Además de las Hermanas de Batalla, el Ministorum puede convocar a las masas de fieles para librar sus guerras y castigar enemigos. A pesar de que el Decreto Pasivo prohíbe mantener “hombres armados”, los ejércitos de la Eclesiarquía suelen incluir bandas de zelotes fanáticos que se unen a la causa del Emperador.

Tras la era de la Apostasía y la muerte del demente Alto Señor del Administartum Goge Vandire, se prohibió a la Eclesiarquía organizar y mantener ejércitos permanentes de soldados profesionales u “hombres armados”, sin embargo, las Adepta Sororitas no eran “hombres”, así que no entraban en prohibición y, desde entonces, la orden militante del Adepta Sororitas ha sido el brazo armado de la Eclesiarquía. Con todo, aunque se han establecido restricciones sobre la formación de tales ejércitos, existe la presuposición tácita según la cual, en tiempo de crisis, los devotos pueden alzarse para luchar junto a las fuerzas de la Eclesiarquía o ser reclutados por un Cazador de Brujas para ayudarle en sus misiones.


Estos ejércitos de fanáticos están formados tanto por ciudadanos ordinarios del Imperio como por las sectas del Culto Imperial que predican la implacable persecución del hereje, del alienígena y del no creyente. Dichos cultos pueden ser útiles para el Ministorum o para un inquisidor, pero a veces comportan más problemas que ventajas, ya que en sus arrebatos de furia suelen aniquilar por completo a aquellos a los que habría sido mejor apresar. Los fogosos sacerdotes de la Eclesiarquía saben cómo sumir pueblos y ciudades enteros en arrebatos de éxtasis religioso para que luchen contra los herejes o excomulgados. Armados con cualquier arma que tengan a su alcance, estos fanáticos marchan junto a las Hermanas de Batalla con el rostro iluminado por la luz de la adoración. Al acercarse el combate, los predicadores y los confesores pasan entre los rabiosos seguidores que han reunido, y proporcionan armamento más avanzado a aquellos cuyo deseo de luchar y morir por la gloria del Emperador parece especialmente intenso.

En los combates más cruentos, los zelotes luchan fanáticamente sin pensar en el peligro ni en su propia supervivencia. De hecho, cuanto más letal es el combate, más ferozmente luchan. A menudo, al final de la batalla serán pocos (o ninguno) los supervivientes. Sin embargo, ese es el precio que debe pagarse por la devoción al Emperador. Al fin y al cabo, siempre quedan más zelotes.

Escrito por Mcneil