Capítulo 3: La Despiadada Cosecha del Dolor

15 años 4 meses antes #23436 por Darth Averno
Bueno... pues he vuelto...

Como predije (¡menudo Nostradamus que estoy hecho!), hoy, día de mi cumpleaños, comienzo el tercer capítulo de éste relato.

Espero que os guste, sí.

Espero que me divierta escribiéndolo, sí.

Aunque lo último, de momento, ya lo hace.

Y ahora, volvamos a un planeta del vasto Universo. Veamos las consecuencias, las decisiones y las acciones que acontecerán...

Volvamos...

¡Ah! ¡Casi se me olvida!

Capítulo 1: La Estatua del Alado.
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Capitulo 2: La Caravana del medio millar de almas.
http://www.labibliotecanegra.net/v2/index.php?option=com_joomlaboard&Itemid=41&func=view&id=18009&catid=20&limit=10&limitstart=0

Siempre digo que hay que leerlos antes de comenzar con éste... y nunca nadie me hace caso... pero, al menos, ahí está la dirección ;)

Saludos...

Envio editado por: Darth Averno, el: 2008/12/11 08:55

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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15 años 4 meses antes #23438 por Darth Averno
LA DESPIADADA COSECHA DEL DOLOR.

Sección I: Bendon.

Decatium Defendum.


El arma definitiva de Sartos IV.

La estrategia de asalto planetario se tomaba como una ciencia casi exacta. Normalmente, cuando una fuerza invasora asediaba un planeta, lo primero que hacía era destruir las defensas orbitales situadas en satélites que lo circundaban. Esto alertaba a la guarnición en tierra, aunque normalmente ya era tarde. Los ataques que seguían, de modo inmediato, se dirigían a inutilizar los sistemas defensivos ubicados en la superficie planetaria.

El siguiente paso en el guión de los comandantes experimentados era el de no fijar la posición orbital de sus naves sobre los Puntos de Defensa terrestre. La probabilidad de que tuvieran algún tipo de armamento subterráneo, dispuesto ante tal tipo de ataque, era muy alta. Y, normalmente, los Puntos de Defensa disponían de una sólida estructura blindada bajo capas y capas de rocas. Eran más fáciles de abatir mediante asaltos de infantería desde la superficie que bajo poderosos ataques de Cruceros desde la órbita.

Todo esto siempre conducía al mismo epílogo. La posición ofensiva más segura y destructiva era sobre los mayores núcleos urbanos, donde la defensa orbital era normalmente menor.

Aunque aparecía entonces un gran punto negativo. Realizar un ataque desde esa posición denotaba demoler muchos manufactorums, fábricas y almacenes de armamento y alimentos. Además de segar miles de vidas de civiles. A fin de cuentas, significaba sacrificar bienes necesarios si la conquista resultaba finalmente exitosa.

Pero el comandante espacial sabía que era un pequeño precio a pagar. Tal acción generaba oleadas de refugiados, que en su ansiedad no diferenciaban el bando atacante del defensor. Propagaban pánico y terror a partes iguales. Destruían las rutas de abastecimiento. Sembraban el desconcierto y frenaban la capacidad de reacción del enemigo. Desmantelaban el sistema de comunicación terrestre y acababan con fuentes de recursos vitales para los defensores.

Era la mejor estrategia. El comandante sabio debía seguirla.

Era el camino hacia la victoria segura.

Pero había un pequeño detalle: en Sartos IV, tal acción significaba la muerte.

Los poderosos cañones láser de defensa orbital se alojaban dentro de torres de las oficinas para tareas del Administratum. Asentados silenciosos en las entrañas de los góticos edificios afilados.

Dentro la torre principal, la cual estaba llena de símbolos imperiales, totalmente recubierta de oscuras gárgolas encapuchadas, teniendo la misma apariencia lóbrega que cualquier otra cúpula del vasto Imperio del Hombre.

En diez de ellas.

Repartidas equitativamente en la periferia de la ciudad. Donde los procesos burocráticos se desarrollaban con normalidad. Donde la gran mayoría de sus trabajadores asiduos ignoraban que había una gran parte hueca en su interior. Ni tan siquiera alguno de ellos podría llegar a notar como el cañón se colocaba en posición, gracias a los gruesos paneles de absorción de impacto que recubrían la oquedad.

Además que este aislamiento dejaba una pequeña holgura. Suficiente para que el demoledor armamento se pudiese mover unos pocos grados. Justo como para poder apuntar a un objetivo que se encontrase a un centenar de kilómetros sobre él.

Gracias a una potente y equilibrada suerte de engranajes, sistemas de poleas y tensos nervios metálicos, los poderosos cañones de artillería espacial descansaban en un estrato inferior. Compartiendo su lugar con toda la colosal maquinaria que les abastecía de energía. Ocultos, a la espera de realizar su devastadora tarea. Bajo centenares de metros de ferrocemento reforzado con planchas de tosco blindaje que componían los robustos cimientos de una ciudad de un millón de habitantes.

Un arma terrorífica. El poderoso Decatium Defendum.

Después de la guerra, tan sólo siete de sus cañones estaban operativos.

Tan sólo cinco se podían alinear.

Tan sólo dos impactaron de lleno.

+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++



El Crucero de Asalto Letanía de Sangre se encontraba sobre Sartos IV.

Sobre la Capital Planetaria. Una ciudad arrasada por una guerra lejana. Elayana.

En posición geoestacionaria.

Hacia donde los poderosos rayos de energía concentrada se dirigieron.

+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

La sacudida fue brutal.

Todo ocurrió simultáneamente. Los Adeptus Astartes de la Cúpula de Mando salieron disparados en diversas direcciones. Los servidores rebotaron por la sala. Tanto el navegante como el astrópata, fijados en sus asientos, comenzaron a chillar. El intenso bramido de las explosiones empezó a golpear como un martillo. El Crucero se retorció, temblando, zarandeándose, mientras las notas más agudas, por el lamento inconsolable del metal al desgarrarse, taladraban los oídos. La luz se había ido. Las pantallas estaban apagadas.

Pasó un segundo.

Explosiones. Temblor. Confusión.

Empezó a desgranarse otro segundo. De esos que duraban una auténtica eternidad.

Una luz rojiza bañó al desconcertado Puente de Mando

Una mano enguantada se aferró con furia a un extremo de la Mesa de Mando. El cuerpo de su propietario se levantó. Era Lariel Heat. Era el Hermano Capitán de la Sexta Compañía de los Ángeles Sangrientos. Mientras se ponía en pie, sus ojos refulgían, irradiando una concentrada dosis de ira pura.

-¡¿Qué ha sido esto?! ¡Informe, Señor Bendon! –Rugió.

El resto de los Adeptus Astartes se empezaron a incorporar. La nave continuaba temblando, mientras las explosiones internas retumbaban imparablemente. Salvo los gritos incoherentes de los dos peleles atrapados en sus Tronos de Navegación, no se escuchaba ninguna otra voz.

Los Ángeles Sangrientos se incorporaron en silencio. El Capellán tenía las mandíbulas apretadas, y la mirada fija al frente. El Bibliotecario, Lartos Oniasen, aplastó la vela perfumada con su mano enguantada de color azul, y quedó a la espera. El Sacerdote Sangriento, Sammael, se sentó nuevamente en su sillón. El Tecnomarine en Jefe, Marcus, se lanzó hacia un lateral del Puente de Mando, apartó a un servidor que estaba en el suelo con el cuello partido, dándole un fuerte puntapié, y se ancló a la consola de mandos. Comenzó a conectar dispositivos por toda su armadura, mientras entonaba una rítmica letanía, empapada en urgencia.

El Capitán Lariel Heat también estaba totalmente de pie. Su orden había rebotado por la sala. Sus ojos estaban fijos en el área por donde el Señor Bendon se incorporaba trabajosamente.

El Señor de la Letanía de Sangre siempre había sido un paradigma de la pulcritud. Así que, a raíz del duro golpe, mostraba una estampa peculiar. La impoluta chaqueta estaba descuadrada sobre su cuerpo, rasgada en varios puntos. Estaba despeinado, y su cabello gris estaba tintado por la sangre que manaba de una profunda brecha que tenía en la cabeza. El líquido vital resbalaba por su cara y le cegaba el ojo derecho. Pero no dudó. Con rápidos y elegantes movimientos, sacó un pañuelo de un blanco inmaculado y se limpió para aclarar su visión. Luego se lo fijó sobre la frente para evitar que su trabajo pudiese ser interrumpido.

Los hombres se mantuvieron firmes mientras la nave sufría otra dura sacudida. El humo empezaba a filtrarse en la sala, trayendo el inconfundible aroma de la destrucción. Los cacofónicos gritos del astrópata y el navegante subían y bajaban de intensidad. Las siguientes explosiones encadenadas hicieron que algunos servidores que ya se habían levantado volvieron a salir despedidos.

Pero la Cúpula de Mando se mantuvo de pie. En silencio.

-Dos impactos directos, Capitán. Bahía Cuatro-B y Sala de Motor II. Explosiones descontroladas. Pérdida de movilidad del Crucero. Pérdida de oxígeno elevada. Coro astropático dañado, imposibilidad de establecer comunicaciones de nivel alfa o superior. –Comenzó el Señor Bendon, con voz átona. Conforme iba dando datos, la Mesa de Mando se iluminaba, pero los hologramas parpadeaban y se difuminaban sin mostrar nada en concreto. –Sistemas dañados a un 62%. Armamento defensivo inutilizado. Probabilidad de explosión del Crucero… 70%.

La última frase cayó como una losa sobre los guerreros. Era indiscutible. Estaban prácticamente condenados. Cualquiera de las explosiones que les sacudían podría reaccionar en cadena. Y ser la última de sus vidas.

Pero eran auténticos Adeptus Astartes. Y eran la Cúpula de Mando de una Compañía completa. Así que su rol estaba grabado en cada gota de su sangre. Se mantendrían en silencio. Y sus ojos permanecerían fijos sobre un hombre.

Un Adeptus Astartes de armadura carmesí, envuelto en una capa negra. Con ambos puños apoyados sobre la Mesa de Mando. Cuyo cerebro trabajaba a pleno rendimiento. Habían demasiados frentes abiertos. El Capitán Lariel Heat sabía que lo primero era establecer las prioridades. El mapa de acción se iluminó en su cerebro. Pero no llegó a abrir la boca.

-Las probabilidades de evacuación son casi nulas, Señor. –Comenzó a decir el Señor Bendon, mirándole directamente. – La probabilidad de pérdida del Crucero Letanía de Sangre está muy por encima del cuarenta por ciento. Le aconsejo que abandone la nave de modo inmediato.

Lariel Heat se congeló en ése momento. Había hecho una valoración de prácticamente todas las posibilidades en un breve instante. En su mente, los posibles caminos a seguir se habían formado con la velocidad de un relámpago. Y se había saltado un punto más que importante.

Maldijo. Esto no podía estar pasando. No le podía estar pasando a él. Las palabras del Señor de la Nave, el Señor Bendon, se denominaban como el “primer aviso de evacuación”. Pero la punzada de ansiedad no era por ése motivo, sino por su consecuencia directa. ¿Acaso estaba valorando el Señor Bendon el invocar la “Gracia del Almirante”?

La puerta de acceso al Puente de Mando se abrió con un chasquido. Entraron los seis sargentos de las escuadras restantes de la nave. Los rostros serios y expectantes. A la espera de instrucciones. También eran orgullosos Ángeles Sangrientos. Ninguno sabía en qué segundo podría estallar el Crucero y acabar con sus vidas. Aunque sus corazones modificados latían como bestias desbocadas, se mantendrían en silencio. Tan sólo esperarían las órdenes de su Hermano Capitán.

Pero Lariel Heat ni los miró. Sus ojos estaban fijos sobre los del Señor Bendon. Los flashes de información errática sobre la Mesa de Mando se creaban y difuminaban entre chasquidos, danzando entre la mirada de los dos hombres. La Letanía de Sangre iba a morir. Si el Señor de la Nave ejecutaba su comando de “Gracia”, todos los Adeptus Astartes debían obedecerle.

Otra fuerte explosión recorrió el Crucero, haciendo temblar a los hombres, mientras buscaban asidero para no caer. Los gritos de la pareja tras el trono de mando ganaron nueva intensidad. Por el ferrocristal del puente se veían restos flotantes de la nave. Entre los escombros de mayor o menor tamaño se distinguían decenas de servidores y hermanos humanos del Capítulo. Agarrotados en su mortal baile por el vacío.

Pero no había ningún Marine Espacial. Por Decreto Imperial, los Adeptus Astartes se debían encontrar en el corazón del Crucero. Eran las unidades más valiosas, por tanto debían ser los menos expuestos a los daños de combate estelar o a la eventualidad de ser absorbidos por el vacío espacial.

La Letanía de Sangre estaba girando rápidamente sobre su eje longitudinal sin control. El sistema de generación de gravedad artificial estaba funcionando correctamente. Y eso era de agradecer. Si no, los hombres estarían rebotando sin control por toda la sala. Pero el Capitán se mantenía ajeno a todo eso.

El temblor generado por la última explosión había cesado. Y otro segundo, cargado de tensión, había transcurrido.

-No pienso abandonar la nave. –Sentenció finalmente.

Su mente trabajaba a pleno rendimiento. Y no encontraba una salida obvia a lo que iba a ocurrir. Ahora mismo no podía analizar los motivos o consecuencias de sus actos, pero un terror oculto en lo más profundo de su interior le atenazaba como un sediento parásito. Notaba los ojos fijos de los sargentos sobre él. Y del resto de la Cúpula de Mando. Sabía que eran fieles hasta el extremo a la cadena de mando. Pero no sabía si sentían en sus corazones esa misma fidelidad ante la persona que les comandaba.

Porque sabían que era un recién ascendido.

Porque sabían que sus vidas estaban en sus manos.

Porque ejecutarían, sin albergar la mínima duda, la “Gracia del Almirante”, si el Señor Bendon la solicitaba.

No era justo. Lariel Heat lo sabía. Se debían preocupar del estado de la nave. Se debían preocupar de que se salvaran los hombres que había a bordo. Se tenían que preocupar de las cuatro escuadras desplegadas, sin munición real, en la superficie del planeta. Y, finalmente, se ocuparían de desollar al enemigo que les había golpeado. La orden para evitar movimientos imprudentes de capitanes orgullosos no podía estar por encima de todo eso. No lo consentiría.

Pero él no era el carismático Capitán Althan. No podía obligar a sus hombres a que confiaran en él. No podía introducir en sus almas la poderosa devoción que él mismo había sentido cuando había estado a las órdenes de tan poderoso guerrero.

-Las probabilidades de evacuación siguen bajando, Señor. –Volvió a decir el Señor Bendon. Su mirada continuaba fija. La sangre había empapado el pañuelo y empezaba a formar pequeños hilos que descendían por su mejilla. Su tono de voz era frío y mecánico. Pero había algo más. Esa mirada empañada de sangre contenía un matiz que el Capitán no podía identificar. – La probabilidad de pérdida del Crucero Letanía de Sangre está muy por encima del sesenta por ciento. Ante su negativa de su evacuación, apelo a mi responsabilidad de garantizar su seguridad por encima de cualquier otro aspecto. – Los sargentos se pusieron tensos. Quizá no les gustara que un simple humano ordenara inapelablemente la evacuación de su Capitán. Pero sabían que era una orden que debían cumplir. El mismo Lord Dante lo había dicho. El orgullo podía ser una peligrosa característica. Empezaron a mirar por dónde sujetar a su superior si éste se negaba. Tan sólo faltaban las últimas palabras del Señor Bendon.

– Por tanto, con el poder que me otorga el Edicto Naval aprobado por nuestro Señor, Lord Dante, me veo obligado a invocar la orden de “La Gra…

Click

El tiempo se detuvo en el Puente de Mando. Quedaba el ruido de las explosiones, mientras la nave se desintegraba para convertirse en polvo espacial. Quedaba el intangible y feroz trabajo de la legión de servidores que intentaba detener la destrucción. Quedaba el miedo de que la siguiente deflagración fuese la última. Quedaba el continuo chillar de los dos Guías del Inmaterium, anclados en sus sillones. Quedaban los primeros gritos de Tecnomarine al alinearse finalmente con el Espíritu Máquina del Crucero herido, añadiendo una nueva y punzante nota a la caótica melodía que reinaba en la Sala de Mando.

Quedaba el brazo izquierdo del Hermano Capellán Gorian Anderson manteniendo su pistola bólter amartillada. Apuntando fijamente al Señor Bendon entre los ojos.

Quedaba la cínica sonrisa del Guía de los Malditos.

Fin de la sección I: Bendon.

...El relato ha vuelto... ¿habéis vuelto vosotros?...

Envio editado por: Darth Averno, el: 2008/12/11 08:50

Envio editado por: Darth Averno, el: 2008/12/17 09:18

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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15 años 4 meses antes #23490 por Sir_Fincor
jeje que decirte! (a parte de que he visto un par de faltas :P ) Eres un crack. Un buen inicio para este capítulo. Es como el punto de inflexión de tu relato a ver que viene a continuación!!!

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15 años 4 meses antes #23496 por Sidex
Los AS son los mariens mas humanos y un capellan acaba de matara un almirante de la flota por seguir las ordenes del mismisimo Dante, aqui habra muy mal rollo jeje, buen relato.

<!-- m --><a class="postlink" href=" www.labibliotecanegra.net/v2/index.php?o...d=24064&catid=15 "> www.labibliotecanegra.net/v2/ind ... 4&catid=15
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15 años 4 meses antes #23519 por Darth Averno
Jeje... gracias a todos... ya estamos &quot;el núcleo&quot; casi reunido... ¿quién faltará?... :whistle:

Bueno, yendo al tema. Sidex, ¡que no ha disparado!... tan sólo le ha apuntado entre los dos ojos... pero creo que es de buen rollo y tal... espera... si te apuntan con un arma entre los dos ojos no es buena señal... mmm... no sé, no sé...:laugh:

Aprovecho para comentar el tema de las subidas de secciones. Voy a dejarme un margen de entre 6 y 7 días... aunque no lo parezca, este capítulo me resulta bastante difícil... y tengo unas expectativas muy altas en él.

Bueno, pues gracias a todos nuevamente.

Un saludo.

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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15 años 4 meses antes #23660 por Konrad
Bueno, Darth, qué decir. Como siempre, alto nivel, tanto en las descripciones como en la acción.

Adelante.;)

Karma +1.

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