Capítulo 3: La Despiadada Cosecha del Dolor

15 años 3 semanas antes #42735 por Reverendo
Muy buena la seleccion de personajes compañero...por cierto has escogido el apellido de un gran traidor para el Barón...¿coincidencia?

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15 años 2 semanas antes #43082 por Darth Averno
Hola a todos.

Entre mañana y el lunes aparecerá la nueva sección (doble). He sacado cuentas, y el Capítulo 3 terminará después de un año exacto de su comienzo (salvo problemas)...

Tengo varias reflexiones a compartir, pero sigo con el tiempo muy escaso (además que tengo 3 secciones dobles que terminar).

Así que, de momento, continuaremos como vamos ;). Sobre los comentarios... pues no voy a hacer ningún spoiler, Sidex... pero en la próxima sección saldrás de dudas...

Y Reverendo... ains... tampoco haré ningún spoiler... y sí... habrá sido una coincidencia :whistle: :whistle: ...

Un saludo, gente!

Envio editado por: Darth Averno, el: 2009/11/28 20:19

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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15 años 2 semanas antes #43175 por Darth Averno
Sección XII: Garreth

Gabriel se encontraba exhausto. Le dolían tanto las heridas, todavía tiernas, como el resto del cuerpo. Sentía que tenía fiebre, la garganta totalmente irritada y la boca seca. Se recostó trabajosamente contra el lateral del tanque, y apoyó el rifle láser sobre la roca de casi un metro de alto que tenía ante sí. Se pasó la mano por el rostro, enjugando tanto el agua como el sudor. Hizo un movimiento espasmódico cuando una descarga de dolor le sacudió al tocarse la zona del ojo izquierdo.

Súbitamente más atento por el dolor, se afanó en agarrar nuevamente su arma.

Pero no tenía de qué preocuparse. Tan sólo se debía concentrar en aguantar hasta que el telón cayera. Francamente, no sentía ni pesar ni remordimientos. Una cálida indiferencia le había empezado a invadir. Si bien era cierto que había fracasado en su misión, y probablemente había condenado a todo Fuerte Victoria, las opciones para enmendarlo eran nulas. No podía hacer más. Había alcanzado su límite.

La lluvia iba amainando lentamente, pero aun así continuaba creando un manto que le impedía ver más allá de una treintena de metros. Gabriel escupió al suelo. No había querido intranquilizarse por la posible situación de sus camaradas. Su padre le había enseñado bien. En el combate la única preocupación de cada uno de los guerreros debía ser el conseguir su objetivo designado, nada más. Si dejaban una puerta abierta para la duda o la pesadumbre en su corazón, las posibilidades de derrota aumentaban enormemente.

Los nervios tenían que estar templados siempre. Los sentidos alerta al máximo. Tan sólo importaba el ahora. Desgraciadamente, estaba seguro de que no tardaría en convertirse en el fin de su existencia.

Gabriel sentía como los enemigos se estaban reagrupando, preparándose para terminar con la última resistencia de La Caravana. Convenientemente fuera de su visión, ocultos por la lluvia. Con todo a su favor. El tanque ya no tenía munición, y los cargadores de los rifles láser, aunque iban poco a poco recuperando su carga, disponían de tan pocos disparos que eran inútiles.

Detrás de él, con la espalda apoyada contra el lateral del tanque, descansaba la hermana de batalla, respirando pesadamente. Exhausta y herida de gravedad, se mantenía con los ojos cerrados y su mano sobre el hombro ensangrentado, disfrutando de un merecido descanso. Gabriel había mandado al soldado Nenton a recogerla. Ni un solo disparo había venido desde la barricada enemiga.

Decididamente se estaban reagrupando.

Miró el cargador de su rifle láser. La luz se iluminó a menos de la mitad. Ocho disparos a potencia normal. Tendrían que ser suficientes. Además, con un ojo vendado, su percepción de profundidad era nula. Lo cual resentía gravemente su puntería.

Miró a la muchacha que estaba junto a él, Lara. Con el pelo mojado y pegado a la cara, pálida y asustada. No se había apartado durante todo el combate, ayudándole a mantenerse erguido y evitando que descansara su peso sobre la pierna herida. Aunque la inexperiencia de la muchacha la había colocado muchas veces agarrándole por el pecho, convirtiéndose así en un inconsciente escudo humano.

-Tengo miedo, Gabriel. Sé lo que va a ocurrir ahora. Y no… no quiero que ocurra…–Dijo Lara, rompiéndosele la voz en un sollozo.

-Tranquila. –Le contestó Gabriel, mesándole suavemente el cabello. –No perdamos la esperanza. Tenemos que seguir avanzando. Tenemos que creer.

La chica continuó llorando silenciosamente. Era imposible que Lara le creyera, pensó Gabriel. Suspiró y miró al cielo. Se sorprendió de lo bien que estaba entrenado. Sabía que en caso de sobrevivir, el dolor por las pérdidas, por la derrota y por el daño recibido sería brutal. Quizá la amarga certeza de que no había escapatoria le ayudaba a no desconcentrarse de su misión.

De lo último que le quedaba por hacer

Esperar con el rifle en ristre, como un buen sartosiano.

Esperar a la muerte.



El soldado de comunicaciones Meathul vio como el Comandante Julius Garreth se masajeaba el mentón. Con movimientos lentos, el Comandante se quitó la gorra gris de campaña y se pasó la mano por el cabello. Después se la volvió a calar con los ojos cerrados, manteniéndose así durante un par de segundos. Cuando los abrió, miró primero a Leonardo, que se mantenía expectante, clavado en su asiento. Luego volvió una mirada fría como el hielo al Barón Pétain, que éste le mantuvo con su media sonrisa.

Se habían agotado las posibilidades. Maethul lo sabía. El Comandante no había encontrado la solución desesperada que había buscado en la reunión.

-Fuerte Victoria no enviará refuerzos. –Sentenció Julius Garreth con voz queda.

El silencio inundó la sala, tan denso que hizo que se escucharan los zumbidos del sistema de ventilación como si proviniesen de un reactor.


Los gritos se empezaron a escuchar por el campo de batalla. Alaridos dementes, carcajadas maníacas, silbidos estridentes. El enemigo lanzaba una ola de terrorífica cacofonía para enmascarar su avance. Gabriel agarró su rifle láser con determinación y apuntó a la bruma, que empezaba a despejarse. El sollozo de Lara se volvió más agudo, más asustado, pero Gabriel lo ignoró. La lluvia había cesado, y la luz iba iluminando poco a poco el campo de batalla. Eso le permitiría abatir a más herejes mientras se aproximaban.

-Nenton, atento al frente. ¿Cómo está Vikctor? –Gabriel gritó al otro lado del tanque. Se sorprendió al escuchar su propia voz. La sonaba extrañamente áspera.

-Este inútil apenas podrá hacer nada, sargento Garreth. –Contestó la voz aniñada del soldado Nenton. –Le he dado su rifle cargado, pero apenas tiene fuerzas para mantenerlo. Ha perdido mucha sangre y el torniquete no es suficiente, señor…

-¡No me jodas, Nenton! –Surgió la voz exhausta de Vicktor desde el otro lado. –Estoy bien, sargento. Estoy mejor que muchos de esos cabrones… sobretodo que los muertos…

-¡Claro! Un auténtico azote del campo de batalla, ¿eh? Al menos, te podrás desangrar sobre ellos… ¡qué heroico! –Reprimió el soldado Nenton.

-Era mi intención… -El soldado Vicktor tosió fuertemente e inspiró con dificultad, entre esforzados silbidos. –Tiene que costar un huevo hacer saltar la sangre de una mierda de súper-armadura de ésas. ¡Se acordarán de mí mucho tiempo, jejeje!

La risa cascada de Vicktor hizo sonreír a Gabriel. Una idea traicionera se le formó en la mente: pasara lo que pasara, la situación ya no podría empeorar demasiado. Apretó inconscientemente a la muchacha contra su pecho, y puso el dedo sobre el gatillo.

-No pierdas la esperanza, Lara. –Musitó. A fin de cuentas, qué más daba una mentira más que menos.

Si fijó en la bruma. Empezó a distinguir vagos contornos. Parpadeó con furia con su ojo sano para aclarar la visión. Y apuntó con la media sonrisa en la boca. Sabía que tenía razón. Habían tocado fondo. No habría nada peor que la derrota o la muerte.

El sargento de la Caravana Gabriel Garreth no sabía que, por desgracia, se equivocaba.


---

-¡La Caravana es vital para la supervivencia de Fuerte Victoria! ¡Es una locura el no intentar salvarla! –Gritó Leonardo, nuevamente de pie. Se había levantado con tal brusquedad que el pesado sillón había salido despedido a casi un metro de distancia.

Maethul estaba congelado por el terror. El Comandante había sido el único que no se había movido desde que había dictado su sentencia. Pero el resto de los ocupantes de la sala habían entrando en un estado de frenesí. Incluso el experto Icael, con su delgado cuerpo encorvado por la edad y su barba blanca, se movía nerviosamente controlando a los componentes de las otras facciones, dispuesto a desenfundar su arma a la mínima provocación.

El Barón Pétain levantó su corpachón del sillón con tal brusquedad que Maethul vio cómo los guardaespaldas de Leonardo Blake estaban a punto de levantar sus rifles láser. Pero el noble ignoró a estos tipos y estrelló las palmas de sus manos sobre la mesa, haciendo retumbar un seco estampido.

-¡Preciso una explicación por esta locura, Comandante! –El desprecio con el que surgió la palabra de sus labios era casi físico. –Ha sido el líder de este Fuerte durante los últimos siete años, ¡amparado en la potestad de una traidora ejecutada! ¿Y qué hemos conseguido? ¡Nada! ¡Tan sólo sobrevivir como ratas, recluidos en nuestro propio planeta! ¡Los poderosos sartosianos, meras leyendas y sombras! ¡Convertidos en una burda pantomima de nuestra sangre, de nuestro legado, de nuestra tenacidad en el combate!

-¿Qué sabe de nuestra compostura en la guerra, Barón? ¿Acaso ha estado alguna vez en el campo de batalla? –Musitó el Comandante, sin variar su postura.

-¡¿QUÉ?! ¿Cómo osa el preguntar tal impertinencia? –El Barón se dio un fuerte puñetazo en el pecho, donde las medallas tintinearon con furia. -¡He dirigido las fuerzas sartosianas en incontables victorias sobre el enemigo! He sido su luz, su guía, su líder. He sido lo que debería haber sido en este Fuerte, Comandante. Para que ahora no estuviésemos danzando al borde de la condenación por su cobardía.

Los ojos del Comandante brillaron bajo la gorra. Apoyó las manos sobre la mesa, y se incorporó lentamente. Su cuello crujió en un movimiento circular. Media sonrisa, extremadamente desagradable, le recorría el rostro. Maethul sintió una punzada de auténtico terror. No estaba viendo ante sí al duro y estricto Comandante que había conocido, sino a una bestia del campo de batalla. Sin poder identificar el qué, Maethul veía algo diferente en su cara. Algo que decía que la situación estaba entrando en una vorágine de violencia. Y que decía que Julius Garreth ya había bailado demasiadas veces con la muerte, respirando su pútrido aliento.

-¿Acaso piensa condenarnos a todos por sus errores? ¡Ya me negué en redondo cuando supe la formación de la Caravana! Liderada por su hijo y por dos de sus “amiguitos” de pasadas guerras. Un novato y dos viejos. ¡En esta época de crisis, nunca tendríamos que haberle aceptado como Comandante!

-Envié a los mejor preparados para el éxito, Barón. Los cuales sabían tanto la importancia como los riesgos de la misión…

-¿Los más preparados? ¡Ja! ¡La formación tendría que haber sido diferente! Pero, ¿qué podíamos esperar de alguien que no ha dirigido jamás a sus soldados? ¿Qué se podía esperar de un mero perro de la guerra, sin formación ni capacidad?…

-¿Y qué sabe usted de la guerra, Barón? –El tono de voz del Comandante seguía siendo monocorde y calmado. Pero Maethul retrocedió un paso. Algo instintivo le estaba gritando al oído. La situación había rebasado el punto de no retorno. –Siempre ha dirigido desde una sala acondicionada a sus tropas, ¿verdad? Ha visto en monitores holográficos los iconos de las escuadras, avanzando, luchando, muriendo. Ha utilizado órdenes como “recuperen el flanco”, “den la posición por perdida”, “aguanten hasta nuevas órdenes” sin ver más allá que una lucecita en un mapa. Pero, ¿qué sabe realmente de la guerra? ¿Ha luchado físicamente contra un enemigo, respirando su aire, mirándole a los ojos, arrancándole la vida con sus propias manos? ¿Ha escuchado los lamentos continuos de un compañero moribundo, mientras lo llevaba cargado durante kilómetros para que le sirviese de escudo? ¿Ha recibido la orden de “retirada” cuando estaba rodeado de fuerzas enemigas, viendo que los blindados de apoyo retrocedían dejándole solo? Usted no sabe qué es eso. Pero mis hombres sí. Seleccioné a los mejores, a aquellos que sé que sangrarían por nosotros en el campo de batalla. Aquellos que mostrarían fidelidad inquebrantable no a un título nobiliario, sino al hombre que les dirige. Elegí a la única formación en todo Sartos IV que podía llevar a cabo la misión.

-¡Paparruchas! –Gritó el Barón Pétain, fuera de sí. -¿Quién se cree para cuestionarme a mí? Usted no es nadie, ¡NADIE! ¡Es menos que escoria, que un criminal, danzando entre los legítimos gobernantes de Sartos IV! –El Barón inspiró profundamente, y clavó una mirada ardiente en el comandante. Gruesas venas palpitaban en su cuello. Exudaba odio. Sus ojos de reptil se entrecerraron, y su voz se volvió profunda. –Toda esta situación me hace desear conocer más sobre sus motivos para dar esta orden, y la supuesta traición que ha sufrido nuestra Caravana. Me parece que todo es demasiado conveniente. Y no pienso permitirlo. Voy a tomar medidas llegados a este punto. –El Barón Pétain se irguió y sacó pecho. Una mueca de odio y satisfacción deformaba sus rasgos. –Así que, como representante de la única casa real que queda en Sartos IV, Comandante, no pienso consentir que continúe destruyéndonos como un cáncer. Y, además, le pienso mostrar que la auténtica fidelidad de los soldados reside en su fe inquebrantable a sus legítimos superiores. Con esta simple orden. ¡Soldado Atzel, detenga al ex comandante Julius Garreth!

Maethul miró al soldado Atzel, alto y musculoso, con una barba incipiente y una fea cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda. Tenía una mirada fría bajo el casco, los ojos de un asesino. Maethul tuvo la impresión que el soldado había venido preparado para realizar la detención, por la rápida disposición que mostraba, y la sensación que irradiaba de estar disfrutando en el cumplimiento de sus órdenes. El soldado de comunicaciones soltó el seguro de su rifle láser, y puso el dedo en el gatillo.

El soldado Atzel levantó su rifle láser y encañonó al Comandante. Entonces un chorro de sangre surgió de su pecho y salió disparado hacia atrás, golpeando secamente contra la pared. Resbaló hasta quedar sentado, sufriendo espasmos y tosiendo sangre. Maethul tardó un instante en percatarse de que el disparo había provenido de la pistola láser del Comandante Garreth.

-Esto ha sido un aviso. –Dijo Julius Garreth, con el brazo extendido, sin bajar el arma. La inquietante media sonrisa estaba fija en su rostro. –No permito que nadie me apunte con un arma. El próximo que lo haga, morirá.

Maethul se dio cuenta lo poderosas que podían ser las palabras. Acto seguido al disparo, todas las armas se habían levantado. Y ahora, (la suya incluida) apuntaban a un punto indefinido sobre la mesa. La frase del Comandante no había sido una amenaza. Sino un cuchillo que asesinaba a la razón, clavándose en la conciencia como un destino inevitable.

El soldado de comunicaciones miró al Barón. Éste se mantenía lívido de ira, momentáneamente superado por situación. Sus labios eran dos finas líneas apretadas que cruzaban su cara. Maethul supo que esto se había salido de la planificación del noble. Seguramente había dado por hecho que iba a poder forzar la situación para dar el golpe de estado que tanto había anhelado. Pero la respuesta del Comandante había sido demasiado contundente. Y ahora, toda su fachada se había desplomado. Su auténtico rostro había emergido, mostrando el odio que había ido alimentando durante los últimos siete años.

-¡Soldado Davith, detenga a Julius Garreth! ¡Ahora! –Rugió el Barón. Metió la mano en el interior de su casaca, y extrajo una pequeña pistola láser bellamente decorada. -¡Este hombre está fuera de sí, es nuestro deber como sartosianos el reducirlo!

-Soldado Davith. – Dijo el Comandante Garreth con suavidad. –No quiero perder ningún hombre más en estos momentos de necesidad. Lleve a su compañero a la enfermería, mientras disponga de alguna posibilidad de sobrevivir.

-¿Intenta mandar sobre mis hombres? ¿Usted? ¿Acaso cree que su sangre de baja estofa significará algo para mis soldados, provenientes de casas nobles de todo Sartos IV? ¿Es tan estúpido que no sabe lo que significaría una pequeña rebelión de cualquiera de mis soldados? ¡Ah, lo olvidaba, por supuesto que no lo sabe! ¿Cómo le voy a explicar lo que significa que le quiten sus galones, que repudien el honor de su familia, que acaben con el orgullo de tantos antecesores muertos? ¡¡Soldado Davith Le Mielsen!! ¡¡Reduzca al civil Julius Garreth AHORA!!

Maethul miró el rostro del soldado Davith. Era demasiado joven y estaba muy asustado. A Maethul no le cupo duda que el soldado no veía ninguna otra opción más que seguir las instrucciones del Barón. Y por eso estaba totalmente convencido de que iba a morir. Por lo visto, anteponía el honor de su familia, algo totalmente inútil en un planeta devastado como Sartos IV, a la supervivencia básica.

De eso se aprovechaba el Barón Pétain. El muy cabrón ni tan siquiera se atrevía a levantar su arma contra el Comandante. Maethul lo sintió en su interior como una revelación. Nunca seguiría a un hombre como el Barón. Tan sólo arriesgaría su vida por un líder como el Comandante. Por alguien que hacía las cosas inspirando a sus hombres. Por alguien que sangraría junto a sus camaradas en el campo de batalla.

Pero eso no cambiaba el presente actual. Porque, decididamente, la cosa no iba a terminar bien. Aunque el Comandante Garreth había bajado su arma, ya había demostrado su celeridad sobrehumana apuntando y disparando. Si el soldado subía su rifle láser, Maethul apostaría todo su dinero a que terminaría con un bonito agujero en mitad de la frente.

El soldado Davith también tenía que ser consciente de ello. Sudaba y tenía lágrimas en los ojos. Apretaba tanto los dientes que parecía que sus maxilares iban a estallar.

Pero su obligación era superior. Levantó el rifle como una exhalación.

Se oyó un nuevo disparo de pistola láser en la sala.

---

Los disparos renacieron en el campo de batalla. Gabriel se parapetó con la gruesa piedra que tenía ante sí, y disparó a las figuras que aparecían fugazmente saltando desde una cobertura a otra. Oyó algún alarido, y algún disparo suelto enemigo rebotó contra la plancha del tanque.

Maldijo. No había conseguido hacer casi nada. Con los dientes apretados, tiró el cargador y puso uno nuevo, que tendría fuerza para un par de disparos. Era desesperante. Los enemigos se habían lanzado contra la caravana como una horda de bestias, muriendo a decenas para detener a los tanques. Y ahora, en vez de asaltarles con la aplastante superioridad que disponían, pensaban jugar al ratón y el gato hasta que se quedasen totalmente secos de munición.

-¡Nenton, Vicktor! ¿Cómo va la cosa por ése lado? –Gritó. –Mantened la cabeza fría. Esta gentuza piensa ir desgastándonos poco a poco…

Gabriel se calló cuando lo sintió. Algo iba mal. La respuesta tampoco llegó desde el otro lado del tanque.

El sargento Gabriel Garreth, orgulloso hijo de Julius Garreth y Victoria Van Garde, inspiró profundamente. Sus sentidos se habían agudizado hasta un nivel casi doloroso. Sintió, casi de un modo sobrenatural, a una presencia tras de sí.

Se giró. Y vio a un enemigo a escasamente un metro de distancia.

Mostraba los mismos colores que el resto de Adeptus Astartes que había en el campo de batalla. Las planchas color hueso de su armadura estaban rematadas por un grueso reborde dorado. Los símbolos que antaño hubiesen sido una orgullosa muestra de su Fe habían sido arrancados y deformados hasta un punto irreconocible. En su hombrera destacaba el símbolo del Dios del Caos Khorne, rematado por cinco cráneos humanos que estaban misteriosamente soldados a la ceramita, con la boca abierta en un silencioso grito eterno y las cuencas de los ojos ensartadas por unos gruesos clavos de bronce. Por todo su pecho reptaban cables de mayor o menor tamaño, destrozando las planchas de blindaje en algunos puntos e introduciéndose hasta la carne del guerrero. Medio casco le habría sido arrancado en una batalla lejana, y la otra mitad estaba sórdidamente fundida con su cara, entre remaches, pequeños cables oxidados y trozos de hueso atornillado. El resto de su rostro mostraba una piel mortecina, hasta llegar al pozo de ira que era su ojo humano.

Gabriel gritó. Le apuntó con el rifle láser.

La abominación sonrió. Y dio un paso hacia delante.

---

El rifle láser del soldado Davith salió volando y chocó contra una pared, haciéndose pedazos. El soldado cerró los ojos, y movió las manos un par de veces, asombrado por no tener su arma en sus manos, y, sobretodo, por continuar vivo.

Leonardo Blake, Capitán de los Leones de Sartos, bajó su arma humeante y la enfundó en un movimiento rápido. Sus dos guardaespaldas tomaron posiciones de disparo, evitando encañonar al Comandante, que no se había movido.

Maethul se sorprendió de la rápida actuación de Leonardo. De ése modo, el soldado Davith no había incumplido las órdenes del Barón, y tampoco había obligado al Comandante a darle muerte.

Pero Leonardo ya avanzaba hacia el soldado Atzel, que descansaba en un charco de sangre, respirando levemente y con dificultad, clavando una mirada vidriosa en ningún sitio. Leonardo ignoró sus cuidadas ropas de campaña, y agarró al soldado, manchándose de sangre. Lo levantó con inusitada facilidad, se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.

-¿Es esto definitivo, Leonardo? –Rugió el Barón Pétain. Con un movimiento rápido, apuntó con su arma a la cabeza del Capitán de los Leones de Sartos IV. Los guardaespaldas encañonaron al noble inmediatamente. -¿Vendes tu orgullo, tu raza, a éste traidor? ¿Eres capaz de darle la espalda a los supervivientes de Sartos IV, planeta que has jurado proteger? ¿Eres capaz de vilipendiar el buen nombre de los orgullosos Leones de Sartos?...

-No. –Dijo Leonardo secamente. –No comulgo con las ideas del Comandante. Pero tampoco lo hago con las suyas, Barón. Lo único en lo que creo es que no conseguiremos tomar una decisión acertada haciendo las cosas de este modo. Y, por supuesto, no pienso dejar que muera ningún sartosiano en esta sala… estoy seguro que esa es la única decisión correcta que se puede tomar ahora.

Leonardo continuó avanzando, ignorando el arma que le apuntaba. Sin perder un instante, salió de la sala. Sus guardaespaldas lo siguieron, pero haciendo un movimiento de repliegue, como si se encontraran en una zona de guerra. El Barón Pétain se quedó con el brazo extendido, y el arma temblando de pura ira. Y en ése momento, se dio cuenta de su franca desventaja contra el Comandante Garreth y sus hombres. Así que el noble enfundó su arma y se giró. Clavó sus ojos de reptil en el Comandante.

-Hoy ha firmado su sentencia, Julius. –No tuvo reparos en dirigirse al Comandante por su nombre de pila, con auténtico desprecio. –No permitiré que Fuerte Victoria siga dirigido por un traidor como usted. De muy poco me servirá gritar al viento “os lo dije” cuando sea demasiado tarde… ¡Vamos, soldado Davith!

El Barón Pétain abandonó la sala a grandes zancadas, seguido por el soldado que miraba humillado al suelo.

Cuando la puerta se cerró con estrépito, el silencio reinó nuevamente. El Comandante Julius Garreth enfundó su pistola láser y tomó asiento. Abrió con cuidado su cuaderno, e hizo varios apuntes. Después, con calma, llenó la cazoleta de su pipa.

-No podemos hacer nada, muchachos. –Dijo a Maethul e Icael. Resultaba una expresión un tanto extraña, ya que había una diferencia de edad de más de cuarenta años entre los dos guardaespaldas. –El traidor está fuera de nuestro alcance. No había pensado en otra gente que también conocía todos nuestros datos.

Maethul se sorprendió. Por lo visto, el Comandante Garreth había estado convencido en la decisión de enviar refuerzos. Pero se había echado atrás en el último momento.

-¿Quiénes, señor? –Preguntó Icael. El veterano solía tener carta blanca para cuestionar al Comandante.

-Los mismos componentes de la Caravana, Icael. –El Comandante sonrió amargamente. –Lo he tenido delante de los ojos todo el tiempo pero no lo he visto.

La temperatura de la sala bajó de golpe.

-El traidor está en la caravana. –Sentenció Julius Garreth.

Fin de la Sección XII: Garreth


La Caravana exhala su último aliento, mientras una guerra civil se cierne sobre el último bastión Imperial. El avance del Caos es inexorable...

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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15 años 2 semanas antes #43181 por Sidex
Impresionante, muy bueno.

<!-- m --><a class="postlink" href=" www.labibliotecanegra.net/v2/index.php?o...d=24064&catid=15 "> www.labibliotecanegra.net/v2/ind ... 4&catid=15
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15 años 1 semana antes #43190 por Ragnar
:cheer: Muy buena! ha merecido la pena la espera, aunque sigas haciéndoles pasar las de caín a los pobres GI, y ahora encima con un topo...xdd

En fin, que ya es hora de que los marines espaciales empiecen a dar caña al caótico de turno.

Un saludo.

Pd. Karma para el caballero.

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15 años 1 semana antes #43193 por Sir_Fincor
La verdad es que estan pillando fuerte. La mejor solución seria un exterminatus jur jur.
Muy bien darth sigue así <!-- s:lol: --><img src="{SMILIES_PATH}/icon_lol.gif" alt=":lol:" title="Laughing" /><!-- s:lol: -->

1 karmilla mas

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