La Gran Marcha hacia Ulthuan (del fantasy)

14 años 2 meses antes #44916 por Neithan
yo me refiero a usarla tipo espartano,la espada la pondria como un "extra" al equipo una vez se rompiera la defensa y el enemigo penetrara con sus tropas a traves de tus escudos

En el mundo hay tres tipos de personas:las que saben contar y las que no.
Fdo:H.J.S.
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14 años 2 meses antes #44930 por Grimne
Archipirómano de Charadon escribió:

Pues chico, serán muy listos haciendo magia y tal pero sentido común tienen bastante poco y como estrategas en campañas militares no valen un cagao.

Veamos como resuelven los elfos sus problemas... ETCÉTERA


¡Aplauso! ¡APLAUSO!

Totalmente de acuerdo con todo. Míra que son ganas de los Altos Elfos de meterse en problemas. Los humanos del Imperio lo hicimos mucho mejor, nuestro acuerdo con los Enanos es mucho más fructífero que enfrentarnos a ellos. Ellos se quedan con el subsuelo, nosotros con la superficie, cada uno se dedica a liquidar a la porción de Orcoides y Skavens que le toca y todos en paz. Ya de paso aprovechamos a comerciar (El tema del oro lo pillamos bien rápido, aunque claro, nadie sabe de oro como un Enano) y a intercambiar servicios de gremios (Cuando en el Imperio hace falta alguna labor de herrería realmente chunga o cuando los Enanos necesitan de algún Mago de los Colegios). Seguro que cuando estén a punto de extinguirse harán como los Asgard de Stargate y nos darán todos los secretos de su tecnología.

Bendito Sigmar por echarle una mano a los Enanos cuando tuvieron aquella pequeña infestación de pielesverdes.

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14 años 2 meses antes #44932 por Archipirómano de Charadon
Grimne escribió:

Bendito Sigmar por echarle una mano a los Enanos cuando tuvieron aquella pequeña infestación de pielesverdes.


Y aquí comienza la comparación de porqué los humanos son más listos que los elfos.

Situación 3:
Los humanos del imperio son meros bárbaros que acaban de conocer como se forjan las primeras armas de metal. Forja en frío y todo esto. De repente el jefe humano mira su situación geopolítica y se da cuenta de una cosa. Está rodeado de enemigos. Los malos son más, están mejor equipados y sus tropas son mejores. Están en inferioridad y tienen que apelar a la épica para sobrevivir cada segundo. De repente ven la oportunidad. El rey enano es atacado por orcos y los humanos ven la oportunidad. Salvan al rey Enano y estos agradecidos deciden comenzar una alianza.

¿Qué ganan los humanos con este pequeño hecho?
-Regalan a Sigmar el HeldenHammer, el arma mágica rúnica más poderosa jamás creada (Es un arma ilegal si se sigue el sistema de runas, posee 4 runas y dos de ellas son magistrales).
-Regalan a los generales de Sigmar un arma mágica rúnica de gran poder (Colmillos rúnicos).
-Los enanos les enseñan los secretos de la forja del metal. Esto implica que los imperiales son los únicos humanos con armaduras de placas (4+).
-Les enseñan los secretos de la pólvora: Aparecen los arcabuces en las filas del imperio.
-Les enseñan los secretos de las máquinas de guerra: Aparecen los morteros, cañones, cañones de salvas.
-Les enseñan los secretos de la ingenieria: Aparecen los tanques a vapor etc...
-Les enseñan mampostería: Los humanos pasan de ser bárbaros a tener ciudades fuertemente fortificadas.
-Ganan un aliado que siempre les ha ayudado en todas sus guerras: Mandaron ejércitos en las guerras de los condes vampiro, en la gran invasión del Caos, en la invasión orca de Gorfang, contra Archaon... etc.
-Comercio: Aparecen los primeros gremios con artesanos enanos en el Imperio.

Y por encima de todo, de vez en cuando, un enano les lleva un barril de cerveza Bugman XXXXXX, la mejor del mundo. ;)

En resumen, humanos imperiales listos, elfos tontos.

PD: Si la historia de warhammer se rigiera por los hechos y no por las ventas ocurrirían cosas tan graciosas como que El Imperio rápidamente asimilaría a Bretonia (la pólvora trajo el final del uso a gran escala de la caballería).

&quot;Purifica al spammer, quema al maleducado, ejecuta a los usuarios de lenguaje SMS&quot; Ordo Moderatus Imperialis.

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14 años 2 meses antes #44933 por Ragnar
Hola! A ver gente, aun estando de acuerdo con todo lo dicho, atención que nos estamos saliendo del tema, que esto es un hilo de relatos y vaya a ser que a Garrak se escape la musa...xd

Dicho lo cual, Garrak y esa continuación para cuándo?? :P

Un saludo.

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14 años 2 meses antes #44940 por Grimne
Ragnar escribió:

...atención que nos estamos saliendo del tema, que esto es un hilo de relatos y vaya a ser que a Garrak se escape la musa...xd


Está bien, está bien. Pero es que la ocasión era buena. Habrá que abrir un post para contar batallitas. Alrededor de un barril de Bugman´s XXXXX, por supuesto. La primera birra gratis para el primer Enano con barba blanca que entre y sepa decir el nombre de pila de su Tataratataratataratataratataratataratataratatarabuelo.

Envio editado por: Grimne, el: 2010/01/28 22:42

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14 años 2 semanas antes #46994 por garrak
CAPÍTULO VIII:EL ASEDIO

Diario de Sigismund: Bunnnnoo, pus no ssss lo k passssssaaaa aka, pro loooooo’ oreja’ afilada’ tan algo revolto’. Hyyy one paire k haannn caio al souelooo mortos y no sss por k, pro m record la’ pete’ de mon town. Now yo drink con el encapuchao, y ll vrdad ssss k sta muy good. Aka en la prisión me tratan Molto bene y por Segmar ( o era Sotk?) k la Wignur XXXXX eneana deel 2450 sabe molto bene, pero molto molto. Aunnn asssa io creer k aki va a pass something gordo, pero no ‘e’ el k.

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-No puedes abandonarnos ahora, Hraith. Sabes que en la ciudad necesitamos de tus dotes curativas para frenar la plaga.
-No te preocupes Fethlorgar, tienes bajo tu mando a mis mejores curanderos, y además según mis predicciones los hombres rata no asaltaran hasta dentro de dos dias.
-No se, pero te sigo diciendo que los elfos de Pico Pálido te van a echar a patadas. Recuerda que te consideran un traidor.
-Hay cosas más importantes que el orgullo. Recuerda que nuestra raza esta al borde de la extinción por eso.
-Bueno, cómo quieras, pero luego no dirás que no te advertí.
Hraith le dio la espalda y se monto en Jairlos, una águila gigante. Mientras se elevaba por las alturas del cielo, el mago echó una última y melancólica mirada a la ciudad de su amada, hasta qué finalmente se perdió en la inmensidad de las nubes. Mientas en la ciudad se armaba un gran revuelo, y las puertas de la ciudad eran abiertas para dar paso a una docena de jinetes de Ellyrion magullados y manchados de sangre negra y… de sus camaradas.
-¿Qué es lo que ha pasado?-dijo Fethlorgar-¿Qué están tramando esas alimañas?¿y donde están los demás?
El jefe de los jinetes movió la cabeza de un lado a otro negativamente y se adelantó para hablar con el rey. Mientras en las almenas se podía oír a los arqueros disparando sin cesar a una oleada de harapientos enemigos.
-No hay “demás”. Los hombres rata han improvisado varias zanjas y se han atrincherado de tal manera que han rechazado nuestras incursiones. Hemos tenido suerte de sobrevivir, pero esos malditos no se quedaran sin perdón. Mañana al amanecer volveremos a atacar.
-De eso nada. Ya hemos perdido demasiadas vidas como para permitirnos más muertes sin sentido. ¿Sabéis que están tramando?
-Se preparan para atacar, no cabe duda. Sabemos que han ordenado a sus innumerables esclavos construir varias escalas mal hechas y podridas. Están talando el bosque para conseguir más recursos y hemos podido llegar a ver varios monstruos y algunas de sus infernales máquinas cavando para atacarnos desde abajo.
-¿Y tenéis noticias de los elfos de los bosques?
El jefe volvió a negar con la cabeza para acto seguido marcharse a las cuadras del palacio con sus magullados camaradas. Mientras Fethlorgar decidió reunir a otro consejo militar para decidir la estrategia a seguir para la defensa. Ya llevaban tres días planificando y todavía no habían llegado a un acuerdo. Seguro que todo era por la culpa de ese maldito Aeralos y sus nuevos aprendices, que con sus cánticos de borracho lo único qué hacían era molestar. Por lo menos pelearía, aunque cuando ganaran aquella maldita batalla ya seguirían con su duelo. Y encima su hija seguía desafiándole…

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Yvninn miró con escepticismo el círculo qué habían dibujado en el suelo de la cueva los discípulos apestosos de Yriel. Seguía sin fiarse de su hermano, aunque ahora, al estar totalmente abstraído leyendo y recitando ese podrido libro verde de su putrefacto dios por lo menos no seguiría incordiándole con esa maldita risilla. Todavía seguía teniendo la sensación de que estaba siendo timado, y no sabía porque. Pero era o eso o arriesgarse a que los malditos skavens lo descubrieran, así que en el fondo no tenía elección. Le volvió a preguntar a su hermano:
-Maldito seas, ¿a qué siglo esperas para terminar de una vez? Mi paciencia no está muerta… y tu no eres inmortal-al decir esto último el elfo sacó su espada amenazadoramente
-Paciencia, hermano. La invoc…digo el hechizo estará preparado en muy poco tiempo. Y necesitamos de tu colaboración
-De acuerdo, pero hazlo rápido, o si no ya sabes…
Entonces su hermano volvió a soltar otra vez esa risilla que, a pesar de estar muerto, le hizo sentir un pequeño escalofrío inquietante…

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Squeweel miró con orgullo y temor los preparativos para la invocación. Ya estaba todo listo, y además para otorgar a su invocación más “validez” la haría desde lo más alto de su campana gritona. Antes de proceder con el ritual ordenó a sus campaneros que empezaran a hacer tañer la campana. No podía evitar pensar que tarde o temprano el señor de las alimañas se volvería contra él, pero por lo menos tenía de consuelo el no ser el jefe. Volvió a ingerir un fragmento de piedra bruja y una vez que subió a la campana empezó a recitar los salmos de destrucción de la Gran Rata Cornuda, mientras el esclavo que tendría que ser sacrificado se estremecía de temor por su propio destino…

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DONG



Skabscror miró insidiosamente a la guardia del consejo. Aquellos soldados de élite lo habían estado incomodando con sus inquisitivas preguntas desde que el consejo se los asignó. Algunos de sus enlaces habían intentado sobornarles, pero los muy alimañas habían rechazado con temor los sobornos. Ensimismado con estos pensamientos estaba cuando un gran dolor le sacudió todo el cuerpo. Abatido por este repentino ataque del veneno cayó al suelo mientras secretaba el almizcle del miedo. Aun así logro levantarse a tiempo para evitar qué uno de sus caudillos lo apuñalara por la espada. Sus guardaespaldas, siguiendo sus ordenes, decapitaron en apenas medio latido al insolente skaven. Entonces Skabscror decidió que el rodeo había tardado demasiado, así que decidió soltar a los cuatro vientos la orden de ataque, mientras en otra parte del ejecito una campana maldita tañía esplendorosamente invadiendo el ambiente…

DONG DONG



Aeralos observó desde su posición privilegiada en las murallas el avance de los skavens y el bullir de los defensores. Los arqueros se habían dispuesto muy rápidamente en las almenas, mientras que en la plaza ya se estaba preparando una defensa de falanges de lanceros, arqueros, empalizadas de mármol y la guardia del fénix del rey, junto al mismo. Mientras los yelmos plateados recorrían las calles y los supervivientes de los incursotes también. Entonces Aeralos se acarició el puño. Hacia apenas media hora que había tenido que convencer al jefe de la estirpe Ellyrion de “buenas maneras” el porque no podía volver a intentar atacar al enemigo. Y había conseguido convencerlo. También intento vislumbrar las defensas de los círculos de defensa interiores, qué iban a estar al mando de una comitiva de generales, aunque Aeralos presentía qué la resentida elfa tomaría parte en la defensa sin dudarlo. Y, a pesar del “bullicio” que había en la ciudad el elfo podía todavía oír los cánticos de borracho del humano desde su celda. La verdad era qué gracias a él había conseguido echarle una mano a los toneles de cerveza enana. Entonces se dio la vuelta y contempló a la horda a la qué se iban a enfrentar. Centenares de esclavos componían la primera oleada, mientras qué eran cubiertos por la potencia de fuego de la tecnología enemiga. Mientras entre los chillidos de los hombres rata podía distinguirse el tañir de la diabólica campana bendecida por dioses siniestros. Aeralos miró a la cara a sus discípulos. La mayoría era de Gharn-El-Dryas, aunque gracias a sus hábiles estrategias y planes y explicaciones había un par de elfos a los qué acababa de entrenar hace apenas dos horas mientras tenía dulces delirios de borracho, que habían entorpecido un poco el aprendizaje. Miró acto seguido a la otra mitad de murallas, qué iba a estar dirigida por Yvlerion y su escolta de Cracia. Además los siete aprendices de Hraith estaban repartidos por toda la ciudad para ayudar a hacer frente a la magia del enemigo y atender a los heridos. También estaban los dos magos errantes qué habían venido de Hoeth junto a varios espaderos, además de los pequeños ejércitos de elfos provenientes del perímetro de la ciudad, aunque al haberse producido el asedio tan rápidamente no eran muchos. Y es qué si Athel Amaraya caía todo Tor Yvresse podría correr gran peligro…

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Skabscror contempló con gran orgullo SU ejército. A una sola orden suya miles de skavens habían avanzado rápidamente para invadir la ciudad de las cosas élficas, las tuneladoras habían acrecentado su actividad, los skavens avanzaban con más ímpetu, las arrolladoras y ruedas de la muerte se habían puesto en marcha (aunque no todas), los despellejadotes avanzaron sin rechistar junto a los esclavos y lo mejor de todo era qué el rey de las ratas se estaba sacando de su madriguera. Lo único que le podía amargar aquel glorioso día eran o bien el maldito vidente y sus tejemanejes o bien el estúpido Skreek y su arma secreta. Además, aunque había costado la vida de varios poco llorados esclavos tenían algunas torres de asedio dignas de las grandes mentes skavens. Ahora ya sólo faltaba proceder con las presentaciones…

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Aeralos ordenó a sus discípulos desenvainar sus espadas mientras que todos los arqueros sacaban flechas de sus carcajs, preparándolas para clavarse en las abyectas monstruosidades que se avecinaban. Pero no solo en el primer circulo de la ciudad los arqueros estaban preparados. También los del segundo estaban sacando sus respectivas flechas, mientras qué los lanzavirotes apuntaban desde sus esbeltas torres en las que estaban posicionados. Un pequeño regimiento de lanceros corrió hacia su posición a través de una frágil pero bella pasarela. En unos segundos toda la ciudad se sumió en un expectante silencio, sólo interrumpido por los lejanos infernales chillidos de los hombres rata y por los cánticos de los hechiceros que preparaban sus fuerzas. Aeralos hizo un tanto, poniendo los ojos en blanco y elevándose a varios centímetros del suelo, concentrando energías hasta que estuvo preparado. Cuándo volvió a concentrarse en la realidad vio cómo el rey elfo hacía el definitivo gesto qué ordenaba el fuego a discreción. En seguida vio un mar de flechas y virotes qué cruzaron el cielo hasta hallar implacables sus miserables objetivos, mientras qué los chillidos infernales se transformaban en aullidos de dolor. Volvió la vista a la plaza y vio qué el rey había desaparecido. Cobarde. Volvió a fijar la vista en las líneas enemigas y entonces oyó cómo algunos elfos gritaban de dolor y algunos qué se caían de las almenas. Eran los skavens con sus malditos mosquetes, qué sólo lograran acertar si disparaban a centenares, ya qué gran parte de los disparos se quedaban en las almenas. Luego de las zanjas empezaron a salir raros verdes que le indicaron que los cañones no se quedaban ociosos tampoco. En eso estaba pensando cuándo de repente vio qué uno de los cañones lo apuntaba. Inmediatamente se agacho, y fue una fortuna, ya qué segundos después un rayo verde pasó zumbando al lado de su oído hasta estrellarse contra una esbelta torre, haciéndola añicos. Una vez qué se levantó vio qué los arqueros dividían su fuego entre las hordas qué estaban al pie de las murallas y las tropas de las zanjas, aunque los disparos contra estos últimos eran guiados por los magos para poder evitar los paveses y impactar sin problemas en sus objetivos. ¿Qué rayos estaría haciendo esa alimaña del rey? Seguro qué corriendo en dirección contraria a los rayos. Y encima esa maldita campana no paraba de sonar.


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Los chillidos se oían cada vez más cerca. Podía oír también a sus camaradas luchar, y las flechas atravesando el viento. Los preparativos ya estaban hechos. Después de tantos años de letargo, Fethlorgar volvería a cabalgar por encima de las nubes para abalanzarse sobre el ejército enemigo. Volvería a ver la gran superioridad de su raza y a sentir en sus dos espadas el fuego de la batalla. No podía esperar. Pudo ver cómo algunos de sus cabellos grises se asomaban por las rendijas de su casco. Y Indraugnir también se estaba volviendo viejo, ya qué tuvo el honor de pelear junto a Aenarion. Un resoplido del ancestral dragón le indicó qué los esclavos de Catai ya le habían puesto la coraza de plata qué le protegía el escurridizo vientre, y el casco también de plata qué le protegía los ojos. Pudo ver la forma serpentina del plateado dragón emerger de la oscuridad, y entonces Fethlorgar sonrió suavemente, cómo quién ve después de mucho tiempo a un viejo familiar muy cercano. Un intercambio de miradas entre las dos nobles criaturas afirmó qué ya estaban preparados para batallar de nuevo. El rey se subió a la silla que le habían puesto a poca distancia de la cabeza mientras qué pedía una lanza azulada de plata y un escudo gris con el símbolo de una serpiente con patas rugiendo al cielo. Cómo imitando aquel parecer, Indraugnir se levantó sobre sus dos patas traseras y soltó un terrible rugido qué hizo temblar de miedo a los hombres rata y saltar de júbilo a los elfos. Ya había llegado la hora, ya había llegado el momento. Ya había llegado su última batalla antes de adentrarse en el umbral de la muerte.


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Los estallidos de las maquinas infernales no paraban de resonar, causando explosiones verdes que causaban una gran carnicería. Aeralos no era muy buen general, así que lo único que podía hacer al respecto era soltarles a sus alumnos una mirada amenazadora retocada con magia para mantenerlos un poco quietos. Se concentró en las energías mágicas de los alrededores y se dio cuenta de qué entre los magos de la fortaleza y los diabólicos hechiceros de la horda se estaba produciendo un cruento combate. Él decidió buscar la fuente de magia maligna más cercana y por fin encontró un hombre rata de pelaje gris con un báculo. Este también se fijó en él y lo señalo con su báculo mientras murmuraba cantos de destrucción, hasta qué al final surgió una bola de fuego verde y qué olía a deritus que se dirigía a su posición. Pero en vez de huir, junto las dos manos en su espada ceremoniosamente murmurando el nombre de Lileath. Finalmente un cegador resplandor azul rodeó a su arma por completo justo cuando la bola estaba a pocos palmos de distancia. Al final, con un grito de guerra cortó en dos la bola, deshaciendo implacablemente esta en polvo verde. El elfo tosió un poco, pero inmediatamente se puso en guardia para protegerse de otro inminente ataque, pero su adversario parecía tener otros planes.
No paraban de caerla babas de la mandíbula mientras gritaba frenéticamente y movía el báculo haciendo círculos en el aire y señalando con una garra a una torre repleta de lanceros. Entonces vio cómo nubes de color negro se aglutinaban en el cielo, mientras qué los truenos resonaban entre las mismas. Intentó desbaratar el hechizo con un contrahechizo, pero las fuerzas qué se estaban invocando eran demasiado fuertes. Un poder ancestral maligno colmaba el aire, mientras qué los truenos seguían sonando. Vio cómo el hechicero rata explotaba en una gran explosión verde con forma de hongo qué se tragó también a los hombres rata qué había alrededor suya, pero el daño ya estaba hecho. El mismísimo tejido de la realidad estaba siendo agrietado por un gran poder y finalmente vio caer del cielo un trueno negro con forma de garra sobre la torre qué el brujo había señalado antes. Desesperado, entró en la torre para ver qué había pasado junto con un par de alumnos. Pero una vez ahí vio qué sus camaradas elfos estaban de rodillas, gritando desesperados y agarrandose la cabeza. Su tamaño empezaba a disminuir, los gritos se agudizaban, el pelo les crecía, los dientes también y el color de los ojos les iba cambiando. Vio qué se intentaban quitar desesperados sus ropas élficas, y solo entonces se dio cuenta de lo qué pasaba. Le cortó la cabeza al qué tenía más cerca para acto seguido clavársela en el corazón al siguiente y tirar por una cónica ventana a un tercero, pero ya era tarde. Miró a sus dos alumnos, pero estos estaban paralizados de terror y no reaccionaban. Los elfos ya se habían transformado en miserables hombres rata qué habían cogido sus otrora limpias armas del suelo y ahora le penetraban a través de la oscuridad con sus ojillos rojos…



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Podía sentir el viento rozandole el cabello gris mientras qué las nubes negras se deshacían. También podía oír el jaleo de la batalla qué se estaba armando por debajo suya. En seguida ordenó a Indraugnir descender hacia la horda negra, más en concreto hacia las zanjas, de donde no paraban de salir rayos verdes. Cuándo descendió del cielo el terror empezó a cundir entre los skavens, y cuándo Indraugnir soltó una gran llamarada roja, amarilla y plateada sobre los skavens, incinerándolos, algunos empezaron a escabullirse por donde habían venido, pero de alguna forma los jefes de guerra consiguieron qué no cundiera el pánico absoluto. Pero el tenía ya la mirada fija en las zanjas, donde los skavens les estaban apuntando. En segida oyó algunas blas al rebotar contra la coraza de plata o contra las escamas grises, y él tuvo qué cubrirse con su escudo, qué resistió muy bien los disparos. Luego el dragón esquivó muy fácilmente uno de los rayos verdes qué escupían los cañones, haciendo auténticas proezas aéreas. Uno de dichos rayos estalló cerca suya, pero eso no lo amedrentó, ya qué ya estaba muy cerca. Apuntó con su lanza a uno de los cañones, y enseguida surgió de esta un rayo azul qué hizo explotar por los aires tanto a los artilleros cómo al cañón. Finalmente llegó a una de las zanjas, donde Indraugnir soltó una llamarada de fuego qué incineró la susodicha bajo el fuego de Caledor. Él mismo se ocupó personalmente de algunos skavens qué desesperados intentaban atacarle por los flancos, mientras Indraugnir devoraba a los qué atacaban por el frente. Un codazo del rey le bastó para echar a un skaven qué intentaba apuñalarle, y otra estocada hizo qué hubiese un skaven en llamas menos en el mundo.



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El Guardián de los lobos blancos volvió a acometer con su hacha a los escasos skavens qué trepaban por las podridas escalas. A una orden suya los otros cuatro lobos blancos qué habían sobrevivido a la batalla contra el vampiro alzaron al unísono las hachas, decapitando a todos los enemigos. Mientras Yvlerion no paraba de forcejear en lo mágico contra los brujos hombres rata. Parecía sudoroso y no era para poco. Cómo las almenas ya estaban limpias de insignificantes enemigos, el Guardián empujo a dos flemáticos lanceros para poder contemplar las líneas enemigas. De la primera horda ya solo quedaban restos, y las cinco ruedas de la muerte se habían estrellado inútilmente contra la gran puerta, así qué ahora tendrían qué hacer frente a la segunda oleada. Esta ya estaba compuesto por insignificantes enemigos mejor armados. Pues qué vinieran. Se armasen cómo se armasen se encontrarían tarde o temprano con su fría hacha. Entonces vio cómo entre las aullantes criaturas surgían estructuras con forma de cono. Un examen un poco más exhaustivo le hizo ver que en el frente tenían un ariete cónico, mientras qué en toda la estructura bullían skavens ansiosos por pelear. Por detrás de las estructuras había una hilera de seis ratas ogro qué, ayudadas por los esclavos, hacían avanzar la estructura. Además, de lejos daban la impresión de ser ratas gigantes de varios metros de altura. Luego se puso a contar y pudo ver qué habían cómo una docena o algo así totalmente construidos y otras dos a medias. Yvlerion se dio cuenta de su implacable avance, por lo qué elevó su vara al cielo, haciendo aparecer media docena de cometas qué quemaron por completo una de las máquinas. Cada vez estaban más cerca. Ya podía oler a las ratas



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Aeralos miró agotado al mar de cadáveres qué ahora habían en la torre y a los guardias elfos qué ahora cubrían sus posiciones. Al principio había logrado matar a la mitad con su magia. Unos pocos escaparon para encontrarse con los guardias, pero la mayoría fue a por él. Finalmente los dos alumnos lograron reaccionar y se sumaron con él y otros dos guardias más a la pelea. Al final de la contienda sólo sobrevivió Aeralos, ya qué los otros fueron demasiado piadosos. Demasiado. Contempló tristemente los cadáveres cuando de repente un mortífero y apestoso proyectil. Cuándo vio a los guardias caérsele la piel a tiras y crecerles llagas por todo el cuerpo, Aeralos lo primero qué hizo fue salir de ahí tapándose la boca. Cuándo salió vio cómo los elfos formaban filas apretadas para enfrentarse a los skavens qué salían de las escalas y de una rara máquina con un ariete qué no paraba de golpear la muralla. Aeralos se sumó rápidamente a la batalla. Con un gesto de mano tres skavens empezaron a arder con un fuego a zul y él aprovechó la confusión para matar a varios más. Pudo ver cómo sus aprendices ocupaban posiciones al lado suya y justo cuándo iba a alzar su espada vio cómo dos skavens preparaban un raro artilugio con forma de pequeño cañón. Inmediatamente se hizo al lado milésimas de segundo antes de qué de este surgiera una gran llamarada qué quemó a cuatro de sus discípulos, siete skavens y un arquero. Justo cuándo paró de regurgitar fuego, Aeralos se abalanzó rápidamente sobe los artilleros, los mato, y volvió a las almenas. Y justo cuándo iba a alzar sus manos para invocar un hechizo de potencia un rayo verde mágico cruzó el aire, estrellándose en el suelo y haciéndole saltar por los aires hasta estrellarse inconsciente contra un tejado élfico.



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Skabscror miró orgulloso a su última maravilla de la mutación. Lo había mantenido todo el tiempo en el bosque, alimentándolo, aumentándolo y domándolo junto a los maestros del clan Moulder hasta qué al final estuvo preparado. El rey de las ratas ya estaba avanzando cómo una bola inmensa, rodando por el suelo y guiada y empujada por los ciegos y grisáceos ratas-ogro-topo. Lo único qué lo molestaba era qué uno de los domadores muriese en la víspera de la batalla, pero su obra maestra estaba ya preparada. Pero de repente lo atacaron otra vez los dolores. Tenían qué atacar de una maldita vez. El rey de ratas había sido producto de una criatura de la realidad. Y es qué los grandes días de la Gran Rata Cornuda siempre aparece un grupo de ratas en con las colas atadas en un mismo punto qué atacan salvajes a todo el que se les acerque. Él había capturado una de estas maravillas de su dios, y había visto cómo alargarlo. Había puesto en el punto de unión una gran cantidad de skalm y habían atado a la bola muchas ratas, incluso algunos skavens y un puñado de ratas ogro, todo le había servido para formar una gigantesca bola de ratas chillantes más grande qué un gigante y que ahora se dirigía a la puerta de la ciudad. Skabscror buscó con la vista las innumerables torres qué Garrac le había citado y finalmente las encontró. Otra punzada de dolor le hizo insistir a los domadores qué fueran más deprisa. Se le acababa el tiempo. Vistalarga miró detrás suya, esperando a qué a Skabscror le atravesase alguna flecha, pero siempre a una prudente distancia de Torturador.Mientras la campana seguía sonando rítmicamente.




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Fethlorgar dirigió la mirada hacia la monstruosa bola de ratas. Un pequeño toque de piernas le hizo saber a Indraugnir cual sería su próximo objetivo. Este último alzó las alas y se puso a volar otra vez hacia un nuevo objetivo. La lanza lanzó un rayo azul a este, pero tan sólo chamucó a algunas ratas. Luego Indraugnir devoró a otras cuantas, pero seguían siendo pocas. Finalmente el dragón soltó una gran llamarada por todo el perímetro qué hizo poner en llamas toda la bola, pero esta seguía avanzando implacable. Acto seguido se concentró en los domadores, que no tardaron mucho en huir, pero la bola seguía rodando hacia las puertas de la ciudad. En seguida Fethlorgar supo qué hacer. Se bajó del dragón y se adentró en las profundidades, rodeado de miles de ratas qué no paraban de mordisquearle la armadura. Haciendo caso omiso de estas se fue adentrando enre las ratas, trepando. Dio gracias también a llevar una armadura dragón, ya que esta le protegía también del fuego. Finalmente llegó a donde quería. Una bola de piedra de la disformidad que formaba el núcleo de la “estructura”. Se puso a trepar todo lo alto qué pudo sin perder de vista el núcleo, lo apuntó con su lanza y disparó. Al principio no pasó nada, pero Fethlorgar sabía lo que terminaría pasando, así qué trepó todo lo rápido qué pudo, recibiendo dentelladas desesperadas por todas partes. Finalmente llegó a la superficie, pero una vez qué asomó la cabeza al aire libre para respirar un poco de aire puro vio con horror donde estaba la bola: a pocos palmos de distancia de la puerta, y pudo ver las caras de terror de sus camaradas y en sus ojos se vio a él mismo acobardado. Lo único que podía hacer era subir a su ragón y huir. Y finalmente la bola estalló en una gran explosión verde, llevándose consigo puerta, muralla, elfos, skavens y dragón.



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Yairffeel escuchó un gran estallido en la superficie. Acto seguido se encogió de hombros y volvió a vigilar cómo guardia del subsuelo qué era las cloacas ahora selladas bajo escombros. Luego, al ver qué no pasaba nada volvió a ver los pies de su amigo, qué seguía durmiendo. Todavía seguía indignado por la insolencia qué había cometido un elfo al decirle qué a lo mejor pelearían mejor en los túneles con lanza y pavés.¡Por favor! Los paveses eran para los skavens y las lanzas para los de la superficie. Cómo miembro de la Orden de los Subsuelos qué era no iba a quedarse detrás de un escudo ni a poner un palo entre el y la batalla, no. Tampoco iba a romper la tradición. Seguiría peleando con sus espadas gemelas hasta el fin de los tiempos, cómo todos sus antepasados. Y todavía había quien pensaba que era imposble pelear así. Mentira. Él desde luego había peleado en condiciones peores a aquella y llevaba ya noventa y ocho primaveras así. Dentro de dos entraría a formar parte de la élite de la superficie cómo un orgulloso caballero. Pero un chapoteo en el agua interrumpió sus pensamientos. Desenvainó sus espadas y intentó vislumbrar en la oscuridad cuándo de repente surgió un skaven con harapos negros. Este intentó apuñalarle, pero Yairffeel se echó a un lado rápidamente. Justo cuando recompuso su posición el atacante había desaparecido entre las sombras. Yairfeel soltó gritos de desafío a la oscuridad, apelando al orgullo marcial de su oponente, pero no pasó nada. El guardia pensó qué no merecía la pena avisar a sus compañeros, ni siquiera despertar a su compañero. Él solito podía con aquella alimaña. EN eso pensaba justo cuando la susodicha salió otra vez de las sombras para volver a acometer, pero esta vez estaba preparado, ya qué paró sus puñaladas. El combate se prolongó un poco más hasta qué su oponente volvio a escabullirse entre las sombras. Esta vez no tuvo qué decir nada, ya qué pudo ver un destello de oro perteneciente al skaven, pero justo cuándo alzaba sus espadas para acometer se dio cuenta de que sus piernas no le respondían. Intentó moverse, pero cayó al suelo para darse cuenta de qué tenía clavadas en el corazón tres estrellas negras. Justo cuando cayó al suelo pudo oír los escombros retumbar mientras se oían por el otro lado muchos chillidos. Antes de morir pudo ver qué su compañero no había estado durmiendo, ya qué llevaba clavadas en el cuerpo dos estrellas. Irónico. Mientras en la oscuridad el brillo de los colmillos dorados se intensificó mientras se oía una risilla tan aguda como maliciosa.


DONG DONG DONG DONG DONG DONG DONG DONG DONG DONG DONG DONG DONG



Squeweel sonrió de estupefaciencia. El dichoso ritual ya había acabado. Había seguido paso por paso todas las instrucciones a seguir para invocar la voluntad de su inmisericordioso y todopoderoso señor. El aire empezaba a emputrecerse, las pocas plantas qué quedaban se apagaban, mustías y podridas, los skavens habían corrido a evitar la zona, la campana le retumbaba ya los tímpanos y las últimas palabras de su ritual todavía sonaban por la zona cómo un eco maligno. Enseguida apareció una bruma negra qué cubrió por completo el cadáver del horrorizado esclavo y el círculo de invocación. En seguida lo qué empezó en una risa de poder se convirtió en miedo, pero se contuvo a secretar el almizcle. De la niebla surgió entonces primero dos pezuñas negras, después un báculo con la punta roja, después un torso flácido lleno de pelos y finalmente un rostro adornado por dos cuernos, un rostro bovino y finalmente unos penetrantes ojos rojos qué estaban fijos en su persona. Entonces el skaven fijó la vista en sus pezuñas, ya qué según decían si lo miraba a los ojos se condenaría eternamente. Tampoco podía mentir, pero si transformar un poco la verdad a su antojo:
-Oh, gran señor de las alimañas, esos miserables y arrogantes cosas-elfas han desafiado al poder de la Rata Cornuda, y mi líder me ha pedido que te invoque para poderlos aplastar bajo nuestras garras
El señor de las alimañas se le acercó, lo olisqueó, miró la campana y se escabulló entre las sombras mientras soltaba una risa más siniestra que todas las cosas-muertas juntas. Esto dejo entre aterrado y perplejo al vidente, qué no pudo evitar rascarse la cabeza con una de sus garras delanteras.


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Squeweel se acarició desesperado los oídos, sordo por aquel último tañir. Pudo ver cómo la campana se resquebrajaba mientras se abrían una gran fisura en el suelo. Vio cómo el señor de las alimañas se escabullía. Le pidió desesperado auxilio, pero este hizo oídos sordos mientras se dirigía a la ciudad. Las nubes se teñían de verde mientras los skavens intentaban huir desesperados del lugar. Finalmente se abrió a sus pies un gran abismo por el cual cayeron tanto él cómo la campana cómo los campaneros cómo una docena de skavens cercanos. Y antes de que pudiera gritar cayó del cielo un rayo verde qué llegó hasta la campana, donde el estaba casualmente. Antes de morir en lo último qué pensó fue en que ya no podría esclavizar él mismo a las cosas-elfas.


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Los sombríos ya estaban preparados silenciosamente en sus puestos. No paraban de vigilar a los skavens y la misteriosa máquina en la que estaban trabajando. Qué fuera le traía sin cuidado a Higelf, lo único qué sabía era qué a la larga resultaría dañino para toda Ulthuan, pero nada más, y a él esa información le bastaba. Además quería vengar las muertes de sus alumnos, Natgarion y Kthellar, qué habían caído por las rastreras artimañas de los hijos del caos. Lo único qué no sabía era si toda una compañía de sombríos y los supervivientes élficos de los bosques bastarían para poder vencer a toda una inmensa horda de skavens, pero al estar a los pies de las montañas no recibirían refuerzos, aunque entre sus enemigos se estaba produciendo una revuelta. Lo qué si qué le pareció extraño era qué el cielo fuese verde y no pararan de abrirse pequeñas grietas en el suelo. Algo había pasado…


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Haw se puso a los pies de Skreek Garrafija, alabándolo de mil maneras y intentando así de paso alejarse de su hacha oxidada. Mientras, los guardias se preparaban para cubrirle las espaldas a su líder vestido con una armadura carmesí rapiñada a las cosas con barba. También no paraban de oírse los gritos de huelga de los esclavos y sus amenazas de donde debería meterse el ingeniero su invento y los picos.
-Me estoy impacientando, sucia-sucia alimaña-amenazó Skreek mientras alzaba su espada
-¡No! ¡Paciencia, mi señor, paciencia! Ya faltan unos pocos-pocos latidos para qué el cañón entre en funcionamiento y reduzca a cenizas la ciudad qué las cosas-elfas llaman Tor Ynes…vress…fress…bueno, qué después podrás aplastar bajo tus garras todo el este, y después, oh sí-sí, amenazaremos con destruir su Plagaskaven, y entonces, oh sí-sí, se rendirán y alabarán tu nombre, oh sí-sí, junto al de la Gran Rata Cornuda, oh sí-sí
Esta tentativa pareció agradarle mucho a Skreek, qué bajo su espada, pero no la mirada asesina
-¡¿Y qué quieres- preguntó con tono de rabia-que haga con tus rebeldes esclavos?! ¡Sin ellos no podemos-podemos seguir con el cañón y dentro de poco notaré debajo de mi cola a los malditos espías de ese imberbe de Skabscror! Oh, sí-sí-Terminó irónicamente. Poco a poco ya se fue notando cómo todos los skavens se ponían nerviosos.
-No te preocupes, oh no-no-De repente se oyó un estallido procedente de la sala de máquinas-Ya está listo, oh sí-sí-Dijo el ingeniero mientras una sonrisa se le abría en la boca.

El enemigo mas peligroso no es el orco que esta vociferando all&aacute; a lo lejos, no, es el skaven que esta detr&aacute;s tuya.

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