Capítulo 1: La Estatua del Alado.

16 años 3 días antes #9956 por Darth Averno
RELATO: LA ESTATUA DEL ALADO

Sección 1: Balisto

El sargento veterano Balisto Dulay oteó el campo de batalla intentando asomar la mínima parte de su armadura de exterminador por encima de la semiderruida pared. En sus visores aparecieron varias señales de búsqueda, que se fueron apagando conforme terminaban su sondeo. El enemigo no se encontraba cerca, al menos en teoría. Las grises ruinas de la ciudad continuaban silenciosas, dejando pasar el viento, que dibujaba etéreas olas con el polvo de rocacemento y arrancaba silbidos fantasmagóricos conforme se filtraba por los muros derruidos, los techos quemados y las ventanas semiabiertas.

Mucho mejor confiar en los asépticos sensores de una armadura de Exterminador que en la propia intuición humana, pensó para sí mismo. La carnicería que había tenido lugar en aquella ciudad, tiempo atrás, todavía hacía vibrar el sentimiento humano que quedaba en los marines allí desplegados. El recuerdo del millón de almas sacrificadas al Caos creaba una presión casi tangible, lo cual podría llevar a un hombre a cometer un error. Y como bien sabía el veterano, un error, en la guerra, era siempre fatal.

El sargento se obligó a concentrarse de nuevo en la batalla. Obvió las oscuras manchas que salpicaban las paredes formando impíos símbolos y los huesos humanos dispersos y semienterrados. Avanzó unos metros y buscó un mejor parapeto, quedando de espaldas sobre los restos de unas altas columnas. Continuó durante unos segundos decidiendo su estrategia, mientras jugaba con la empuñadura de su bólter de asalto. Fue consciente en ese momento que sus labios se estaban moviendo silenciosamente recitando una antigua oración de agradecimiento a su servoarmadura. Una fervorosa manera de mantener los fantasmas alejados del objetivo de la misión, pensó sombríamente.

Sabía que la presión del entorno podría hacer mella en la moral de sus hombres. Debía actuar. No dudó en enviar un chasquido por el comunicador, haciendo que su escuadra de marines tácticos se centrara en él. Con unos simples movimientos de su puño de combate envió al hermano Vaneo a que tomara una posición detrás de una roca más avanzada. Este salió agazapado sin dudarlo, cruzando el pesado cañón láser por debajo de su pecho y cargando el voluminoso generador, mientras los sonidos que emanaban de su respirador facial por el esfuerzo hacían que el sargento hiciese una mueca en el interior de su armadura.

Un instante más tarde, los hermanos Arquece, Eware y Niloson, armados con el sagrado bólter, eran enviados para que conquistaran posiciones cercanas al hermano con el arma láser. El color rojo de las servoarmaduras se veía apagado por la capa de polvo gris que se iba asentado sobre ellas, aunque el brillante verde de los visores impregnaba la apariencia de los Ángeles Sangrientos apostados de fría determinación.

El sargento Balisto, comandante de la Primera Escuadra de la Sexta Compañía de los Ángeles Sangrientos, contempló la estampa de sus hombres durante un instante. Sonrió al ser consciente de que finalmente sentía plena confianza en todos ellos. Los cinco novatos ya eran parte de Primera, y la seguridad que tenía el veterano en todo el equipo impediría fracasar en la misión. No importaba qué dificultades se encontraran a partir de ahora. El sargento había decidido el plan a seguir. Sus hombres estaban preparados. Y ahora dejarían que la rueda dentada del destino hiciera su movimiento, para que impulsara el resto del engranaje en la dirección que solo el mismo Emperador sabía.

Un nuevo chasquido por el comunicador, junto con un movimiento de cabeza, fielmente reproducido por su armadura de exterminador, acaparó la atención del veterano hermano Petrus. El interpelado levantó la cabeza y asintió levemente. El sargento tenía en muy alta estima a este veterano guerrero, el cual lo había acompañado desde el día que el sargento se había reincorporado al servicio en la Sexta Compañía.

Balisto lo veía como el más indicado para comandar la Primera Escuadra, en caso de que él cayera. Aunque sabía que el oscuro devenir del destino podía tener planes diferentes.

Levantó su puño de combate, y trazó un vago círculo en el aire, con el índice extendido, señalando primero una fundición abandonada que se encontraba a medio kilómetro, y luego una línea de avance imaginaria.

Petrus envió órdenes precisas a los otros cuatro marines, para crear el segundo grupo de combate. La Primera Escuadra, la Calavera Negra, en honor a la banda que portaban sus componentes en la greba derecha, era la Escuadra de disparo por excelencia entre la Sexta Compañía. Y de entre ellos el sargento Balisto había seleccionado a los tiradores con destreza superior para constituir segundo grupo de combate. Se esperaba el resultado del encuentro, y la intuición de un par de siglos en el campo de batalla respaldaba su decisión. Él sería el señuelo. Petrus comandaría la guadaña.

El hermano Petrus avanzó rápidamente, seguido de los hermanos Bael, Melanius y Nuau. El hermano Alio salió levemente rezagado, mientras enfocaba su casco picudo hacia su antiquísimo rifle de plasma, rozando con el guantelete el condensador principal en un gesto automático. Balisto los vio alejarse tomando todas las precauciones necesarias para no ser descubiertos.

Entonces, debía dar paso a la siguiente parte del plan.

Se volvió a asomar en dirección al objetivo, dejando entrever lo mínimo posible de su amplia armadura entre los escombros y ruinas, tal y como había hecho anteriormente. Tras unos instantes, las lecturas de los sensores volvieron a arrojar un resultado totalmente negativo. Lanzó de nuevo todas las rutinas de búsqueda de enemigos, mientras paseaba su visión por el tramo de asfalto que se extendía ante sí, lleno de socavones y cráteres, guardado por los fantasmas de góticos edificios de un pasado muy lejano. Armas de bombardeo orbital habían retorcido y desgarrado toda la belleza de esa ciudad, dejándola como un triste mausoleo profanado por los Traidores. Cuando todos los sistemas volvieron al estado de espera, centró su atención en la plaza del fondo, donde se alzaba la majestuosa estatua, en brillante marfil blanco, del Bendito Alado, rodeada de cenizas que anteriormente podrían haber sido setos decorativos.

El objetivo de la misión, sin duda. Parecía tan fácil conquistar la posición de la plaza y establecer un fuerte cerrojo defensivo, que le hacía paladear el desagradable sabor de una emboscada. Y esa sensación se reforzaba en su interior por encontrar el escenario tan preocupantemente vacío. El enemigo conocía cual era la meta de la Primera Escuadra, así que era muy improbable que no estuviera al acecho. Aunque el sargento ya no tenía opción. Las piezas estaban listas. Aun contando con la renombrada flexibilidad en combate de los marines tácticos, el camino por el cual había desarrollado su estrategia no le dejaba demasiada escapatoria si se había equivocado.

Balisto sintió un estremecimiento dentro de su armadura de Exterminador, conforme enviaba la orden de avance. La sensación del comienzo del combate le hacía tener que contener la creciente ansiedad. Después de los abnegados rezos, el violento despliegue en cápsula a las afueras de la ciudad, y el lento y tedioso avance durante horas por las calles muertas, acompañados de las almas sin descanso de los difuntos, todo iba a comenzar. Una desagradable sonrisa torcida le cruzó la cara mientras su respiración se aceleraba inconscientemente.

Sus hombres armados con bólter avanzaron rápidamente, haciendo cambios fugaces entre parapetos, hasta llegar a una posición donde se cubrían eficientemente. Inmediatamente después progresó el hermano Vaneo, cargando su arma pesada, hasta llegar a una sección de tejado derruida, donde apoyó su cañón láser. Una parte de su improvisado soporte se desprendió, dejando que un chasquido volara por las calles abandonadas. El marine giró la cabeza en un contrito movimiento hacia Balisto. El esfuerzo lo hacía respirar fuertemente de nuevo.

El sargento conquistó rápidamente la posición al lado del tirador, moviéndose hábilmente en su voluminosa coraza. Revisó nuevamente el terreno que se extendía ante él. Absolutamente nada.

Pasó su bólter de asalto a su puño de combate, y posó su mano derecha sobre el hombro de su hermano de batalla.

La castigada faz de Vaneo continuaba escudriñando el impasible yelmo de exterminador. Decenas de tubos salían de su servoarmadura y se conectaban a un gran respirador que se incrustaba en la posición en la que debería tener la nariz y boca. El hueso y el metal asomaban en algunos puntos de su cráneo visible, donde la piel estaba agrietada y desprendida. Sudaba profusamente, lo que hacía que el polvo grisáceo se le pegase, restándole aún más humanidad.

Pero los ojos, negros como la capa de la muerte, se clavaban con un brillo desafiante en los verdes visores del sargento. El eterno ceño fruncido del tirador de láser estaba más tenso que de costumbre. Si el poco rostro humano que le quedaba hubiese podido expresar con mayor precisión, el mensaje hubiese sido un retador “Cuente conmigo. No volveré a fallar”.

Balisto lo entendió plenamente. Sabía perfectamente lo que era ser degradado desde una Compañía de combate a una de reserva. Su propia armadura de exterminador era la mejor muestra de ello. Pero, aún así, si el excelente tirador no estaba a la altura, lo relevaría de la Calavera Negra. Aunque ese momento no había llegado. Aún no, al menos.

Su coraza la reprodujo el sonido de varios chasquidos provenientes del otro lado de la plaza, como una altiva declaración de guerra. Ahora ya podía fijar la posición enemiga. Levantó la mano del hombro de su interlocutor, y señaló con el dedo extendido a la plaza.

-Están ahí. –Aseveró por el intercomunicador. Su voz sonó áspera, debido al silencio mantenido durante las últimas horas. –Mantén la posición. Dispara a mi orden.

-¿Piensa actuar como la última vez, Sargento? –Respondió Vaneo con voz robótica.

Balisto volvió a empuñar su bólter de asalto en su diestra. Lo amartilló deliberadamente. El seco chasquido se unió al constante silbido de la ciudad de los muertos, creando una nota más, una nota diferente, al lamento que llevaban escuchando durante toda la misión.

Inmediatamente se unieron los chasquidos de las servoarmaduras de su grupo de cuatro marines, pasando a nivel de combate, aumentando la capacidad de movimiento entre pequeñas nubes de vapor, y el intencionado amartillamiento de tres bólter más. El cañón láser zumbó a su lado, preparándose para la descarga.

El leve eco que el ruido simultáneo había creado se deshizo rápidamente, dejando la aceptación del duelo en el aire. El sargento Balisto sabía que estaban listos para comenzar.

-Pero esta vez serán ellos los que mueran. –Sentenció mientras en su visor se iluminaban todas las señales de alarma.

Fin de la Sección 1: Balisto.
Hola! He vuelto aquí con un relato antiguo e inacabado. Lo he revisado en profundidad, cambiando desde pequeños detalles hasta rehacer párrafos enteros. Voy a colgarlo por secciones, cada poco, para darme tiempo a finalizarlo. Espero que os guste.

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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16 años 2 días antes #10004 por AGRAMAR
Respuesta de AGRAMAR sobre el tema Ref:Capítulo 1: La Estatua del Alado.
cojonudo!!!!me encanta!me alegra que hallas vuelto...por cierto no lo terminastes?:blink:

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16 años 1 día antes #10060 por Darth Averno
Hola, qué tal!

No, este relato estaba en proceso cuando petó la versión antigua del foro. También es cierto que no podía continuarlo, por falta de tiempo...

El que terminé es el que colgué en OJ... son los mismos personajes, pero es posterior en el tiempo (que también tengo pendiente retocar...):S

Bueno, pues un saludo...

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15 años 11 meses antes #10098 por Darth Averno
SECCIÓN DOS: MORTON.

El sargento veterano Morton Leen refrenaba a duras penas su ansia por entrar en combate. Mascullando oraciones mecánicamente, se repetía una y otra vez que tenía el objetivo de la misión en la palma de la mano. Aunque la imperante sensación de que podría aplastar a su adversario le urgía a olvidarse de todo y lanzarse a la carga. Su pistola bólter continuaba enfundada, mientras jugaba con los dientes sierra de su espada, arrancando chispas cuando los golpeaba con el guantelete.

Escudriñó a sus tropas lenta y deliberadamente. Intentó registrar todos los detalles posibles. El gran cráter donde se encontraban, justo al lado de la plaza del objetivo. Los escombros levantados que habían creado magníficas trincheras para soportar un asedio. Los nueve hombres que estaban situados en posiciones inmejorables para destruir a cualquier enemigo si dejaban hablar las armas de un modo síncrono.

Notó cómo la sangre le hervía mientras se lamentaba de lo impropio de que Ángeles Sangrientos tuviesen que esperar confiando en sus armas de fuego. Qué absurdo el tener que estar atrincherados para intercambiar disparos, en vez de entrar en el honroso combate a cuerpo a cuerpo.

La victoria estaba en la palma de su mano, se repetía constantemente. Pero no tendría valor real. No para él, al menos. Las órdenes eran claras, pero en el campo de batalla todo cambiaba. Conseguir una posición no era más que estar quieto esperando ser emboscado, o emboscar al enemigo. Notaba cómo no podía evitar que temblara su espada sierra mientras seguía escupiendo rezos sin separar los dientes.

La auténtica gloria estaba en la destrucción más allá de cualquier límite del enemigo. Su aniquilación total y definitiva. Su erradicación hasta el mínimo elemento. Eliminación de su cuerpo, su alma, sus recuerdos, su paso por la galaxia. Hacer que nunca hubiese existido.

Además, notaba como su sentimiento era compartido por el resto de componentes de su grupo. Sentía como, apostados entre los escombros y los cascotes, sus Ángeles Sangrientos deseaban que el enemigo se acercara para dar rienda a su objetivo en este Universo: traer la muerte desde las estrellas.

La Segunda Escuadra de la Sexta Compañía, la Calavera Azul, nunca se limitaría a una deshonrosa defensa, aunque fuese de una estatua de su mismísimo Primarca. Ser la escuadra táctica más fiera de la Sexta Compañía le confería el divino deber de aplastar a cualquier enemigo, fuese la situación que fuese.

Escuchó el chasquido. Lejano pero totalmente reconocible sobre el eterno lamento de la ciudad caída. El enemigo estaba ahí. Miró a su tirador láser, establemente apoyado sobre una sólida barricada. Rodilla clavada en tierra. Sin mover un músculo. Pero aún así sediento por entrar en combate, el sargento lo sabía.

Se pasó una mano enguantada por el rostro, casi convertido en un cráneo de metal debido a las múltiples heridas que había recibido en su larga vida. Sintió el aroma y el sabor de la tierra gris de esa ciudad. Una ciudad maldita en un planeta muerto. El mejor lugar para abrir la tumba a sus enemigos.

Finalmente su combate interno llegó a su conclusión. El sargento veterano se había decido, mientras una fiera sonrisa recorría su rostro. Destruiría a su enemigo. Aplastaría a su contrincante de un modo inapelable. Era su deber, por su honor mancillado, el de volver a humillar a su adversario más allá de la simple derrota o la justa redención de la muerte.

Levantó una mano. Notó como los visores de sus hombres, salvo el del tirador láser, se volvían como activados por un resorte hacia su guante carmesí. Lo habían estado esperando. El ávido espectro de la ansiedad se había filtrado en las venas de todos ellos durante los últimos instantes. La ira del legado de Sanguinius clamaba ser desatada.

El sargento saboreaba esos momentos con auténtico deleite. La sensación compartida de la víspera del combate. La aceleración del pulso, el aumento de la percepción sensorial, la ardiente presión en el pecho. La imparable conversión de un simple marine espacial a un depredador del campo de batalla.

Conteniendo heroicamente la necesidad de incluirse en el primer grupo de combate, seleccionó a cinco de sus hombres. Asignó el liderato al Hermano Nuctus. Mantuvo a su lado al marine Aramio, desconfiando de su falta de sigilo ante un asalto inminente.

Los cinco elegidos abandonaron sus posiciones y formaron ante el sargento. Éste tocó con dos dedos su espada sierra, para luego arrastrarlos en un lento gesto bajo su cuello. Su rostro mostraba una mueca depredadora y sus dientes apretados continuaban convirtiendo fervorosas oraciones en meros jadeos furibundos.

Los cinco astartes asintieron de un modo automático, entendiendo el mensaje. Blandieron sus espadas sierra y las cruzaron sobre su pecho. Sabían que su sargento defendía el silencio en los últimos momentos antes de entrar en combate. Prefería que sus hombres destilaran su odio en profundas oraciones mudas, para rugir como demonios cuando llegase la anhelada colisión de las armas.

El sargento Morton Leen levantó su mano. Cerró el puño en el aire. Con un movimiento síncrono las cinco armas restallaron sobre los pechos de los marines, en un seco golpe con el reverso de las espadas.

El veterano líder sufrió un espasmo de anticipación al escuchar esta declaración de guerra. Soportó su creciente sed de sangre y, con la orgullosa pose tantas veces vista en los murales de los santuarios de Baal, indicó la ruta a seguir con su espada sierra a sus hombres. Hacia los fantasmagóricos edificios. Serían la mejor cobertura para el avance de los poderosos guerreros.

El segundo grupo de combate de la Segunda Escuadra de la Sexta Compañía de los Ángeles Sangrientos salió rápidamente por la zona señalada. Morton lo miró alejarse con una atroz sonrisa. Cuando el último generador dorsal de sus hombres desapareció entre las sombras, compuso de nuevo su rostro y se acerco al hermano Iland.

-Tú darás comienzo al ataque.

-Dispararé únicamente para baja segura. –Aseveró el tirador láser sin dejar de mirar por el visor de su arma.

-Por supuesto, hermano. –Morton escuchó una serie de chasquidos desde la posición enemiga. Tuvo que volver a contener su creciente sed de sangre. Finalmente la declaración de guerra había sido aceptada. El embriagador sabor del combate empezaría en breve. –Cuento con ello. –Siseó al marine.

Observó que la efigie de su adorado Primarca. De varios metros de alto, capturaba a su venerado Padre en posición relajada, con la espada clavada entre sus pies y sus manos apoyadas en ella. Dibujaba elegantes ropajes que se entreveían dentro de la capa que se mostraba ondeante sobre un viento imaginario. El bello rostro, de un blanco puro, le estaba mirando desde que habían arribado a la posición. Y ahora le parecía que sonreía aceptando su decisión. Morton le devolvió la salvaje sonrisa mientras el sonido del naciente combate apagaba el eterno lamento de la ciudad muerta.

FIN DE LA SECCIÓN 2: MORTON
Una sección más revisada y subida (esta en particular ha "sufrido" poca revisión). Un saludo.

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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15 años 11 meses antes #10106 por Datox5
Respuesta de Datox5 sobre el tema Ref:Capítulo 1: La Estatua del Alado.
Alabado sea dios, por fin escuchaste mi petición jejeje.

A ver cuando lo sigues :D

Kill! Maim! Burn! - Debauchery
Blood for the Bloodgod - Debauchery

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15 años 11 meses antes #10160 por Darth Averno
SECCIÓN 3: ASTRONAVE

El Crucero de Asalto Letanía de Sangre se encontraba geoestacionario sobre el planeta Sartos IV. Permanecía silencioso, danzando lentamente en el vacío espacial, como un peligroso titán dormido.

La enorme fortificación voladora, datando de la Era Oscura de la Tecnología, no era fácilmente identificable dentro de los Cruceros más comunes entre las naves de flota de los Marines Espaciales. Aunque su bloque principal tenía una forma ahusada, las bahías superpuestas y los amplios refractores exteriores, agresivamente afilados, confundían su forma creando una engañosa sensación de falta de movilidad.

Una de sus características más extremas era precisamente que su potencia de fuego era drásticamente menor en relación a otras naves de ese tamaño. Por el contrario, tanto su movilidad como su capacidad de absorción de daños superaban ampliamente a sus iguales. Tales exclusividades habían decantado la balanza a su favor en multitud de combates, cuando el enemigo había sido sorprendido al no poder abatir un rápido Crucero de amplia resistencia, mientras el armamento de la Letanía de Sangre lo convertía, bajo continuas ráfagas, en desechos espaciales.

El Crucero se revelaba como un orgulloso Hermano del Capítulo, con todos sus elementos exteriores, corroídos por los milenios de servicio, en diferentes tonalidades del color rojo. Además, sobre su liso bloque frontal, preparado para acometer abordajes y soporte principal del mortal cañón Redención, se distinguía un vasto símbolo de los Ángeles Sangrientos tallado en roca viva del planeta Baal.

Pero detrás del omnipresente color de la sangre, todo el armamento medio y ligero reclamaba su atención, ennegrecido y castigado tanto por el uso como por el desgaste del vacío espacial.

Las robustas torretas se mostraban ordenadas lateralmente a lo largo de todo el perímetro de la nave, permitiendo así una visión de ataque casi total. Añadían una capacidad de destrucción altamente elevada en caso de justar lateralmente contra otras naves. Descansaban en posición predefinida, vigilando atentamente.

El armamento ligero lo componían las pequeñas y reforzadas cúpulas de plastiacero abollado e irregular, que jalonaban las superficies planas. Permanecían selladas, conteniendo en su interior las baterías ligeras de descarga láser anti-caza. Tal armamento no dejaba ningún ángulo muerto en todo el perímetro de la nave. Incluso varias baterías solapaban su cobertura sobre los puntos más críticos del Crucero.

Por otro lado, la artillería pesada permanecía oculta. Los cañones de descarga orbital y los brutales torpederos se fijaban dentro del casco de la astronave. Gracias a su tecnología retráctil estaban salvaguardados detrás de gruesas planchas de diversos compendios de aleaciones entrelazadas, apareciendo tan sólo para realizar su atroz cometido.

Los góticos ornamentos de piedra, tanto arcos como columnas que rellenaban el resto del espacio libre, suponían un reparto de cargas y una cohesión mayor de las diferentes piezas de la nave. Permitían un mejor agarre entre las diferentes bahías de despliegue, además de constituir la primera piel que debería superar el ataque enemigo. Las luces de posición, tanto sobre cubierta como sobre la multitud de antenas y sensores que se erizaban en el casco de la fragata, yacían totalmente apagadas. Correteaban entre los millones de pequeños símbolos Imperiales y de los Ángeles Sangrientos que salpicaban la nave, mezclados con la escritura de todas las letanías que había utilizado el Capítulo durante los diez mil años de su existencia, perdiéndose en los recovecos oxidados y se fragmentándose en la piedra tallada.

Finalmente, en la parte trasera de la Astronave, los gigantescos escapes de tanto los motores convencionales como su versión para la navegación por la disformidad aglutinaban polvo espacial, creando un escamoso relieve, mientras se enfriaban paulatinamente.

Y aunque el planeta proseguía indolentemente su traslación, la nave de los Astartes permanecía fijada en su órbita. Si bien la luz del astro sobre el cual giraba había empezado a incidir directamente sobre ella, y arrancaba los primeros brillos carmesí, la Letanía de Sangre no destacaba sobre el resto de basura espacial que circundaba el saqueado mundo colmena.

Dormida.

Mentira.

Acechante.

FIN DE LA SECCIÓN 3: NAVE
Una de las secciones que he retocado bastante... creo que esta vez ya no contiene errores... un saludo.

Envio editado por: DarthAverno, el: 2008/04/24 10:29

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