LA LIBERACIÓN DE BONAVENTURE

13 años 8 meses antes #50121 por Konrad
Respuesta de Konrad sobre el tema Ref:LA LIBERACIÓN DE BONAVENTURE
[i:3sklexa0]Día 13. 7:00h.[/i:3sklexa0]

Finalmente, acababan de llegar a su destino. Hacía más de dos horas que habían partido hacia allí. Habían pasado por zanjas, cráteres y edificios en ruinas, con la cabeza gacha. En algunos lugares habían tenido breves tiroteos con el enemigo, o se habían encontrado con grupos de exhaustos camaradas tras los combates de la pasada noche.

Los informes habían llovido desde todos los puntos de la ciudad, y las unidades de comunicaciones habían sido un caos toda la noche. El plan del enemigo era claro, sencillo y brutal, como acostumbraba a hacer el Pacto Sangriento: un contraataque masivo, con el objetivo de hacer retroceder a las tropas imperiales de nuevo a la Ciudad Baja y los distritos fabriles, y aislar las fuerzas que estaban en la Ciudadela exterior.

En algunos puntos habían triunfado, en la mayoría habían fracasado, y en otros la situación había quedado en tablas. Habían informes de columnas enemigas avanzando en algunos puntos localizados, pero en general, el contraataque había sido un fracaso rotundo. Ahora tocaba recuperar lo perdido.

Y esa era su tarea. La sección de la sargento Ayres por fin se encontró con el grupo al que había de apoyar. En una zanja, parapetados tras un murete bajo, esperaba un pelotón de soldados de aspecto macilento y cansado. Repasó rápidamente con la mirada al grupo, hasta que detrás de los restos de un monstruoso acechante enemigo, encontró al individuo que buscaba.

Ayres era una mujer que pasaba la cuarentena, robusta y con la voz cascada por el tabaco, y un cierto aire matriarcal. El teniente Carlo era todo lo contrario: un tipo alto, flaco, de modales suaves y que nunca alzaba la voz más de la cuenta. Jamás se le había oído soltar un taco, ni decir ninguna obscenidad. Era toda una curiosidad.

-¡Ayres, qué alegría verte! Te esperábamos para la fiesta.

La sargento se le acercó. Carlo estaba fumando y hablando con uno de sus suboficiales. Le saludó.

-¡Teniente, se presenta la sargento Ayres y su sección de apoyo! ¡Listos para la tarea! –Bajo la mano, y se la estrechó al teniente.- ¿Cómo lo lleváis?

-Pues no muy bien, que digamos. Esos perros nos han echado de casa. –El teniente le señaló un edificio de cuatro plantas al otro lado de la plazoleta.- Ayer, al anochecer, los echamos de allí dentro. No sufrimos bajas, y enviamos a varios de esos malnacidos de rojo al otro barrio. Pero esta noche los cabrones nos asaltaron. Llevaban armas pesadas, y poco pudimos hacer. Cogimos los bártulos, y nos largamos cagando leches.

Paró. Dio una calada al cigarro, y exhaló una nubecilla de humo azul.

-Les dejamos algunos regalos, en forma de bombas-trampa, y demás. Perdí a dos hombres en la retirada, pero creo que ellos también pagaron lo suyo. Desde que estamos aquí, en tres horas hemos oído ya cuatro explosiones. Algún idiota ha activado las trampas. Con todo el follón, el desactivarlas, y demás, no se han atrincherado aún. Ahora o nunca.

Se agachó, y le invitó a asomar la cabeza tras los restos de una de las patas del acechante.

-Tienen un par de ametralladoras en el primer y segundo piso. Acribillad del primero hacia arriba, que ninguno asome la cabecita. En cuanto entremos dentro, seguidnos, necesitaremos consolidar rápido la posición. Si todo falla, cubridnos la retirada. ¿Entendido?

-Sí, mi teniente.

Ayres se dirigió a su grupo. Los repartió de forma que lograran cubrir el máximo espacio posible. La primera dotación montó su cañón automático en un extremo de la zanja. Asentaron firmemente el trípode en el suelo, parapetándose tras los escombros y el propio escudo del arma. Las otras dos dotaciones hicieron lo propio, una en medio de la zanja y la otra en el otro extremo.
Los soldados esperaban, agazapados. Habían calado las bayonetas en el extremo de sus rifles, y Carlo había desenfundado su espada sierra. Se llevó un silbato a la boca, y pitó.

Ayres apretó el gatillo de su arma. El cañón empezó a vibrar con cada poderosa detonación. Proyectiles ardientes salían disparados hacia las ventanas del edificio. Al principio, el enemigo respondió, disparando contra los soldados que avanzaban. Más de uno cayó al suelo. Algunos se volvían a levantar, otros quedaban tendidos allí, muertos o heridos.
Pronto, las ventanas de los tres primeros pisos fueron machacados por los proyectiles de cañón automático. Nubecillas de polvo se levantaban cuando destrozaban las paredes. La fachada de la casa, poco a poco, fue cambiando. Como si sufriera de súbito un repentino ataque de viruela, la pintura saltaba. El hormigón era salpicado por infinidad de pequeños cráteres, y el ladrillo se resquebrajaba.

Los hombres de Carlo llegaron al edificio. Entraron por las ventanas de la planta baja. Ayres hizo enmudecer sus cañones. Pronto oyeron el griterío, el chasquido agudo del láser, el entrechocar del metal y las detonaciones de las armas de proyectiles sólidos.

-¡Rápido, desmontad y vamos hacia allí!

Sus soldados empezaron a desmontar frenéticamente los cañones. No obstante, antes de terminar su tarea, vieron los hombres del teniente salir a toda prisa por las ventanas. Corrían a toda velocidad hacia la zanja. Ayres notó que su número había menguado considerablemente. Algunos de ellos cargaban a compañeros a sus espaldas.

-¡Rectifico! ¡Hemos de cubrirlos!

De nuevo, volvieron a montar sus armas. Ya asomaban soldados del Pacto por las ventanas, que empezaron a abrir fuego contra los guardias imperiales en retirada, cuando Ayres y los suyos dispararon. Machacaron de nuevo la fachada. La sargento vio desaparecer dos fusileros del Pacto en una violenta explosión de sangre cuando sus cuerpos fueron acribillados por varios proyectiles explosivos.

Los soldados de Carlo regresaban, macilentos y cansados, muchos de ellos renqueando. Cargaban sobre sus espaldas muertos y heridos. Llegaron a la zanja, saltaron el murete y se escondieron detrás. Ayres siguió machacando un poco más, hasta que hizo parar a sus hombres.

Buscó a Carlo. No lo encontró, y se acercó a un tipo con una espesa barba y las insignias de sargento mayor.

-¿Y el teniente?

Con el pulgar señaló el muro que tenía a sus espaldas.

-Con la cabeza partida en dos por una bayoneta del Pacto. Ahí dentro había por lo menos un centenar de esos tipos. Aún no sé cómo hemos sobrevivido tantos.

Ayres se quedó pensativa. El sargento rebuscó en su mochila y sacó una pequeña cantimplora de latón. El olor de alcohol le llegó a la nariz. Sus ojos estaban vidriosos.

-¿Quiere un poco? Amasec casero. Bastante peleón, pero sirve para pasar el rato hasta que Ezra logre hablar con el Cuartel General.

-¿Qué haremos?

-Lo hablamos con el teniente. Si nosotros no lo conseguíamos, que se encargara otro. Siéntese y espere. Una hora y los Gloriosos Soldaditos nos limpiarán la casa y echarán los muebles viejos a la calle.

[img:rl5ziuli]http://i674.photobucket.com/albums/vv106/feofitotu/shooter-1.jpg[/img:rl5ziuli]

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13 años 8 meses antes #50125 por Sidex
Respuesta de Sidex sobre el tema Ref:LA LIBERACIÓN DE BONAVENTURE
Buen relato, la accion quizas a sido un poco rapida, pero creo q se entiende muy bien todo, comentarios a parte, ahi hacia falta el lanzamisiles del ultimo relato o los lanzallamas del penultimo XD

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13 años 8 meses antes #50133 por Grimne
Respuesta de Grimne sobre el tema Ref:LA LIBERACIÓN DE BONAVENTURE
Vaya vaya, ¿Quiere ésto decir que podemos esperar un relato de los Soldados de Asalto de la Guardia en un futuro próximo? ¡Mola!

[img:3ppbkf6b]http&#58;//img33&#46;imageshack&#46;us/img33/6517/firma2joy&#46;jpg[/img:3ppbkf6b]

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13 años 8 meses antes #50139 por Archipirómano de Charadon
De nuevo enhorabuena Konrad. Muy chulos.

&quot;Purifica al spammer, quema al maleducado, ejecuta a los usuarios de lenguaje SMS&quot; Ordo Moderatus Imperialis.

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13 años 8 meses antes #50366 por Konrad
Respuesta de Konrad sobre el tema Ref:LA LIBERACIÓN DE BONAVENTURE
[i:1hbbis1b]Día 13. 14:00h.[/i:1hbbis1b]

-Parece ser que regresan.

Urrienz lo dijo pausadamente, sin ningún tipo de entonación. El soldado miraba por la ventana, con el rifle apoyado en el alféizar. Llevaba el uniforme sucio, y la cabeza toscamente vendada. Parecía que llevara una corona roñosa de tela ciñéndole la cabeza. Las vendas estaban sucias de polvo y sangre, y la mitad de su cara tenía regueros de sangre seca, marrón oscura.

El sargento Uriah se levantó y asomó la cabeza. Sí, regresaban. Y parecían ser más que la última vez. Un buen número de figuras de traje rojo oscuro se movían por la plaza que había frente a ellos. Avanzaban lentamente, cubriéndose tras las estatuas derribadas, los cráteres y algún vehículo civil calcinado. Hizo cuentas rápidamente: unos sesenta individuos.

Un ruido rechinante le llamó la atención. Se oía aún lejano. Pero Uriah había combatido muchas veces contra el Pacto Sangriento para saber qué significaba eso. Se habían traído los malditos acechantes para echarlos de allí.

Salió de la habitación y se acercó al rellano del piso. Asomó la cabeza por el hueco de las escaleras.

-¡Teniente, allí los tenemos! ¡Un buen número, y con acechantes!

La voz del teniente no tardó en oírse.

-¡Todo el mundo a sus puestos! ¡Que nadie dispare hasta que los tengamos a tiro!

Uriah regresó a su puesto. Cogió su rifle láser del suelo, comprobó la carga, y se apoyó en el lado izquierdo de la ventana. Sacaba sólo lo imprescindible para poder disparar. En el otro lado, Urrienz hizo lo mismo.

-Urrienz, ponte el maldito casco. Vamos a entrar en combate.

El soldado asintió, se descolgó el casco del cinto y se lo caló. No se ató la hebilla a la barbilla, y lo llevaba ladeado a la izquierda. Aunque infringía claramente el reglamento, el sargento no le iba a decir nada: sabía que la herida que tenía en el cuero cabelludo le rea especialmente molesta con el casco ajustado.

Habló para el resto de su escuadra, distribuida por el piso.

-¡Bien, ajustad la puntería! ¡Nada de malgastar munición!

Miraron cómo el enemigo continuaba el avance. Los primeros llegaron ya a la extensión llana y sin obstáculos que se extendía veinte metros por delante del edificio. Los guardias imperiales esperaban, tensos, apretando fuertemente sus armas.

Los bolters pesados de la primera planta abrieron fuego. Varias figuras de rojo fueron segadas por esa primera descarga. Intentaron retroceder hasta la cobertura, pero no pudieron. Los artilleros acabaron con su vida. El enemigo empezó a responder con fuego láser, y pronto todos los soldados del edifico abrieron fuego.

Uriah ajustó bien la puntería sobre dos soldados del Pacto escondidos tras la estatua derribada de algún ilustre personaje local. Disparó en modo semiautomático. Vio como uno de ellos caía cuando varios disparos le dieron en el pecho. El otro agachó la cabeza, y las ráfagas del sargento destrozaron las partes nobles de la estatua. Una ráfaga bien dirigida de Urrienz le voló la cabeza al otro soldado.

Rápidamente, buscó un nuevo objetivo. Un soldado del Pacto que avanzaba en busca de la cobertura de un cráter. Apuntó, y disparó una ráfaga. Los disparos le dieron en las piernas, y lo derribaron. Volvió a disparar, y lo dejó allí, tendido en el suelo.

En otro cráter, tres soldados enemigos montaban un lanzacohetes. Uriah disparó, pero su carga se agotó. Mientras estraía rápidamente el cargador y colocaba uno nuevo, Urrienz se sacó una granada del cinto y la arrojó contra el trío enemigo. La granada destrozó a uno de ellos e hizo que los otros dos agacharan la cabeza. Cuando se levantaron para terminar su tarea, los disparos del sargento y el otro soldado acabaron con su vida.

Los bolters continuaban disparando, destrozando la cobertura del enemigo y levantando nubes de polvo de ladrillo. De vez en cuando, algún enemigo era alcanzado en plena carrera o tras levantar demasiado la cabeza. Pero la mayor mortandad la causaban Uriah y su escuadra, en el último piso. El fuego del resto del pelotón había clavado al enemigo, y desde su posición ventajosa, los hombres del sargento no tenían otra tarea que la de buscar objetivos y acabar con ellos.

Un gritó resonó desde varias habitaciones más allá. Era Paulus.

-¡Señor, traen un acechante!

Lo vio. Una monstruosidad de color rojo, que avanzaba sobre sus cuatro patas mecánicas, asomaba tras uno de los edificios del troo extremo de la plaza. Parecía una grotesca mantis de metal. Con su paso bamboleante, cruzó la extensión de cráteres y restos chamuscados hasta llegar a la ornamentada fuente del centro de la plaza. Su cabeza giró, y el multiláser montado allí empezó a acribillarlos.

Apenas tuvieron tiempo de esconder la cabeza. Los rayos machacaron la fachada, haciendo vibrar las paredes. Algunos entraban por las ventanas, y dejaban enormes quemaduras en el papel descolorido de las paredes debido a la temperatura del láser. Uriah oyó un grito más allá, y entre el estruendo, un lamento.

-¡Le han dado a Paul, le han dado a Paul!

Sólo había un modo de arreglar aquello. Uriah se arrastró por el suelo, para que no le dieran los rayos que penetraban por las ventanas y los boquetes de la pared. Pasó a otra habitación. Allí, dos de sus hombres esperaban, agachados debajo de la ventana. De vez en cuando asomaban el arma por encima de sus cabezas y disparaban, pero no servía de nada. Pasó a la siguiente habitación. Allí, en el suelo, estaba Paul. Un boquete humeante le atravesaba el pecho. En una esquina de la habitación había otro soldado, con el rifle entre sus brazos esperando y rezando. Y bajo la ventana, el hombre que buscaba.

-Frito, te necesito allí.

El soldado levantó la cabeza. Como el resto de sus compañeros, iba sucio de mugre y de sangre seca, y llevaba ya una barba de dos semanas. Entre sus manos no asía un rifle láser, sino un arma más corta y con una bocacha más ancha. Aquél no era otro que Nad “Frito”, o el “señor de la freidora”, el artillero de fusión de la escuadra. Y el que les iba a sacar las castañas del fuego.

-Desde mi posición hay el mejor ángulo de tiro contra esa cosa. Quiero que la vueles.

-¿Siempre salvando la papeleta, no, mi sargento

El sargento le senrió, y se volvió de nuevo hacia su puesto. Nad le siguió, arrastrándose por el suelo. En las manos y las rodillas se les clavaban piedrecillas y cristales rotos, pero les daba igual. Llegaron a la habitación. Urrienz asomaba levemente la cabeza. Los disparos seguían golpeando la casa, pero sonaban un poco más lejanos. Y los gritos provenían de los pisos de abajo.

-Ha venido otro más, sargento.- Urrienz estaba apoyado contra la pared. Temblaba debido a los nervios y la adrenalina.- Están machacando los pisos de abajo, y la infantería avanza. Se nos están echando encima.

Uriah asintió. Lanzó una exhortación en dirección al pasillo, para que lo oyeran el resto.

-¡Venga, saquemos los jodidos rifles y démosles un poco de marcha a los de la calle!

Se asomaron por la ventana. Los disparos desde la casa se habían visto muy mermados en intensidad. Y el enemigo avanzaba. Sin duda habían recibido refuerzos. Uriah contó más de un centenar de enemigos avanzando por allí fuera. Y dos acechantes. Uno avanzaba desde la esquina más lejana, mientras que el otro se refugiaba parcialmente tras la fuente.

-¿Frito, les puedes dar?

-Puedo apostar mis huevos a que sí.

Uriah abrió fuego en automático sobre la multitud de enemigos que avanzaban sin preocuparse de la cobertura. Pronto, siete rifles más se sumaron al suyo, y las filas enemigas empezaron a reducirse. Su avance titubeó, y muchos empezaron a retroceder y buscar cobertura. El acechante más próximo hizo rechinar sus engranajes y su multiláser dejó de destrozar las posiciones de la escuadra de Rilken en el segundo piso y les apuntó a ellos.

Antes de poder disparar, no obstante, se oyó un siseo. El aire se recalentó cuando una brillante lanza de un intensó color naranja dio de lleno contra el cuerpo principal del acechante. La lanza se convirtió en una bola de gas supercaliente que hizo estallar las baterías de munición del acechante. La máquina se derrumbó sobre el suelo, humeante, con el habitáculo y su piloto convertidos en una misma masa de metal fundido.

El otro acechante giró sus armas, buscando al verdugo de su compañero. Antes de poder disparar, su multiláser fue reducido a una bola de metal chorreante por otra descarga de fusión. Desarmado, vio que no tenía ninguna posibilidad, e intentó buscar refugio retirándose hacia los edificios del otro extremo. Pero no pudo avanzar más cuando otro disparo del rifle de fusión le dio de lleno en una de las articulaciones de las patas. La articulación se fundió, y el segmento distal quedó separado del resto del cuerpo. El acechante cayó al suelo, herido y humeando.

Tras librarse de los disparos del enemigo, las escuadras de los pisos inferiores pudieron volver a disparar. Los bolters rugieron, y empezaron a destrozar las filas enemigas. Uno de ellos concentró su fuego sobre el habitáculo del acechante derribado. Los proyectiles explosivos destrozaron el blindaje ligero. El acechante empezó a arder cuando se incendió el combustible.

El enemigo vio que su apuesta estaba perdida. Empezaron a retirarse, aprovechando la cobertura al máximo, y respondiendo esporádicamente al fuego imperial. Uriah y sus hombres derribaron a más de una docena en la retirada, abatiéndolos por la espalda. Cuando los últimos enemigos desaparecían entre los edificios al otro lado de la plaza, bajaron sus armas.

Hizo un repaso general al panorama. En el suelo acribillado de la plaza, había más de cincuenta cadáveres enemigos. Los retos de los dos acechantes aún ardían. Calculaba, y no era a ser pretencioso, que habían logrado detener el avance de una compañía del Pacto Sangriento. Quizás un par de pelotones enemigos yacían ahora, fríos e inertes, en el suelo de la plaza.

Ésa había sido su tercera intentona aquel día, y la más dura. Les había costado un poco, pero la habían rechazado. No creía que volvieran a intentarlo.

Y sí volvían, volverían a rechazarlos.

[img:rl5ziuli]http://i674.photobucket.com/albums/vv106/feofitotu/shooter-1.jpg[/img:rl5ziuli]

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13 años 8 meses antes #50371 por Grimne
Respuesta de Grimne sobre el tema Ref:LA LIBERACIÓN DE BONAVENTURE
Konrad escribió:

...en el cuero cabelludo le rea especialmente molesta ...

Mientras estraía rápidamente el cargador...


¡Ohoho! ¡Errores de ortografía! ¡Esto es por completo inaceptable! ¿Qué diría el alto mando? O peor aún, ¿Qué diría el Comisario?

:laugh: :laugh: :laugh:

Es broma, está bien el relato.

Envio editado por: Grimne, el: 2010/08/12 16:42

[img:3ppbkf6b]http&#58;//img33&#46;imageshack&#46;us/img33/6517/firma2joy&#46;jpg[/img:3ppbkf6b]

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