LA LIBERACIÓN DE BONAVENTURE

13 años 8 meses antes #50564 por Iyanna
Respuesta de Iyanna sobre el tema Ref:LA LIBERACIÓN DE BONAVENTURE
¿Tú te imaginas que de repente a Marneus le entran ganas de, no sé, sacarse un moco? :silly:

Mira esta otra: Marneus Calgar en el Retrete del Emperador

Archivo Adjunto:



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Sorry Grimne, lo siento, tenía que postearlo, esque me ha hecho gracia en cuanto he visto la imagen en el blog de Agramar.

Envio editado por: Iyanna, el: 2010/08/18 00:42

[url=http://img140.imageshack.us/i/mynameisiyanna.png/:15vblpdf][img:15vblpdf]http://img140.imageshack.us/img140/3187/mynameisiyanna.png[/img:15vblpdf][/url:15vblpdf]

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13 años 6 meses antes #52120 por Konrad
Respuesta de Konrad sobre el tema Ref:LA LIBERACIÓN DE BONAVENTURE
[i:2l5x9acn]Día 14. 7:25h.[/i:2l5x9acn]

El teniente Gills corría con la cabeza gacha, mientras rayos láser y proyectiles silbaban en el aire. Rayos láser carmesíes impactaban en las baldosas de la escalera, dejando leves quemaduras en la piedra gris desgastada. Las balas impactaban contra el suelo, excavando pequeños cráteres y levantando guijarros que se estrellaban contra su cara. Frente a él, un soldado recibió un impacto en el pecho, que lo lanzó escaleras abajo. Gills no se detuvo, y ni siquiera se giró para mirar como su cuerpo rodaba y rebotaba en los escalones acribillados. Su mundo se limitaba a los escasos metros que lo separaban de la cobertura. Todo su ser se concentraba en recorrer esos escasos metros de baldosa acribillada antes de que un disparo enemiga acabara con todo.

Resoplando, recorrió esos últimos metros. Se lanzó tras el muro bajo que separaba el rellano que acababa de cruzar del siguiente. Tras aquel muro, se escondían varios de los soldados del quinto pelotón, el de Sander. Sucios y cansados. Maldecía la brillante idea de lanzarse escaleras arriba al asalto.

Ahora, ya encontrándose en un lugar seguro, se permitió detenerse a contemplar el mundo a su alrededor y pudo hacer una valoración de la situación. La compañía avanzaba calle arriba. La calle no era otra cosa que una escalera que ascendía entre edificios de varios pisos de recargada arquitectura gótica, muchos destrozados por los bombardeos. Era bastante ancha, pero al estar delimitada por los edificios, se había convertido en un estrecho corredor donde el fuego cada vez se hacía más denso. Gills juraría que había visto las balas explotar en el aire al chocar entre ellas. En medio de aquel caos, los soldados tenían que avanzar. Y claro, de vez en cuando morían.

Por si no fuera suficiente con la lluvia de muerte que caía sobre ellos, estaba el ruido. A la cacofonía de los crujidos agudos del láser, el estallido de los morteros, el gorjeo de los lanzallamas y el grave retumbar del bolter, todo ello mezclado y servido con los gritos e imprecaciones humanas propias de cualquier combate desde tiempos inmemoriales, se le unía otro ruido más. La jodida artillería pesada. Las horrísonas explosiones destrozaban la ciudad trescientos metros calle arriba, unos cincuenta metros más arriba en la colina. Aún distantes, las explosiones tapaban cualquier otro ruido. Eran el aullido de algún dios enfurecido, por encima de las mundanas preocupaciones y dolores de los simples humanos.

Brillante también había sido el plan de ataque. Lo habían llamado una “cortina de fuego”, tras la cual avanzarían los soldados imperiales. La artillería machacaría al enemigo, y detrás, la infantería imperial limpiaría el terreno. Eso era la teoría. Y la teoría, como siempre, funcionaba a las mil maravillas.

La práctica, hacía más de una hora que la estaban viviendo. El enemigo no siempre moría aplastado bajo los cascotes, como se supone que debería hacer según lo planeado. De acuerdo con el plan, el bombardeo imperial machacaba una zona un tiempo reducido, para intentar no solaparse con el frente imperial. Resultado: en muchos lugares, el enemigo salía de sus escondrijos y destrozaba impunemente los estúpidos que subían por las escaleras. Los comandantes deberían saberlo; el enemigo no solía morirse con la facilidad que uno planea, así que un breve bombardeo difícilmente serviría de algo. A veces ocurría todo lo contrario, y el bombardeo había sido sumamente eficiente: no quedaba enemigo con vida. Y entonces, los soldados imperiales avanzaban tanto que les caían sus propias bombas encima. La clase de situación que en la jerga de los escalafones bajos de la Guardia imperial se conocía como "jodidamente jodida".

En un despacho, todo estaba yendo a las mil maravillas. En una hora, había avanzado mucho más que en una semana. Eso Gills no lo iba a negar. Pero en una hora, había visto caer ya a una cuarta parte de la compañía. Pero eso era de escasa relevancia: podían lanzar compañías escaleras arriba, una tras otra, hasta tomar la maldita Ciudad Escalonada. Las listas de bajas eran un puro trámite burocrático en la Guardia Imperial. Lo importante era el objetivo. Daba igual cuantos hombres como Gills hicieran falta para logralo.

Se rascó la barbilla, acariciándose los pelos duros y puntiagudos que le raspaban las yemas de los dedos. Contempló el panorama calle arriba. En el replano siguiente, tras un tramo de veinte peldaños, estaba el enemigo. Varias armas pesadas disparaban desde allí, acribillando cualquier necio que se asomara más de la cuenta. Bien, tendrían que hacerlas callar. Cogió del hombro al soldado más cercano.

-Soldado, te presentas voluntario para una misión de enlace. Ve a ver a los muchachos de los morteros, y diles que limpien eso de allí arriba.

El soldado le miró, clavó los ojos en las escaleras, y le volvió a mirar.

-¿Eres corto, acaso? Baja a ver a los de morteros, y diles que vuelen eso de una puta vez. ¿Lo entiendes?

-Pero, señor…

-¿Que te pueden abrir la sesera? Lo sé, y francamente, me importa una mierda. Tú ve y diles que empiecen a calentar a los de allí arriba, sino quieres que los de arriba hagan picadillo a la compañía entera.

El soldado siguió allí quieto. No iba a moverlo, de eso estaba seguro el teniente; estaba aterrorizado. Gills decidió que no merecía la pena seguir intentándolo. No obstante, no pensaba dejar que un soldado lo desautorizara de ese modo. De un puñetazo, lo tumbó al suelo. El soldado se incorporó tras recibir el golpe, con la nariz chorreando sangre. Ni siquiera hizo ademán de intentar limpiársela.

-A la mierda contigo. Si sales de ésta, juro que te voy a empapelar.- Se dirigió a otro de los soldados.- Tú, demuéstrame que alguno de los del quinto pelotón no es un cobarde como este payaso.

El nuevo voluntario se levantó, y empezó a correr escaleras abajo, con la cabeza gacha. Vieron como se lanzaba escaleras abajo, mientras una ráfaga de bolter destrozaba el suelo donde había estado segundos antes.

-Bien, ahora todo queda en manos de los benditos morteros. Rezad al Emperador para que vuestro amigo llegue abajo y no tenga que mandar a otro.

Dio de nuevo un repaso visual rápido de la situación. Su propio pelotón, el segundo, y el quinto de Sander, estaban repartidos en los dos tramos de escaleras más cercanos al enemigo. Habían recibido una paliza considerable: varias de sus escuadras habían quedado reducidas a la mitad. No sabía si era porque se habían dormido y habían quedado rezagadas, o porque ahora mismo yacían con sus tripas aún calientes desparramadas por la escalera.

Más abajo, estaba el resto de la compañía. Las secciones de apoyo disparaban calle arriba, intentando cubrir a sus compañeros que avanzaban. Aquello era poco más que inútil: el enemigo se había colocado de tal modo que para poder disparar contra ellos, debías tenerlos justo enfrente. Los disparos lejanos les pasaban por encima. Aquellos imbéciles no hacían otra cosa que desperdiciar munición. Gills lo veía claro: cuando llegaran dondequiera que se suponía que tenían que llegar, iban a lamentar haber gastado cinta tras cinta disparando al aire.

Un aullido agudo se dejó oír. La escalera frente a ellos explotó, como si la propia tierra vomitara sus entrañas. Sobre Gills y los hombres del quinto pelotón llovieron cascotes y polvo. Y también restos humanos: un objeto pesado le dio en la cabeza y cayó en su regazo: un brazo amputado a la altura del codo, con restos aún de un uniforme rojo oscuro, y con colgajos sanguinolentos de carne donde había estado unido al resto del cuerpo. Los morteros como siempre, puntuales y eficientes.

-¡Arriba cabrones, y a por ellos!

Los soldados se levantaron torpemente, y se lanzaron escaleras arriba. Incluso el soldado aterrorizado, con la nariz aún sangrando, siguió a sus compañeros como un autómata hacia las posiciones del enemigo. Gills se lanzó tras ellos, uniéndose a un grupo de soldados que avanzaba desde la otra acera. Encontró varios rostros conocidos entre ellos. Sus hombres.

-¡Por fin juntos! Qué suerte estar con vosotros de nuevo. Enseñemos a esos meabragas del quinto pelotón cómo luchan los soldados de verdad.

Sus hombres rugieron. Saltando los peldaños de tres en tres, se lanzaron contra el enemigo. Qué alegría por fin estar entre los suyos. No es que los de Sander fueran unos cobardes ni unos malos soldados, pero eran los hombres de Sander. Otro oficial era un completo desconocido para ellos, y se sentían extraños al recibir órdenes de otro que no fuera su oficial. Y viceversa. Gills se sentía extraño dando órdenes a hombres a los que apenas conocía, de los que a veces ni siquiera sabía sus nombres.

Llegaron a las líneas enemigas. Los morteros habían castigado duramente la posición. El suelo de baldosa estaba partido y resquebrajado, y la tierra asomaba bajo él. Restos destrozados en uniformes rojos yacían como muñecos rotos. A pesar de los años que llevaba en esa guerra, Gills sintió de nuevo ese nudo en el estómago, ese encogimiento del escroto, ese frío en la nuca, que sentía cuando se daba cuenta de lo frágil que era la carne frente a la metralla.

Sus botas pisaron piedra, tierra, metal y carne por igual. Sintió crujir algunos huesos bajo sus botas, sintió las suelas de goma resbalar sobre la sangre y las vísceras húmedas y calientes. Rebasaron el rellano, y siguieron escaleras arriba. De nuevo volvió a llover fuego sobre ellos, y algunos soldados cayeron.

Gills miró a sus hombres.

-¿Algún voluntario para ir a decirle al capitán de que ya va siendo hora de que el tercer pelotón mueva el culo?

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