Capítulo 2: La Caravana del Medio Millar de Almas.

15 años 6 meses antes #18942 por Darth Averno
... me gustaría que me apuntases los puntos "previsibles"... que igual te llevabas alguna sorpresa :whistle:

(¿Amenazas yo? ¿Qué cuchillo?)

Por otro lado, lo del Leman tiene sentido hasta cierto punto. Pero para dirigir una caravana ya es un dolor de cabeza el consumo de cualquier blindado. Y el chimera (según el trasfondo posteado por Agramar) era el vehículo con mayor autonomía y menor consumo. Por tanto, además de ser el vehículo de "gama más baja", lo que refuerza la idea de la decadencia y la falta de medios de unas FDP desesperadas...

... pero ya entraré en detalles al respecto...

Por cierto, nadie me ha comentado si queda mejor/más claro el texto con un espacio extra entre los párrafos, o con los párrafos junto y la sangría...

Saludos...

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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15 años 6 meses antes #18981 por Darth Averno
SECCIÓN 4: JULIUS

El comandante Julius Garreth había vuelto a pasar otra noche en su despacho. Se encontraba cómodamente recostado en el sillón, con las botas prácticamente enterradas entre los informes que se apilaban en su mesa, a la luz mortecina del amanecer que se colaba por el ferrocristal reforzado del tragaluz superior. Tenía los brazos apoyados tras la nuca. Y su mirada clavada en el mapamundi central de Sartos IV. Lleno a rebosar de un complicado tramado de chinchetas de diferentes colores, banderines y líneas escritas sobre el papel. El resto de la pared estaba empapelado con otras tantas copias del mapa, además de diferentes cartografías y topografías realizadas con diferentes sistemas. Muchas de ellas tenían zonas pintadas de diferentes colores, según su motivo. Pero todos los mapas coincidían en dos detalles: mantenían un título encima de ellos, y un folio agarrado en cada lateral explicaba la leyenda del mismo.

Sus ojos continuaban fijos en el mapa central. Su título era “Situación General”. Le asombraba comprobar su capacidad de pasar horas contemplando la información que contenía la pared, tomándolo hasta cierto punto como algo relajante. Convenciéndose que estaba dirigiendo toda la maquinaria bélica que disponía en la dirección adecuada, manteniendo una ventaja vital ante los enemigos.

Pero nada le podía rebajar la angustia le reptaba por el estómago. Mirara a donde mirara, recorriendo aleatoriamente la caótica composición ante él, salpicada por miles de marcas, sus ojos terminaban siempre sobre la pequeña chincheta blanca con la letra “C” pintada en verde.

Las velas de su mesa se habían extinguido durante la noche, mientras había podido cabecear su sueño intranquilo. El resto de útiles de iluminación, compuesto por antorchas y cirios repartidos por la sala no había llegado a ser utilizado. Bufó. El cansancio le había podido de largo, y había trabajado menos de lo que había esperado. Llevaba demasiado sin descansar lo suficiente. Quizá era ése el motivo por el cual se sentía intranquilo. La percepción y objetividad de un hombre agotado era más que discutible.

Se estaba justificando. No podía perder el tiempo divagando de ese modo. Tenía cosas que hacer. Con determinación, levantó su cuerpo del sillón en una dolorosa incorporación. Con un movimiento titubeante llegó a una puerta semienterrada detrás de una entre tantas estanterías repletas de libros, por donde entró a un pequeño aseo. Se lavó la cara con agua fría. Notó como se despejaba. Advirtió como su juicio se aclaraba y volvía a encajar toda la información de un modo matemático. Levantó la cabeza y mantuvo su propia mirada contra el reflejo del espejo. La tensión y el cansancio eran patentes en su rostro.

El no conocer el estado de “la caravana” estaba siendo una presión insostenible. Apretó los dientes. Tendría que haber entrado ya en la “zona blanca”, pero no había recibido ninguna comunicación. Le remordía la conciencia el hecho de que había mandado la creación de dicha caravana instigado por la desesperación. Después de todas las decisiones fríamente calculadas durante los años, consiguiendo la construcción, paso tras paso, de un poderoso bastión defensivo, se había visto obligado a asumir un riesgo.

Si todo salía bien, ganarían una autosuficiencia necesaria para resistir casi cualquier envite enemigo durante un tiempo ilimitado. Si todo salía mal, habría perdido a sus mejores hombres, y probablemente toda la esperanza de supervivencia.

Supervivencia. ¿Cuándo había enterrado los conceptos de “Victoria” o incluso de “Venganza”? ¿Quizá cuando había tenido que eliminar a parte de las fuerzas Imperiales que habían sido enviadas para apoyarles? ¿O cuando había constatado a la tercera fuerza bélica del planeta, mucho más terrorífica que los herejes y caóticos?

Bufó y se pasó la mano por el pelo corto y gris. Sus rasgos definidos y duros acompañaban la mirada llena de determinación que había unido a las miles de almas que moraban en Fuerte Victoria. Sabía que se había convertido en la firme mano que guiaba a los supervivientes en la oscuridad. No podía permitirse el lujo de que notaran la duda que albergaba su corazón. Tenían que tener fe total en su líder. Porque jamás podrían volver al punto cuando todo había comenzado.

Tendrían que continuar hacia adelante.

Hoy hacía siete años.

No había marcha atrás.

Se mesó la barbilla. Con movimientos mecánicos, empezó la rutina del afeitado diario. Mirando fijamente a las pupilas que le observaban desde el espejo.

El brillo inextinguible de la determinación fue creciendo en ellas.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

El soldado encargado de las trasmisiones continuaba incesantemente su trabajo. Con los auriculares firmemente sujetos a su cabeza, iba rotando las pequeñas clavijas del sistema de comunicaciones que tenía ante él. Navegando entre las ondas, buscando entre ellas cualquier señal amiga, o, en el peor caso, enemiga.

Con la otra mano, escribía sobre los folios de su portapapeles. Apuntaba más y más datos, que se tornaban en comillas de la frase “no ha habido señal” de la primera fila. Sobre el informe que pasaría sin filtrar al mismo Comandante Garreth. Todo el mundo conocía que éste era un fanático de la información, la matemática y la estadística. Aunque no fuesen las características más habituales en un alto cargo militar, de momento estaban resultando acertadas para lidiar contra los múltiples enemigos que podrían invadir Fuerte Victoria.

Paseó la mirada por el resto de la sala donde se encontraba, mientras sus oídos permanecían atentos al continuo chasquear de los auriculares. En la penumbra, se perfilaban decenas de sistemas de comunicaciones. Yaciendo inútilmente en sus puestos, ante las sillas vacías de los operarios.

Fuerte Victoria había tenido un potente sistema de comunicaciones, tanto a nivel planetario como de sistema. Recordó cuando había entrado en ésa misma sala por primera vez. Se había encontrado entre varios cientos de camaradas, cada uno de ellos con una tarea específica. Pasando informaciones a otros puntos del planeta. Codificando y descodificando mensajes. Incluso filtrando información que llegaría directamente a la Gobernadora Planetaria, la Excelentísima Señora Victoria Van Garde.

Y ahora, después de que el Infierno se hubiese desatado, resultaba imposible mantener los canales abiertos durante todo el día con dos operarios. Le resultaba ridículo el saber que, en caso de que llegase información importante, tendría que salir él mismo a llevarla a un superior. Pudiendo perder los mensajes que aconteciesen mientras.

Además de la preocupante falta de hombres preparados, el nerviosismo estaba filtrándose profundamente en las entrañas de Fuerte Victoria. Se empezaba a extender el rumor que el Comandante, antaño seguro y confiado en sus números, acumulando victorias sobre el enemigo, empezaba a perder capacidades. La gente olvidaba rápidamente a los héroes.

De todos modos, los motivos se habían mostrado de manera objetiva. Inexplicablemente, las últimas caravanas habían sufrido mayores contratiempos de los previstos. Muchas de ellas no habían vuelto jamás. Varios sistemas vitales de la frágil comunidad que había dentro del fuerte también habían comenzado a fallar. La purificación mecánica del agua o la filtración del aire había sufrido graves desperfectos. Como consecuencia, algunos brotes aislados de diversas enfermedades habían causado varias muertes entre la población civil.

Los percances espoleaban las imaginaciones de los habitantes del fuerte, tanto militares como civiles. No era difícil encontrar a algunos iluminados que cuchicheaban sobre un complot. Otros paranoicos incluso señalaban que el problema se solucionaría con otra purga interna. Se estaban mezclando los peligrosos ingredientes que alimentaban la desconfianza y el temor en los hombres.

Llegando a este punto de pensamiento, el soldado terminó de apuntar en la página y pasó a la siguiente. Sin necesidad de mirar el encabezado, cambió los canales y las frecuencias para hacer el nuevo barrido. Esperó unos instantes jugueteando con el símbolo del águila imperial que sobresalía en la mesa mientras las antenas se reorganizaban y la parrilla de luces tomaba el color verde. Hasta que todo estuvo operativo nuevamente.

Inesperadamente, entre el continuo chisporroteo de la estática, se escuchó un murmullo sutilmente diferente. Sorprendido, el soldado se puso tenso y empezó a mover los controles para refinar la onda. Clavó los ojos en un punto indefinido de la pared y sintió cómo se alejaba o acercaba al sonido con los leves movimientos de los mandos.

No había error. Era una voz humana

–… bon al ha… erte vic… mos desde la… en zona…

El soldado de comunicaciones no pudo evitar una risa nerviosa. Giró un poco más un control, pudiendo resaltar todavía más la voz entre el susurro de las ondas muertas. Con un espasmo, se dio cuenta que había pasado algo por algo. Golpeó con rapidez un botón que lanzó la rutina de grabación del mensaje. Respiró profundamente para tranquilizarse. Sería el portador de una más que buena noticia.

–… Sargento Tho… bon al ha… recibe Fuerte Vic… nicamos desde... mos en zona blan… aquí Sarge… Barbon…

Se acercó el micro nerviosamente. No podía mejorar la señal, pero ahora podría intentar comunicarse con ellos. Mientras su mano recorría el espacio que le separaba al botón para comenzar su trasmisión, otra voz entró en las ondas.

El soldado, con el movimiento congelado, la escuchó. Notó como se le erizaba el vello de la nuca, mientras un escalofrío de puro terror le recorría la espalda. Revisó varias veces las frecuencias en las que se encontraba, por si se había equivocado. Pero no era así.

Dándose cuenta de golpe, gritó y tiró los auriculares a la mesa. Salió corriendo como un poseso en busca del Comandante.

Eran, con diferencia, las peores noticias de los últimos siete años.

FIN DE LA SECCIÓN 4: JULIUS.

A partir de ahora, debido a que he tenido problemas para poder cortar las secciones (me salen hasta tres veces más extensas que lo habitual), lo que haré será subirlas en trozos más pequeños. Por otro lado, aumento la aparición de secciones nuevas. Cada par de días, más o menos.

Espero que me digáis algo. (O no).

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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15 años 6 meses antes #19176 por Darth Averno
SECCIÓN 5: TUMBA.

El Comandante Julius Garreth, finalmente aseado, se colocó su ajada gabardina gris sobre la armadura de caparazón. La fijó en un par de movimientos mecánicos. Se ciñó tanto el comunicador como la pistola láser al cinto. Utilizando ambas manos, se caló su gorra, de un gris oscuro con la visera curvada. Finalizó su atuendo colocándose unos resistentes guantes de cuero negro. Y agarró su grueso cuaderno de control, que introdujo en su gabardina.

Vestía exactamente igual que cualquier otro sargento de las Fuerzas de Defensa Planetaria de Sartos IV. Aunque había sido ascendido al puesto de Comandante debido al vacío de poder después de la traición de la Gobernadora, desdeñaba todo lo que aparentase un rango superior. Odiaba cualquier atuendo que se pareciera al de los comisarios, por ejemplo. Nada que se aproximase a ése aura de prepotencia. Creerse superior por vestir totalmente de negro, o por tener el dudoso honor de poder ejecutar a sus propias tropas era una auténtica necedad. Tan sólo había que ser estrictamente correcto siguiendo las normas. Cuando la doctrina diaria estaba inflexiblemente enraizada en los corazones de los soldados, todo funcionaba por sí mismo. Aunque estuviesen en un estado de sitio, los hombres tenían que mantener sus vestiduras limpias y presentables para una inspección. Debían afeitarse todos los días, y tener el pelo corto, como mandaba el código militar sartosiano. Y mientras estuviese él al mando, así sería.

Enfrascado en sus pensamientos, metió una mano en su bolsillo y sacó una pequeña piedra redonda, la cual llevaba el escudo de las FDP sartosianas grabado. Empezó a jugar con ella mientras bajaba por unas estrechas escaleras de piedra. Al no tener iluminación directa, cada varios metros había una antorcha encendida.

El Fuerte donde se encontraban era un auténtico despliegue de medios de los estrategas sartosianos, puesto que estaba dentro de la montaña. Se había construido de modo que resultaba prácticamente inexpugnable desde el exterior. Se erigía como un colmillo romo al borde de un profundo precipicio. Un grueso aro de ferrocemento, de más de cuarenta metros de superficie, lo circundaba, ascendiendo por toda su superficie como una espiral. Se veía completamente repleto de almenas y posiciones de artillería ligera en la parte inferior y pesada en la superior. Con la mayoría de los puestos de combate descorazonadoramente vacíos. Mantenía sobre el aro campos de cultivo y los barracones de los soldados que mantenían la guardia, que recorrían toda su extensión desde la base hasta la cumbre del Fuerte, en grupos de dos. La ruta entera les llevaba bastante más de una hora para completarla.

La entrada hacia el acceso frontal del Fuerte estaba totalmente despejada. Tenía ante sí varios kilómetros de lisa ladera de montaña, sin ninguna cobertura para el enemigo. La vista llegaba libremente hasta las suaves lomas que había atrás, que tapaban los edificios más bajos de la ciudad destruida de Elayana, la antigua capital planetaria.

El Comandante fue cambiando de camino de modo mecánico, paseando por las entrañas del pétreo Fuerte. Pasó tanto por pasillos metálicos por los cuales sus botas levantaron fantasmagóricos ecos, como por pequeñas cavernas de almacenaje de productos. Recorría su camino inconscientemente, eligiendo la dirección correcta cada vez que se encontraba con una bifurcación. Sin necesidad de comprobar las placas que rezaban hacia dónde dirigía cada pasillo. Si se lo hubiesen pedido, podría incluso haber recitado todas las oraciones que habían escritas en los pequeños altares, con forma de águila, que había en cada intersección.

Finalmente llegó al metálico puente colgante. A una veintena de metros del suelo, sobre la colosal maquinaria que gestionaba el acondicionamiento general del Fuerte. El auténtico corazón de los supervivientes hacinados allí. Desde donde partían millones de cables y nervios metálicos, que recorrían miles de caminos diferentes, atravesando la roca viva o ensamblándose a otros extraños dispositivos. Zumbando de un modo constante.

Era con diferencia la sección de todo el Fuerte que precisaba mayor control humano. Tres escuadras de diez expertos cada una se encargaban de su mantenimiento de modo constante. Comandadas por el Tecnosacerdote Visioingeniero Diago Persus.

El Comandante Julius Garreth se ubicó en un punto en concreto del puente. El pasamanos tenía una parte más ancha, donde apoyó su cuaderno. Lo fijó con unas pequeñas mordazas. No estaría bien que la valiosa libreta pudiese caer los metros que le separaban del suelo, sobre la más que importante maquinaria. Sacó su comunicador y abrió la trasmisión por un canal en concreto. Veía algunos hombres vestidos con batas blancas recorriendo los pasillos que formaban los cientos de componentes apilados, desde pequeñas turbinas hasta moles grandes como tanques. Pero no encontró con su mirada al seguidor del Dios Máquina, con su capa roja y su capucha sobre la cabeza.

–Comandante Julius Garreth al habla. Reporte la situación actual, Excelentísimo Visioingeniero Diago Persus. –Su voz generó unos ecos que fueron rápidamente engullidos por el constante zumbido de la inmensa sala.

Había sido un auténtico golpe de suerte el haber encontrado al visioingeniero entre los supervivientes del Fuerte. Sin él, hubiesen estado condenados desde el principio. La parte mala era que el adorador del Omnissiah lo sabía.

–Buenos días, Comandante. Seguimos con los malditos problemas por aquí, señor. El sagrado Espíritu Máquina está furioso, y no disponemos de herramientas para aplacarlo. Si tuviésemos el generador de flujo lateral que le pedí, podría destilar más aceites que me ayudarían con mi tarea. El sensor de control de energía muestra datos erróneos, pero necesitaría poder extraer el filamento de arconio de la unidad de almacenamiento, para que así…

Julius escuchó la atropellada voz de su interlocutor. No entendía apenas nada de lo que decía, pero no le importaba. Era una maldita costumbre ya. Cuando el visioingeniero se cansase de su propia retahíla de lamentos diarios, le daría la única información que le resultaba útil.

–… además que, como le he dicho en más de una ocasión, esta maquinaria es mucho más compleja que un simple vehículo. No quiero decir con esto que no sea capaz de comunicarme con su espíritu latente, por el Emperador, sino que es algo diferente. Además, mi trabajo siempre se ve ralentizado por las escuadras a mi mando. ¿No hay posibilidad de convertir en un servidor a alguno de estos hombres? Muchos de ellos podrían mantener una cadencia de trabajo superior con tan sólo los implantes de…

Julius sintió una punzada de impaciencia. Normalmente consentía los desvaríos de su interlocutor. Pero quizá hoy no era el día. Quizá estaba demasiado cansado.

–Le he pedido el reporte diario, Diago Persus. Sigo esperándolo. –Interrumpió Julius bruscamente.

El visioingeniero calló al otro lado del comunicador. No era normal que le interrumpiesen. El Comandante supo a ciencia cierta que el adorador del Espíritu Máquina estaba dudando entre mostrarse cauteloso u ofendido. Tomó aire mientras notaba como su arrebato de impaciencia se convertía en un torrente de exasperación.

–Sigo esperando, Visioingeniero. –Repitió, levantando el tono amenazadoramente. –¿Cómo se encuentran las reservas de energía de armamento?

Quizá el Tecnosacerdote había detectado una diferencia en el tono habitual. Tal vez había decidido que, por esta vez, era mejor ignorar la ofensa y responder a las preguntas con presteza.

–Las reservas de energías siguen en recesión, señor. Tan sólo el veinte por ciento de la artillería ligera y el diez por ciento de la pesada está operativo en la dirección de la Llanura de Ares. Todo nuestro armamento defensivo apuntando hacia la Caída del Difunto está desconectado. Déjeme aconsejarle el desconectar también nuestro sistema de radar hacia la zona muerta de…

–¿Los niveles de agua potable y de riego?

–También en recesión, situándose por debajo del nivel medio, señor. Estamos teniendo problemas refrigerando algunos módulos del sistema central, así que estamos aumentando el consumo de agua. –El visioingeniero se tomó un instante para continuar. –Pero ambos puntos tendrán cierta solución a corto plazo. Se espera una fuerte tormenta en las próximas horas. Ya hemos preparado el sistema general de aislamiento ante lluvia, y los procedimientos de recogida de agua y generación de energía eólica.

Julius bufó. Aunque estaban entrando en la temporada de lluvias, si “la caravana” no llegaba pronto, la situación sería insostenible en breve. Con una mueca, garabateó con fuerza los datos que estaba recibiendo en su cuaderno. Continuó preguntado por los sistemas de aprovechamiento de luz externa, la disposición de desechos, el control de los sistemas de ventilación…

Cuando terminó, soltó el cuaderno de su anclaje y lo volvió a introducir en el interior de su gabardina. Se despidió del visioingeniero y continuó su camino.

Hacia el punto más doloroso de su recorrido diario.

+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

El Comandante Julius Garreth llegó al punto final de su ronda. Entrando a una amplia caverna, antaño puesto de vigilancia y ahora utilizada como uno de tantos barracones civiles. Aunque la temperatura en todo el Fuerte era constante, era común que en algunos puntos hubiese siempre alguna hoguera encendida. Como era el caso donde se encontraba. El humo danzaba hasta que desaparecía por un inmenso tragaluz superior, por donde se filtraban los primeros rayos del día.

Julius siempre terminaba su primera ronda diaria en ese punto. Repitiendo una y otra vez su dolorosa comunión con la vista insólita que se extendía ante él. Se había convertido en una rutina tan inevitable como el afeitado diario. Detrás de varios gruesos paneles de ferrocristal se veía la Caída del Difunto. Un aterrador abismo, coincidiendo con la parte trasera de Fuerte Victoria. Abajo del todo, desenfocado por la distancia, había un desierto de rocas que se extendía hasta el horizonte. Combinando inmensos peñascos, rocas agrietadas y zonas en las que la fina gravilla terminaba convirtiéndose en arena. Creando un mosaico de miles de dunas, tristes y estériles. Sobre las cuales el viento hacía cabalgar remolinos terrosos. Danzantes fantasmas recorriendo la tortuosa faz de una tumba inmensa.

Un cadáver asesinado a manos de sus propios protectores. Las mismas entrañas de Sartos IV.

Siete años atrás, ese erial muerto había sido un bosque hasta donde se perdía la vista. Con un espléndido lago en su interior, con agua clara como el cristal. Todo el terreno había estado envuelto en suaves lomas verdes, donde varias poblaciones agrícolas habían vivido en paz, bajo la benévola mirada del poderoso Fuerte encaramado en lo alto del barranco. Habían suministrado alimento a la inmensa capital, Elayana, que se encontraba en dirección opuesta.

Y ahora eran tan sólo un doloroso recuerdo sobre una vista muerta. Un sepulcro común, contenedor de los despojos que habían sido el hogar de la mayoría de los sartosianos del Fuerte. Una descomunal herida que continuaba más allá de donde se perdía el horizonte.

Mucho más allá. Demasiado.

Julius sacó su pipa de un bolsillo. Tallada en madera, con incrustaciones en hueso y detalles en metal. Las formas eran increíblemente bellas, combinándose todos los detalles para crear una armoniosa obra. La mantuvo sobre su mano. Con la otra se apoyó en el ferrocristal. Volvió a mirar la desolación ante sí. Como siempre, sintió la necesidad de llorar una vez más. Pero hacía demasiado que había derramado sus últimas lágrimas. Como siempre, su corazón gritó en silencio la misma palabra.

“Perdonadme”.

–La vista no cambiará nunca, Comandante.

Julius Garreth no se giró. Conocía la voz de sobra. Porque aquella mujer habitaba en aquella cueva, junto con otros muchos civiles. Y siempre estaba al lado del fuego, cerca de los ventanales.

– Y la desolación continúa durante muchos más kilómetros, Comandante. Decenas de miles de ellos. Arrasando las canteras de metales de Turg, los puestos de entrenamiento de Aorea, las preciosas cascadas de Lavoja, los interminables campos de cultivo de Mialajan… junto con mil millones de muertos… –La voz tomó aire.

Julius se mantuvo en silencio, de espaldas a su interlocutora. Mientras llenaba su pipa de hebras de tabaco, sus ojos se paseaban por la vastedad de la desolación por la que tanto había llorado. Los comentarios no le causaban ningún tipo de reacción. El desgarrador dolor que le había acompañado durante los últimos siete años era suficiente. Pocas cosas más le podrían molestar.

–A veces muchos pensamos que la Gobernadora se equivocó al detener la destrucción del planeta. –Continuó la voz. –Puede que nuestro destino fuese el de perecer junto con nuestra tierra.

Julius Garreth se giró lentamente. Mantenía la pipa con una mano. Con la otra dejó caer la pequeña piedra redonda con la que había estado jugando todo el camino al corazón de las llamas. Las pequeñas chispas que se levantaron se reflejaron en sus ojos.

–Perecer es libre, bruja. –Dijo.

El tono fue suficientemente agresivo. Los demás civiles de la cueva se removieron nerviosos. Pero Julius mantenía la mirada a la mujer que le había estado hablando. A sus casi setenta años se encontraba sentada en el suelo, vestida con harapos. El pelo enmarañado era gris. Su rostro sucio y arrugado. Mostrando una franca sonrisa de dientes llamativamente resplandecientes.

–Prefiero que me llame adivinadora, Comandante. –Replicó mirándole directamente a los ojos.

–Tan sólo necesito un motivo para ejecutarla como hereje.

–Y yo no tengo ninguno para sobrevivir. Puede disparar aquí ahora. –Dijo la vieja, señalando con un dedo mugriento al centro de su frente. La sonrisa continuaba surcando su rostro. –Pero no lo hará. Y no porque no quiera, o no porque no tenga suficientes motivos, Comandante. Sino porque le soy útil. Conozco más de medicina que cualquiera de los incompetentes que tiene por aquí haciéndose pasar por médico. Soy la única que puede atender los partos con una mínima garantía. Y, además, puedo ver el futuro…

Julius desvió la mirada a la bolsa llena de cuentas, trocitos de hueso y piedras que agitaba su interlocutora. Un montón de burdas baratijas que no eran capaces de adivinar nada. Pero la gente, cuando estaba desesperada, necesitaba creer. La adivinadora conseguía crear un equilibrio en el ánimo de la población recluida en Fuerte Victoria. Con sus clamorosas mentiras, con su pequeña aportación de esperanza, conseguía muchas veces más que con los sermones sobre el coraje, el honor y el sacrificio que él mismo repetía a los soldados.

En el fondo no se sorprendía. La había conocido antes de que fuese lo que veía ante sí.

Bufó e ignoró la risita victoriosa de su interlocutora. Se agachó y cogió unas tenazas. Agarró con ellas la piedra redonda que estaba ya al rojo vivo, y la introdujo en la cazoleta de la pipa, donde encajó con un “clic”. Inhaló profundamente un par de veces, exhalando por la nariz.

La miró entre el humo. Y se giró nuevamente hacia los ventanales.

Hoy hacía siete años.

Entonces se oyó el inconfundible sonido de una carrera, y un soldado sin aliento entró en la cueva.

FIN DE LA SECCIÓN 5: TUMBA.

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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15 años 6 meses antes #19177 por Reverendo
Me parece perfecto que las secciones sean cada vez mas grandes, en algunos momentos se echaba en falta un poco mas de claridad, por lo demas me encanta.

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15 años 6 meses antes #19229 por Sidex
Buf, muy bueno, hay rebeldes, hay carroñeros y hay los ultimso leales, que sera lo que lleva el chiemra de mando? jeje, espero impaciente la neuva entrega.

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15 años 6 meses antes #19292 por Darth Averno
SECCIÓN 6: PROFECÍA.

La adivinadora había escuchado lo que había dicho el soldado de comunicaciones al Comandante. Las peores noticias posibles. Hacía ya un rato que ambos hombres habían salido a la carrera de la cueva.

De todos modos, ella mantenía la vista fija en una piedra del suelo. No era diferente a ninguna otra en particular, pero era la que marcaba lo que estaba esperando. En la pared, a media distancia entre los ventanales de ferrocristal por donde se asomaba diariamente el Comandante y el grandioso tragaluz de la parte superior se hallaba un pequeño rosetón de medio metro de diámetro, con el símbolo de las FDP sartosianas en él. Su centro creaba un pequeño rayo de luz azulada. Que se desplazaba lentamente hacia la piedra.

Tomó aire para tranquilizarse. No le valió para nada. Estaba realmente inquieta. Se masajeaba las manos, sin poder evitar ver el desesperante círculo luminoso que se movía milimétricamente hacia su objetivo. Pasadas unas horas, el cielo se empezó a nublar y el viento empezó a susurrar ligeramente en los exteriores del Fuerte. Automáticamente, el tragaluz superior acristalado comenzó su rutina de cierre. Los sistemas de ventilación empezaron a zumbar levemente, mientras el aire externo se introducía en la cueva. Los civiles que habían trabajado en los campos exteriores de la planta superior del Fuerte empezaron a llegar, dispuestos a descansar hasta que llegara la hora de la comida.

El rayo azul perdió intensidad, pero siguió reptando por el suelo de la caverna.

El viento ululó con mayor intensidad. Pero la lluvia llegó poco a poco. Los sistemas de recogida de agua fueron generando mayor ruido mientras su rendimiento aumentaba. A la par de la conversión de la llovizna en una espesa cortina de agua que cegaba la vista de los ventanales.

Pero ella no podía pensar en otra cosa. Esperó con el alma en vilo hasta que finalmente el rayo rozó su objetivo. Quedaban tan sólo unos pocos minutos para que llegase el momento exacto. La energía se estaba concentrando para brillar de un modo extremadamente potente. Durante un instante más que fugaz. Así que no había tiempo que perder. El rito tenía que prepararse.

Se mantuvo de espaldas al resto de los civiles. No le prestarían atención, y pensarían que estaba realizando cualquier otra ceremonia que podía pasar de una simple excentricidad a una elaborada preparación de medicamentos. Todos la conocían demasiado como para osar interrumpirla.

Era un riesgo mortal el llevar a cabo aquello que tenía pensado. Si alguno de los civiles, a pocos metros detrás de ella, descubría lo que estaba haciendo, todo terminaría en una más que incómoda situación. Además, estaba también expuesta a cualquier intromisión de cualquier soldado que realizara una ronda. Pero estaba en el lugar apropiado, y el momento era único. No habría otra oportunidad tan clara como ésa. Tendría que confiar en que el papel el cual había interpretado en los últimos siete años hubiese calado en sus compañeros. Ninguno se metería en sus asuntos. Esperaba que así fuera.

Extendió una tela gris en el suelo, ante sí. Se dio cuenta de que únicamente restaban un puñado de segundos. Respirando aceleradamente, pero con movimientos pausados, sacó de un pliegue de sus harapos una pequeña caja de metal negro. La abrió con un chasquido y tomó con calma su contenido. Las cartas de cristal psíquico temblaron levemente mientras las mantuvo en su mano. Con un suspiro, comenzó a mezclarlas con suavidad. Entre sus sucias manos tenía ahora mismo una fortuna de valor incalculable. Ejércitos se podrían mover para recuperar un único naipe de los que estaba barajando.

Aunque el riesgo era asumible. Hoy era un día especial. Hoy los miles de millones de muertos y el planeta herido le podían hablar. Esa energía esquiva, tan descorazonadoramente clara para los psíquicos autorizados, podía mostrarle una distorsionada ventana que se asomaba al futuro.

Se chupó las yemas de los dedos con fruición, hasta que la carne quedó relativamente limpia. Con una pequeña navaja se practicó cortes decididos en cada dedo. Consiguió que la sangre brotara al apretarse la mano con resolución.

Hizo varias marcas en la tela con su propia sangre. Fue cogiendo, una a una, todas las cartas con su mano herida. Los naipes enturbiaban su contenido al notar el líquido vital de su dueña. Cuando terminó de marcarlas todas, empezó a barajarlas lentamente. Entonando un pequeño canto entre dientes. Con los ojos fijos sobre la piedra. Buscando el momento que el rayo ovalado estuviese totalmente centrado.

Letanías, rezos, oraciones, plegarias. Todo surgía como un suspiro desde su boca entornada. Cada segundo duraba una eternidad a sus ojos. Arropado con el rítmico mezclar de la ensangrentada baraja. Dejando a un lado la consciencia y fluyendo por el peligroso terreno del misticismo.

Hasta que notó que el momento había llegado.

Detuvo con un espasmo su movimiento. Retiró con mimo siete cartas de la baraja. Colocó a cada una de ellas en las posiciones que debían ir. En tres parejas de dos unidades, con la séptima separada de las demás. Todas se mostraban negras como la medianoche.

Esperó.

Afortunadamente, nadie había reparado en ella.

Así que nadie vio el titánico esfuerzo de autocontrol que hizo cuando el resultado se mostró ante ella. Nadie supo la angustiosa ansiedad que le atenazó el estómago.

Primera y segunda carta, El Capitán y El Rey.

Tercera y cuarta carta, El Barco y El Cataclismo.

Quinta y sexta carta, El Bebé y el Ángel.

Séptima carta, La Guadaña.

La adivinadora musitó una única frase.

–Los amos permanecen a bordo cuando el navío se hunde. Todos los que han nacido aquí irán al cielo. Al séptimo día llegará el fin.

El Fuerte iba a caer. El Comandante Julius estaba condenado. La Gobernadora, aunque se le daba por muerta, también. Junto con la totalidad de la población recluida, militares y civiles, mujeres y niños.
Todos morirían en siete días. El planeta moriría en siete días. Y ella sabía que era verdad.

Sus manos temblaban incontrolablemente. Un naipe se le resbaló y cayó sobre las piedras, rompiéndose y liberando una pequeña nube blanca de su interior.

Todo había sido en vano.

La tierra tembló. Ella gritó al borde del colapso mental. Los civiles se sobresaltaron, y los niños pequeños comenzaron a llorar. El penetrante sonido de unas potentísimas descargas llegó hasta todos ellos con violencia.

Con el rostro desencajado, respirando fuertemente y sangrando por las manos, se dio cuenta de qué estaba pasando. El orgullo de la defensa planetaria sartosiana, el Decatium Defendum, estaba disparando.

Los sucesos empezaban a recorrer el tortuoso camino hacia su destino.

Gritó.

FIN DE LA SECCIÓN 6: PROFECÍA.

Esta sección salía un poco más corta, pero ya que las estoy subiendo cada pocos días... pues se equilibra el tema :laugh:.

Por otro lado, gracias a Reverendo y Sidex por los comentarios. Por un lado, si algo no queda claro, agradezco que se me pregunte, así puedo revisarlo en el texto. Y por el otro, sí... hay varias facciones, además que el sargento Barbon habló de los "otros"... ¿quiénes serán?

Saludos

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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