Hermanas VS Orkos VS Eldars

Basado en partidas reales...

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El estridente sonido de la batalla regresó a ella poco a poco, al igual que la visión, que fue aclarándose paulatinamente. A su alrededor, la sangre se mezclaba con la hierba pisoteada. María Fátima Lucile levantó la cabeza escasos centímetros, lo justo para ver el cadáver de una compañera, con el rostro teñido de rojo y los ojos muy abiertos. Conocía aquel rostro. Había cruzado con ella unas cuantas palabras en la Comendadoría de donde provenía, allá a millones de kilómetros de distancia del planeta donde se encontraba ahora tumbada en tierra y con una enorme brecha en la frente. Allá donde había dejado todos sus Escritos Sagrados por orden de la Canonesa.
Lentamente, mientras la consciencia de lo que estaba pasando alrededor inundaba todos sus pensamientos, Lucile comenzó a incorporarse. Alargó una mano para tomar su bólter y, aún de rodillas, se giró… La realidad impactó en su moral como un proyectil de Basilisk. Una marea verde se cernía sobre ella, únicamente detenida por la oposición de cinco Hermanas que luchaban con la ferviente convicción de que el Emperador daría un lugar de privilegio a aquellas que murieran en su nombre. Lucile se levantó por completo, atenazada por el terror. Su instinto le gritaba a voces que huyese, que ella no era una Hermana de las Ordenes Militantes. Su lugar no estaba en el campo de batalla, sino entre las frías paredes del Convento, allá en su planeta natal. Sin embargo, algo la mantenía paralizada, sin que sus piernas la dejasen huir. Sus Hermanas de unidad luchaban superadas en dos a uno, pero ninguna de ellas mostraba signos de fatiga, miedo o dolor. Lucile dio un paso al frente, hacia el desfiladero donde las Hermanas estaban conteniendo a los orkos. Entre ellos podía ver como el Castigo del Penitente sobresalía entre la horda de alienígenas, repartiendo muerte hacia uno y otro lado, y el humo del Immolator destruido entre las rocas cubría los escasos rayos de sol que se filtraban entre el encapotado cielo. Los terroríficos rugidos del ¡WAAAGH! en la oscuridad hacía que la sola visión de los cuerpos de las Hermanas muertas siendo pisoteadas por los pieles verdes bastara para desear incluso morir antes que soportar aquel terror.

Pisoteadas…

Un nuevo sentimiento comenzó a surgir en el interior de Lucile. A medida que sus Hermanas desgarraban la carne de los orkos y mantenían durante más tiempo la formación en el desfiladero, Lucile se dio cuenta de cuál era su deber. Ya no era una Hermana dialogante, ya no estaba junto al Inquisidor para traducir textos antiguos ni para estudiar las Escrituras Sagradas. Ahora era una Adepta Sororita Militante, el Emperador había querido que ella estuviese allí en aquel instante, en aquella batalla. Entonces, el orgullo llenó por completo el pecho de Lucile. Apretó con fuerza su bólter y dio otro paso hacia delante. Suspiró. Aquel día, María Fátima Lucile ganaría la gloria de poder llamarse hija del Emperador.

Pronto se abrió paso hacia el centro de la batalla, junto a sus Hermanas, escupiendo proyectiles sagrados por el cañón de su bólter sin ni siquiera saber hacia donde apuntaba. Entonces, inmersa en el fragor del combate, pudo ver el terror de cerca. Aquél orko medía casi el doble que ella. Los brazos de la criatura podrían haberla partido por la mitad de un solo golpe de rebanadora, pero con aquel nuevo sentimiento que inundaba todos sus sentidos, con la convicción de que el Emperador luchaba en aquellos momentos a su lado, Lucile no sintió temor alguno. Levantó su arma, pero el tremendo golpe que recibió del piel verde la hizo volar por los aires. Lucile se quedó inmóvil al escuchar el terrorífico aullido salvaje del orko, que avanzó con su pesada cuchilla enarbolada. La Hermana dio un paso hacia atrás, con su mente trabajando a toda velocidad. No tenía posibilidades de vencer a aquella criatura con las manos desnudas. Lucile dio un par de pasos hacia atrás. Justo cuando el orko estaba a punto de descargar su letal golpe, el bólter de una Hermana impactó en su rostro, haciéndole saltar unos cuantos colmillos. Si dejar tiempo para que el piel verde se recuperase, la Hermana descargó una ráfaga sagrada con su bólter. Lucile se volvió… justo a tiempo para ver como la sangre de la Hermana que la había salvado salpicaba contra su servoarmadura. La rebanadora de otra criatura sobresalía de su pecho justo antes de que el cadáver cayese al suelo y se perdiera entre la increíble marea verde que aún estaba por cruzar el desfiladero. A lo lejos, el sonido de la explosión de los motores del Castigo llevó el eco de la victoria orka hacia los oídos de Lucile. Otra hermana cayó junto a ella. Y fue en aquel momento cuando comprendió que el Emperador había dispuesto su muerte en aquel lugar.

Gritos a su espalda. Gritos aclamando la gloria del Emperador. Gritos que clamaban sangre y sed de venganza. Lucile no tuvo tiempo de volverse. Tres Hermanas Repentia cargaron en solitario contra la marea verde que taponaba el desfiladero. Lucile quedó impresionada, casi aterrada, por la ferocidad de aquellas Hermanas. Cada mandoblazo que descargaban, un orko caía fulminado, destrozado. Y ni una sola de aquellas criaturas conseguía acercarse lo suficiente como para si quiera herirlas. A lo lejos los aullidos de la horda verde comenzaron a levantarse en el desfiladero. Columnas de fuego sagrado inundaron el apretado pasillo rocoso. Las Hermanas Dominiums supervivientes del accidentado Immolator habían comenzado a purificar los cuerpos de aquellos odiosos alienígenas. Entonces, vio algo que heló su sangre. Junto a ella estaba la Canonesa Comendadora. Lucile creía que había muerto junto con el resto de Hermanas Celestian cuando el Immolator que las transportaba explotó. Pero allí estaba, junto con el resto de su escolta. La Canonesa la miró, y en ese momento el retumbar de los bólter pesados de las Vengadoras comenzaron a resonar en el desfiladero. Lucile devolvió la mirada a la Canonesa, amedrentada por la convicción que estos irradiaban. Y entonces pudo ver la gloria del Emperador en todo su esplendor. La Canonesa no dijo nada, simplemente empujó con el pie el lanzallamas de una de las Hermanas caídas en el desfiladero y comenzó a avanzar hacia la batalla, donde ahora tan solo luchaba una Repentia. Lucile se agachó y recogió el arma, consciente de lo que la Canonesa le había ordenado sin palabras y se unió a la escolta de Celestians.

En tan solo unos segundos, la ira del Emperador convirtió el desfiladero en un infierno. Lucile empuñaba su lanzallamas junto a la Canonesa, que blandía su espada bendita contra todo orko que se ponía a su alcance. Así siguieron, combatiendo con ferocidad durante algunos minutos que para Lucile se convirtieron en años. La horda de orkos pareció que comenzaba a flaquear, y Lucile veía cada vez más cerca la victoria. La Hermana Repentia superviviente cercenó la cabeza de otro orko, pero en el preciso instante en el que se giraba para atacar a otro piel verde, una enorme garra de combate la atrapó, estrujándola como si fuese un muñeco. El kaudillo, imponente sobre su destartalada motocicleta aceleró en solitario, dejando caer los restos del cadáver de la Hermana y aullando terroríficamente ¡WAAAAGH! Tras él, el resto de la horda de orkos apretó el paso. Lucile asentó los pies en el suelo y enristró el lanzallamas. Notaba como sus músculos estaban en tensión, como el corazón bombeaba la sangre aún más rápido de lo que lo había hecho hasta el momento. Apuntó hacia el kaudillo… pero el manto de Santa Aspira de la Canonesa tapó su visión. La comandante de las Hermanas aguardó con su espada bendita, el kaudillo levantó su garra. El estrepitoso sonido de los metales chocando y partiéndose, los gritos de dolor, la sangre salpicando, los huesos partiéndose. Lucile saltó hacia un lado para evitar que la motocicleta la arrollase, pero se levantó rápidamente. Cuando lo hizo, vio como la enorme cabeza del kaudillo colgaba de la mano alzada de la Canonesa, que gritaba por la gloria del Emperador en dirección al resto de orkos que aún restaban por llegar.

Tras la muerte del kaudillo, se produjo un merecido descanso en la lucha propiciado por el desconcierto de la horda orka. La Canonesa avanzó unos metros para unirse con la única superviviente de las Dominiums, herida y tambaleante. Lucile miró alrededor. Ella era la única superviviente de su unidad, al igual que la Hermana Dominium. Junto a la Canonesa solamente quedaban tres Hermanas Celestians. Lucile observó los cadáveres de sus hermanas, amontonados por el suelo junto a los restos aún humeantes del Castigo. La Canonesa comenzó a reorganizar rápidamente a las supervivientes para la inminente reanudación del combate. De pronto, el sonido de los disparos de los bólter pesados resonaron a su espalda. Lucile se volvió, al igual que el resto de sus Hermanas. Las Hermanas Vengadoras de la retaguardia estaban abriendo fuego contra algo que provenía desde el otro lado del desfiladero. Si aquello significaba más orkos, las Hermanas realmente estaban perdidas. Hasta tres Vengadoras sucumbieron ante el denso fuego que, fuese lo que fuese, acababa de hacer su aparición por la retaguardia. Las supervivientes se lanzaron al suelo, dejando caer sus bólters. En ese momento, dos vehículos a reacción eldar aparecieron por la boca del desfiladero. Todo ocurrió en una fracción de segundo. Los cañones de las Vypers escupieron descargas de energía sobre la unidad. Lucile sintió como una de las descargas impactaba en su brazo, y como el dolor comenzó a recorrerle todo el cuerpo. Cayó al suelo de espaldas, perdiendo el lanzallamas de sus manos. Unos angustiosos gritos se levantaron a su alrededor. Dos Hermanas más cayeron sin vida junto a ella.

Las Vypers habían pasado de largo, y ahora arremetían contra los orkos. Explosiones de energía, disparos de artillería, orkos rugiendo y eldars descargando espadazos y disparos sobre la horda verde. Eso fue lo que pudo ver Lucile cuando, haciéndo acopio de todas sus fuerzas, consiguió ponerse en pie de nuevo. La Canonesa miraba impasible la escena junto a la Hermana Dominium y la Hermana Celestian, rodeadas de un mar de muertos. La voz de la Canonesa parecía un murmullo, pero claro y alto, casi celestial, resonó en los oídos de las escasas presentes.
–Nuestra batalla ha terminado –dijo sin ni siquiera apartar la vista del caos que se alzaba unas decenas de metros más allá.

Envio editado por: Kael Karodan, el: 2008/05/11 14:48

Muy buen relato

si señor mu bueno...oye...y ese Mix de avatares?

¡JAJA! Es el avatar de las Hermanas de la orden de los tres dedos y piel azul...

¡El Bien Supremo corrompe a las Sororitas!

Es la orden del santo bien supremo, huamans y taus (femeninas) que luchan por el bien supremo <!-- s:lol: --><img src="{SMILIES_PATH}/icon_lol.gif" alt="" title="Laughing" /><!-- s:lol: -->