Se produjo una gigantesca bola de fuego, rojo blanco en su interior, que se levantó dentro de un halo amarillo y blanco que dominaba todo el planeta, como la cabeza de una cerilla prendida acercándose para encender el cigarro de un oficial.

Pero esta bola de fuego consumía todo el horizonte, de extremo a extremo. Desde cuarenta kilómetros de distancia, en el fondo del valle desértico, pudieron notar el calor en sus rostros.

Los cielos de Armageddon, de color amarillo sulfuroso, iban tornándose de color plomizo; manchados por doquier por gigantescas columnas de humo y densas cortinas de cenizas. Una vez por minuto aproximadamente, una línea de fuego verdoso caía desde la atmósfera superior, atravesando diagonalmente el cielo antes de chocar contra la gran bola de fuego con un impacto que hacía estremecer el suelo.

La bola de fuego era la pira funeraria de la poderosa Colmena Hades, destruida de forma simbólica y brutal por las fuerzas de Ghazghkull como declaración de intenciones. Una colmena entera y millones de vidas extinguidas en pocas horas a causa del bombardeo con asteroides gravíticamente lanzados por las flotillas de pecios espaciales y astronaves que permanecían en órbita. Hades se había hecho famosa por resistir en la última guerra el ataque Orko hasta el amargo final. No volvería a hacerlo: Ghazghkull no estaba dispuesto a permitir que su recuerdo y su desafío perduraran.

Oleadas de aeronaves orkas, con sus cohetes aullando como ganado al que están degollando, atravesaron el espeso humo que cubría el gran valle resquebrajado, creando círculos de humo en forma de donut detrás suyo con sus pasadas hipersónicas. El cielo se había oscurecido con sus formas aserradas. Pequeños escuadrones de aeronaves imperiales tipo Furia se dirigían a toda velocidad hacia el Oeste en medio de las mucho más numerosas naves orkas, evadiendo, maniobrando y, en muchos casos, explotando en medio del aire. Una de ellas, cosida a balazos y ardiendo desde el morro hasta los alerones de cola, pasó por encima de sus cabezas y se estrelló a poca distancia; desperdigando por los aires restos del aparato y llamaradas de combustible incendiado, y abriendo un cráter de veinte metros de profundidad con su incandescente colisión. Proyectiles explosivos y trazadores cubrían el cielo con brillantes luces de neón, mientras los cohetes chocaban sin cesar contra el suelo del valle creando jirones de humo azul. El monótono "thump-thump" de las brigadas de morteros atrincheradas a lo largo del valle era interminable.

Las brigadas blindadas, emplazadas a la entrada de la Carretera del Valle de Hades entre viviendas y fábricas en llamas, gruñeron y aceleraron, con sus tubos de escape escupiendo humos diesel que cubrían el asolado paisaje como si de una neblina matinal se tratase. El pulverizado suelo que pisaban sus orugas era dos partes ceniza y tres partes huesos humanos. Cuatro mil Leman Russ y Leman Russ Exterminator, apoyados por jadeantes y superpesados Demolishers y ennegrecidos Hellhounds oliendo a fuga de combustible. Vehículos de reconocimiento Sentinel observaban el terreno alrededor de la gran falange.

La mayor parte de las unidades blindadas estaban pintadas con los colores verde y negro de las Tropas de Choque de Cadia, o de los colores arena y gris de la Legión de Acero. El General Valadian, coordinador general de las unidades blindadas, cuya noble cara estaba tan ennegrecida como su mono de trabajo de las tropas de Cadia, saltó de la torreta de su Leman Russ Vanquisher, arrebató el cuerno megafónico de la radio a su oficial de comunicaciones y solicitó repetidamente permiso para avanzar y atacar a la gigantesca masa de pielesverdes que se extendía por el valle.

Su petición fue rechazada por el Viejo en persona.

A ocho kilómetros de las columnas blindadas, donde las colosales posiciones de la infantería cubrían totalmente las laderas del valle, el viejo hombre observó. Yarrick, Comisario Imperial, Héroe de Armageddon, se alejó de su oficial de comunicaciones y observó el valle hacia la pira de la Colmena Hades. Había una gran tristeza en sus pensamientos: Hades, salvada gracias al esfuerzo y la sangre de tantos, él mismo incluido... Y ahora se había ido, había desaparecido.

"El General Valadian repite su petición, Señor." -dijo detrás suyo el oficial de comunicaciones, un joven Cabo de Cadia de ojos estrechos e intensos.

"Valadian debe aprender a ser paciente. Puedo darle permiso; pero, en ese caso, en poco tiempo estaría muerto."

Yarrick se giró hacia el joven: "¿Sabe por qué?".

El oficial de comunicaciones de Cadia negó con la cabeza. Estaba de pie, junto al viejo hombre, sobre un promontorio desde el que podían observarse todas las posiciones imperiales. A su alrededor había seis mil infantes de Cadia y la Legión de Acero esperando; mirando hacia el Este, hacia el valle y la ardiente muerte de Hades. Las bayonetas sobre el hombro, algunas cortas como dagas, otras largas como machetes, creaban un salvaje y reluciente bosque de cuchillas alrededor del puesto de mando.

El oficial de comunicaciones, Robac, negó con la cabeza. Se había sentido muy halagado cuando el Mariscal Tooms le había asignado al cuartel general de Yarrick, un héroe legendario; pero se había sentido desconcertado al conocer al Comisario en persona: bajito, encorvado por la edad, el dolor y la fatiga, y con los hombros hundidos, su chaquetón de cuero negro le colgaba holgadamente de un cuerpo que hacía mucho tiempo que debería haberse retirado. La manga vacía lo empeoraba aún más. Robac sabía que Yarrick había perdido su brazo derecho en glorioso combate con Ugulhard; pero ahora, el viejo hombre, con su muñón y sus deformes piernas, presentaba una imagen patética.

"Observe... ¿Cuál es su nombre?"

"¡Robac, Comisario, Señor!"

"Observe, Robac. -dijo Yarrick suavemente, casi fríamente, como si la guerra ya no pudiera darle ninguna sorpresa. O eso, o estaba demasiado cansado para preocuparse por ello. Yarrick señaló con su brazo por encima del bosque de bayonetas hacia el Este-. La chusma pielverde es dura y brutal, pero también utilizan tácticas. Para luchar contra ellos, debes adentrarte en sus mentes, como yo hago, que el Emperador me perdone. Debes entender sus tácticas brutales y sus salvajes tretas. Están reuniéndose allí, hacia el Este; y están haciéndolo en gran número, procedentes de cápsulas de desembarco cuidadosamente situadas fuera del alcance de nuestra artillería. Como puede ver, no son nada estúpidos. Ghazghkull no habría conquistado un centenar de mundos si fuera estúpido. Sus fuerzas de tierra están aquí para atraernos; para disparar el orgullo marcial de hombres como Valadian; para provocarlos para que inicien cualquier acción precipitada. Y el infierno de Hades es un símbolo para apagar nuestra moral y hacernos desear la venganza. Pero mire hacia allí..."

El Viejo señalaba hacia el norte del grueso del ejército orko.

"¿Qué es eso, Robac?"

Robac observó con detenimiento el área vacía de cenizas, una lúgubre superficie abierta de diez kilómetros de anchura. "¿Nada, Señor?" -aventuró.

"Realmente es nada. Está vacío. ¿Por qué?".

Robac se encogió de hombros.

"Tácticamente, no hay razón alguna por la que los Orkos no hayan ocupado ese sector. Pero se mantienen a distancia, en ordenadas y disciplinadas líneas; más disciplinadas de lo que podría esperarse de esas escuadras de salvajes y de los dementes conductores de buggies."

"¿A qué están esperando, Señor?" -preguntó Robac.

"A lo mismo que nosotros, chico. Diga al General que siga aumentando las revoluciones de sus motores durante un rato."

Al caer la noche, las numerosas tropas imperiales situadas en el extremo oeste del valle estaban al borde de la demencia por la ansiedad. La Legión de Acero estaba cantando sus himnos de batalla; y los tamborileros de las filas de Cadia habían adaptado su rítmico redoble al regular tronar de los morteros. La cobertura aérea orka pasaba por encima suyo intermitentemente, pero el fuego de las baterías de Hidras que Yarrick había desplegado a lo largo del flanco saturaba el aire de flores de destrucción.

Las llamaradas que surgían de la Colmena Hades iluminaban la noche en diez kilómetros a la redonda, proyectando luces y sombras por todo el valle. A lo lejos, las masivas fuerzas orkas, compuestas por más de cien mil guerreros, hacían sonar sus cuernos de guerra y vociferaban cánticos bélicos como un coro de dioses de la muerte; mofándose de las tropas Imperiales que seguían como petrificadas al otro lado del valle.

Chirriando y repiqueteando en medio de la noche, unos gigantes aparecieron detrás de los Imperiales; tan altos, que sobresalían por encima del borde de los riscos. La infantería se giró y muchos gritaron de asombro al ver a los Titanes: nueve Titanes Warlord de la Legio Metalica, con un acabado negro cobrizo, cuyos ojos relucían como estrellas rojas entre las estrellas del firmamento.

Temblando, Robac pasó el cuerno megafónico a Yarrick.

"Es el Princeps Danferus del Imperius Quintus. La Legio Metalica está preparada y aguarda vuestras órdenes, Señor." -La voz, transformada por el potenciador de voz, sonaba inhumana y resonaba por el comunicador.

"El Emperador os ama, Princeps. Marchad con vuestras máquinas de guerra por la Carretera Hades y desplegaos a lo largo del punto diez. Pronto tendremos una batalla para vos."

Los masivos gigantes de combate se alejaron de la infantería, haciendo temblar el suelo con cada paso. Los voco-cuernos de sus caparazones blindados proclamaban ruidosamente aullidos de condenación e himnos imperiales. Gran parte de la infantería los vitoreó, el resto tembló de miedo.

Los Orkos del otro extremo del valle, a pesar de su gran número, se estremecieron y retrocedieron un poco. Ágiles Titanes Warhound, la mitad de grandes que sus primos Warlord, se adelantaron para cubrir el flanco durante el avance de la Legio. En cuanto los Titanes ocuparon las posiciones que se les habían asignado, Yarrick permitió a los blindados de Valadian que avanzaran un kilómetro y se abrieran en abanico por el suelo del valle.

Por entonces, con la oscuridad iluminada por las llamas a su alrededor, la infantería había recibido órdenes de descansar. El bosque de bayonetas había bajado; y las laderas de las colinas quedaron cubiertas de figuras agachadas, hombres durmiendo y fuegos de campamento.

Era cerca de medianoche cuando llegó el momento que Yarrick había estado esperando. Una gigantesca forma negra eclipsó la luz de la luna y las llamas de la Colmena Hades y descendió hacia la zona sospechosamente despejada del valle. El aire cargado de denso humo que rodeaba a las fuerzas imperiales se hizo pesado como el plomo y quedó cargado de estática.

Un asteroide fortaleza de seis millones de toneladas, sostenidopor campos de energía modificados y rayos tractores, descendió sobre el valle. Era un Piedro orko, un bastión de fuerza prácticamente invencible.

La intensidad de estos campos de energía y de los rayos tractores sobrecalentó el desierto de cenizas hasta cristalizarlo, levantando grandes nubes de polvo por todo el valle. Hasta la multitud de Orkos retrocedió para alejarse de la zona.

La pantalla de energía, comprimida bajo el peso del Piedro, creó una onda de choque que se propagó por todo el lecho del valle. Incluso los inmóviles Titanes temblaron y vibraron. Los tanques más adelantados de la fuerza de Valadian salieron despedidos por la energía de la onda de choque. Nueve tanques, volcados por la presión, detonaron y se incendiaron. Cincuenta más quedaron inoperativos al serles arrancadas las orugas y las torretas. Un Warhound próximo fue aplastado contra el suelo como una vaina de proyectil vacía.

El mundo entero parecía bambolearse mientras el Piedro aterrizaba. Miles de puntas de anclaje fueron disparadas desde su interior para asegurar la fortaleza al subsuelo. Con un gemido de sistemas hidráulicos, las rampas de desembarco y las gigantescas bocas de las bodegas de carga se abrieron. Los titánicos dispositivos de armamento de la parte superior del Piedro empezaron a girar y disparar.

Los proyectiles empezaron a llover sobre los blindados, destruyendo indiscriminadamente a docenas de ellos.

Los proyectiles también arrasaron las posiciones de la infantería, propagando el pánico mientras numerosos pelotones intentaban ponerse a cubierto.

"Ahora ya tenemos algo a lo que combatir, Robac." -Dijo tranquilamente Yarrick, que salió de su tienda de campaña y observó la escala monumental de la escena.

"Ayúdame" -dijo al joven de Cadia, deshaciéndose de su chaquetón de cuero. Robac se adelantó a tiempo de ayudarle a levantar su reverenciada garra de energía que unos ayudantes encapuchados del Ministorum estaban sacando de la tienda. Yarrick se arremangó la manga del blusón correspondiente al brazo amputado. Robac pudo observar las conexiones y los puertos sinápticos enterrados en los pliegues del tejido cicatrizado en el extremo de su muñón.

Deslizaron la garra hasta su posición y, una vez conectados todos los cables, cobró vida con un zumbido de energía. Las garras de la pinza se abrieron y cerraron varias veces, entrechocando, mientras el Comisario probaba que funcionaran correctamente. Sus ayudantes le abrocharon un nuevo chaquetón de cuero, uno especialmente adaptado a la garra. Se colocó la gorra de Comisario en la cabeza con su mano buena y, finalmente, se enfundó su bolter de asalto.

"Robac, abre el canal de mando. Ha empezado el combate."

Robac se dio cuenta de que tenía la boca abierta de par en par. En tan sólo unos instantes, el débil y frágil viejo se había convertido en un carismático gigante: la garra de combate, el reluciente símbolo de su gorra, su mirada. Incluso el cuerpo de Yarrick parecía haberse trasmutado al enfrentarse a la batalla. Ahora parecía más grande, invulnerable y terrorífico.

Robac se dio cuenta de por qué Yarrick era un héroe y de que, con él de su lado, no podían perder.

El contraataque imperial se inició con las primeras luces del nuevo día, iluminado por los inagotables fuegos de la muerte de Hades.

Yarrick ordenó a las ansiosas unidades de blindados que avanzaran contra el centro de las hordas orkas; mientras que los Titanes se dirigirían hacia el Piedro, de donde estaban surgiendo blindados pesados y Gargantes.

Sabía que esta era la única y vital oportunidad de atacar, la oportunidad que había estado esperando: la única oportunidad de que dispondría después de que el Piedro hubiese destruido todo lo que había bajo su muro de energía y antes de que pudiera descargar toda su carga de muerte y desplegar su indómita potencia de fuego.

Para apoyar a las tropas del Adeptus Mecánicus, Yarrick ordenó a los Basilisk, y a todas las unidades de artillería pesada desplegadas a lo largo del valle, que apuntaran directamente al Piedro. Su tronar podía oírse por encima del brutal clamor de la batalla, abriendo profundas brechas en la superficie de la superfortaleza.

Los proyectiles de los Basilisk destruyeron dos de las rampas del Piedro, incinerando uno de los Gargantes que estaba descendiendo por ellas. Otros proyectiles alcanzaron las gruas que estaban bajando uno de los Gargantes hasta el suelo y acabaron siendo destruidas por el bombardeo. La gigantesca máquina de guerra orka cayó y se partió bajo su propio peso provocando la explosión de su munición, que abrió un gigantesco cráter en el lecho del valle.

Yarrick ordenó que la infantería se preparara y el bosque de bayonetas volvió a levantarse, rodeándolo por todas partes. Cambiando el comunicador de Robac al canal global para que todo el mundo le oyera simultáneamente por los altavoces, exhortó a los sesentamil hombres con un discurso inspirador que hizo llorar a muchos; pero que confirió un estoico espíritu de firmeza a todos. Si esa era la voluntad del Emperador, liberarían este mundo imperial de invasores alienígenas o morirían en el intento.

Muchos ya habían empezado a cargar colina abajo, vociferando juramentos de sacrificio en nombre del Trono Dorado, cuando Yarrick ordenó iniciar el ataque.

Las fuerzas de Cadia y de la Legión de Acero chocaron contra la brutal infantería orka en una confusa tormenta de infantes de cinco kilómetros de ancho. Varios miles murieron en los primeros minutos. La destrucción era total, al igual que la asesina confusión del frenesí del cuerpo a cuerpo.

En esos momentos, las columnas blindadas de Valadian ya estaban atacando a las legiones Orkas del sur. Los pesados vehículos imperiales aplastaron al enemigo bajo sus orugas, abriendo un gran agujero entre las filas de infantería orka y tiñiendo sus laterales de sangre verde. Los cañones principales de los Vanquisher y Demolisher dispararon contra el Piedro; mientras los Exterminators segaban la vida de todos los Orkos que encontraban por delante suyo y los Hellhounds creaban infiernos de muerte en los flancos de la infantería orka.

Los Titanes atacaron a los Gargantes en las abiertas llanuras de silicio cristalizado frente al Piedro. Imperius Tenebrus engulló un Gargante con su cañón volcano y dañó gravemente a dos más antes de ser partido por la mitad a la altura de la cintura por el fuego concentrado de los láseres y proyectiles disparados desde el Piedro.

El torso de Tenebrus cayó al suelo envuelto en llamas y explotó. Sus piernas se mantuvieron firmemente erguidas durante el resto de la noche y todo lo que quedó de la Guerra de Armageddon, sirviendo de amargo monumento al poder de la Legio.

Al frente del rápido avance a través de las legiones orkas, el Vanquisher de Valadian quedó inmovilizado por granadas de mano, que destruyeron su oruga izquierda, y los proyectiles de los akribilladores de los buggies, que lo acribillaron de arriba a abajo. El tanque rugió en medio de las cenizas, tratando de girar. El artillero gritó pidiendo las coordenadas de un objetivo, mientras los Orkos se abalanzaban sobre el blindado y empezaban a aporrear el habitáculo. El vigía salió para disparar el bolter de asalto montado en la torreta, pero fue arrancado de su puesto antes de que pudiera agarrar el arma. Su cuerpo fue paseado de un aullante pielverde a otro en medio de sus alaridos histéricos hasta que, finalmente, fue despedazado.

Valadian se agazapó en el interior de la torreta al tiempo que desenfundaba su pistola láser y comprobaba la munición.

La escotilla que había sobre su cabeza fue arrancada y una monstruosa cara verde con colmillos le miró directamente, gruñendo algo alienígena y vicioso. Notó un hedor rancio que le invadía. Valadian le disparó un rayo exactamente en el ojo izquierdo; y, un instante después, frió el cerebro del siguiente Orko que trató de agarrarlo con su zarpa.

El tercer disparo se lo disparó a si mismo.

Se produjo un breve periodo de confusión mientras los blindados imperiales trataban de confirmar la pérdida de su General. Al no recibirse señal alguna de respuesta por parte de Valadian, el mando de los blindados recayó en el Mayor Dillan, que se encontraba a bordo de su Leman Russ Exterminator dirigiéndose hacia lo más profundo y denso de las inagotables filas de aullantes pielesverdes. Desde su torreta, el habla del cañón automático exterminador segaba las vidas del enemigo con la misma facilidad con que un segador corta la mies.

Dillan desplegó sus tanques en una formación de garra que barrió a las legiones orkas y cortó sus líneas de comunicación con el Piedro.

El Princeps Danferus, del Imperius Quintus, dirigió su Titán directamente hacia lo más intenso del fuego enemigo. Encontró y atacó a un Gargante, un ruidoso monstruo de paneles blindados, cañones y tubos que vomitaban humo, cuya cabina era una parodia mecánica de la cara de un Orko. Danferus lo hizo volar con cuatro andanadas de su cañón volcano. Otra gigantesca y monstruosa máquina se acercaba por el sudoeste, pero quedó inmovilizada y fue posteriormente destruida por el constante bombardeo artillero. Esto dejó a Danferus el camino libre para llegar hasta el Piedro.

Hizo que Imperius Quintus subiera por las rampas de salida disparando sin cesar toda su potencia de fuego, fundiendo y destruyendo máquinas de guerra orkas en sus propios hangares, antes de que pudieran ser descargadas para tomar parte en la batalla; y, a continuación, disparó los misiles del hombro de Quintus contra los silos de armamento para que explotara todo el Piedro. Algo fundamental y muy destructor tuvo lugar en el interior del Piedro; tal vez se incendió una planta de energía, o tal vez explotó un depósito de munición...

El Piedro se estremeció y osciló ligeramente; los cables de sujeción se rompieron y los anclajes se soltaron al deslizarse hacia un lado su gran masa.

Danferus giró su vieja máquina, presionándola con gentiles exigencias mentales a través de todas sus conexiones neuronales para que lo hiciera más rápidamente; y se encontró junto a un Gargante.

Veinticinco segundos de intenso fuego sostenido entre ambos Titanes y los dos explotaron. Aniquilación mutua. El esqueleto envuelto en llamas de Imperius Quintus cayó hacia adelante, hacia la voluminosa forma de los restos del Gargante, aplastándola. Los depósitos de munición en los autocargadores se incendiaron, disparando toda la munición en un terrorífico castillo de fuegos artificiales. Danferus debía de seguir con vida, pues su Titán trastabilló. El puente estaba en llamas y envuelto por los gritos de los tripulantes. Entonces, las cámaras de munición que estaban situadas bajo su trono de mando explotaron, enviando el silencioso cráneo del Titán a la tropósfera.

Más abajo, en el valle, Yarrick encabezó la carga. Su voz podía oírse por encima del rugir de la artillería, el tronar de los Titanes, los gemidos de los rifles láser y el retumbar de los tanques.

Al frente de las tropas de asalto de Cadia, Yarrick se enfrentó a los Orkos por primera vez en dos décadas; y notó satisfecho cómo la garra de combate desgarraba su piel verde como si fuera mantequilla. Su bolter de asalto escupió, volando las cabezas y vaciando las entrañas de sus enemigos. Yarrick siguió avanzando.

Era como… en los viejos tiempos. Lo había olvidado… tal vez afortunadamente; y a pesar del dolor, la angustia y el sufrimiento, había olvidado. Había olvidado lo bien que se sentía cuando tenía a un miembro de esta chusma pielverde frente a frente y lo mataba.

Yarrick comprobó su posición. Se había adentrado profundamente en las líneas orkas y el Piedro se encontraba en apuros; pero la gran superioridad numérica orka acabaría marcando la diferencia: había Orkos por todas partes.

Siempre había sabido que moriría al servicio del Emperador. ¿Iba a morir ahora; ahora, que quedaba tanto por ganar?

El fuego iluminaba la autopista norte al Oeste del valle. Una gran fuerza de combate avanzaba por ella. Yarrick rezó para que no fueran más Orkos.

No lo eran.

Eran Salamandras, guerreros de uno de los nobles Capítulos de Marines Espaciales.

En medio de los gemidos y sonidos hidráulicos de sus servoarmaduras, los Salamandras avanzaban mientras destruían a cualquier enemigo que se cruzara en su camino. Yarrick vio cómo los Salamandras desgarraban miembro a miembro a los Orkos. Los límites y la situación sobre el campo de batalla cambiaron repentinamente: de un feroz pero equilibrado combate en el que los orkos tenían la ventaja de su mayor número, a una batalla en que los Imperiales se abrían paso con gran facilidad. El contraataque de Yarrick había detenido con firmeza el ataque enemigo; había asaltado sus puntos débiles para herirlo y debilitarlo. Ahora el Adeptus Astartes había llegado para cambiar el curso de la batalla.

En esos mismos momentos, el Princeps Goplin había conseguido que Imperius Galgamech avanzase hasta el interior del Piedro; subiendo por una de las rampas de desembarco y disparando todo su armamento sin cesar.

Los puentes del Piedro crujieron por el descomunal peso de Galgamech, que apuntó y disparó acribillando y destruyendo cuatro Gargantes que esperaban en sus hangares a ser descargados. La destrucción causada anteriormente por su querido hermano, el Princeps Danferus, podía verse por doquier. A través de las placas de visión de la consola de su trono y las pantallas secundarias que flotaban a su alrededor, Goplin vio los restos ardientes de Imperius Quintus dispersos entre los cadáveres mecánicos de sus enemigos.

Galgamech avanzó por la plataforma donde se encontraba el armamento del Piedro. Proyectiles de pequeño calibre rebotaban fútilmente en su blindaje. El Titán aplastó con sus pies a las tropas orkas que defendían el puente.

El Princeps Goplin se levantó de su trono de mando y se despojó de su corona de conexión mental. De las clavijas gotearon algunos fluidos.

"Activad toda la munición. ¡Sobrecargad todos los sistemas! ¡Preparados para la autodestrucción!" -ordenó.

En la sección delantera de la cabina del Titán se levantó el Moderati, que repitió estoicamente la orden. Las alarmas de sobrecarga empezaron a sonar. Las turbinas de los motores superaron el punto crítico. Las flechas de los diales marcaron la zona roja de peligro y aún subieron más. Las runas ámbar de la cuenta atrás se apagaron en la placa de visión principal.

Goplin inició una última oración al Emperador, el Señor de la Tierra.

Veinte segundos más tarde, Imperius Galgamech detonó y destruyó totalmente el interior del Piedro. Los depósitos de munición orkos fueron explotando secuencialmente, seguidos de la planta de potencia principal del asteroide fortaleza. En menos de tres minutos, otra bola de fuego tan intensa como la Colmena Hades iluminó el cielo nocturno de Armageddon.

Yarrick estaba aplastando cabezas con su garra cuando la explosión de luz del destruido Piedro le alcanzó. La onda de choque atravesó las líneas de la infantería, tirando por los suelos a la mayoría.

Yarrick se levantó por su propio pie. Su línea defensiva de infantería había sido desmantelada por la férrea resistencia orka; pero la visión de la destrucción del Piedro había acabado con la moral de los pielesverdes, que huían en masa del campo de batalla en dirección al Este, hacia las llamas de Hades.

"Muy apropiado" -pensó Yarrick. Ordenó a sus hombres que se levantaran, ayudando personalmente a algunos de ellos.

"Ya los tenemos -gritó por el comunicador de Robac-. En nombre del Emperador, y en memoria de cuantos han entregado su vida en este campo de batalla… en nombre de Hades, ¡que no sobreviva ni uno!"

 

Sacado de la antigua pagina de la GW.es