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LA GUERRA POR OCTARIUS

La Flota Enjambre Leviathan fue la última bioflota tiránida en penetrar en el espacio imperial. Atacó la franja sur de la galaxia en dos frentes como si se tratara de la mandíbula de alguna bestia galáctica. Aunque uno de los tentáculos de Leviathan fue bloqueado por contramedidas drásticas imperiales, el otro era demasiado poderoso para ser detenido. Viajó aún más por la galaxia conocida hasta que sus organismos de vanguardia detectaron el imperio orko de Octarius. Esta rica fuente de biomasa no podía ser ignorada. La Flota Enjambre desvió su trayectoria y atacó los sistemas orkos. Una gran porción del espacio estalló en una enorme guerra sin fin.

LA DESAPARICIÓN DE ORROK
A los Orkos poco les importa la comunicación interplane-taria más allá del lanzamiento de insultos a larga distancia y, por eso, el mundo originalmente imperial de Orrok no pudo hacer nada por prever su destino. Cuando las gro¬tescas bionaves tiránidas se amontonaron en el sistema y las esporas tiránidas empezaron a oscurecer los cielos, la reacción de los Orkos que habían conquistado Orrok fue únicamente de perplejidad. Se produjo un terrible estruendo sobre los asentamientos y chatarrerías de Orrok y los cielos pasaron de ser azules a ser grises, y posterior¬mente negros. Los psíquicos Eztrambótikos de las tribus de Orrok empezaron a farfullar aterrorizados, algo se abría camino a sus espaldas, algo con un hambre infinita que se centraba en la carne orka como el ojo de un depredador famélico. Unos pocos intentaron dar el grito de alarma, pero ya era demasiado tarde.

  

 La tormenta estalló. Junto a la lluvia aparecieron un millón de minas espora y cada una de sus glándulas de desembarco almacenaba una progenie de organismos guerreros. Los Orkos apenas tuvieron tiempo de agarrar sus armas y encargarse de todo lo que quedaba en las redes de defensa de Orrok antes de que la invasión los alcanzara. Oleada tras oleada, los Gantes arremetieron contra las fortificaciones, antaño imperiales pero que ahora llevaban la marca de los pieles verdes. La tierra que había bajo sus pies se convirtió pronto en una manta de piedras color carmesí, de sangre y fluido alienígena.

Para la mente orka, la mejor forma de defensa es aplastar al enemigo hasta la muerte. No pasó mucho tiempo antes de que una marea de guerreros pieles verdes aullantes irrumpiera precipitadamente entre las hordas tiránidas. Los hiperagresivos Orkos encontraron a sus adversarios en la vanguardia de la horda tiránida. Miles de alienígenas de ambas razas murieron en cuestión de segundos, espadas y garras hundidas en sus víctimas. Los garrapatos carnívoros y los devoradores tiránidos se enzarzaron a ras de suelo, mientras que los Gantes y guerreros orkos se hacían trizas y se acuchillaban sin cesar. Se perdió toda clase de estrategia, sustituida por una furia ciega. Los kaudillos orkos y su corpulento séquito de Noblez cargaron contra las progenies de guerreros tiránidos y Cárnifex, aplastándose y rebanándose los miembros los unos a los otros. Los grandes garrapatos mamut bajaron sus colmillos y embistieron a los biotitanes, quienes saltaron sobre su nueva presa con tanta fuerza que hicieron temblar la tierra. A nivel microscópico, las células fágicas de los tiránidos combatían por consumir la agresiva expansión de las esporas orkas. En todas las zonas, a todas las escalas, entre todos y cada uno de los habitantes e invasores, Orrok estaba acosado por una gran guerra.

Cuando la imparable tormenta de minas espora cayo del cielo, todos y cada uno de los pieles verdes que había sobre Orrok se encontraron luchando por su vida. Muchos tiránidos fueron abatidos por las rebanadoras, garras de combate y balas, pero la horda no pudo ser aniquilada. Lenta e inevitablemente, los Tiránidos empezaron a obtener ventaja. Murmullos de pánico se extendieron por los ejércitos Orkos conforme se iban dando cuenta de que eran superados en número y rodeados. No había ningún sitio al que ir. Cuando cayó la noche, todos los pieles verdes que había sobre Orrok estaban muertos; sus cuerpos se reconstituían y se canalizaban hacia las bionaves para crear aún más Tiránidos. La muerte había llegado al sector Octarius.

LA GUERRA POR OCTARIUS 
El Diablo de Octarius radiaba de alegría al escuchar las noticias, de la desaparición de Orrok. Después de todo, los Orkos amaban la buena lucha y parecía que los chicoz de Orrok habían encontrado a alguien con quien combatir. El Diablo empezó a reunir a las tribus de Octarius y a preparar sus defensas. Cuando las Flotas Enjambre se posaron en el mundo montaña de Octarius, se encontraron con una terrible sorpresa. 

Los días pasaban tan lentos como cuando a un kanijo le toca limpiar. Justo cuando el Diablo empezaba a calmar su aburrimiento combatiendo al primero que se cruzaba en su camino, los cielos de Octarius empezaron a oscurecerse y las primeras minas espora empezaron a caer. Una gran ovación se extendió por todo el continente de Octarius, haciendo temblar la nieve que se posaba en los picos de las montaas. Por una vez, el combate había llegado a los Orkos. 

ANARQUÍA Y MUERTE 
La invasión no tardó en llegar. La gran cantidad de minas espora fue asaltada por andanadas de balas cuando los cañones quad y los kañonez derribadorez de la red de defensa de Octarius abrieron fuego. La cantidad total de munición que se revolvió en el aire fue tal que los Orkos no podían fallar. Pronto, la lluvia se hizo más espesa gracias a los trozos de carne alienígena que se desplomaba hacia las líneas de defensa del suelo. Desde el oeste, las oscuras nubes de tormenta parecían resucitar, revoloteando y agi- tandose cada vez más cerca. Una tormenta de balas cayó sobre las correosas alas y los caparazones viscosos de las gárgolas tiránidas, paralizándolas y haciendo que cayeran en picado sobre los valles de Octarius. Los kópteros y cazabom-barderos, cuyos pilotos tenían ganas de combate, rugieron en las montañas orkas y se dirigieron directamente a luchar contra las bestias invasoras. 
Cuando los voladorez orkos se acercaban, algunas de las formas más grandes de las nubes enjambre se convirtieron en horrores alados del tamaño de trenes blindados que caían en picado y arremetían contra los Orkos que se aproximaban. Los salvajes cañones inter-ceptores proyectaban lanzas verdes de energía pura que se dirigían contra los monstruos tiránidos. Los zoldados de azalto activaban sus kohetez propulzores y ascendían hacia el cielo para unirse al combate mientras a su alrededor caían ruinas quemadas, orkos muertos y fluido en forma de letal lluvia. 
En los valles y pasos de Octarius, los soldados orkos empezaron a refunfuñar y a soltar tacos. Parecía que los artilleros y los voladores se divertían bastante. Muchos de los guerreroz habían empezado a trepar por las pendientes, sujetando las rebanadoras con la boca por si tenían que saltar al combate. De repente, en un movimiento letal, las bestias acechadoras de los tiránidos salieron de la nieve y atacaron con sus guadañas y garras dentadas. De los abismos y grietas que había tras los soldados orkos salieron numerosas progenies de Genestealers; guerreros de múltiples extremidades, presurosos por aniquilar y mutilar. 

Los guerreroz orkos chillaron de placer, mientras se pegaban los unos a los otros y aguardaban ferozmente antes de cargar ansiosamente hacia los recién llegados. La aullante marea de guerreroz impactó en el cuerpo principal de las bestias de vanguardia con tal fuerza que lanzaron a los Genestealers de nuevo hacia las grietas, y los Orkos se zambulleron tras ellos mientras la imparable velocidad de la marea verde los llevaba a la muerte. 
Los acechantes Líctores escalaban las montañas sin apenas esfuerzo gracias a sus resistentes cuerdas de nervios espinosos, para poder escapar del tumulto iniciado debajo suyo. Los abucheos de los guerreroz orkos se silenciaron cuando los Líctores se acercaron los emplazamientos de los cañones. Uno a uno, los cañones quad se fueron acallando. 
En el espacio de unos pocos segundos, la lluvia de minas espora se hizo más fuerte y parecía doblarles en ferocidad. Se abrieron todas las cápsulas de toxinas que había sobre la montaña para dejar caer a más bestias sobre la convulsa batalla. Los Cárnifex y Tiranos de Enjambre arremetieron al combate salpicando nieve y sangre, aniquilando a decenas de bestias menores únicamente con su impacto. Cada vez más Tiránidos fluían por los pasos de la montaña para encontrarse con el mismo número de Orkos luchando con uñas y dientes para conseguir llegar a la línea frontal. Los cuerpos caían y los desafortunados impactos de la artillería hacían un ruido sordo y explotaban por todos lados. Nunca antes el mundo de Octarius había presenciado este caos; a medida que salían más y más minas esporas de las bionaves, parecía que la cosa solo podía empeorar. 

UN WAAAGH! SIN FIN 
La guerra sobre Octarius sigue rugiendo, pero ahora se ha expandido por todo el sector. Cada acre de tierra está envuelto en un sangriento combate entre dos razas alieníge- nas. Las naves enjambre se reproducen a tal velocidad que la lluvia de Tiránidos desde el cielo hacia territorio orko no tiene fin. Del mismo modo, tampoco hay escasez de Orkos para continuar luchando, ya que cuando los pieles verdes mueren, sus cadáveres emiten miles de esporas que se establecen y crecen los rincones más fríos y húmedos de bastiones, grietas y barracas por igual. A su alrededor, los Tiránidos evolucionan y adaptan nuevas maneras masacrar a los adversarios orkos, al mismo tiempo que los Orkos se hacen más grandes y fuertes para su guerra continua. Los augurista y xenosabios del Imperio observan la guerra por Octarius desde lejos, contentos de dejar que sus enemigos luchen hasta la muerte, pero los más sabios saben que la amenaza más seria para el imperio será aquella que sobreviva a esta batalla.

POR Overon DE LA PFP.Sacado del manual de planetstrike