Relatos Cortos (no W40K para variar)

La noche caía pesadamente sobre la ciudad, aunque no se percató de ello hasta que miró el reloj. La pútrida atmósfera que se respiraba en esta calle, llena de basura, contaminación y desesperanza hacía difícil diferenciar el día de la noche. Bueno, a él no le importó. Anduvo unos metros más hasta el callejón, encendió sin ganas un asqueroso cigarrillo que olía a fondo de lata de gasolina y se apoyó contra la pared. Era un mal hábito. Realmente no fumaba porque le gustase, o porque tuviese el mono de meterse nicotina en el cuerpo. Al principio lo hacía para hacerse el interesante. No había nadie en el instituto que no lo hiciese por otro motivo. Luego fue diferente. Cuando alguna de las zorras con las que se casó le tocaba demasiado los cojones, fumaba. El humo tenía la ventaja de crear una barrera de porquería que las obligaba por fin a abandonar su habitación, su casa y su vida. Normalmente siempre se llevaban algo con ellas. Que las jodan.

Miró con ojos cansados a la oscuridad del callejón. Nada más que la basura, los contenedores nunca retirados y el mendigo de siempre. La costumbre te hace casi inmune a lo que sea. Se caló el sombrero y esperó. Se había casado su hija. Se había casado con un jodido contable. Sabía que no iría a la boda, la zorra de su madre no lo permitiría, pero quería al menos darla un regalo. Demonios, quería verla. Era la única cosa buena que ha hecho en su vida. Divorciarse de la zorra de su madre y no visitarla en seis años. No conocía otra forma de ser un buen padre. Pero no le escuchó, ¿verdad?. Él no quería haber discutido. Sólo felicitar a su hija, verla cinco minutos, y marcharse. Pero no pudo ser. La gran puta había comenzado a chillar como una cerda herida, y todo acabó con el mierdas del contable con la nariz chorreando sangre. Vamos, hombre. Le pegó flojo por ser quién era. Y el muy cabrón le puso una demanda. Y claro, el capitán por las nubes. Si es por él, pueden meterse la demanda por el agujero del cuerpo que prefieran.

Escuchó un ruido proveniente del fondo del callejón. Era como si una rata se deslizase entre la basura buscando algo para devorar. Podía sentir el miedo y la avaricia de un superviviente tan rastrero como aquel. Sacó la botella de Wiskey barato y le pegó un largo trago. Se movió hacia las sombra y se la tendió al viejo mendigo, que la agarró con ansiedad. Uno que no dormirá hoy con el frío en los huesos. Dio unos pasos más, y unos ojillos pequeños y brillantes aparecieron en la oscuridad. Hasta su estridente voz era ratonil. Le contó lo que sabía. Un maldito suicida se había metido en un antro de italianos y se había llevado por delante a varios tipos importantes. Eso ya lo sabía. Se extrañó sin embargo de que siguiera vivo. No le habían pillado, pero estaba herido. Se habría ido lejos, pero le encontrarían. Y ya sabemos que pasará entonces. La rata pidió lastimosamente entonces que le diera algo de dinero. Parecía que la rata no sabía por qué seguía viva, así que se lo recordó. Le agarró la cara y le estrelló la cabeza contra la pared. No muy fuerte, claro. Se volvió como si nada hubiese sucedido y entonces dejó caer un puñado de billetes que la rata se dio prisa en recoger. Hoy ya nade tiene respeto por nadie.

Volvió a salir a la enfermiza atmósfera de la ciudad mientras se acercaba un coche patrulla con las luces parpadeando. Un agente bien uniformado le dijo que el capitán le andaba buscando. Un repentino haz de luz le deslumbró. Cubriéndose con la mano, alzó la vista al cielo. Al parecer, era de día. Y eso no sabía si era bueno, o malo. Se encogió de hombros. Abajo, junto a la rueda del coche, había una gran paloma blanca. Dejó una gran mancha roja que se fue difuminando lentamente mientras su sangre se entremezclaba con la porquería de la calle. Acelerando, el coche se alejó de allí.

Las aventuras de Amelia la Bacteria

Como había pasado millones de generaciones antes, y pasaría millones de generaciones después, un buen día, una bacteria decidió que ya no lo aguantaba más. La aglomeración de otros bichejos la agobiaba, la volvía esquizofrénica. Y, sin más, se partió. Dos berreantes y pequeñas bacterias salieron de los dos trozos de microorganismo esquizofrénico.

Así nació Amelia. Bueno, de hecho nunca le pusieron un nombre, pero ella siempre se hizo llamar Amelia. El resto de sus compañeras pronto aceptaron este extraño tic. Y es que Amelia, toda ella, era rarilla de por sí. Una bacteria que tenía un nombre. Eso era más raro que un perro verde! Sin embargo, era simpática, aunque no había duda de que la esquizofrenia de su bacteria madre se le había pegado, e incluso había empeorado en el caso de Amelia.

Amelia creció con el resto de sus compañeras. Siempre estuvo algo aparteda del resto, andando por ahí, investigando. El resto de la colonia no paraba de chismorrear: Amelia esto, amelia lo otro. Amelia, no obstante, no les havcía ni puto caso. Ella, como siempre, iba a su bola. Rara de tres pares de cojones.

Un buen día, Amelia, ajetreada por la multitud y harta de la rutina de dar vueltas sin sentido buscando algo que llevarse a la tripa (aunque no tuviera tripa), por simple curiosidad salió a explorar. Amelia, no lo he dicho antes, era una de esas incontables bacterias que habían descubierto que el intestino humano era un magnífico hogar. Mejor que las casas adosadas en primera línea de playa que usan los guiris: sistema climatizado, vecinos tranquilos (dejando a un lado, por supuesto, a nuestra excéntrica Amelia) y una pensión completa de lo más nutritiva.

Pues bien, como decía, Amelia salió a explorar. La curiosidad no es uno de las cualidades más manifiestas de las bacterias, por supuesto. Como se puede ver y adivinar, nuestra microheroína era una bacteria rara de cojones.

La mala o buena fortuna, el simple azar o alguna entidad con ganas de tocarle los cojones incluso a una humilde aunque rarilla bacteria, la llevaron hasta lugares que nunca había visitado. Los anchos pero atestados intestinos donde siempre había vivido fueron sustituidos por una cavidad mucho más grande, pero vacía. Bueno, vacía menos por una colosal masa de nutrientes.

"Hoy es mi día de suerte." Se dijo Amelia. "Con esa pedazo de bola, seré la bacteria más gorda que jamás se ha visto en la colonia del tracto."

Dicho y hecho, Se enganchó, y empezó a tragar como una descosida.

El problema de Amelia era que, a pesar de su curiosidad, jamás se había interesado por la anatomía humana. La palabra "recto" no le sonaba de nada. Y así, todo la cogió por sorpresa. Un movimiento, una luz, unos breves segundos de vuelo, y Amelia había dejado su hogar.

Un torbellino la engulló, y fue arrastrada por una corriente de aguas algo hediondas. La mayoría de las bacterias habría llorado, gritado, se habría aterrorizado o se habría ahogado, pero Amelia disfrutaba. Ni un criajo en un parque infantil, que se tira por el tobogán infinitas veces, hasta que sus padres lo ahogan o lo dejan por imposible, habría disfrutado tanto como Amelia. Y así llegó a una gran charca de agua.

Un nuevo mundo que explorar...

????????????

Pues o insinua que tu relato es una mierda o en vez de a postear le ha dado ha responder
PD: Que bueno el viaje de amelia

LOL

La verdad es que sí. Al principio pensaba que era 'La Evolución según un Malkavian' pero luego la flipé. Muy ingenioso. Iré a ver si rescato otros relatos cortos míos de por ahí.

[size=150:1l3ysfe4]La Evolución según los Malkavian[/size:1l3ysfe4]

Hace tiempo, existían pequeños bichitos, pequeñas criaturas unicelulares que podían dar tumbos y oler unos pequeños cambios químicos en la sopa orgánica del mundo. "Esto es todo lo que se puede conocer", declararon, y continuaron con sus existencias satisfechas, absorbiendo y dividiendo, dividiendo y absorbiendo, y haciendo muchos más de ellos mismos.

Pero unos pocos radicales sabían de alguna manera que existían otras cosas allá afuera, aparte de las proteínas y las cadenas de aminoácidos. Lo podían notar en sus cilios, sentir en los flagelos y lo sabían en su núcleo. No podían demostrarlo, pero sabían que había más cosas que saber sobre Lo Que Hay Allá Afuera. Aunque la mayoría de la comunidad bacteriológica rechazaba estas tesis radicales y pensaba que eran unos locos, una reducida minoría quería levantar el velo hacia el resto del universo.

Por ello, arriesgaron su vida eterna y, con miedo y agua caliente, se organizaron en criaturas pluricelulares. En ese momento trascendental ¡ABRIERON SU PRIMER OJO! No exactamente un globo ocular, desde luego, pero un conjunto de verdaderos nervios funcionales.

¡Buena idea! Ahora ellos podían SENTIR su conexión con la sopa química, se aglomeraban a su alrededor y sabían mucho más sobre los insensibles, a los que devoraron. La oscura, tranquila, calmada charca insípida de ligeras variaciones químicas se convirtió en un caldo de cultivo de pellizcos, sacudidas y golpes. Bastante quemada por esta nueva oleada de datos, la nación nematoda inventó el sexo. Otra buena idea, porque no sólo se multiplicaron como locos, sino que también en ese momento mágico de fornicación frenética, también entraron en contacto con un relajante y profundo sentimiento en sus grupos de nervios.

¡Aún había más que conocer! Aunque el resto de los gusanos se burló y los llamó locos, los pocos pioneros concentraron sus nervios en la dirección hacia el estímulo débil, débil, imposiblemente débil que les hacía señas, y en un momento trascendental, ¡ABRIERON SU SEGUNDO OJO!

¡Luz! ¡Color! ¡Películas en color! ¡Otra buena idea! Más partes del universo se mostraron ante ellos, una sensual cornucopia de información sobre Lo Que Está Allá Afuera, y su conexión con ello; y se atiborraron de ello: comiendo, reproduciéndose, y viendo 600 canales de tele por cable. Un frenesí de diversión más tarde, la sopa orgánica estaba llena de estos Hijos de los Grupos de Nervios Organizados.

Aunque muy dentro de sus ganglios sabían que había más que conocer, muchos de ellos repitieron el error que hicieran sus ancestros unicelulares hace tanto tiempo. Se mofaron de la noción de que había algo más que ser conocido y alguna manera más de conocerlo, y llamaron a los disidentes locos. Sí señor, unos locos pioneros de nuevo concentraron sus conciencias en el calmado, dulce sonido que estaba al otro lado del precipicio de consciencia sensorial, removieron algo en algún lugar en el interior de los huecos de su sistema glandular y, en un momento trascendental, ¡ABRIERON SU TERCER OJO!

¡Buena idea, otra vez! Recibieron mensajes e información sensorial desconocidas para la vaca media o el analista de mercado estándar, y tan difícil de expresársela como es explicar trigonometría a un gusano de la fruta. Dieron un salto cuantitativo hacia delante en el conocimiento de Lo Que Está Allá Afuera y su inefable conexión con ello. Pero el resto de las vacas y los analistas de mercado les llamaron locos. Bien, veintitrés trillones de bacterias dijeron lo mismo hace cien millones de años. ¿Y adivinas donde están ahora? ¡Aún son bacterias!

Por esto te digo, ¡sé loco! Estate dispuesto a ser demente antes que el resto del mundo. ¡lleva tu locura individual con orgullo! ¡Supera la tiranía de tus sensores neurológicos y Tómate unas Vacaciones de Tus Sentidos!