thor mantuvo el único ejército que le estaba permitido por el Decree Passive. Debido a la arcaica redacción de la ley, las Hijas del Emperador no violaban la ley, al ser exclusivamente mujeres.

Incorporar la secta totalmente a la Eclesiarquía era difícil, pero finalmente la orden fue rebautizada como Orden Militante del Adepta Sororitas. Aunque los Altos Señores quedaron descontentos con esta decisión, no disponían de soporte legal para oponerse a Thor y su argumento de que el Adepta Sororitas vigilaría la Eclesiarquía tanto como aseguraría que su voluntad no cayera en oídos sordos.

Incluso con estos cambios, existían cientos de detalles que atender: las Escuelas Progenium tenían que ser reorganizadas, los diezmos tenían que volver a fluir hacia los cofres del Ministorum, muchas capillas tenían que ser reformadas y muchos templos necesitaban ser reconstruidos. Sin embargo, tras permanecer una fatigosa década en la Tierra, Thor abandonó el Palacio Eclesiarcal y delegó la mayor parte del trabajo a los Archidiáconos y Cardenales. Thor viajó por todo el Imperio durante los siguientes ochenta años, poniendo coto a la herejía y la apostasía donde quiera que se encontrase.

A la edad de 112 años, Sebastian Thor regresó a la Tierra. Todavía viviría otros seis meses antes de que el Emperador reclamase finalmente su alma. Se construyó un ala gigantesca en el Mausoleo del Recuerdo para contener su sarcófago. La semana después de su muerte fue declarada período de luto, y más de setenta millones de peregrinos desfilaron ante su tumba el primer año. Gigantescos murales conmemorativos de su vida y obra adornan los pasillos de cinco kilómetros de longitud que conducen hasta su cámara funeraria, y desde entonces los habitantes del Imperio han viajado a la Tierra para mirar a la cara del siervo más fiel del Emperador.

Organización del Adeptus Ministorum



El vasto Adeptus Ministorum puede dividirse a grandes rasgos en dos departamentos. Aunque las funciones de ambos necesariamente se superponen, su función principal dentro de la estructura de la Eclesiarquía está centrada en campos diferentes. Los estratos inferiores de la Eclesiarquía están dirigidos por los Archidiáconos, que supervisan el funcionamiento del Ministorum como organización. Son los sirvientes de los Archidiáconos quienes calculan los diezmos y se aseguran de que sean recaudados, regulan la construcción de nuevos templos y capillas, y se encargan de solucionar las necesidades físicas de la organización.

Cada Diócesis tiene su Archidiácono, y la mayoría de las parroquias de la Diócesis disponen de un Diácono en su templo principal. Estos se encargan de la contabilidad del dinero de la parroquia: los espiritualis (el dinero entregado a la Eclesiarquía a cambio de servicios de tipo espiritual) y los temporalis (riqueza y poder asociados a las tierras y propiedades de la Eclesiarquía). A sus órdenes tienen un gran número de ordenanzas y auditores que trabajan para conseguir que el sistema sea tan eficaz como sea posible.

El resto de la Eclesiarquía está totalmente consagrada a los aspectos espirituales de la Organización. Son los Cardenales, los Predicadores, los Misioneros y los Confesores, quienes dirigen la adoración al Emperador y hacen respetar las doctrinas religiosas del Eclesiarca. Existen varias organizaciones menores dentro del cuerpo principal de la Eclesiarquía, cada una con su propio papel específico.



ESCUELA PROGENIUM



La Escuela Progenium es responsable del cuidado y la educación de los huérfanos de los funcionarios Imperiales. Desde los favorecidos hijos de un Coronel de la Guardia Imperial hasta los hijos de un escriba destinado a un planeta remoto, la Escuela Progenium cuida de todos. Cada Diócesis contiene varios edificios de la Escuela Progenium donde viven los huérfanos. Bajo la supervisión del Abad, los Predicadores del orfanato educan a estos jóvenes en una gran variedad de materias, incluida la religiosa.

Cuando un Progena llega a la adolescencia habrá mostrado poseer una mayor habilidad en ciertos aspectos de su educación, y su entrenamiento hasta la edad de dieciséis años se centrará básicamente en potenciar esos talentos y preparar al alumno para una carrera dentro de una de las organizaciones Imperiales. La mayor parte de los Progena acabarán sirviendo en las filas del Adeptus Terra como escribas, ordenanzas o supervisores. Sin embargo, algunos están destinados a ocupar posiciones más elevadas. Los Progena pueden convertirse en Comisarios de la Guardia Imperial, suboficiales de la Armada o entrar en el sacerdocio y llegar a ser Predicadores o Deanes (subordinados del Diácono). Las Progena pueden ser destinadas al Adepta Sororitas. Progenas de ambos sexos pueden ser reclutados por la Inquisición o incluso por el Oficio Asesinorum. Es un gran honor haber sido educado en una Escuela Progenium, y aquellos que lo han sido son conscientes de su privilegio.

El estilo de vida de profesores y alumnos es estricto y puritano. Durante la Era de la Apostasía la mayor parte de la Escuela Progenium estaba corrompida ya que se practicaba normalmente la depravación y la esclavitud. Los huérfanos eran explotados como esclavos en fábricas y minas que abastecían a la Eclesiarquía. Los individuos especialmente prometedores eran vendidos como sirvientes a los Comandantes Imperiales, y las chicas más atractivas se convertían en concubinas de los nobles. Los más aptos físicamente eran destinados a ser entrenados para las Fratrías Templarias o para las Consortes del Emperador, de donde promocionaban los mejores reclutas a los ejércitos de Vandire. Los propios edificios de la Escuela Progenium fueron asociados con prácticas licenciosas, y sus fondos eran destinados a fines cuestionables. Como contraste, cada orfanato mantiene actualmente una estricta separación de sexos, y el contacto entre ellos está restringido a las ceremonias religiosas. Sólo mediante esta pureza puede esperar el Progena alcanzar una posición al servicio del Emperador.



MISIONARIUS GALAXIA



Aunque la mayor parte de la Galaxia está bajo el dominio del Emperador, todavía existen numerosos mundos que aún no han visto su luz. La meta del Misionarius Galaxia es llevar el Credo Imperial a estos mundos perdidos, para propagar la sabiduría del Emperador y expandir el Adeptus Ministorum.

El Misionarius Galaxia actúa de varias formas para lograr este fin. En todas las naves de exploración siempre viaja como mínimo un Misionero, por si se descubre vida humana. Si el Misionero se encuentra con una comunidad perdida, su misión es aprender tanto como pueda de su cultura y religión. Mientras lo hace, también debe enseñar las doctrinas del Credo Imperial a los nativos. Éste puede ser un proceso muy largo, dirigido a sustituir la deidad principal de sus habitantes por el Emperador, e instaurar las prácticas del Ministorum en las ceremonias religiosas de los lugareños. Debe eliminar los aspectos más bárbaros y menos deseables del credo nativo (como los sacrificios humanos) y también es el responsable de identificar cualquier otro aspecto poco amable, como mutaciones genéticas, adoración al Caos o dominación alienígena.

En algunos casos pueden necesitarse varias generaciones de nativos y Misioneros hasta que el Misionarius Galaxia quede satisfecho con la salud espiritual de los aborígenes. Los primeros Misioneros introducen en sus enseñanzas profecías codificadas y visiones preparadas que pueden ser utilizadas por otros Misioneros para conseguir un apoyo mayor. De todos los departamentos del Ministorum, el Misionarius Galaxia es uno de los más libres e indisciplinados, y los hombres que lo forman valoran la iniciativa, el valor, la tolerancia y la inteligencia más que la fe fanática y la tradición inflexible a la palabra de la tradición Eclesiarcal.



FRATRÍA CLERICAL

El grueso del Ministorum lo compone la Fratría Clerical: los Predicadores, Confesores y Cardenales que prestan ayuda espiritual a la humanidad. Son ellos quienes ofician los servicios y misas, bendicen a los guerreros del Imperio y salvan las almas de los fieles de la condenación. En la cumbre de la jerarquía se encuentra el Eclesiarca, que reina desde el Palacio Eclesiarcal de la Tierra. Es el presidente del Santo Sínodo, dirigiendo los debates y discusiones de sus Cardenales.

Existen varios miles de Cardenales, cada uno de los cuales es responsable de una de las Diócesis del Imperio. Dentro del Santo Sínodo hay tres categorías de Cardenales. Aunque la mayor parte de ellas no son más que títulos honoríficos, y un Cardenal posee poco poder sobre otra Diócesis, las tradiciones y ceremonias del Credo Imperial requieren que cada miembro conozca su lugar exacto en la obra del Emperador. La categoría superior de Cardenales está formada por los cinco Cardenales Palatinos, que sirven en el Palacio Eclesiarcal y no controlan ninguna Diócesis, sino que asisten al Eclesiarca en sus obligaciones.

Por debajo de ellos están los Cardenales Terrenales, que controlan las Diócesis dependientes de la Tierra. La categoría inferior son los Cardenales Astrales, que a su vez se subdividen en otras dos escalas: los Astrales y los Ministra Astrales. Los Ministra Astrales cumplen su labor en Ophelia VII y los sistemas cercanos, y forman el Sínodo Ministerial fundado por el Eclesiarca Thor I.

Por debajo de los Cardenales están los Confesores y los Predicadores, junto a los Abades de la Escuela Progenium y los miembros del Misionarius Galaxia que operen en su Diócesis. Muchos de estos puestos están asistidos por una hueste de funcionarios como Logistas, Archiveros, encargados de las reliquias, etc.



FRATRÍA MILITANTE

Además de las organizaciones oficiales de la Eclesiarquía, el Adeptus Ministorum normalmente puede recurrir a las Fratrías Militantes. Las Fratrías Militantes no están formalmente relacionadas con la Eclesiarquía excepto por el hecho de que son fieles al Credo Imperial y por tanto no incumplen las directrices del Decree Passive. Las Fratrías Militantes pueden crearse de diferentes formas y por una duración de tiempo variable. Un Predicador que descubra un culto herético puede soliviantar a sus fieles para que ataquen al enemigo y lo destruyan. Los Confesores muchas veces son escoltados por grandes grupos de Fratrías fanáticas, zelotes enloquecidos y píos mendicantes, que cumplen las órdenes sin hacer preguntas y que prefieren morir antes que fallarle a su líder. Los Misioneros a menudo tienen un séquito de conversos que les acompaña, contribuyendo a propagar la palabra del Culto Imperial. En situaciones desesperadas, los Diáconos, Deanes y otros funcionarios pueden ser armados en las cámaras secretas de los Templos Imperiales. Cuando los Templos se ven amenazados, estos creyentes pueden ser la única defensa frente a un culto enemigo o un invasor alienígena.

Cuando se declara una Guerra de la Fe, millares de Fratrías Militantes se unen a las filas de las Hermanas de Batalla y de la Guardia Imperial, ansiosas por demostrar su fidelidad al Emperador. Estas tropas sin experiencia no siempre son deseables, y en el pasado -en especial durante la Era de la Apostasía- combatieron tanto entre ellos como con el enemigo. La fuerza de su fe es loable, pero las grandes masas son difíciles de controlar y muchos inocentes mueren cuando las Fratrías Militantes atacan una ciudad o reprimen un culto herético. Si los ejércitos oficiales de la Guerra de la Fe son derrotados, la Milicia pierde su objetivo y rápidamente se dispersa formando hordas de saqueadores, dedicándose al pillaje y degollando indiscriminadamente a los habitantes del planeta. La Fratría Clerical es reticente a convocar a una Fratría Militante, y sólo lo hacen en caso de gran necesidad.



LA HERMANDAD

Los detalles sobre la Hermandad están descritos bajo la entrada correspondiente al Adepta Sororitas, que es su nombre oficial.

El Credo Imperial



Las creencias y enseñanzas de la Eclesiarquía son conocidas generalmente como el Culto Imperialis, Culto Imperial o Credo Imperial. El Credo Imperial refleja los ideales del fundador de la Eclesiarquía, Fatidicus. Por supuesto, el tema principal del Credo Imperial es la adoración al Emperador, pero el Credo también posee otras implicaciones. Elogia la expansión del Imperio, como dominio del Emperador.

El deber de cada ciudadano Imperial es proteger al Imperio de fuerzas exteriores, y combatir los ardides del Caos y la subversión alienígena. El Imperio también debe mantenerse interiormente puro: herejías, cultos no oficiales y mutaciones deben ser descubiertos y destruidos. El Credo Imperial también impone un fuerte sentido de la jerarquía y la estratificación de la sociedad. Todo el mundo tiene un lugar y una función que cumplir en el gran esquema y debe estar contento de realizar tal función lo mejor que pueda. El respeto por la autoridad, siendo la autoridad última el propio Emperador, es la base de esta jerarquía.

El Credo Imperial, como cualquier religión, está abierto a una gran parte de interpretación, desde el Eclesiarca hasta los Predicadores de la parroquia. En el interior de la organización del Ministorum existen ciertas escuelas de pensamiento en relación a algunas escrituras, pasajes de las Letanías de la Fe, etc. Aunque las opiniones de estas escuelas difieren entre ellas, y a menudo del Eclesiarca, normalmente no son declaradas herejes a no ser que estén excepcionalmente desviadas.

Generalmente todos estos diferentes puntos de vista conducen en una misma dirección, reduciéndose las diferencias entre sectas a tan sólo una cuestión de detalles. Por ejemplo, los Calenditas, en las regiones occidentales del Segmentum Solar, creen que el Emperador ha sido siempre un dios viviente, mientras que la Escuela del Pensamiento Phanacia (más al Oeste, en el Segmentum Pacificus) cree que el Emperador sólo fue totalmente deificado tras su victoria sobre Horus. Ambas sectas creen en la divinidad del Emperador, discutiendo tan sólo sobre el detalle de cuándo adquirió tal estado. Problemas de protocolo, la disposición de los Templos, y los estilos arquitectónicos son causa de disputa, y a menudo el Santo Sínodo debate durante semanas sobre una cuestión que la ciudadanía normal encontraría trivial, o más probablemente, incomprensible.

Al igual que la Fratría Clerical, los fieles del Credo Imperial poseen su propia interpretación y muchas sectas, especialmente las más militantes, seleccionan un aspecto en particular de las doctrinas para que sea su credo básico. A continuación se presentan tres ejemplos de los muchos cientos de sectas y confesiones existentes en el interior del Imperio.



LOS REDENCIONISTAS

Los Redencionistas constituyen un buen ejemplo de las sectas más militantes que pueden encontrarse en el Imperio. El lugar donde este culto es más floreciente posiblemente sea el Mundo Colmena de Necromunda, considerado por gran parte de la Eclesiarquía como un mundo de almas perdidas. Los Redencionistas creen que la humanidad se ha alejado del camino de la rectitud dictado por el Emperador, y los pecados del hombre ahogarán a la raza en la inmundicia y la depravación. Mientras la humanidad sea incapaz de controlar su naturaleza pecadora no será posible unificar y conquistar las estrellas como el Emperador desea que se haga. El pecado debe ser purgado de la raza con fuego, sangre y fe. Especialmente con fuego.

El pecado se manifiesta de muchas formas: la bebida, el juego, la mentira, los engaños, las profanaciones, la lujuria, la fornicación (especialmente pensar en la fornicación) e interferir en el buen trabajo de los Redencionistas. Los peores pecadores de todos son los brujos y los mutantes, los engendros del mal; y los siguientes, los herejes que toleran el pecado y se niegan a escuchar la palabra de la Redención. Nadie es inocente ni está exento de practicar las duras enseñanzas de la Redención. El trabajador más humilde puede ser un ejemplo de virtud (aunque sea bastante improbable), mientras que el más alto aristócrata posiblemente será un pecador depravado a un solo paso de la condenación eterna.



LOS IMPERIALISTAS

El Imperialismo es un credo popular en la mayoría de las regiones fronterizas de la Galaxia. Representa el espíritu pionero de hacer llegar a todo el mundo la luz del Emperador. Muchos de los Misionarus Galaxia fueron en algún momento devotos Imperialistas, y sus Fratrías Militantes proceden normalmente de los fieles de este credo. Los Imperialistas no controlan ningún mundo, sino que están dispersos por los confines del Imperio, especialmente en la Frontera Este, la más alejada de la Tierra. A cambio de ayuda espiritual y productos comerciales, los Imperialistas viajan en gigantescas naves de exploración que se trasladan por el espacio disforme en búsqueda de nuevos planetas. Muchos Imperialistas mueren antes de haber llegado a ver otro planeta, pero otros ven sus oraciones recompensadas con el descubrimiento de un nuevo mundo. Si el planeta ya está habitado, los Imperialistas consideran su obligación educar a sus recién hallados primos en la verdadera palabra del Emperador. Si el mundo es apropiado para la vida humana pero está deshabitado, los Imperialistas fundarán una colonia allí.

Los Imperialistas tienen una gran tradición de sobrevivir en las condiciones más duras, convirtiendo desolados planetas desérticos en paraísos, en muy pocas generaciones. Los Imperialistas creen que la obligación de la humanidad es multiplicarse tanto como sea posible, expandiéndose por la Galaxia para reclamar su legítimo dominio. Por esta razón, incluso unos pocos cientos de Imperialistas pueden poblar todo un mundo en algunas generaciones, erigiendo templos al Emperador y construyendo luego pueblos y ciudades alrededor de estos templos.

Los Imperialistas son extremadamente xenófobos, y creen que la Galaxia fue creada para que la humanidad la gobernase, y son guerreros excesivamente fervorosos si se encuentran con alguna especie alienígena inteligente. Los Imperialistas no tolerarán a ninguna raza que algún día pudiera disputar la supremacía de la humanidad sobre las estrellas. Algunas veces las actividades de los Imperialistas destruyen meses o años de duro trabajo del Misionarius Galaxia, provocando guerras y conflictos donde una aproximación más flexible podría haber tenido éxito.



LA HERMANDAD DE LA LUZ

Inspirados por una purga inquisitorial en su planeta, algunos de los habitantes de Desedna se autoimpusieron la responsabilidad de acabar con lo impuro y herético de su sociedad. Sus ideales se propagaron y se creó una secta que en la actualidad opera alrededor de sus sistema natal en el Segmentum Obscurus. Se llaman a sí mismos la Hermandad de la Luz porque viven en los lugares oscuros y misteriosos del Imperio y llevan con ellos la luz del Emperador. Se consideran a sí mismos ayudantes de la Inquisición en la búsqueda de cultos secretos, abominaciones mutantes y brujos. Dependiendo del número de miembros que lo componen, las fuerzas Imperiales los consideran fieles útiles, excéntricos inofensivos, aficionados entrometidos o causantes de problemas.

La Hermandad de la Luz se ha visto involucrada en numerosos escándalos: intrusiones en la vida privada de nobles Imperiales, persecución de ciudadanos inocentes, y en general meter las narices en asuntos que no les incumben. Sin embargo, a veces también han sido útiles. En más de un planeta las investigaciones de la Hermandad de la Luz han desenmascarado las maquinaciones de un Culto del Caos o Genestealer, y algunos Gobernadores Imperiales han sido meticulosamente investigados por la Inquisición a causa de los descubrimientos realizados por la Hermandad.

Al contrario de los fanáticos incendiarios de la Redención, la Hermandad de la Luz prefiere trabajar en secreto. Su orden está rodeada por el misterio, y los iniciados son meticulosamente examinados en busca de desviaciones y pecados cometidos en el pasado. La secta posee su propio lenguaje de señales con las manos y palabras codificadas, y a veces distintas partes de la organización han sido mal utilizadas por criminales o descontentos para sus propios fines. Se sospecha, pero no está demostrado, que la Inquisición ha infiltrado a algunos de sus miembros en la secta, utilizando la cobertura de la Hermandad para sus propias actividades secretas.



HEREJÍA

Existe una línea sutil entre el debate iluminado y la herejía. A lo largo de la larga historia de la Eclesiarquía han existido individuos y sectas que han cruzado esta línea. Por supuesto, existen herejes evidentes, como por ejemplo los locos engañados que adoran a los Dioses del Caos o son miembros de los Cultos Genestealer. La culpabilidad de estos herejes no admite disputas y su ejecución está totalmente justificada. Su traición a la humanidad y al Emperador no puede quedar impune, y sus se permitiera sobrevivir a estos cultos el Imperio pronto estaría condenado. Sin embargo, un hereje no es siempre tan obvio en su traición. Muchas veces aquellos que se apartan del camino recto no lo hacen de un solo salto, sino en una serie de pequeños pasos. El hereje puede empezar dudando de las enseñanzas de la Eclesiarquía, permitiendo que su interés personal pase por delante de su deber de sacrificio al Emperador. Puede no estar de acuerdo con algunos decretos del Eclesiarca. Desde su egoísmo, el hereje puede empezar a trabajar contra la organización y jerarquía establecidas en el Imperio, retorciendo y corrompiendo el sistema para sus propios fines.

La mayoría de los herejes no son esclavos de los Genestealers, ni adoran a los dioses del Caos. Sus puntos de vista, simplemente, difieren de los de la Eclesiarquía hasta un grado tal que representan una amenaza para el orden establecido. Algunos individuos no creen en la divinidad del Emperador, lo que es una de las peores herejías. Otros consideran que no deben contribuir con sus diezmos a llenar las arcas del Adeptus Ministorum, ayudando con ello a los enemigos de la humanidad y traicionando a los siervos del Emperador. Otros son sólo anarquistas que se han rebelado contra todas las instituciones y sirvientes del Imperio.

No puede haber perdón para los herejes, y la ejecución es la única opción. Dependiendo de la gravedad de la herejía, su muerte puede ser un asunto rápido y limpio o un proceso de agonía y sufrimiento. El Imperio logrará sobrevivir tan sólo vigilando estrechamente a sus ciudadanos. Pensar lo contrario es contribuir a la anarquía y destrucción de la Humanidad.



PENITENCIA

Los ciudadanos Imperiales pueden cometer una gran cantidad de pecados, desde infracciones menores como decir la respuesta equivocada en una Letanía, hasta la herejía y la blasfemia. El Credo Imperial enseña que el alma de una persona, o bien se unirá al Emperador en el espacio disforme, o será consumida por el Caos; cada error comete el doble pecado de debilitar al Emperador y reforzar al Caos. Existen muchos grados diferentes de penitencia, como pagar una multa, realizar trabajos sociales, exclusión de ciertas misas o ceremonias, etc. Por los pecados más graves la única forma de purificar el alma es realizar un peregrinaje largo y peligroso, la flagelación o en casos más extremos, la muerte. Para la mayoría de las ofensas más graves no puede haber piedad, sea cual sea la posición, riqueza o educación del pecador.

Los pecados menores pueden ser expiados de diferentes formas. Por ejemplo, un creyente puede unirse a la Fratría Militante y purificar su alma combatiendo a los enemigos de la Humanidad. A aquellos que no estén dotados para el combate se les permite limpiar el templo o servir al clero. Con una generosísima donación a su templo pueden obtener el perdón; la Eclesiarquía también acepta multas de penitentes en forma de animales, tierras, mercancías u otros objetos de valor. Informar de los pecados de los demás es otra forma de penitencia muy utilizada. Cuanto mayor sea el acto realizado en nombre del Emperador, más grande será el perdón obtenido de la Eclesiarquía.

 

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