La Gran Marcha hacia Ulthuan (del fantasy)

13 años 7 meses antes #51591 por garrak
AMPLIACIÓN

Maldita sea. Esos despreciables seres inferiores con forma de rata no para con su continuo reflujo de tropas a las murallas. Forcejeo con uno, intentando arrebatarle esa larga alabarda con intenciones asesinas, y mientras qué este me dice un par de cosas en su incomprensible idioma, yo no dejo de pensar en el porque de todo. Sus inmundos camaradas mataron a toda mi familia del bosque a sangre fría. Glorbidil, Kaith, Alacarth... Todos ellos muertos muy seguramente en uno de esos enormes incendios. Y yo ya no tengo nada más qué perder más que mi propia vida y algo que mis compañeros llaman "orgullo". Ah, si, se me olvidaba lo más importante de todo. La venganza. La fría , amarga y dulce venganza. Por Khaine qué la obtendré aunque me cueste mi último aliento.
Este último pensamiento me da fuerzas renovadas, las suficientes cómo para lanzar a mi indigno enemigo por el pequeño precipio qué me han dejado entre las almenas los ya innumerables bombardeos del enemigo. Un skaven se lanza a por mi con su espada oxida alzada. Pega muchos alaridos, aunque hace ya unas explosiones que deje de oír. Cierro los ojos y mi vida pasa delante mía en milésimas de segundos. Los vuelvo a abrir la rata ya no está. Raro. Muy raro.

Miro a mi alrdedor y ya sólo veo muertos y más muertos. Y más skavens. Y las escaleras que dan el acceso a la plaza. Y yo soy el único elfo vivo. Y estoy en medio, cómo siempre.
Veo a uno de ellos lanzarme una esfera verde, y contengo instintivamente la respiración, y menos mal qué lo hago, ya qué de la esfera salía un humo venenoso qué de haberlo respirado me habría hecho dejar definitivamente las ganas de venganza. Cojo mi lanza y el escudo de alguien (no sé de quién) y me lanzo con la boca cerrada hacia mis innumerables amigos con cola, mientras me recuerdo a mi mismo que no soy más qué un lancero qué se las va a ver con Khaine dentro de muy poco.

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Maldita sea. Por la Gran Rata Cornuda que cómo Skabscror siga así voy a perder mi amado pescuezo pronto-pronto. Un vidente gris de la categoría y calidad de Horrk no podía morir a causa de unas flechitas de nada. Me ocultó detrás de mis esbirros, mientras qué estos tapan valientemente con sus cuerpos las flechas-flechas y corren a pedir más refuerzos, yo me pongo a urdir mis planes-planes de supremacía, sí-sí. Por supuesto, sobra-sobra decir qué no pienso hacer cómo mis antecesores y hacer un ataque directo, no-no. Una mente privilegiada cómo la mía tiene maneras más sutiles de atacar-atacar a las cosas-elfas y a las cosas-almenas. Sí-sí. Con un chasquido de mis dedos desaparezc en un, supongo, estallido verde.

Miró a mi alrededor. No, esto no es lo que buscaba, no-no. Solo hay cosas elfas yendo a una puerta y una estatua de una cosa-elfa. No-no, aquí no es. Toca teletransportarse.

Otra vez miró. Esta vez sí. El maestro Moulder me mira sorprendido, oh sí-sí, parece tonto-tonto. Una mirada de malas pulgas le hace saber lo qué quiero, y mientras qué servilmente escupe a su majestuosidad, ordena a sus maestros del clan con la garra qué suelten a las cosas-lagarto. Son raras-raras, oh sí-sí. Tienen cola de rata, patas de lagarto, mandíbulas de rata y cuernos enormes. Ah, y miden seis o siete veces yo. Algunos tienen implantes, suturas y heridas, pero es un rebaño muy singular, oh, sí-sí. Maravillosas-osas. Debieroon ser obra mía, oh, sí-sí. Lanzando rugidos se lanzan a la lanz..., digo-digooo a la cosa rara con almenas. Algunas caer al suelo llenos de pinchos, otros se estrellan en un temblor fuerte-fuerte con la cosa rara de las almenas, y otros van a por tropas Skabscror (o, cómo líder absoluto qué soy, y por extensión, mías) y uno hace gukero grande-grande en la cosa rara de las almenas. Bien. Pero me aburro, y todavía no me he apareado con mi harén de una criadora. Toca aparearse, oh, sí-sí.

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Maldita sea. Ese elfo que acaba de llegar a la ciudad, Hraith creo qué se llamba, no para de decir qué Athel Amaraya está siendo asediada y qué necesita la ayuda de nosotras las águilas y de nuestros aliados elfos. Pero no es el momento. La profecía dice qué solamente cuándo el dragón ancestral qué siempre gobernó antaño las montañas se levante y suelte su gran rugido, solo entonces el pueblo de las montañas saldrá con cólera resurgida de sus hogares a enfrentarse al enemigo. Y llevamos yacuatro mil años preparandonos.
Bueno, en realidad estoy mintiendo al (espero) sagaz lector. Unos seres de tamaña inteligencia cómo nosotras las águilas gigantes no están atadas a primitivos escritos. Lo único qué nos impide levantar el vuelo es qué sin la ayuda de nuestros hermanos elfos no podríamos enfrentarnos a la horda qué describe Hraith sin más ayuda qué nuestros picos y garras. Así qué yo y el consejo de los ancianos no tenemos más remedio qué decirle a Hraith qué no podemos ayudarle.

Entonces el se cabrea y se mete en la cueva del dragón. Los elfos se enfadan, claro, y intentan detenerle, pero yo les pido que le concedan una oportunidad, ya qué ya sé lo que Hraith pretende...

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Maldita sea. Mira qué antes en el imperio nos iba bien. éramos buenos recaudadores de impuestos, estábamos forrados. Adorábamos a Nurgle y de vez en cuándo matábamos algún pueblo con alguna de sus plagas, pero nada más. Pero claro, entonces llegó aquel estúpido elfo muerto llamando a la puerta de nuestra casa, en busca de respuestas. Y ahí se empezaron a complicar las cosas. Padre se emocionó y le enseño los escritos viejos de nuestro viejo abuelo el hechicero del Caos. Pero el elfo quería saber más, y padre también estaba ya intrigado, así qué !Hala! !Nos vamos de vacaciones a los Desiertos del Caos en busca de respuestas! !Hala! !A la porra el trabajo, novias, dineros, y demas etcs!

Y claro, consiguimos todos lo qué elfo y padre querían.No sólo consiguieron el favor de Nurgle, (bueno, y toda la familia tambien) sino qué además si cumplían con el plan del elfo obtendrían la inmortalidad qué otorga el ser un príncipe demonio. Y la parte complicada, la del hermano de Athriel, ya estaba hecha. Aún así yo no me acabo de fiar del elfo. Sí, sí, padre confiar plenamente en él, pero no hemos lleguado a ser hechiceros de nurgle por ser estúpidos. Padre tiene plan para matar elfo a última hora, pero yo también tengo plan para matar familia a última hora...

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Maldita sea. Esos skavens malditos se han infiltrado en pleno corazón de la ciudad los guardianes de las cloacas, al parecer ser se hallan en una serie de túneles convexos intentando parar a la mayoría de la horda, pero a mí no me parece qué hayan reducido mucho en número. Blando mi espada y mato a dos en un abrir y cerrar de ojos. Otro skaven, sin decir nada, me intenta apuñalar por detrás, pero cuándo me doy la vuelta ¿ya no está?

Miro a mi alrededor. Le atravieso la garganta a otro skaven de ropajes negros y salgo del combate. No estoy huyendo, ni mucho menos. Es tan sólo qué estoy preocupado por mis compañeros del consejo. Alain se lanzó en su flamante hiopogrifo a por las filas de skavens, y ya no se supo más de él. Wailth murió por la plaga antes de la batalla. Alcaran fue de los primeros en caer en las murallas, Kael se halla esperando en el placio y Uniiil, mi compañero desde hace poco más de quinientos años se halla entre los escombros de la muralla. Y es a él al qué voy a rescatar. Me hago acompañar por una docena de guardias de la ciudad y cruzo la segunda muralla.

En la Plaza del Héroe todo se había vuelto un absoluto caos. La puerta estaba totalmente destrozada, sus soldados intentaban organizarse en falanges, mientras qué una compañia de guardias del fénix se adentraba silenciosamente en las brumas de la explosión. ¿Que hacían?

Pero no tenía tiempo para eso. Cruzó rapidamente las calles, buscando a Uniil con la mirada, pero sólo encontraba elfos qué huían en desbandada a la plaza. No era buena señal. Pero por fin encontró el lugar en el qué estaba Uniiil. De la seccíon de muralla de la zona ya sólo quedaban escombros, y elfos trepando por ellos. Por fin encontró a Uniiil, que se encontraba pelendo desesperadamente por su vida contra tres ratas ogro y innumrables skavens hambrientos penetrandolos con sus ojillos rojos. La cosa se complicaba por momentos.



Por favor, que alguien suelte algun comentario, es que estoy empezando a pensar que ya nadie se acuerda de este relato (bueno, es que he ido con un poco de retraso para seguir con el relato, pero si veo que hay lectores asiduos, aunque solo sean un par, pues intentare ser mas continuo con mis relatos y no dejar huecos de 3 meses)

El enemigo mas peligroso no es el orco que esta vociferando allá a lo lejos, no, es el skaven que esta detrás tuya.

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13 años 5 meses antes #53438 por garrak
UNA PEQUEÑA TREGUA

Yvlerion pasó su mirada por la plaza. Docenas de elfos ataviados con sus armaduras plateados y ropas blancas y armados uniformemente con sus escudos y lanzas se hallaban formados, esperando silenciosamente en sus puestos a qué el enemigo se decidiera a atacar, mientras qué los arqueros esperaban con los arcos tensados desde sus posiciones, escrutando el humo y las llamas qué residían e lo que quedaba de la antaño ancestral puerta.

De repente surgieron de la bruma 13 sombras silenciosas. Antes de qué los elfos más tensos hicieran algo uno de los generales alzó la mano, prohibiendo con ese gesto una inútil masacre, y justo entonces las trece sombras surgieron del humo, aclarando el misterio. Era una docena de elfos ataviados en armaduras doradas embadurnadas del ya familiar líquido negro de algunas gotas rojas de sus camaradas. Un tambor acompañaba el rítmico y totalmente silencioso paso de la guardia del fénix, mientras que las alabardas, alzadas, se hallaban a la espera de nuevas víctimas.

Pero lo más importante era el elfo que era portado por dos guardias. Nada más verlo el elfo pronunció un par de palabras, y acto seguido en menos de lo que canta un gallo élfico (casi nada) una ave flamígera atravesaba la plaza hasta posarse al lado del malherido elfo, y otro par de palabras devolvieron al mago a su estado original.

Los temores del mago de Cracia quedaron confirmados en seguida: era el príncipe caledoriano Fethlorgar. Estaba agonizando. Tenía astillas clavadas por todos los recovecos de su armadura, siendo la más importante una que le atravesaba el ojo izquierdo.(sobra decir que iba sin casco). Su armadura de dragón lo había salvado del fuego disforme de la explosión, pero ante las astillas que salieron despedidas de la puerta poca cosa pudo hacer. Quién no había tenido tanta suerte había sido el dragón, que yacía muerto entre los escombros.

Y ahora a Yvlerion se le presentaban dos opciones: salvar al príncipe a riesgo de su propia vida y acabar sus días en alguna anónima batalla, o, y esta era la opción más beneficiosa, fingir qué intentaba salvar al elfo, dejándolo morir, dejar las tierras sin dueño alguno a merced de su señor, recibiendo por sus méritos unas tierras en Cracia y la promesa de acabar su longeva vida pacíficamente cómo recompensa.

Pero el dilema moral se convirtió rápidamente en arrepentimiento. Ese tipo de pensamientos y vanidades eran más propios de las mentes enfermas de sus primos oscuros de Naggaroth, impensables en un elfo de tan noble estirpe cómo la suya. Tarde o temprano ayudaría a su señor a poseer esas tierras alejadas de la mano de los dioses, pero no con esos métodos y circunstancias. Puso su mano en frente sucia y ensangrentada y empezó a concentrarse.

La verdad era qué Yvlerion nunca había sido conocido por sus dotes curativas, ya que en una tierra tan invadida por las tropas del Rey Brujo, normalmente más numerosas, se apreciaban más las habilidades destructivas píricas que permitían destruir barcos negros llenos de corsarios que unos hechizos curativos que los fuertes y orgullosos cracianos no estimaban demasiado.

Y estaba también que Yvlerion tan solo había curado animales pequeños y alguna que otra cría de león blanco, nada muy importante.

Pero estudiarlo lo había estudiado, así que poco a poco las palabras ancestrales fueron surgiendo de sus labios poco a poco, mientras la guardia del fénix formaba un círculo silencioso y pétreo de alabardas, valentía y armaduras doradas y sucias.

La tranquilidad no duró mucho, ya que enseguida surgieron de la oscuridad tres rayos verdes serpenteantes qué surcaron la bruma hasta posarse ferozmente en los guardias. Milagrosamente sólo uno cayó carbonizado, ya qué los demás siguieron impasibles escrutando la niebla, protegidos en todo momento por Asuryan. Los gritos de Fethlorgar se oían a través del viento aullante.



En seguida la pesada bruma se fue dispersando, dejando ver por fin al enemigo. Todos los hombres rata se mantenían a cierta distancia de la puerta, esperando recelosos, pero lo qué importaban eran las tres ruedas de la muerte qué acompañadas por su ráfaga de rayos verdes cruzaban los escombros, dirigiendose todas hacia el mismo objetivo: la guardia del fénix.

Otra vez salieron despedidos varios rayos de los artefactos maquiavélicos. Uno estalló a varias yardas de los elfos, otro corrió la misma fortuna, un tercero dio en una de las ruedas ratoniles, sin provocar nada más que humo, fuego y chillidos desesperados, pero nada que parase su infrenable ritmo. Los demás rayos se dirigieron a por el cerco, para horror de los elfos que caminaban raudos a ayudar a sus camaradas. Milagrosamente los rayos tan sólo mataron tres guardias y dejaron con la cara carbonizada a otro, pero el cerco se mantenía en pie, y ahora un aura blanca lo rodeaba. La voz de Yvlerion empezó a imponerse sobre el sufrimiento agónico de Fethlorgar, pero necesitaba más tiempo. Las ruedas estaban cada vez más cerca.

Y justo cuándo las ruedas ya estaban a punto de disparar otra vez, un rugido gutural surgió de entre los escombros, y, cómo un demonio de furia vengativa, un dragón milenario se levantaba sobre sus cuatro patas, rugiendo a los nuevos enemigos y dispuesto a vender muy caro su último aliento.



Las ruedas se pusieron de mutuo acuerdo y decidieron replegarse para evitar al dragón y coger carrerilla. Una lluvia de flechas las intentó dar, pero lo único que hicieron fue o estrellarse contra el suelo o rebotar contra la carcasa, pero enseguida tuvieron los elfos que concentrarse en una marea de skavens que se aproximaba por detrás de las ruedas.

Mientras tanto el dragón alzó sus fauces al cielo, las volvió a bajar en dirección a una de las ruedas rápidamente y una oleada de llamas salió de su boca con trayectoria a la rueda ratonil qué iba en cabeza. Unos segundos de llamaradas y gritos después la rueda estalló en un gran fogonazo, pero las otras dos rodaron sobre los restos de la rueda destruida hacia el dragón. Una vez más los rayos volvieron a salir de los lanzarrayos. Dos estallaron lejos de su objetivo, levantando grandes cantidades de polvo, otras dos carbonizaron a un par de hombres rata descuidados y finalmente los restantes impactaron de lleno en el dragón. Este aulló de dolor por la gran herida propiciada, estuvo a punto de caerse al suelo y morder el polvo, pero logró reunir voluntad suficiente para levantarse y plantar cara. Intentó volar, pero sus alas estaban totalmente atrofiadas y destrozadas, así que el dolorido dragón se vio incapacitado para volver a levantar el vuelo. Las ruedas estaban cada vez más cerca.

Entonces un virotazo de algún lanzavirotes anónimo salió proveniente de las torres y impactó de lleno en uno de los mecanismos, el que despedía humo sin parar. Al parecer ser debió de impactar en algún generador o algo así, ya que de nuevo una explosión estruendosa iluminó los ojos de los skavens que andaban por detrás con ganas de pelear, saquear y pirarse.

Pero todavía quedaba una rueda de la muerte infernal. Y a esta le pasaba algo raro. No dejaba de despedir humo por los laterales mientras el ingeniero piloto se aferraba desesperado a los controles, sin saber qué hacer y mirando con odio a su ayudante y a las ratas. Obviamente había perdido el control.

Y mientras que la alocada rueda iba de cabeza hacia el enfurecido dragón y los esclavos se acercaban más y más a los guardianes del fénix y la vanguardia elfa, Yvlerion tenía serios problemas. Había tenido un error de pronunciación en una palabra del ritual mágico y ahora las heridas de Fethlorgar eran aún mayores que antes. Sus quejidos llegaban a niveles desesperantes. Oyó al dragón aullar, pero al mago lo único que lo interesaba era su paciente. Ya solo le quedaba una alternativa: sacrificar su propia vida a cambio de darle al caledoriano más tiempo para así poder llegar a las torres y ser curado de verdad. Pero Yvlerion no estaba seguro de poder llegar tan lejos…

Justo entonces uno de los elfos silenciosos, supuestamente el guardián de la llama, se plantó frente a él. Un intercambio de miradas lo aclaró todo, así que Yvlerion empezó con el ritual. Y mientras, la rueda de la muerte ya estaba a tan solo unos pasos de su destino, pero este abrió las fauces y las cerró, pero debido a la lentitud de sus reflejos y sus heridas solo consiguió morder aire. El piloto hacia ya un tiempo que no gobernaba la máquina, y viendo que iba a colisionar, saltó a lo bruce willis de la rueda, estrellándose contra el suelo, mientras que la rueda hacía lo propio con el dragón, provocando una explosión verde qué cegó a los espectadores del evento. El dragón, moribundo, echó un último vistazo al círculo de guardias del fénix que se retiraba. Ya había cumplido con su cometido y ya podía morir en paz.

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El túnel era completamente oscuro, a excepción de una lamparilla de aceite que desde su posición en el suelo iluminaba a los confidentes.

Skabscror miró la lámpara, y, también por si los casos, retrocedió entre las sombras para ocultarse detrás de los tres guardias albinos, ya que tratándose de los taplins, nunca se sabía.

Acto seguido le lanzó una mirada de desconfianza y recelo al brujo de los hombres topo, y muy seguramente el también le estaría lanzando la misma mirada si gozara de capacidad de visión. Cómo todos los taplins parecía la horrible parodia de un topo que quisiese andar a dos patas. Los hombres topo son sencillamente topos de metro, metro y medio de altura que se sostienen sobre sus dos patas traseras. No tienen cola, ni escrúpulos en saciar sus avaricias lo más cruel y rápidamente posible. Van normalmente encorvados, con una gran joroba a sus espaldas. Y los tentáculos de sus bocas siempre se remueven impacientes, emitiendo sonidos parecidos a una mezcla entre un silbido de máquinas del clan Skyrre y los gritos guturales de los necrófagos. Sus largas zarpas de entre veinte centímetros y treinta lo toquetean todo con avaricia y curiosidad, tanteando en la oscuridad. Desde luego eran unas zarpas muy afiladas que podían atravesar fácilmente el acero. Y ese último pensamiento le hizo a Skabscror retroceder un par de pasos más.

Pero por si los hombres topo no fueran ya raros, sus líderes, los brujos grises, lo eran todavía más. Cómo su nombre sugería, su pelaje es totalmente gris, o blanco en algunos casos. En la frente tenían un cuerno de cabra y sus bocas tenían una forma diferente, más parecida a la de un caimán, y además normalmente llevaban un bastón rúnico de algún metal raro (en este caso oro) con gemas más raras todavía incrustadas (rubís) y un símbolo estrellado en la punta de a saber qué. Y como todos sus avariciosos parientes, este iba embadurnado en unas placas de oro.

El solitario taplin olisqueó un poco el aire, tanteando el suelo con su vara hasta que esta tocó la lámpara. El taplin se paró y dirigió su cónica cabeza al techo, como si buscase algo.

-¿Qu ssssssss lo que quressssssss e losssssss hombressssssss topo SSSSSSkbscror? (Sí, tenías razón, tienen que sesear, pero no me gusta mucho hacer esto, ya que no son los únicos que sesean en Warhammer)

El sonido procedente de la mandíbula de tentáculos y dientes sorprendió a Skabscror. Los únicos taplins que sabían hablar la lengua skaven eran eruditos recelosos encerrados en sus madrigueras-escritorios, por eso al líder skaven le sorprendió al principio que el rujo fuera totalmente solo.

A continuación, y muy a su pesar, Skabscror se adelantó un par de pasos en la oscuridad

-Bien-bien, veo que sabes mi idioma

-¿Qu ssssssss lo que quressssssss e losssssss hombressssssss topo SSSSSSkbscror?

-Bien-bien, quiero que me hagáis un favor, sí-sí.

-Repite

-Teneis que hacerme un favor

-No enender…Repite

-Tu vas ayudar mi

-SSSSSSSSSí, yo enender, sssssssí. ¿Qu qures? Yo no gratis.

-Hay una torre de cosas-preciosas

-¿Cosssssssasssssss preciosasssssssss? Grklk ,arlghk

-Sí-sí, se lo dije a tus súbditos antes de zarpar.

El hombre topo alzó una de sus zarpas, pidiéndole que parara. Acto seguido, metió su zarpa posterior izquierda en un saco, y tres segundos después sacó del saco un artefacto extraño, parecido a un mando, con un botón y una especie de contador con símbolos extraños. El taplin pulsó el botón, manteniéndolo pulsado y enseguida del aparato salió un horrible y sonoro pitido fuerte que ensordeció a Skabscror y sus tres guardaespaldas. Incluso al hombre topo se le escaparon unas lágrimas de sus ojos mientras fruncía el entrecejo, y a los cinco segundos soltó la zarpa del botón, parando aquel horrible sonido.

-Verdd esssssss, ssssssssssi

-¿Y bien?

-¿Recomensa?

-Toda torre

-Toda to’’e? Bon recomensa, ma’’a.

Esta vez fue Skabscror el que scó un mapa en relive de la torre y un plano subtérraneo. No había ningún túnel o alcantarilla que accdiera al palacio.

-Recuerda, tres horas

-¿Ein? Grdfghkr

-Toma

-Trece veces trece

-SSSSSSSi

-Buuuuuuuuum

-Sssssrk

-Que nuestros túneles no se junten ni hoy ni mañana…

-Ni ayer.

Entonces la estrella se iluminó de un resplandor azul que iluminó toda la cueva, iluminando también a una docena de hombres topo que esperaban detrás de su líder. Este se dio la vuelta, golpeó tres veces el suelo y se retiró con sus camaradas, dejando tras de sí un fuerte olor a miedo.

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Molkit miró de largo a sus tropas mugrientas y malolientes. Todos los monjes de la plaga le miraban con ansiedad y odio, y Molkit entendía de sobra qué los monjes estuvieran ansiosos de pelear al menos un poco después de varias semanas de inactividad. Lo último que deseaban era morir, pero también es verdad que a los miembros del clan Pestilens les gustaba expandir sus procelosas plagas por el mundo de Warhammer. El portador de la plaga Psiust le miraba la toga con una mezcla de respeto y maldad. Pero Molkit alzó su garra, ordenándole parar. Si querían expandir la plaga por toda Ulthuan tendrían que esperar un poco más. Solo un poco.



Entonces de repente surgió un águila gigante del cielo. Los monjes se escabulleron lo más lejos posible, y Molkit se mezcló entre sus aprendices, buscando protección. Entonces finalmente el águila descendió a la velocidad del rayo, cogió a Psiust, y salió finalmente volando, todo ello sin que a los mojes les diera tiempo siquiera a alzar sus vengativas dagas al cielo. Al pontífice de la plaga lo que más le sorprendió fue que el águila no matara a Psiust

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-¿A qué coño-coño esperas, inútil?

-Paciencia-paciencia, oh mi gran señor, la máquina de destrucción definitiva ya está puesta en marcha.

-Ah, sí? Bien-bien… ¿Y porque no dispara?

-Amo, la máquina tarda en cargarse. Para poder destruir la Gran Ciudad de las cosas elfas necesitamos munición y tiempo.

-Me da igual. Dispara a esa ciudad. Así-así, Skabscror y todas sus tropas morirán, y me convertiré en el señor legítimo de Ulthuan. Y dile a esos esclavos que trabajen.

-Pero…

-¡¿QUÉ?!

-Mi señor… ¡díselo tú, Skarsnik!

-Eh…oh, mi gran señor, amo y subyugador de inocentes, mano derecha de la Gran Rata Cornuda…

-Corta el rollo, imbécil.

-Eh…hay un pequeño y molesto problemita que les “impide trabajar”…es un problema de nada, unas pequeñas trifulcas aquí y allá, nada preocupan…¡AAAAAAAIIIIIIIIIIEEEEEE!

-…

-Bueno, vale, se lo digo yo-yo, pero no me mate-mate, se lo suplico.

-…

-…Vale…vale, bien-bien…Resulta qué…que…que…

-…

-Se niegan a trabajar

-¡¿QUÉ?!

-Piden a su excelencia que su excelencia trabaje por ellos. Los lidera un skaven encapuchado.

-Bueno-bueno, no importa mucho-mucho. Mandaré cortar unas cuantas cabezas, oh, sí-sí

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Por fin había llegado el momento. Llevaba ya años esperando pacientemente a que algún idiota abriera el portal, y ya había llegado el momento. Recordó con amargura cómo su dios, Malal, le dio las instrucciones para ir a la isla élfica. Recordó las penurias que tuvo que pasar para atravesar el océano y como sobrevivió por los pelos a los afilados acantilados. Recordó como había estado viviendo todos estos largos años cómo una bestia encerrada en el misterioso bosque, rugiendo como una fiera indignada que no encontraba a su presa y escondiéndose de los putos elfos cursis de mierda y de otras cosas peores todavía y menos mariconas. Pero sobre todo recordó la frustración y odio que llevaba acumulando todos estos años.

Embutida en su armadura blanca como la luna cruzó los bosques lentamente, en dirección a las montañas. Pudo sentir en los Vientos de la Magia una perturbación.

Su casco sobresalía entre las sombras y su capa negra arrastraba a su paso las hojas que o bien el fuego skaven o bien alguna estación habían hecho caer al suelo. Su guante se iluminó con un resplandor de fuego rojo, y como siguiendo una orden, pudo ver a través de los pequeños huecos de su casco con su visión sobrenatural cómo la señora de la transformación encerrada en su negruzca y rúnica espada se removía, intentando inútilmente escapar de su pequeña prisión. El cráneo rojo que adornaba su poste de trofeos de los hombros se iluminó en los ojos con destellos amarillos.

Por fin la brutal seguidora de Malal podría encontrar víctimas para descargar su frustración, odio, rabia, furia y espera contenidos.



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Fethlorgar abrió los ojos. Le dolía mucho la cabeza. Pero que muy mucho. Pero no tenía heridas. Pudo oír a través de su cama a dos elfos discutiendo, pero sus voces le llegaban cómo ecos lejanos. En seguida se levantó y los miró. No eran más que figuras borrosas a sus ojos.

-Callaos.

Los dos elfos le hicieron caso. Pudo oír como uno de ellos (parecía ser una elfa) le decía algo, pero no sabía que era. Hizo un gesto con la mano y se llevó una mano en la cabeza. Intentó ordenar sus pensamientos. El dragón…la abominación…una explosión…Yvlerion…unos rayos…gritos…dolor…Sí, ahora ya pensaba con más claridad, y sus pensamientos ya se iban coordinando. Su último recuerdo era Yvlerion con el cejo fruncido y a su dragón agonizante. Volvió a abrir los ojos y se encontró una elfa pelirroja con túnicas y a Yvlerion.

-Indraugnir…Ugh…Lorgarian…

-Su hija está bien en sus aposentos, preocupada, pero sana y a salvo-respondió la elfa-en cuanto a Indraugnir…no volverá a sobrevolar los prados de Ulthuan nunca más, ni volverá a Caledor…

Maldit sea…pobre Indri…tantos años peleando y ese sería su final glorioso…morir a manos de un puñado de ratas…

-¿Y los skavens?

-Están…inactivos…de momento. Llevan ya una hora y media esperando. Puede que se retiren. Habrán visto nuestra superioridad.

-¿Qué pasó?

-Aquí el imbécil este-dijo señalando a Yvlerion-se las dio de curandero y por poco no le mata. Tuvimos que llevarle a caballo aquí para restaurarle las heridas. Yvlerion será enviado a Hoeth cuando todo esto acabe. No admitimos novatos en nuestras filas…

-Todo eso está muy bien, pero traemos noticias…

-¿Cuáles?

-Una de nuestras aliadas emplumadas fue al campamento skaven. Al parecer hay unos hombres rata con túnicas que planean algo al lado del río.

-¿Y que conclusión sacó?

-No lo sé, pregúnteselo a ella misma…

Acto seguido los dos elfos se hicieron a un lado, dejando enseñar a un skaven atado a una silla élfica.

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Hraith estaba que no cabía en sí de entusiasmo. Lo había conseguido. Justo cuándo estaba a punto de flaquear, cuando las palabras del ritual se le escapaban de los labios, pensó en Lorgarian con todas sus fuerzas, cogiendo ánimos suficientes para volver a la carga, consiguiendo finalmente su objetivo. La ayuda estaba en camino. El asedio de Gharn-El-Dryas no iba a durar mucho tiempo más.

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Skabscror miró con desconfianza los restos de la puerta. Al otro lado había más de un centenar de cosas elfas, esperando desde sus escondrijos a que el bueno de Skabscror asomase el hocico para clavarle sus malignas flechas. Mientras tanto sus esbirros esperaban impacientes y nerviosos a que su legítimo líder diera la orden de ataque.

Y su legítimo líder no dejaba de morderse la cola y de merodear por el frente, siempre con un ojo puesto en la puerta y el otro en su preciada espalda.

Las murallas exteriores ya habían sido conquistadas, pero ahora las cosas elfas se habían atrincherado en las escaleras y en puentes que solo Morrslieb sabía adónde conducían.

Mucha sangre se había derramado en las secciones de murallas derrumbadas, pero sus despiadados enemigos no cedían ni una sola cola de terreno, así que al señor de la guerra no le quedaba otra que atacar por la puerta. Ya se sabe que un enemigo bien apuñalado es un enemigo menos.

Y justo cuando iba a dar la orden de ataque surgió de entre los skavens la figura alta y todopoderosa de uno de los avatares de la Gran Rata Cornuda. Su sola presencia bastó para que todos los skavens se lanzaran de cabeza a la puerta, dirigidos por el señor de las alimañas. Skabscror se regocijo con eso, ya que le supondría no tener que dirigir el ataque.



Las cosas iban bien-bien

El enemigo mas peligroso no es el orco que esta vociferando allá a lo lejos, no, es el skaven que esta detrás tuya.

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13 años 3 meses antes #54102 por garrak
Planeta:Ghortis

Población:20.000 billones de civiles, 50.000 miembros del Adeptus Arbitres

Datos del clima: Aceptable. 35 grados con el calentamiento global del paneta, pero en invierno se han datado temperaturas inferiores a los 10 grados.

Geografía. Solo hay un gran mar de 60.000 kilómetros cuadrados de tamaño. Los otros dos tercios de superficie los ocupan las ciudades imperiales

Grados de diezmos:Exactis Tertius

Fecha de colonización: MK 36, 789

Aestimare: C249, mundo Forja con minas y fábricas industriales

Datos de informe: MK 41, año 956



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Planeta:Ghortis

Población:21 miembros de la legión de los Golpeadores, 1 juez del Adeptus Arbitres

Datos del clima: -41 grados

Geografía. Totalmente árido

Grados de diezmos:Non Adeptus

Fecha de colonización: MK 36, 789

Aestimare :G500 planeta muerto

Datos de informe: MK 41, año 958





INTRODUCIÓN

Antes de nada tengo que hablar de los guerreros del arcoiris. Fue una legión fundada durante la Segunda Fundación. Su servoarmadura era azul, y tenían una banda de colores del arcoiris en el casco. Eran conocidos por seguir fielmente la palabra del Emperador y también por intentar preservar la naturaleza, por lo que eran botánicos empedernidos y también zoologistas, sin que eso afectara sus dotes para los combates.



Pero un día todo eso cambió. Todo empezó con la guerra de Badab. En el mar Aestus, atracado en un puerto, había un barco enorme de los garras astrales, con mucha munición y armas suficientes como para destruir flotas enteras. Entonces los guerreros del Arcoiris, que se habían quedado cruzados de brazos durante la guerra, decidieron actuar por la noche. Enviaron un par de marines para sabotear el barco y que no pudiera zarpar, pero no sabían era que los Tiburones Espaciales ya habían puesto una bomba en el barco, que acabó detonando sin que los infiltrados pudieran huir. Cuando los marines se pusieron a buscar entre los escombros supervivientes, encontraron los cadáveres de los dos miembros de la legiçon ecologista, y claro, rápidamente avisaron a las órdenes imperiales de la traición.



El Imperio envió a las sororitas para purgar el planeta natal de los guerreros del Arco Iris. Efectuaron un fuerte bombardeo, pero cuando aterrizaron se encontraron que en vez de una férrea resistencia los marines habían salido con pancartas de protesta por la invasión. Finalmente, después de quemar a algunos manifestantes, el Imperio aceptó su redención, pero a cambio su planeta natal les fue confiscado, y se les condenó a hacer una cruzada sagrada por toda la galaxia. También se les requisó su código genetico, quitandoles la opción de reclutar nuevos hombres.



Avergonzados, los Guerreros del Arco Iris decidieron cambiar los colores de la legión y su heráldica, pasando a llamarse desde entonces como los Golpeadores. Todavía siguen intentando purgar sus pecados.

ARMADURA NEGRA,CORAZÓN NEGRO

El planeta Ghortis era un planeta imperial normal y corriente. Cómo no habían muchas especies autóctonas, el Imperio no tardó mucho en colonizar el planeta con grandes ciudades y grandes fábricas. Pero un día la cosa empezó a cambiar. En los barrios bajos las acciones criminales aumentaron de repente. Sin que viniera a cuento habían misteriosas mutilaciones de ciudadanos imperiales, y el pánico se iba extendiendo poco a poco. Entonces el juez del Adeptus Arbitres decidió hacer una llamada de socorro a una compañia de los Golpeadores. Rápidamente estos acudieron a Ghortis, deseando redimir los actos de su legión con algún hereje. Así, pues, empezaron a buscar entre los bajos fondos a los culpables con la típica táctica de "o me lo dices o te quemo y me lo dices", así que varias ciudades quedaron derruidas bajo la furia de los marines, y el descontento general se extendió, hasta que una caravana de los Golpeadores sufió una emboscada. Del cielo surgieron varias furias del caos, que se llevaron por los aires a vaios golpeadores, y del escaso follaje surgieron varios disparos certeros. Finakmente surgieron de las sombras las figuras de los Amos de la Noche, que masacraron a todos los marines menos a uno, que propagço la informaciçon del enemigo por todo el planeta. Entonces se produjo una rebelión mundial. Todos los civiles se lanzaban al cuello tanto del uno como del tro, los adeptus arbitres no se daban a basto y los Golpeadores tan solo podían ver como una y otra vez el enemigo se les escapaba. Era como intentar coger humo. Intentaron pedir llamadas de auxilio a cualquiera, pero la señal estaba interferida. Finalmente las masacres y escaramuzas llegaron a tal punto que nadie se atrevía a cruzar las calles solo.

La población era escasa.Los civiles o bien huían en sus naves para desaparecer misteriosamente, o bien eran descuartizados en plena calle, o bien se suicidaban. Cada día un marine desaparecía misteriosamente y las pocas veces que se conseguían hacer prisioneros estos eran asesinados. Y dos años después, cuando ya solo quedaban un puñado de supervivientes, decidieron retirarse a un búnker de la ciudad principal, Ghortis Prime. Pero vieron que el enemigo no les seguía. Las calles estaban frías y solitarias, y podían oír los ecos de sus pasos. Pasaron las semanas y el enemigo seguía sin dar señales de vida.Al final los marines se atrevieron a usar el intercomunicador, y se dieron cuenta aliviados de que la señal era recibida y respondida. Concretamente tres veces.

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Código:







Vermellón se agachó para coger el panfleto que había en el suelo. En el panfleto había una imagen de un ultramarine señalando al lector y al lado suya ponía en letras grandes:

ALÍSTATE EN LAS FUERZAS IMPERIALES

AYUDA O MUERE

TEN EL HONOR DE ESTAR ENTRE LOS MEJORES DEL EMPERADOR Y PELEAR EN SU NOMBRE

Luego en letras pequeñas ponía:

Servicio militar no voluntario, obligatorio. Cualquier civil reacio a participar será tildado de hereje. Servicio voluntario hasta los 13 años. A partir de esta edad será obligatorio, ya seas mujer o hombre. Se aceptan criminales, pero tendrán que pasar un analisis psíquico previo.

A través de su amarillento casco Vermellon no pudo evitar sonreír con amargura. Los "voluntarios" no les habían dado más que problemas, ya que todos ellos eran humanos que no habían cogido en toda su vida un rifle láser, y algún que otro marine había muerto "accidentalmente por algún disparo inexperto. Ya tenían bastante con no poder reclutar nuevos marines como para que encima murieran de esa forma. Pero ahora eso ya no importaba.Las calles ahora desiertas iban a volver a llenarse de miembros del Adeptus Astartes. Según los informes la Guardia del Cuervo sería la primera en llegar. Y cumplieron su palabra.

Los primeros en llegar fueron los exploradores, que rápidamente hicieron una identificación del terreno y analizaron la ciudad durante varias horas, hasta que al final constataron a sus superiores que la zona esba despejada. Entonces, al lado de los antiguos hangares de la ciudad aterrizaron dos cápsulas de desembarco y del cielo surgieron dos escuadras de veteranos de la vanguardia con cuchillas relçampago y alguna arma reliquia, y entre ellos estaba su líder, un comandante con retroreactores y dos letales cuchillas relámpago. Nada más llegar el comandante de la Guardia Cuervo se dispuso a interrogar al capitán de los Golpeadores, el sargento Pazerde, para informarse de la crítica situación.

Dos horas después llegaron los Templarios Negors. Aterrizaron sin ningún remilgo al lado de una antiguaa capilla destruida y su fervor justiciero aumentó todavía más, buscando la venganza. Las tres decenas de iniciados y neófitos acompañaron a un gigantesco Land Raider, que finalmente desembarcó a doce hermanos de armas y un fervoroso capellán que también clamaba justicia. Los Templarios Negros también fueron al búnker, uniendose a la Guardia del Cuervo. El capellán enseguida hizo un analisis a todos los marines y al juez, buscando alguna herejía oculta.

Y finalmente llegaron los Manos de Hierro. Apenas eran una veintena de legionarios con implantes mecánicos, pero su principal aporte eran dos dreadnoughts flanqueando a un señor de la forja y también había un cañon Tormenta. Los Manos de Hierro resultaron totalmente indiferentes de sus otros compañeros astartes y hicieron su propio campamento cerca de una armería. Tan solo el señor de la Forja se dignó a hablar durante unos escasos minutos con los señores de los otros capítulos, para despues marcharse.

Durante los breves minutos durante los cuales el sargento Pazverde, el capellán Kegismund, el comandante Griveart el "Cuervo Feroz" y el Señor de la Forja Mech coincidieron en la misma sala se llegó a una conclusión: Los Amos de la Noche habían dejado a los atartes reunirse con el único fin de divertirse. A lo cual Griveart respondió: "Bueno, pues si quieren divertirse, pues que salgan a bailar bajo la música de nuestros bolteres"





Nota del autor: Tengo pensado darle una patada en los huevos tanto a esos tipos que se ponen tquismiquis con el transfondo como al transfondo. Repito, pienso darle una patada en los huevos al transfondo. JUAS JUAS JUAS

PARTE X:LA BATALLA DE LA PLAZA

La gran horda skaven atravesó la puerta. Era monstruosamente horrenda. Puestas en la vanguardia estaban las monstruosidades de los maestros del clan Moulder, deseosos de probar sus creaciones con cualquier cosa, estuviese o no en el mismo bando, y junto a ellas estaban centenares de esclavos desafortunados de todas las razas imaginables. Por detrás iba el grueso del ejército skaven, una gran horda de haraposos guerreros de toda una miscelánea de clanes acompañados por las infernales máquinas del clan Skyrre y dirigidos por el cornudo avatar de la Gran Rata Cornuda. Y finalmente en la retaguardia se hallaban los líderes skavens, acompañados por sus respectivas escoltas de alimañas. Y como no, el último era Skabscror, viendo desde una posición aventajada (¿?) como iba a desarrollarse la batalla.



Pero el ejército alto elfo estaba preparado. Después de poner a salvo a Fethlorgar, los elfos habían reorganizado rápidamente sus filas, esperando nerviosamente la llegada del enemigo. Situados detrás de las improvisadas barreras de caliza y sin apenas adornos estaban situadas las falanges de los lanceros elfos, con las lanzas en ristre y los escudos apoyándose unos a otros. Todos ellos eran civiles (artesanos, limpiadores de cloacas, pintores, escultores…) que llevaban siglos preparándose para momentos como este. Todos ellos miraban con frialdad la horda babeante que cruzaba la puerta. Detrás de las líneas de defensa estaban los elfos supervivientes de Gharn El Dryas y los jóvenes de doscientos años que, ya fuese por carencia del temple necesario o por ansias de venganza o por poca preparación tenían que quedarse atrás, en la reserva. Entre las filas del ejército elfo estaban los veteranos de guerra, elfos con el pelo gris, enfundados en armaduras llenas de polvo y manchas de sangre seca y que intentaban memorizar batallas lejanas olvidadas por los historiadores del Viejo Mundo.



También estaban veteranos elfos, viajeros, o como los elfos les llamaban en las cortes, los “sucios”. Estos tipos habían recorrido tanto el viejo como el Nuevo Mundo, por lo que habían visto todo tipo de cosas extrañas y peleado en multitud de extraños y exóticos lugares. A pesar de ser ariscos, solitarios y orgullosos hasta la médula, de vez en cuando se reunían en grupos y y volvían temporalmente a su tierra natal (la mayoría son de Tor Yvresse) para ofrecer sus habilidades marciales a cambio de bienes y servicios. A pesar de que iban a costar una fortuna, el príncipe elfo aceptó contratar a varios de ellos que volvían a Tor Amaraya para darse un respiro.

La orden de fuego fue dada. Miles de flechas atravesaron el gélido viento de la noche recién dada. Los veteranos y los “sucios” usaron también sus extravagantes y rocambolescas armas (flechas, balas, boletines de TV…) disparos a los que se unieron los lanzavirotes Garra de Aguila que causaron varias bajas entre los hombres rata. En esta primera andanada élfica cayeron varios monstruos y esclavos, además de algunos skavens de otros status sociales. Por un momento estuvieron a punto de parar a la horda, pero los skavens siguieron inmutables, pisando los cadáveres de sus camaradas en la marcha. Mientras se acercaban más y más a las barricadas, los ingenieros brujos respondieron a la artillería elfa con sus modernas y mortales máquinas de guerra. También salió de entre las filas rata un rayo verde dirigido a los elfos, pero en el último momento un escudo invisible se interpuso, provocando que las consecuencias fueran un buen susto para los elfos y una gran sorpresa para el ingeniero. Luego otro ingeniero lanzó un cometa verde, que si que llegó a su destino, provocando las muertes de algunos elfos, incinerados en vida por el fuego mágico. Acto seguido cruzaron el espacio aéreo bolas verdes envenenadas, disparos de mosquetes, llamas, rayos, perfume barato… El resultado de este fuego hizo que por lo menos la mitad de los efectivos que se hallaban en las primeras filas murieran de maneras desagradables. Pero el olor a rata quemada también invadió el ambiente, ya que no todas las máquinas funcionaron a la perfección.

A medida que el tiroteo se recrudecía el inevitable choque de fuerzas se encontraba cada vez más próximo…

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El haraposo y pobre esclavo skaven ya se había olvidado de a que clan pertenecía. Tampoco se acordaba de si tuvo una vida antes de la esclavitud, tan sólo tenía recuerdos lejanos de una guerra subterránea. Ni siquiera se acordaba de su nombre, tan solo sabía que él y otros miles de esclavos tenían que pelear en nombre de señores de la guerra desconocidos y que si conseguían sobrevivir se les concedería la libertad. Pero este siervo ya se había escabullido milagrosamente de muchas batallas, siempre con alguna cicatriz, y con deformidades en el cuerpo, como que por ejemplo carecía de sus dos colas. Pero a pesar de ello no había adquirido veteranía con todas esas batallas. Tan solo heridas. Al lado del esclavo marchaban varios seres de otras razas desconocidas. Podía distinguir como soltaban rugidos al cielo, y como estaban fuertemente atados y vigilados para que no se rebelaran. Habría intentado matar a alguno de ellos para subir un miserable escalafón social o siquiera para poder saciar su terrible hambre. Pero tenían pinta de muy peligrosos. Además, ahora no se podía concentrar en minucias como esa, ya que la enorme muchedumbre de esclavos lo estaba arrastrando hacia la batalla. No podía ver mucho, pero por el estruendo y los sonidos de batalla que le llegaban los miles de desafortunados skavens de la vanguardia ya estaban chocando con los los escudos alargados de los enemigos de sus jefes. Lo que sí que pudo ver fue como una enorme abominación tapaba la luna mientras se abalanzaba hacia un enemigo invisible para él.



Los latidos le avanzaban. Cada vez más los gritos de sufrimiento y muerte eran más nítidos, lo cual significaba que estaba más cerca de su destino. Intentó desesperado dar la vuelta, pero la muchedumbre avanzaba, alentada por los maestros de esclavos y sus látigos. Había uno en particular que usaba púas de piedra bruja, matando a algún desgraciado con cada chasquido. Iba a vengarse del muy jodido cuando surgiera la oportunidad. Pero entonces volvió a girarse desesperado, ya que había un esclavo muerto delante de él. Intentó esquivarle de todas las maneras ratamente posibles, hasta que al final consiguió salvar el escollo a duras penas, cosa que no consiguió su compañero de detrás. Pudo oír sus gritos de pánico ahogados por la marcha.

Ahora ya estaba casi al lado de la batalla en sí. Pudo ver fugazmente a los skavens ser masacrados por las largas lanzas de los elfos, que permanecían impasibles. El esclavo intentó revolverse, pero sin éxito. Ya estaba enfrente de los blancos y alargados escudos. Se revolvió con todas sus fuerzas, como una rata acorralada. Soltó furiosas estocadas que golpearon los escudos y arrancaron el ojo a otro esclavo que había cerca. De momento los elfos pasaban absolutamente de él, distraídos como estaban con los demás esclavos desesperados. Y afortunadamente, antes de que una lanza acabara con su estúpida retahíla de puñaladas se tropezó finalmente en el cadáver de otro skaven. Miró aterrorizado a la horda de esclavos que estaba a punto de pisotearle, pero justo cuando cerró los ojos oyó algo extraño. Los chillidos de las ratas cercanas habían cesado, y incluso podía oírse a los elfos dfando gritos que a saber que significaban. Finalmente abrió los ojos para ver cómo los demás esclavos habían retrocedido un par de pasos, suficiente para que se levantara. Miró confundido a su alrededor, pero en medio de su confusión finalmente se calmó y se dijo a sí mismo que los elfos no iban a quedarse de brazos cruzados. Pero al parecer ser estos estaban disparando a algo que había en la lejanía y apuntando las lanzas hacia otro lado, ignorándoles completamente.

El esclavo volvió a girarse confuso.

ROAAAAAAAARG



Eran dos ratas ogro que estaban rugiendo al enemigo y alzaban sus garras, dirigiéndose hacia las falanges élficas. El esclavo sabiamente decidió echarse a un lado (nota del autor: no sé, echadle imaginación), decisión que le evitó correr el mismo destino que sus otros compañeros. Y mientras que las colosales ratas chocaban con los elfos girando los brazos como si fueran molinos y haciendo volar por los aires a varios elfos, el esclavo buscó una vía de escape de esa locura. Lamentablemente todos los huecos estaban tapados por hombres rata igual de atemorizados que él, así que no le quedo más remedio que darse la vuelta desilusionado.

Y mientras tanto las ratas ogro habían despejado un camino de sangre. Al final el esclavo, desesperado, fue a refugiarse detrás de la espalda de las ratas ogro, que eran lo más aparentemente seguro. Correteó los pasos distantes, esquivando los muertos y intentando adelantar a sus rivales (otros esclavos) con regular éxito. Y al final de su ligera caminata disfrutó de una buena panorámica de la batalla desde un sitio seguro. Las bestias del clan Moulder despedazaban todo lo que se encontrara en su camino, incluidos esclavos estúpidos que se ponían delante suya. Pero entonces surgió de entre los elfos uno con hacha. Aprovechó que una de las ratas ogro estaba comiéndose a un esclavo para clavarle el hacha en la entrepierna. Y, mientras la bestia rugía de dolor, un disparo desconocido le acertó certeramente (demasiado certeramente, posiblemente el autor hechizó aquella maligna bala) en el ojo izquierdo (o el derecho), y mientras la rata ogro acumulaba dolor tras dolor, dos largas picas se clavaron en su pecho, matándolo definitivamente. Afortunadamente, la rata ogro cayó como un tronco para delante, aplastando a sus asesinos.

Pero aún así al esclavo ya le había quedado claro que no estaba seguro ni siquiera ahí, así que buscó una vía de escape. Por suerte para él, como habían muerto muchos esclavos ahora ya había muchos huecos. Pero justo cuando había abandonado la línea de batalla se acordó del maestro de esclavos de las púas de piedra bruja. Lo buscó y buscó en medio de la confusión, hasta que al final lo encontró. La pena era que tenía ya seis agujeros sangrantes en su pecho, pero por si los casos le soltó un séptimo. Ahora si que podía irse. Pero entonces se fijo en que había algo que no iba bien. No notaba nada en sus patas inferiores, y ahora era igual de alto que una rata ogro. El esclavo no quiso ni siquiera pensar en la optativa, pero a pesar de ello la idea fue infiltrándose en todo su cerebro hasta que el esclavo se vio obligado a admitirla.

Estaba volando.

Estaba a varios metros de altura. Podría haberse parado a observar la panorámica de la batalla, a soltar una maldición, a decir alguna imprecariedad, pero finalmente hico lo que cualquier hijo de pueblo haría en esa situación.

Se puso a gritar como una nena y revolverse en el aire, intentando encontrar algún asidero al que agarrarse, alguna sujeción a la tierra, cualquier cosa que borrara esa sensación. Al menos en su interior se sintió un poco satisfecho. Por lo menos no sería el único que estuviera sufriendo esta horrible tortura, ya que a su lado había otros skavens que vivían la misma escena patética que él. Finalmente fue observando con horror como se dirigía gradualmente hacia los elfos, aumentando de velocidad, hasta que la velocidad le impidió siquiera gritar de terror, o revolverse, ya que la sensación de velocidad era muy grande. Tan solo podía notar como sus latidos desesperados aumentaban en algún lugar de su enclenque pecho.

Pero al menos si él se jodía no sería solo.

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Rattchitt le lanzó al señor de las alimañas una mirada llena de respeto y terror. No paraba de desear que el demonio no decidiera que los guerreros del clan iban a ser también lanzados por los aires. Afortunadamente tenía otras ideas, ya que se puso a corretear por la vanguardia, blandiendo su espada negra.



Mientras los guerreros del clan respiraron aliviados y acto seguido se lanzaron con sus oxidadas armas a las barricadas. Los cadáveres de los miserables esclavos invadían el suelo y el aire con el olor a rata muerta, pero a Rattchitt solo le importaba saltar las barricadas y devorar y descuartizar. Lamentablemente las cosas elfas no eran muy nutrientes y los banquetes no duraban mucho. Pero mientras que los hombres rata roían cosas muertas el Jefe Garra les señalo cabreado las barricadas de las cosas elfas con cosas elfas vivas. Rattchitt abandonó su hueso a regañadientes y se lanzó hacia las filas blancas y azules del enemigo.

Rápidamente trepó la muralla de medio metro, aprovechando que las cosas elfas intentaban ensartar con sus lanzas cosas invisibles. Alzó su daga oxidada y la descargó sobre el elfo sorprendido más próximo, y antes de que las otras cuatro cosas elfas se dieran siquiera cuenta el guerrero del clan Mors se escabulló entre sus camaradas, justo a tiempo para que una ametarradora disparara, dejando a su paso un reguero de sangre y balas de piedra bruja.



Rattchitt se quedó al lado de la ametarradora y pensando cómo podría aprovechar la situación para ascender en la tortuosa escala social skaven. El Jefe de Garra era muy fuerte, pero con sus insultos y salvajadas se había ganado muchos enemigos entre los guerreros del clan, por lo que a Rattchitt le resultaría fácil reunir aliados contra el malévolo Jefe. Un vez que estuviese apuñalado y devorado, obviamente Rattchitt ocuparía su posición por motivos de peso y a continuación valoraría a todos los caudillos del clan para considerar cual era el más débil y el más propenso a las puñaladas, aunque había un caudillo cuyo nombre desconocía que por sus últimos y numerosos fracasos sería fácil destituirlo. A continuación tendría que contratar a un asesino del clan Eshin para que matase a un caudillo de más rango, y una vez que hubiese acumulado bastantes aliados se aprovecharía de su posición política para, quien sabe, poder destituir a un señor de la guerra (Skabscror era la opción más fácil, ya que el autor se quería deshacer de él) y así convertirse a ojos de la Gran Rata Cornuda en su más poderoso servidor, aunque todavía quedaran algunos reticentes a su ascensión. Y todo ello sin alzar su daga para nada… Y encima ha conseguido pensar todo esto en unos pocos segundos. Increíble ¿no?

Pero no le dio tiempo a tramar mucho más, ya que de repente los cañones del ingenio Skyrre se pararon, escupiendo tan solo una columna de humo. Mientras los ingenieros se miraban con cara de estúpidos y mirada acusatoria, el guerrero del clan se temió lo peor, y instintivamente salió con el rabo entre las piernas, consiguiendo por los pelos (nunca mejor dicho) escapar del champiñón verde resultante. (Se traduce en un POUM)

Asqueado, tiró el escudo quemado al suelo y intentó ponerse en pie para buscar una vía de escape. Mientras la segunda horda de skavens compuesta por guerreros del clan y artilugios de los clanes menores estaba consiguiendo que las cosas elfas retrocedieran poco a poco, pero justo cando Rattchitt y los demás skavens se disponían a devorar los restos, una una furiosa horda de cosas elfas con ropajes distintos y con la furia grabada en sus lanzas fue directo a las miles de bocas aullantes, consiguiendo arrastrar con su ímpetu a las otras cosas elfas. Los pocos monstruos que quedaban rugieron ante la perspectiva de no poder comer en paz(menos las abominaciones). La segunda oleada retrocedía poco a poco ante las ordenadas falanges de las cosas elfas. Centenares de skavens chillaban al viento, intentando encontrar una vía de escape. Pero tanto Rattchitt como todos los supervivientes de la segunda oleada se dieron cuenta con horror que la tercera oleada, compuesta por los siervos de los clanes mayores, avanzaba imparable, obligándoles a darse la vuelta para seguir peleando.

Pero Rattchitt ya estaba cansado de pelear, tan sólo quería saciar el Hambre Negra y huir por patas, a ser posible vivo. A su alrededor no paraba de caer la sangre, y los elfos furiosos que se habían lanzado a la batalla ya habían perdido parte de su ira, ya que en las batallas no hay sentimientos, ni pensamientos, tan solo armas. Aún así, las cosas elfas ya habían repelido a todos los enemigos de áreas superiores, y ahora se lanzaban a por los skavens en un alarde de orgullo y altanería más que valentía.

Un skaven muerto cayó encima de Rattchitt,. Este, horrorizado, se intentó librar de él, pero cuándo finalmente lo consiguió perdió el equilibrio y cayó al suelo aparatosamente. En seguida se recompuso, pero a sus “compañeros les pasaba algo. Pudo ver a un par de guerreros del clan huyendo con todas sus ganas, pero no sabía dislucir porqué. De inmediato le llegó la respuesta, proveniente de un ruido raro que emitían unos seres a cuatro patas, con cuello largo, armadura y cabellera (caballos) que eran montados por elfos ataviados también en sendas armaduras con lanzas.

El guerrero del clan no necesitó más incentivos. Correr era la solución. Y en dirección contraria. No se paró a ver el destino que habían corrido sus otros camaradas, ni a ver si las lanzas estaban cerca de su estela, tan solo podía pensar en correr, correr y correr.

Pero de repente se paró. Ya no podía correr más. Tampoco podía tramar más. Ni gritar, ni pensar ni apuñalar, tan sólo podía caerse al suelo. Y es que su corazón también había dejado de latir. Una muerte estúpida.

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El guerrero Krit Kut El Sin Cola llevaba ya metido en el negocio de los guardaespaldas de pelaje negro del clan Mors mucho tiempo, desde que se le descubrió su pelaje negro y mala uva. Había ganado y perdido muchas batallas, pero Krit Kut solo podía sacar una lección muy importante de todas ellas: si el señor de la guerra vive, ganas piedras brujas, si el señor de la guerra muere, ganas piedras (a no ser que seas agente doble). En las técnicas de Krit no había ninguna elegancia, ni ninguna destreza marcial, tan solo una enorme alabarda que descargar una y otra vez, y si no hay más remedio, garras y dientes. La pena era que el Jefe Colmillo guardara su cola entre sus trofeos, ya que Kut no conseguía mantener el equilibrio.Y ahora, desde su privilegiada posición de la privilegiada posición en la retaguardia (la cuarta horda) podía ver como se desarrollaba la batalla más grande que nunca había visto.



Las cosas elfas y las cosas ratas estaban ahora trabadas en un tenso punto muerto. Las cosas elfas a cosas extrañas habían causado devastación en el enemigo, pero enseguida parte de las alimañas y señores de la guerra se habían abalanzado sobre las ingenuas cosas elfas, causando que hubiera un mayor caos. Pero ahora al señor de Krit se veía obligado a apoyar el ataque, así que envió una decena de us guardaespaldas para que pelearan en su nombre, fuese cual fuese. Sin Cola decidió ir con esa decena de alimañas, ya que ahí estaba el Jefe Colmillo, al cual le tenía ya ganas. Además, si su señor moría, las culpas no recaerían sobre él.

Los hombres rata con alabarda se abrieron paso entre la multitud a empujones, demostrando su autoridad con sus feroces dientes. Los skavens fueron abriéndose paso, gustosos por el refuerzo. En seguida las altas cosas elfas estuvieron a tres metros de sus armas. Se habían atrincherado en la ya clasiquísima falange de escudos y lanzas, y no dejaban recovecos, al menos no recovecos grandes. Krit Kut fue el primero en descargar su enorme alabarda sobre los escudos. Mientras que los otros skavens tan solo hacían toques para probar la fuerza enemiga, las fornidas alimañas solucionaron sus problemas a golpetazos, rugiendo con ganas.

Esto animó a los otros skavens, que enseguida se unieron a los golpetazos. Sin Cola dio tres, cuatro, hasta cinco golpes. Afortunadamente, la Gran Rata Cornuda (nota del autor:o yo) le había bendecido, ya que el elfo, que no se podía dar abasto, solo le dio un ligero golpe que rebotó sin éxito en la armadura de placas oxidadas. Krit aprovechó para dar un sexto golpe furioso que abolló el escudo y hizo que el elfo, titubeane, cayera al suelo. Krut, que tampoco se lo esperaba, también cayó al suelo, justo encima del escudo. Mientras se intentaba levantar intentó dar algún zarpazo a su contrincante, pero este ya estaba ocupado con dos guerreros del clan que intentaban devorarle.

El guardaespaldas no se molestó en ver el destino final de su rival, sino que aprovechó para darse la vuelta y atravesar con su alabarda abollada a un elfo por la espalda. El grito del elfo le dejó sordo, ya que Krit tuvo que dar unos pasos atrás, aturdido por el ruido, y al no tener sostén, el elfo cayó inerte al suelo. La falange ya estaba acabada, con más agujeros que un queso y con ratas por todas partes, así que las alimañas se aprovecharon de su privilegio sobre los cadáveres para darse un festín, pero apenas unos latidos después se dieron cuenta de que las latas necesitarían material más apropiado para ser abiertas, así que se levantaron y buscaron una nueva pelea. De las diez alimañas habían sobrevivido el Jefe Colmillo, Sin Cola, y cinco skavens más.

Krit Kut había intentado en todo momento apuñalar a su rival, pero no podía hacerlo delante de sus compañeros, tenía que esperar al momento propicio. Mientras, a su alrededor la batalla transcurría. La confusión era muy grande, y Krit Kut ya había perdido la noción del tiempo y del espacio, tan cegado por la sangre interminable que fluía a borbotones por las baldosas. Más de una vez se resbaló en el líquido rojo, aumentando así sus ganas de que el Jefe Colmillo pagase su gran sacrilegio con más sangre. Pudo ver entre las figuras ya borrosas a una de las inmensas abominaciones del Pozo Infernal abalanzándose como un mueble sobre alguna batalla lejana, y intentando buscar con sus innumerables fauces nuevas presas.

El caos cada vez era mñas grande, y Krit Kut y las otras alimañas tuvieron que esquivar a última hora una picadora de condenación que al final atropelló a uno de los skavens. Al final una jabalina anónima acabó con la vida del piloto, provocando otro champiñón verde (POUM) que se sumó a las explosiones que iban causando los cañones de la disformidad que se iban posicionando en la puerta derruida.

Y entonces, justo enfrente suya, se encontró con el señor de las alimañas. Ahí por donde pasaba el avatar todo era más muerte, destrucción y plaga. Su espadón de la muerte cortaba elfos como si fuesen simples higos chumbos y sus hechizos hacían que las cosas elfas respetasen la magia rátida en todo su esplendor. Las alimañas se plantaron delante del señor de las alimañas, queriendo ganarse su favor. Pero eso al señor de la carroña le importaba un bledo, ya que ahora un objetivo de mayor importancia ocupaba su atención. En frente de la estatua había un alto elfo ataviado de ropas azules y blancas, rodeado de un halo verde. Y él también se había dado cuenta de su presencia. Iba a empezar el duelo.

Mientras tanto, Sin Cola se quedó detrás del demonio, esperando sin duda un espectáculo, mientras sus camaradas batallaban contra las cosas elfas.

El demonio señalo a su rival con el dedo índice. Krit pensó que era una incitación a los huevos del mago, pero nada más falso había, ya que del dedo salió un rayo verde dirigido hacia el mago. Pero el rayo no llegó más lejos, ya que el hechicero pronunció una inaudible palabra y el rayo se disolvió.

Pero la alimaña ya no podría seguir viendo la batalla, ya que una alabarda le había atravesado el cuello.

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Go Li vio con cara de estupefacción a su ama. Mira que la esclava procedente de Catay llevaba años sirviendo a la elfa, pero aún seguía sorprendiendola con sus habilidades mágicas. Era lo bueno de ser una esclava de los elfos. Apenas tienes cosas que hacer, el vino era muy bueno y tan solo había un par de rígidas reglas que respetar. No podía echar de menos a su familia, ya que no la veía desde su nacimiento. Y Todavía se reía con ganas cuando alguien se sorprendia porque los elfos tuvieran esclavos "y eso es lo de menos" respondía siempre. Lo malo era que la elfa supiera leerle el pensamiento. Y ahora se veía obligado a acompañar a una de los Guardianes de la Torre en la sangrienta batalla. Afortunadamente les acompañaban una decena de elfos ataviados con armaduras azules y con largos espadones que mataban a todo bicho viviente.

Pero volvamos al duelo mágico. El líder skaven, no contento con su rayo de antes, dio un gran pisotón al suelo. Entonces la tierra empezó a temblar, haciendo que todo el mundo se tambaleara, pero la maga, silenciosa y amargada, como siempre, toco el suelo con su bastón de joyas rojas y los temblores cesaron. Y lo que venía a continuación era una parte que la había visto muchas veces hacer. Hizo un barrido con su vara, como si golpeara a una serie de enemigos invisibles, y dejó con el movimiento un halo azul que enseguida se fue agrandando y elevando hasta que ocupó el cielo. Si el jap...digo, la humana no se equivocaba, era la disipación de la magia, un hechizo de dispersión. El demonio gritó desde su posición frustrado y intentó avanzar hacia su posición en la fuente.

Y ahora que el duelo mágico había cesado momentáneamente, Go Li cogió su puñal y se refugió detrás de los espaderos. Hacia ellos avanzó una bola de hierro motorizada y llena de filos giratorios y dirigida por dos skavens empeñados en la destrucción. Con su avance consiguió atropellar a un elfo que murió entre gritos de angustia, pero antes de que pudiera hacer nada más los elfos atravesaron a los dos pilotos. Luego surgieron docenas dee skavens, pero siempre eran rechazados por las rápidas espadas de los elfos. Aún así, inexplicablemente alguno de ellos hundía su espada en el aire, consiguiendo ser acuchillado por los oportunistas skavens.

Y de repente un aullido terrible sonó en algún punto de la batalla y una explosión invisible tiró al suelo a todo el mundo. Go Li se dio de frente contra la fuente, rompiendose dos dientes, y mientras se palpaba con la mano la sangrienta boca, vio de refilón que su ama ya estaba de pie y sin ningún rasguño. Los demás elfos se fueron levantando también, sufriendo alguna herida por parte de los skavens y una muerte. Pero la curandera (Al fin y al cabo los magos de Tor Amaraya eran cuaranderos)curó las heridas de todo el mundo, menos las de Go Li. Esta, indignada, le señalo su maltrecha boca al mao, a lo cual esta se encogió de hombros y le dio la espalda. Estuvo a punto de hundir su cuchillo en la garganta de la insolente maga, pero se contuvo a última hora, ya que tenía detrás suya a los elfos con espadones.

Además la tregua mágica había terminado: el demonio rátido se alzaba como una estatua y el cielo estaa totalmente despejado, mostrando las dos lunas. El demonio apuntó con su báculo al mago, y lo bajó y subió cuatro veces, como si ensartara algo. Y justo cuando la dolorida humana ya pensaba que el hombre rata estaba haciendo el gilipollas, aparecieron en el despejado cielo varios cometas de fuego verde que se dirigían hacia la fuente. Pero ante esta muestra de poder la maga elaboró en su rostro una sonrisa y señaló a los cometas. Uno a uno los cometas empezaron a explotar en el aire como si fuesen fuegos artificiales, pero la alta elfa no consiguió evitar que algún cometa se colara, causando varias muertes entre los altos elfos. Y mientras la elfa se esforzaba en dispersar el hechizo el demonio cada vez estaba más cerca.

Go Li retrocedió un par de pasos, no los suficientes para que un skaven le metiera en el vientre una lanza. El puñetero skaven fue matado por los espaderos, pero el daño ya estaba hecho. Alzó dolorida su mirada y vio que la elfa mantenía un duelo de poderes con el señor de las alimañas, cruzandose unos resplandores que la jap... no pudo reconocer por tener ya la vista borrosa. Pero antes de morir tenía que aprovechar su oportunidad, su último acto para aliviar su atormentada alma antes de morir.No sabía si la lanza le había acertado en el corazón, pero moriría desangrada. En otros tiempos habría pensado que era mejor morir de forma honorable, pero con el paso del tiempo se dio cuenta de que una muerte era una muerte, ya fuese de pie o tumbado, eso daba exactamente igual.

Pero eso no le impidió acuchillar a la maga por la espalda.

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La batalla de la plaza estaba llegando a su fin. Los muertos ya se contaban por centenares, pero por cada elfo muerto tres skavens aparecían. Los yelmos plateados fueron masacrados por las alimañas, ylas falanges élficas retrocedían ante los haraposos skavens. Con la muerte del mago elfo, las fuerzas de los altos elfos sufrieron un duro golpe a su moral. Pero todavía seguían aguantando, arrogantes y pensando que no tenían igual en el mundo entero. Pero su arrogancia se les atragantó definitivamente cuando Skabscror derribó la estatua y plantó su propia bandera en la fuente, acto que simbolizaba la fundación del propio clan de Skabscror. Los altos elfos no tenían más remedio que retirarse a las murallas superiores y rezar por un milagro.

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-Dinos ¿que es lo que tu y vuestra raza buscais en Tor Yvresse- empezó preguntando Yvlerion

El skaven mugriento se empezó a reír

-¿Pues que vamos a querer? dominar a todas las cosas elfas en nombre del clan Pestilens

-Ja, lo dudo mucho

-¿Y como pretendeis hacerlo?-preguntó Fethlorgar inquisitivo

-Pues es extremadamente difícil de comprender para una raza inferior como la vuestra. Al gran señor Molkit se le ocurrió una idea digna tan solo de los skavens del clan Pestilens.

-¿Que idea?

-Juas juas juas juas juas juas (tosido fuerte) mi amo ha extendido en nombre de la Gran Rata Cornuda una plaga por tda vuestra ciudad

-¿Que plaga? Aqui nadie ha caíddo enfermo

-(Nueva retahíla de carcajadas y tosidos) no es una plaga convencional. A las cosas humanas les causa pequeñas molestias, pero a las cosas elfas os hace algo mucho peor y más sutil. La plaga se extiende muy rápido, tan solo necesitamos que nuestras ratas especiales (tosido) envenenen con us efluvios vuestra agua (nueva retahíla de caracajadas y tosidos)

-¿Pero en que consiste esa plaga?- preguntó Yvlerion furioso señalandole con el bastón

-(Otra vez risas y tosidos a partes iguales. el monje está sonriendo) Los afectados que hayan bebido el agua envenenada verán skavens donde no los hay, enemigos invisibles, y espejismos imposibles (nueva sonrisa y más tosidos)

-¿Por que nos cuentas todo esto?

-(nuevo tosido) por uqe ya da igual. El gran Molkit esta preparando mientras os entretengo una nueva cepa-cepa que tirar a vuestro rio-rio, oh si-si (el skaven se vuelve a reir mientras vomita una oleada de pus y restos al suelo)

-Maldito hijo de puta (el skaven muere atravesado por unaa espada)

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-Espero que estes contento, hermano

-¿Por que?

-Por que gracias a tu sangre nuestro ritual para invocar una hueste de demonios ya es posible. Mientras estamos hablando los demonios estan intentando colarse en el mundo material. Pero ahora tu-Athriel derribó a su hermano al suelo-ya no me sirves

Entonces Athril dejo los rayos de las lunas se colaran por la cueva, provocando que Yvninn, el elfo muerto, el terror de Tilea y el Maldito muriera quemado y traicionado por su propio hermano, soltando un grito estremecedor que sirvió como preludio al nuevo portal que se estaba abriendo en los círculos demoníacos.

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El dragón Ancestral rugió con todas sus fuerzas mientras atravesaba raudo el cielo. A sus lomos, Hraith se enorgulleció de que el dragón le aceptara como su nuevo jinete. Y a su zaga habían miles de águilas y elfos montados en águilas felices y sombríos ante la perspectiva de pelear de nuevo. No había costado mucho convencer al consejo de ancianos de Pico Pálido después de despertar al Dragón Ancestral de las leyendas, pero los refuerzos no se limitaban al aire, ya que también había una hueste de raudos elfos que intentaba atravesar las montañas lo más rápido posible. Pero la hueste voladora era más rápida, ya que ya estaba a punto de llegar a su destino. Hraith pudo ver una enorme columna de humo y deseó con todas sus fuerzas que a Lorgarian no le hubiera pasado nada.



No os preocupeis, la patada en los huevos al transfondo no ha llegado (todavia)

El enemigo mas peligroso no es el orco que esta vociferando allá a lo lejos, no, es el skaven que esta detrás tuya.

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13 años 3 meses antes #54616 por garrak
PARTE XI: LAS COSAS SE COMPLICAN

El marine espacial de la tercera compañía del capítulo de los Golpeadores Vermellon abrió los ojos. Su primera sensación podría haber sido de sorpresa, podría haber pensado en sus compañeros, en el Emperador, incluso podría haber dicho alguna galantía, o haber dicho “por el Emperador”, pero finalmente no hizo nada ni remotamente parecido a estas nobles cciones propias de las escrituras de la Gran Cruzada.

Estaba vivo.

Increíble.

Parpadeó inseguro un par de veces. Abrió y cerró las manos a través de su servoarmadura azul, movió indeciso sus pies, tanteó la servoarmadura azul, buscando alguna dolorosa imperfección o alguna miserable herida…no había duda, estaba vivo, y completamente ileso.

Su siguiente reacción fue de rememorar. Se acordó de una emboscada, de un tiroteo entre las alargadas sombras de las ruinosas estructuras imperiales, de los atronadores sonidos de violentas explosiones acompasando gritos para y contra el Emperador, y finalmente a su cerebro genéticamente mejorado le llegó la imagen de un marine caótico apuntándole a la cabeza con su pistola bólter. Vermellon estaba tumbado, conmocionado por una reciente explosión, pero a pesar del intenso pitido que fustigaba a sus castigados oídos Vermellón pudo oír como el marine se descojonaba con ganas. Y antes de que siquiera pudiera levantarse los segundos se hicieron eternos, mientras que el marine relampagueante apretaba sonoramente el gatillo postrado en la culata caótica, y recordó como casi podía ver la puñetera bala atravesando fugazmente el aire, dirigiéndose raudo hacia su casco.

Y estaba vivo.

Vivo.

Sano y a salvo.

Ileso.

Como si nada.

Por el Emperador.

¿Pero donde coño estaba?

Con ese pensamiento ataladrandole violentamente su cerebro el Golpeador se levantó lentamente. Consultó los comunicadores, pidió ayuda refuerzos, algo, pero al otro lado no había nada. Cogió el bolter y echo un vistazo al área que tenía alrededor. El crepitar de las hordas verdes parecidas vagamente a los componentes clásicos de un incendio abundaba por doquier por toda la estructura. A juzgar por la arquitectura Vermellon no supuso nada, ya que se paró en las llamas. No quería quemarse, así que se puso a buscar una salida.

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El ingeniero brujo del clan Skyre intentó reorganizar la artillería. Las cosas con plumas y la cosa de piel fría habían causado una gran matanza en su primer ataque, pero al hechicero tan solo le importaba que las máquinas no hubiesen sufrido ningún daño. Desafortunadamente nop era el caso, y algunas llamas se asomaban entre los destrozos, amenazando sus cortas vidas. Afortunadamente los lanza cosas habían salido indemnes del bombardeo. Había llegado la hora de probarlos. Y al mismo tiempo la silueta amenazante de la cosa fría ocupaba por entero el tímido sol que asomaba por el horizonte arrojando tenues resplandores rojizos que fustigaban a las postreras nubes.

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El esclavo skaven unió su chillona voz a las otras miles de voces que protestaban para dejar de trabajar. Llevaban desde antes de que zarparan construyendo la máquina, cargando incansablemente con los materiales y sufriendo bajo la amenaza retalleante de los látigos y los hombres rata ya estaban hastiados de tan precaria situación. No entendían como es que si la silueta del titánico cañon de la disformidad ya asomaba imponente por encima de las pocas copas de los arboles que no habían sido quemados o talados los esclavos tenían que seguir dando sus cortas vidas al artilugio (literalmente) Las feroces alimañas habían establecido un fino perímetro alrededor del artefacto, y amenazaban con sus oxidadas alabardas y sus dientes sucios a la muchedumbre protestante. De momento no se había llegado a las manos(o mejor dicho, a las garras), pero faltaba muy poco. El esclavo no dejaba de pensar en que podría aprovechar la confusión para apropiarse del artilugio y al mismo tiempo ser el el que le quitase la libertad a otros skavens. Tan solo tenía que atravesar el círculo.

De entre las alimañas salió un skaven menos encorvado, recubierto de pieles y placas. Ordenó con una imperiosa voz que volvieran al trabajo, o si no sufrirían las represalias de los ejércitos de pelaje negro azabache del Clan Rictus, pero los esclavos no tragaban, ya que un informador encapuchado les había susurrado en Común entre sueños que todas las tropas estaban luchando contra las cosas elfas. Todos los miserables volvieron a protestar al unísono con fuerzas renovadas y el jefe se mostró ampliamente estupefacto y furioso.

Volvió a ordenar, y esta vez con una voz más contenida, y dijo que a quien le señalara al responsable de aquesta revuelta le serían dados tierras, recursos, y la libertad prometida. Todos los hombres rata señalaron al mismo tiempo a un encapuchado de dos metros de altura envuelto en una capucha. Este llevaba un arco tensado con su respectiva flecha y apuntaba a algo. Y cuando se pudo oír el veloz chasquido del esbelto arco los skavens supieron finalmente quien era su objetivo, aunque el jefe skaven fue el primero en tener una exclusiva en primera plana del flechazo, aunque, muy a su pesar, no pudo averiguar las consecuencias violentas del acto, ya que murió al instante.

Fue la gota que colmó el vaso.

De inmediato todos los haraposos skavens se lanzaron a por las alimañas en pos del enorme cañón. Nuestro…nuestro….mmm…nuestro “héroe” le clavó una puñalada a un guardaespaldas rátido, pero este en sus últimos estertores le cortó la garra. El skaven trepó entre los muertos y por fin atravesó el círculo. A su lado había otro esclavo que pensaba igual que el, así que nuestro “héroe” le apuñaló para no correr riesgos. Y ahora ya estaba casi al alcance del poder máximo. Entonces se fijo que habían muchos cadáveres de hombres rata tirados en el suelo, ya fuese por muerte prematura o atravesados como alfileteros. Pero no le importaba. Siguió corriendo y justo en la puerta se encontró con la furtiva silueta de un ser que era como si fuera un árbol arrancado de cuajo y al cual luego le dan la forma de una humana. No tuvo tiempo de reaccionar, ya que la dríade le cortó la cabeza de cuajo de un manotazo.

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Aeralos se llevó las manos a la cabeza. Dolía mucho. Se sentía como si un dragón le hubiera pasado por encima. Entre sus dolencias recordó un hechizo que le permitiría ignorar esos dolores y aliviarlos en parte, así que no dudo en lanzárselo a si mismo. Poco a poco se fue sintiendo más despejado y las ideas se le aclararon. Entonces lamentó haber lanzado dicho encantamiento, ya que al día siguiente volverían los dolores por duplicado.

De nada servía lamentarse por actos pasados, aunque fueran recientes, así que se levantó y intentó recordar, cosa que no consiguió. Por el gran agujero que había en el tejado tendría que haberle dolido mucho la caída, y ahí se acordó del anterior encantamiento y volvió a gruñir. La caída había sido amortiguada por un lechón de paja salvador que nadie sabía qué coño hacía ahí en medio de una casa élfica pero que muy bonito. Aun así para Aeralos todo eso era irrelevante, ya que la casa élfica estaba en llamas. Buscó una salida, pero la única puerta estaba ocupada por skavens, así que alzó la espada.

El primer skaven fue decapitado nada más entrar. El segundo tuvo que recibir dos rápidas estocadas y el tercero pudo parar con su escudo el arma. El elfo consiguió esquivar la respuesta de los guerreros restantes y le cortó la mano al anterior skaven. A continuación lanzó un hechizo de iluminación que cegó a los demás, y ya a partir de ahí lo demás fue pan comido.

Y justo cuando la última criatura cayó inerte al suelo una bola mágica verde voladora surgió de entre las llamas y las sombras, buscando a Aeralos. Este palmeó la bola con la punta de sus esbeltos dedos y concentró sus energías en reducir las de la bola, consiguiéndolo al final. Cuando alzó la vista pudo atisbar al lanzador.

Su cabeza parecía el cráneo de una rata, adornada con cuernos caprinos. Las patas le terminaban en sendas pezuñas y el pelaje que cubría su oscura piel era negro como la noche misma. La criatura no paraba de moverse, hiperactiva como ninguno de sus secuaces. Estaba rodeado por un halo maligno que lo destruía todo al contacto, pero lo más temible era su mirada. Una mirada heladora, impactante, aterrorizadora que le taladraba fieramente. Aeralos consiguió aguantarla durante unos segundos para después fijarse en que llevaba en una garra un espadón de la muerte enorme. Esto prometía casi más que un video porno.

El señor de las alimañas se abalanzó sobre Aeralos. Su espadón iba directo a la cabeza del orejudo, pero las espadas se cruzaron en el último momento. El espadón volvió a intentar atacar varias veces más, moviéndose siempre rápidamente, y el señor de las alimañas se movía cada vez más rápido, pero en todas las ocasiones las espadas se cruzaban, emitiendo chispas por cada enfrentamiento, hasta que trece fueron las veces que se cruzaron. Todo el rato el demonio intentaba atacar por los lugares más insospechados, aprovechando su rapidez divina, pero Aeralos no era un simple campesino, era un veterano curtido en miles de batallas de todo tipo, así que pudo parar todos los ataques. El demonio intentó hacer una finta doble, pero Aeralos no tragó, así que por primera vez en el combate fue directo a atacar a su oponente, obligándole a soltar un zarpazo que lo lanzó despedido por los aires hasta que chocó contra una pared. Aeralos, un poco dolorido, se levantó, justo a tiempo para esquivar una nueva arremetida. Y el combate siguió. Entre las estocadas Aeralos lanzó un hechizo de iluminación, que el demonio dispersó fácilmente. Entonces el espadón del demonio rátido despareció para dejar paso a un alargado báculo mortal. La punta del objeto se iluminó de un resplandor verde, señalando a Aeralos. Este último ya no tenía más remedio que utilizar su técnica secreta. Se puso firme. Tiró la espada al suelo. Señalo con el dedo índice al señor de las alimañas. Puso la mano de dicho dedo en palma, como si empujara algo. Del báculo salió un mortal rayo verde cegador, y de la palma de Aeralos salió una ola de energía azul a la vez que pronunciaba el nombre de la técnica:

-¡Big Bang Attack¡

Las dos fuerzas chocaron al instante.

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Vermellon le dio una patada a la puerta. Esta cayó al suelo con mucho estrépito, pero todavía causó más ruido el bólter del marine al disparar. Por los suelos había muchas ratas. No eran como las ratas que suelen vagabundear por los cruceros espaciales, eran más normalitas. No tenían dientes de acero, no medían como un humano, pero aún así no se fiaba de estas, que se querían comer su carne. Mientras disparaba se dio cuenta de que una rata medio quemada le estaba intentando morder sin éxito la punta del pie, así que le dio una patada. Luego piso a otro grupo de ratas que se estaba acercando. Entonces una explosión invisible le impactó de lleno. Obviamente Vermellon cayó de lleno, así que tuvo que intentar recuperarse. La explosión no había resultado dolorosa, pero siempre costaba un tanto levantarse con una servoarmadura. Miró alrededor suyo, y vio que tanto las llamas como las innumerables ratas habían desaparecido a causa de la explosión. Eso sí, el edificio se estaba viniendo abajo, así que pateó otra puerta en busca de una salida, pero ya no habían puertas. Mejor.

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El veneno estaba atenazando a Skabscror. Había pensado en montarse en un palanquín de guerra portados por sumisos esclavos, pero había ni de lo uno ni de lo otro, así que se tuvo que montar en la espalda de Torturador. Ahora el estómago le crujía. Los pulmones funcionaban a duras penas, tenía la vista casi totalmente abnegada y en sus orejas tan solo podía oír un taladrante pitido fuerte. Apenas tenía fuerzas para hacer algo.

Y ahí, a menos de setenta metros de escaleras, estaba la dichosa madriguera de las cosas elfas, la madriguera de las torres que supuestamente contenía la cura. Pero no estaba desprotegida, ya que en las puertas había una camada de cosas elfas con espada muy rápidas-rápidas y una serie de cosas mago igual de letales.

Y el dudoso honor de dirigir la horda atacante correspondía al archifamoso Tretch Colacobarde, el suertudo caudillo del Clan Rictus. El Clan Rictus había sobornado a Skabscror para deshacerse “accidentalmente” del problemático caudillo, pero Skabscror había estado ocupado recientemente con objetivos de diferente índole y más importantes, aunque pensó que ahora que había fundado un nuevo clan con los restos de otros clanes tendría que ganarse el “respeto” del Consejo de los Trece. Ya había puesto a Tretch entre las filas de esclavos, y este consiguió sobrevivir y ser de los primeros en saquear y rapiñar. Ahora Tretch estaba obligado a atacar a las cosas elfas otra vez en primera línea. El plan era genial, porque pasara lo que pasara acabaría ganando. Al fin y al cabo era el último reducto de resistencia.

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Aeralos se recompuso. Estaba totalmente fatigado. La armadura le pesaba a horrores y ni hablar de la ahora mastodóntica espada. Las llamas se habían apagado por la devastadora explosión mágica, los cascotes andaban a sus anchas por el suelo y el techo iba a derrumbarse tarde o temprano. Y de entre los escombros salió ceremonialmente el imponente señor de las alimañas, aparentemente ileso. Estaba perdido. Iba a morir. Pero si moría, no lo haría de brazos cruzados. Lentamente se fue acercando el demonio. Al parecer ser no tenía prisas. Aeralos se lanzó a sí mismo el escudo de Saphery para protegerse de cualquier hechizo pero con un chasquear de dedos la barrera se hizo añicos. Aeralos se lanzó otra vez el valor de Aenarion para hacer frente al peligro inminente. El demonio tan solo tuvo que lanzarle una mirada tétrica y aterradora que acojonó un poco a Aeralos (pero solo un poco). Ahora ya tenía la omnipresente sombra oscureciendo su debilitado cuerpo. Alzó la espada a duras penas, intentando contraatacar, pero su enemigo volvió a chasquear los dedos y Aeralos salió despedido a la pared por una fuerza invisible. Estaba perdido. Otra vez se le acercó su contrincante y ya no tenía fuerzas para atacar. Ya solo le quedaba admitir su venidera derrota. Y justo cuando el nervioso demonio iba a partirle en dos con su espadón negro de repente se oyó un estallido.

BANG

- For the Emperor!

RATTATATATATATATATATATATATA

El primer disparo le hizo explotar la cabeza y la siguiente serie de proyectiles consecuente al misterioso grito le destrozó el cuerpo al sorprendido demonio, que volvió a su dimensión etérea con el sabor de la derrota en la lengua. Y mientras una gran figura se abría paso entre los cascotes Aeralos se apresuró a huir casi a rastras. Fuera lo que fuera no pertenecía a este mundo…

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Lorgarian hundió una y otra vez la fina y mortífera espada de Catay en el cuerpo de la monstruosidad que se alzaba por encima de los cadáveres aliados y enemigos y por encima también de la batalla que se libraba a su alrededor. Gracias a la altura que le proporcionaba el fiel corcel de Caledor Lorgarian podría pasarse toda su vida haciendo dicho acto, siempre y cuando evitara las garras y las fauces de la enorme abominación que sido vomitada por las oscuras profundidades recién cavadas del suelo elfico. Mientras hundía con saña la espada, Lorgarian se estuvo preguntando tediamente como los hombres rata habían conseguido masacrar en sus túneles a la guardia del subsuelo, romper las sólidas pero numéricamente inferiores filas de lanceros elfos y finalmente obligar cada vez más a los altos elfos a una inminente retirada. Ante tal pensamiento Lorgarian no pudo evitar mover sus sangrientos y entumecidos labios en una forma vagamente parecida a una sonrisa. No había adonde huir. Todo estaba en llamas y lo que inicialmente había sido una batalla cataclísmica se había convertido en una batalla por la supervivencia. Con hombres rata de negro surgiendo en pleno corazón de la ciudad, hombres rata saliendo de la reciente victoria en la Plaza Del Guardián, hombres rata bombardeando la maltrecha ciudad desde sus trincheras (aunque ahora el fuego había parado) y hombres rata hasta en la sopa Lorgarian no dejaba de contemplar que su destino estaba sellado. Bueno, pues ya que ni siquiera podría tener ocasión de ver por última vez a Hraith por lo menos no dejaría que fuese conocida como Lorgarian La Derrotista, o que ni siquiera fuese conocida. Lucharía con todas sus fuerzas. Entonces notó que algo le estaba sujetando el brazo, impidiéndola matar. Furiosa, se volvió con fiereza a su atacante y casi le pareció ver a Hraith, pero no fue más que un espejismo, ya que tan solo era el último miembro del Consejo vivo (n o se acordaba de su nombre). Su rostro se calmó.

-Lorgarian… la abominación ya se ha muerto. Ya no quedan enemigos en esta área. Lo hemos conseguido- Era verdad. Mieles de cadáveres de todas las razas (incluido el de la abominación) decoraban el antes resplandeciente suelo y de las grietas ya solo salía humo- Todos esos miserables han huido o muerto. Lo hemos conseguido, mi señora.

-¿Qué mierda vamos a conseguir? Los inútiles del primer nivel fracasaron, y ahora su derrota nos ha condenado a todos. La ciudad está perdida. Ya solo queda huir para informar a Eltharion del desastre.

-Cierto.

Y sabía por donde empezar. Si no se equivocaba ahora el principal foco de resistencia estaba en la Torre de las Cúpulas. Sabía que sería difícil, pero no estaría mal que su padre se fuera con ella y los caballeros dragón.

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Fethlorgar oyó un ruido. Yvlerion llevaba un buen rato intentando comunicarse mentalmente con Hraith, pero no lo conseguía y ya empezaba a aburrirse de esperar, así que ya tenía planeado bajar abajo para ayudar a los maestros de la espada de Hoeth a encabezar la resistencia. Y oyó un grito, concretamente el aterrorizado grito de una elfa antes de ser degollada, por lo que Fethlorgar se apresuró en bajar a las escaleras para acceder a la zona de la que había procedido el ruido, o séase, la pequeña plaza que ocupaba el centro de la Cúpula de los Sanadores.

Y ahí, como vomitados por el gran agujero negro estaban una docena de hombres topo acompañados por uno de sus despóticos líderes. Varios cadáveres elfos adornaban el marmoleo suelo, mientras que el brujo se guardaba en un andrajoso saco un artefacto con forma de mando. Había tenido un par de encuentros con ellos cuando no era más que un guardián de las cloacas, y siempre resultaban desconcertantes. Encima parecían ser de la élite de entre los suyos, ya que llevaban armaduras de placas de oro y plata y tenían toda la pinta de ser muy feroces. (Hay que aclarar que el único talpidin que lleva armas es el brujo con su báculo, ya que para los hombres topo con sus afiladas garras capaces de partir el metal les basta y les sobra.

Aeralos desenvainó sus dos espadas, decidido a detenerles todo el tiempo posible. Fue el primero en atacar, y de inmediato le atravesó el gaznate al primer desgraciado. Sus compañeros, gruñendo, enseñaron amenazadoramente las zarpas. Fethlorgar volvió a atacar, pero sus espadas chocaron sonoramente con la armadura. El talpidin no desaprovechó la ocasión y le soltó un fiero zarpazo, haciendo que el rey retrocediera varios pasos mientras se llevaba la mano a la mellada armadura. El mismo talpidin volvió a intentar atacar, consiguiendo esta vez no arañar más que aire. Fethlorgar, recuperado, no se ando en remilgos y le metió la espada por dos diminutas protuberancias que parecían conducir a un sistema de visión parecido al elfo.

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Skabscror sonrió y se acicaló el bigote pleno de júbilo. Las cosas elfas se habían retirado a la madriguera con el rabo entre las piernas, y Tretch y sus salteadores ya habrían empezado el saqueo, pero no le importaba lo más mínimo. Una leve sacudida de su cola y una pequeña orden mental bastó para que Torturador subiera pesadamente por las numerosas escaleras.

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Molkit ordenó parar los rituales malsanos. Las grandes cosas voladoras habían pasado de largo, pero no podía confiarse, así que sobreponiéndose a los embriagadores efectos de los humos de los incensarios ordenó a su pequeño séquito que fuera cogiendo las ratas infectadas para depositarlas en el río. Estas, desde sus jaulas roídas gruñeron amenazadoramente a los skavens, intuyendo su gran fin de destruir las cosas elfas(y ahogarse en el intento, cosa que no las gustaba ni un pelo) y hacer que la Gran Rata Cornuda aplastase con su pata el mundo entero. Bueno, todo el mundo menos al clan Pestilens y sus aliados, por supuesto.

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Vermellon miró a la extraña criatura que se arrastraba por los escombros. Por sus campañas contra el mundo astronave de Biel-Tan (infructuosas, por cierto) supuso que debía de ser algo vagamente parecido a un eldar, solo que con ropas un tanto más primigenias. Antes de que pudiera apuntar, la criatura lanzó una especie de granada de fragmentación invisible que le dejo su vista obtusa lo bastante como para que el alienígena huyera. No importaba mucho. Ahora al marine lo que más le preocupaba era encontrar una nave o un intercomunicador, aunque si mataba a un par de alienígenas por el camino en nombre del Emperador tampoco estaría del todo mal. Salió finalmente del edificio para pasar a un auténtico infierno.

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Hraith sintió desde su silla era atravesado suavemente por el ejército aéreo de Pico Pálido compuesto exclusivamente por sabias águilas gigantes de plumas blancas y marrones y liderado por el gran dragón ancestral de tiempos pretéritos. Lo que si que no había sido tan suave había sido el devastador primer ataque. Todavía seguían encendidas las ascuas de las consecuencias, y el dragón rugía de felicidad por sentirse tan pleno después de años de hibernación. Ahora ya iba a empezar el segundo asalto. Athel Amaraya estaría salvada. Y mientras recorría los vientos majestuosamente oyó en su cabeza el repiqueteo clásico que anticipaba una comunicación mágica-telepática. Una palabra era proferida con gran paciencia y esfuerzo, intentando comunicarse.

“Hraith…Hraith…”

“¿Quién eres?”

“Soy yo, Yvlerion de Cracia. No se que haces aquí, pero no tenemos tiempo. Escucha atentamente mis palabras” El maestro de los sanadores resopló airado por la ofensa. Ni que fuera estúpido.”Los hombres rata piensan contaminar toa Ulthuan con una plaga mortífera para todos nosotros. Van a introducir unas ratas infectadas en el Gran Río.”

Hraith comprendió al instante el alcance de dicho acto. El Gran Río era un río que llegaba hasta la mismísima Lothern, atravesando multitud de riachulos que finalmente comunicaban con toda Ulthuan. Si los hombres rata se salían con la suya toda Ulthuan caería hasta los mismísimos cimientos de la Torre de Hoeth y el mundo entero detrás.

“¿Qué puedo hacer?” preguntó el sanador

“No lo sé… Échale imaginación…”

Pudo sentir como la comunicación se cortaba. Entonces detectó entre las trincheras skavens movimientos frenéticos por parte de estos. Los hombres rata estaban sacando unas máquinas estrafalarias, del tamaño de un lanzavirotes. El modelo general eran muchos cañones alargados y múltiples. Las maquinas aun así eran diferentes unas de otras, pero todas tenían una cosa en común: apuntaban al cielo. El cielo…

Y de repente abrieron fuego con gran estrépito. El campo de fuego era tan grande que efectivamente ocupaba todo el cielo con sus atronadores disparos. La paupérrima munición era de todo tipo: hachas, cubiertos humanos, espadas, dagas, pólvora, balas,piedras, flechas, piedra bruja… Para las duras escamas azules y blancas todas estas cosas no eran más que cosquillas incómodas, pero para los blandos plumajes blancos y marrones eran una muerte segura.

Y en ese preciso instante a Hraith se le presentó un dilema: podía bajar y destruir las máquinas, salvando a sus amigas plumíferas y de paso a lo que quedaba de la ciudad en llamas o bien podía ir al río y salvar anónimamente a Ulthuan de un destino incierto. La presencia de Lorgarian en Athel Amaraya complicaba aún más las cosas. Debatió durante unos militesimales segundos que se le hicieron eternos, pero mientras debatía el ancestral lagarto con alas ya había tomado su propia decisión:

Irían al río

Eso parecía decir con su mirada abrasadora como el hielo. Hraith lanzó una mirada melancólica hacia las enormes columnas de humo y las aves que se retiraban escarmentadas del campo de batalla.

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Fethlorgar combatía ya no por salvar a las damiselas de curación, sino para salvar su longeva vida. Los hombres topo, a pesar de ser poco más de una docena y de ser un poco lentos eran suficientemente fieros y fuertes como para poder compensar estos defectos y destrozarle la armadura de dragón con solo dos de sus largas uñas. Y encima estaban esas armaduras de plata y cobre que rechazaban impíamente sus elaborados finiquiteos con las dos espadas. Ahora estaba acorralado por tres de los monstruos, que hacían una mueca en sus toscos hocicos parecida a una sonrisa malévola. Y justo cuando su situación no podía ser más apurada oyó por el patio pasos ligeros. Eran los espaderos que habían decidido acompañarle en su hora más aciaga para poder vedar sus muertes con un acto honorable. El taplin que estaba a su espalda fue atravesado por tres espadas y cayó inerte al suelo rojo, mirándole con una mezcla de estupefacción y putrefacción. El príncipe huyó por el hueco que acababa de dejar el muerto y corrió para formar parte del círculo de espaderos que rodeaba a los ahora inferiores hombres topo.

Postrado solemnemente en el centro del círculo de garras y armaduras estaba el líder. Llevaba un pequeño saco atado a su férrea espalda cubierta por una sólida placa de oro y tenía detalles elaborados y preciosos hasta en los bigotes. En una de sus patas superiores llena de anillos de todo tipo de piedras preciosas estaba el bastón. Los magos que se habían reunido le miraron amenazadoramente, como indicándole que en aquel preciso lugar ese bastón no serviría más que como una escoba. El hombre topo, intuyendo sus miradas coléricas de magia metió la otra zarpa en el saco. De inmediato los miembros de la estirpe de Hoeth se lanzaron inusualmente con estrépito a por el círculo, liderados por Fethlorgar en primera fila, mientras que los magos preparaban ya conjuros devastadores. Justo cuando las alargadas espadas estaban ya a una estocada de distancia de la pequeña falange el brujo topo sacó de su saco un cachivache estraño. Parecía una especie de bombilla que arrojaba destellos tenues rojos. El propietario apretó un botón y la bombilla giró furiosamente hasta que finalmente salió un resplandor cegador que iluminó todo por completo. Fue precisamente eso lo último que pudo ver, ya que le había dañado sus delicados ojos y ahora no paraba de frotárselos infructuosamente con un guante. Retrocedió un par de pasos mientras oía que a su alrededor se estaba produciendo toda una algarabía de ruidos confusos, con los gritos y la sangre como principales protagonistas.

Resbaló en lo que parecía un charco, dándose de narices con el suelo. Normalmente no le habría pasado eso, pero al haber perdido momentáneamente la vista también había perdido el equilibrio y el sentido de la orientación. Buscó a tientas las espadas que se habían caído mientras a los gritos de agonía y sangre ahora se les habían unido los ya familiarmente infernales chillidos de los hombres rata. Finalmente consiguió abrir a duras penas unos de los párpados, dejando ver a través de un resquicio borroso a una enorme figura que supuestamente lo destrozaba todo. Sabía lo que tenía que hacer (para variar). No precisó de la vista para fusionar sus dos ligeras espadas en un espadón enorme capaz de atravesarlo todo, convirtiendo a Ari y Irai en una espada más poderosa, pesada y devastadora: Airiae. Parpadeó con el otro ojo y ya pudo tener los dos semiabiertos. Avanzó lentamente por el borroso camino, esquivando los numerosos cadáveres y con la espada blandida por dos manos enguantadas. Por fin llegó a la distancia suficiente como para poderle oler el aliento a la bestia. Por su translúcida forma parecía una especie de…

Antes de pensar nada más recibió por un costado un fuerte zarpazo que lo arrojó por los aires varios metros hasta atravesar la pequeña plaza y chocar con una columna. Se quitó cansado lo que quedaba de la maltrecha armadura de gemas azul y negra entintada por su propia sangre y finalmente consiguió abrir sus dos órganos visuales, solo para darse cuenta de que ya solo quedaban él, la bestia y un skaven que el elfo estaba desarmado. Oyó una especie de gruñido proveniente del skaven, que acto seguido se fue con el rabo entre las piernas dentro, dejándoles a solas. Fethlorgar examinó a su ahora compañero de baile. Era una monstruosidad forjada y hecha de músculos, piedra bruja y mala leche. A su fea cara cornuda llena de la piedra verde en la nuca que estaba intercalada entre un par de hombros robustos y férreos le seguía un enorme torso todavía más terrible y cubierto de alguna placa con dos enormes patas que a Fethlorgar le llegaban por la cintura, más o menos. Y además estaba la cola escamosa que ya de por sí sola era más ancha que sus brazos. Y Fethlorgar estaba desarmado. Y la espada estaba justo donde se había caído inicialmente. Y la rata ogro rugía de ferocidad.

El príncipe élfico se quedó totalmente estático mientras que a su vez la rata ogro cruzaba a largas zancadas la corta distancia que los separaba. Fethlorgar se apoyó en la columna. Tenía que esperar. El monstruo iba ya tan rojo de cólera que había decidido imitar el ejemplo de sus megalomaníacos creadores y se había puesto a correr furiosamente a cuatro patas. Tenía que esperar. La rata ogro estaba ya más cerca. Espera. Ahora podía oler el fétido aliento que era arrojado al exterior desde las negras profundidades del abismo de su garganta.

¡Ya!

Fethlorgar dio un salto de gato justo en el último momento, apartándose del estrépito que causaba la monstruosidad al chocar con la columna élfica dispuesta arteramente detrás mismo del elfo. El rey no se detuvo a mirar el espectáculo que suponía ser el de un gran monstruo resurgiendo de entre los cascotes y restos, sino que se puso a correr hacia Airiae con todas sus fuerzas. Por fin consiguió llegar a la espada, y justo cuando tuvo a su nueva amiga situada entre los diez dedos pálidos pudo notar que algo no iba bien. Evidentemente ahora estaba a varios metros por encima del suelo, y su horror no pudo ser mayor cuando se fijo que enrolladas alrededor de su ligero cuerpo habían diez dedos gruesos como mástiles de un barco y sucios como la bodega más repugnante que estaban cerrados sobre la misma presa élfica, apresándola. Fethlorgar se sintió como si sus huesos fueran sujetos a una enorme presión, y las poquísimas placas que quedaban ya se rompieron frente al estrujamiento. Sin pensárselo dos veces, el elfo se dio la vuelta en lo que a cabeza se refería y le intentó clavar la espada en las inmundas fauces al horrible ser. Lo que no previó fue el lugar exacto de la cabeza, ya que su estocada se murió solemnemente en el hombro de la criatura. Aun así el efecto fue más o menos el esperado, ya que se llevó sus zarpas a la herida, donde ahora yacía firmemente asentada una bonita espada roja que atravesaba al monstruo uno de sus hombros, impidiéndole mover con la celeridad y habitualidad habituales el brazo perteneciente a susodicho hombro. El elfo se recompuso celericamente de la caída y se apartó varios pasos. Ahora tenía que volver a recuperar la espada, pero ¿Cómo? Mientras la rata ogro se dolía, Fethlorgar sopesó rápidamente un plan que podría funcionarle, pero para su feliz cumplimiento se requería cierta ayuda. Y mientras pensaba el apéndice que salía del final de la columna vertebral de Torturador golpeó a Fethlorgar, consiguiendo abatirlo sobre el suelo. El rey élfico pudo ver como los rayos del sol eran tapados por un gigantesco puño con trayectoria fatal. Otra vez en el último momento Fethlorgar se arrastró medio metro fuera del alcance del atacante, que estrelló su musculoso puño sobre una baldosa, destrozándola. Antes de que retrajera el brazo para volverlo a descargar frenéticamente Fethlorgar se lanzó rápidamente al brazo y ayudándose del puño y de la cabeza consiguió subir al costado de la criatura, cogiendo por el camino a Airiae.

Desde su posición en la espalda del enemigo Fethlorgar vislumbró brevemente su futura victoria, y, aleccionado por esos pensamientos, blandió con fuerza la espada para clavársela a su repugnante contrincante. Pero justo en el último momento el cuerno afilado que adornaba la cabeza de Torturador demostró servir para algo más que un adorno clavándose en algún órgano vital del rey. Rápidamente Torturador aprovechó que la presa se llevaba una mano hacia la herida para deshacerse del intruso con una sacudida. Y antes de llegar a tocar el suelo Torturador le arreó un golpe tan fuerte que volvió a desplazar al elfo varios metros hasta llegar a la misma fila de columnas que ahora se esforzaba en superar conjuntamente el peso que había quitado su compañera derruida. Fethlorgar pensó, tumbado en el suelo, en que había hecho en toda su vida para acabar muriendo miserablemente a manos de una horrible abominación que no merecía ni siquiera existir.

Había peleado con fiereza contra Gusanos Ciegos, contra hombres topo, contra las tropas de Tyrannus, había sobrevivido días de insomnio y hambre a manos de déspoticos esclavos y burocráticos príncipes, había peleado el solo contra miles y miles de monstruos del averno y arrancado la garganta de uno de los lugartenientes de Grom. Incluso había sobrevivido a los caprichos de su hija. ¿Y moriría ahí, en aquella situación? ¡Jamás! ¡Era Fethlorgar, el rey alto elfo de Athel Amaraya y sus alrededores, uno de los peces gordos de Tor Yvresse,un veterano de cloacas curtido en miles de guerras y batallas de todo tipo! ¡ un ser perteneciente a la sagrada y noble estirpe de los altos elfos de Ulthuan, los defensores del mundo de Warhammer y los guardianes de los portales! ¡No iban a acabar las cosas así, por supuesto que no! Oyó a la bestia acercándose a tumbos entre espasmos y gritos, buscando su pellejo. Pensó en su mano derecha. Poco a poco todos los dedos se fueron accionando hasta que finalmente estuvieron cerrados en forma de puño. Apoyó la mano derecha en el suelo. Ahora tocaban los pies. Primero uno. Venga, ya solo te queda un pequeño esfuerzo. Dolorosamente consiguió alzarlo y ahora el elfo estaba en una posición de vasallaje humillante que en esos momentos no tenía ni puñetera gracia. Los alaridos no hicieron más que alentarle a que dispusiera su otro pie de tal manera que al final consiguió ponerse de pie, trastabillando, pero de pie. Flojearon sus piernas, temblando por el esfuerzo, pero no temblaba su resolución. En su mano derecha llevaba a Airiae sujeta a duras penas. Lanzó con desprecio un escupitajo sangriento al suelo y profirió un grito de desafío a la rata ogro. Esta se volvió hacia el insensato y se lanzó por patas a por él. La vista de Fethlorgar estaba cubierta de sangre, pero pudo verla palma de la zarpa de su enemigo dirigiéndose hacia él. Afortunadamente esta chocó con el techo o con una columna, no supo estimarlo muy bien, pero aprovechó el error para blandir su espada y soltarle un tajo desgarrador a la cabeza. Torturador se apartó varios metros dolorido, y cuando retiró las garras para gritar con una rabia alimentada todavía más se pudo ver que una fea cicatriz surcaba grotescamente el rostro, enfureciéndole más todavía. El ataque volvió. El guardaespaldas de Skabscror destrozó de un zarpazo una de las columnas como si no fuera más que bambú, cegado por la sangre y la furia frenética del momento. El ex guardián de las cloacas no se ando con remilgos y le clavó la espada en un sitio que si no estaba cerca del corazón, por lo menos algo haría. Los ojos de Torturador se pusieron en blanco y su feo rostro adquirió el habitual tono pálido de la muerte. Y ahí, el excaledoriano sonrió con ganas. Había vencido. Por fin. Ahora ya nadie podría decir que los elfos eran una panda de remilgados cursis maricas. Él desde luego no lo era, y eso lo reconfortaba. Y justo en esos pensamientos estaba ensimismado cuando la rata ogro cayó cual torre de pisa sobre el desventurado rey de Athel Amaraya mientras a su alrededor toda la estructura se derrumbaba.

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Vermellon cruzó la estrecha calle en llamas. Tenía que encontrar pronto una salida de acceso, por lo menos antes de que se agotase su escasa munición depositada en los extraños seres rata que parecían una parodia del ser humano. De momento sus primitivas armas chocaban con la servoarmadura del marine, y sus escudos y armaduras no eran rival para los puños enguantados o para las balas de su bólter. Hasta ahora solo tenía arañazos, pero podía sentirse afortunado porque el enemigo no le atacaba con todas sus fuerzas, es más, ni siquiera estaban organizados. No suponían de momento una gran amenaza para uno de los defensores de la Humanidad. Aún así no quería correr riesgos. Saldría de la maldita fortaleza y buscaría una aeronave en la que escapar.

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Hraith observó a los hombres rata fétidos que estaban en frente del río. Todos ellos eran apestosos, encorvados, más parecidos a una panda de zombies que a los skavens propiamente dichos. Su letanía, más parecida a un zumbido de moscas multitudinario, inundaba el ambiente Lo que era más peculiar era que había un pequeño grupillo de hombres rata que se dirigían al río con algo parecido a jaulas en sus garras vendadas. Hraith no se amilanó ante el espectáculo y animó a su dragón a que escupiera una lengua de fuego que abrasó por completo a todos los skavens que iban avanzando. Con horror vio que estos seguían avanzando a pesar de que las llamas abrasaban y cubrían cada poro pestilente de su piel. Con más horror todavía vio que había llamado la atención de los hombres rata. Empezó a preparar los pergaminos.

El primer hechizo era de aficionados, una ola de humo verde que pasó por la silueta voldaora sin hacerla nada. Mientras ordenó al dragón que dejara a los llameantes fanáticos y se concentrara en las jaulas llenas de ratas. Otro hechizo fue lanzado, esta vez dos rayos de furia enfermiza, que rápidamente concentró en su báculo y convirtió en energía positiva que devolvió acto seguido a sus propietarios. La montura de Hraith ya estaba haciendo arder en llamas a las ratas gigantes, exitosamente y sin tocar suelo. Entonces Hraith sufrió un espasmo horrible. Supo en ese momento que estaba siendo víctima de una enfermedad que le oprimía el cuerpo. Estaba a punto de desfallecer. Con la vista borrosa vio que se le caían algunos pelos, y lastimosamente intentó respirar a grandes esfuerzos. Ahí estaba, a punto de desfallecer, cuando se acordó de Lorgarian. Pensó en ella con fuerza y el cristal del báculo brilló con un rojo intenso. Poco a poco sintió que la enfermedad ya se había ido, justo a tiempo parta avisar al lagarto alado de una piedra pestilente llena de pus que se acercaba a gran velocidad. Afortunadamente consiguió hacer una gran acrobacia aérea que esquivó limpiamente al proyectil.

El sanador contempló el campo de batalla. El suelo estaba lleno de águilas gigantes, atravesadas y matadas por todo tipo de cosas punzantes. Las llamas habían conseguido su objetivo inicial y Ulthuan estaba a salvo. Lo único que le hizo preocuparse fue el color enfermizo que estaban adquiriendo unas nubes amenazadoras…

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Lartaerian lanzó una vez más una flecha desde su arco sombrío que volvió a cruzarse con un blanco peludo. El plan había surtido efecto. Había conseguido que los hombres rata pelearan entre ellos, cosa no muy difícil, y las dríades del bosque vengativas y los sombríos silenciosos se habían sumado al combate. Ahora ella y sus compañeros sombríos estaban cubriendo el perímetro alrededor de la entrada a la sala de máquinas del gigantesco cañón. Ya solo le faltaba cumplir su parte al Milenario.

Y, totalmente puntual, el viejo Milenario del bosque se abrió paso a zancadas entre los hombres rata. Era un Hombre Árbol enorme que había estado indiferente a los actos que se realizaban a su alrededor hasta ahora. Ahora el viejo hombre árbol no iba a permitir a los malditos skavens a quemar sus propiedades, y el mejor acto para ello era destruir el Gran Cañon. Lartaerian sin embargo no estaba allí con su panda de sombríos para salvar al mundo, estaba allí para vengar a sus antiguos y queridos aprendices, Natgarion y Kthellar. Se llevó la mano otra vez al carcaj y se dio cuenta con horror de que ya no le quedaban flechas. Bueno, daba igual. Vengaría a sus aprendices a golpe de espada. Desenvainó la susodicha y se puso a cortar. Solo en aquellos instantes consiguió aliviar su gran pena, descuartizando y esparciendo la asquerosa sangre negra por el suelo. Pero la gran felicidad no le duró mucho, ya que enseguida encontró la obstrucción de una alabarda interrumpiendo la masacre. Alzó la vista y vió que era un skaven cubierto por una armadura negra, con un cráneo en un hombro y una rata en el otro, vestido con harapos azules y con un estandarte personal cargado a la espalda que denotaba su alto rango. Era Skreek Garrafija, el líder skaven.

Mientras tanto el hombre árbol se dispuso a golpear el generador de la disformidad que alimentaba los motores. Y justo cuando iba a alzar lentamente su puño de repente un rayo de verde brujería le impactó de lleno. Lartaerian maldijo mentalmente a Haw, el ingeniero brujo, mientras se disponía a pelear con el señor de la guerra. Intentó golpear con su espada al skaven, pero esta rebotó en la armadura mágica negra. Skreek no se lo pensó dos veces y contratacó, atravesando con su alabarda el punto exacto donde hace apenas unas milésimas de segundo habían estado la elfa. Se dio la vuelta desesperado, buscando a su enemigo, y en ese instante su instinto de preservación le aconsejó que se agachara, justo a tiempo para esquivar el mandoble de su contrincante, que lo único que hizo fue cortar el estandarte personal. Skreek se lo quitó de encima y se lanzó aullando a por la elfa. Lo que ninguno de los dos sabía era que mientras que ellos dos luchaban El Milenario hombre árbol de Athel Amaraya caía rotundamente muerto como la copa de un árbol cortada a un punto exacto que haría que cumpliera su venganza.

BOUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUM

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Nota del autor: a partir de ahora cada vez que muera un demonio, aparecerá un asterisco que indicará que ha muerto. Un asterisco como este * por ejemplo.



La servidora de Malal lanzó una mirada de desafío a través de su cornudo casco a los demonios que iban avanzando. Todos ellos eran apestosamente apestosos y pestilentes, la asquerosidad misma hecha demonio. Todos ellos solo tenían un ojo en su cornuda y alargada cabeza, además de lenguas sinuosas y finas que reptaban por entre los dientes podridos. Su barriga era tan larga que casi tapaba cualquier cosa que mediara en la entrepierna, y en sus manos llevaban largos espadones de la plaga cuyo filo oxidado rebosaba veneno con solo mirarlo. Las moscas merodeaban sus inmundos cuerpos, y oleadas enteras de nurgletes se arrastraban por el suelo como babosas. Encima en una burda imitación de las tropas humanas llevaban andrajosos estandartes y sucias campanas. Notó un nurglete mordiéndola el pie y, sin molestarse siquiera en mirarlo, lo pisoteó *





Rebuscó entre sus cosas y encontró una serie de hachas arrojadizas, concretamente cuatro. La primera hacha salió desviada de su objetivo, aunque la segunda tuvo más éxito al clavarse en el ojo de un portador*. Sacó una ballesta de entre sus cosas y disparó al tuntún, consiguiendo acertar por casualidad en un par de demonios. A ella eso le daba igual, ya que ya estaba a punto de entrar en el cuerpo a cuerpo. Le dio un fuerte puñetazo al primer demonio en toda su fea jeta* y con el segundo se tomó un par de patadas* mientras que le daba un codazo a otro que acechaba por la retaguardia. Cogió por la ciclópea cabeza a un tercer enemigo y le dio un cabezazo poderoso que le desvaneció al instante*. Luego se giró para darle una patada giratoria al demonio del codazo* y bajó su cabeza en posición de corneo. Dio un par de pisotones al suelo ** y corrió, ensartando con sus cuernos a otro portador que pasaba por ahí*.

Delante suya ahora procesaban otros cinco portadores de la plaga con intenciones asesinas. La guerrera tragó aire y cuando expiró en vez de aire lo que salió de la pequeña apertura de su boca fue una ventisca mágica fuerte que congeló a los atacantes*****. Sin embargo la horda demoníaca no se inmutó y detrás de las figuras congeladas aparecieron un poador más grande que el resto con un pqueño tótem de cráneos en la cabeza que dirigía la siguiente oleada subiendo por una colina. Después de empujar al heraldo colina abajo la avatar de Malal corrió para atrás, golpeando con el culo a un contrincante que se acercaba por detrás*, y de paso aplastando otro par de nurgletes***.

Le dio un gancho a un demonio de Nurgle que había subido exitosamente por la colina, haciéndole volar su cabeza por los aires, pero el espadón siguió su curso y golpeó en su hombro acorazado, sin hacerla nada. Otro golpe la intentó dar la espalda, siendo rechazado una vez más por la armadura. La mujer no se quedó de brazos cruzados y contraatacó, haciendo un círculo letal con sus brazos que despedazó a otro par de insensatos ** y a algunos nurgletes*****.

Y en esas estaba, batallando, cuando se le abalanzó encima una criatura de Nurgle extraña. Tenía el cuerpo blando, legamoso y veteado de una babosa, y la cara cubierta de oscilantes tentáculos verdes. La bestia de Nurgle envolvió en su letal abrazó a la sierva de Malal. Poco después ya solo quedaba una apestosa masa regurgitante que envolvía a la guerrera de Malal. Y entonces de repente la masa estalló en mil pedazos,* dejando libre a una figura envuelta en armadura blanca llena de pus con una espada azul demoníaca. Sintió que el Señor de la Transformación atrapado en la espada intentaba escapar de su prisión terrenal, pero lo contuvo justo a tiempo para atravesarle el cuello a un demonio.

Paró la estocada de un portador y acto seguido devolvió el golpe brutalmente*. Le cortó la mano a otro demonio y paró a tiempo las estocadas del heraldo de antes, que estaba totalmente indemne. Paró sus torpes golpes y atravesó el fétido aire con su espada, abriendo por la mitad el cuerpo*. Ya estaba a punto de alzar su espada otra vez cuando apareció delante suya un príncipe demonio de Nurgle con una guadaña de la muerte, el rostro envuelto en una máscara y el cuerpo entero recubierto de una sustancia viscosa verde repugnante. Ambos trabaron sus espadas al unísono. Se estaba divirtiendo, sí, eso si que era vida.



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A Molkit El Sulfuroso no le había dado tiempo siquiera a gimotear por las pérdidas causadas por los estúpidos de sus subordinados y la maldita cosa-elfa y su esclavo escamado que habían arruinado sus meticulosos planes de conquista. Después del hongo nuclear que había sacudido los mismísimos cimientos del suelo una horda de demonios de Nurgle había salido del bosque, y ahora caminaban al fondo del río. Frustrado como estaba, ya solo le cabía vaciar sus sentimientos a golpe de espada con un atajo de repugnantes demonios que desafiaban el poder de la Gran Rata Cornuda. Y el del Clan Pestilens.

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-Zeñor…

-Maldito zeaz-el mensajero goblin vio como una hacha inmensa le cortaba su brazo. Mientras gimoteaba de dolor su panzudo señor se levantó de su asiento

-Pide perdón por tu inzenzatez

-Lo…lo…lo ziento…¡Ay! Mi poderoso señor

-Bien. Ahora habla.

-Mi señor¡Ay! Hay una horda de cozaz raraz con un ojo cerca de aquí. Parece no tener fin y AAAIEEEEEEEEEEEEE

-Maldito eztupido. ¡Ezo tendríaz que habérmelo dicho antez! ¡Vamoz, maldito atajo de inútiles! ¡Preparad mi carro!¡Ha llegado la hora de que Grom El Panzudo De La Montaña Nublada vuelva a pelear como Morko y Gorko mandan!

El enemigo mas peligroso no es el orco que esta vociferando allá a lo lejos, no, es el skaven que esta detrás tuya.

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13 años 2 meses antes #54884 por garrak
CAPÍTULO XII: EL CLIMAX TOTAL. NURGLE CONTRAATACA

El esclavo skaven estaba contento a más no poder. Había sobrevivido a la gran batalla de la plaza, había roto sus cadenas y había adquirido suficiente material como para hacerse pasar por guerrero del clan y como para tapar su marca de esclavo. Había contenido sus ganas de saquear la ciudad en llamas, ya que ahora solo tenía ganas de examinar la situación política de su clan y como ascender en el poder. Sus ojos entumecidos por algo parecido a lágrimas observaron al nuevo estandarte que tendría que seguir. Los guerreros del clan que o bien estaban lisiados o bien estaban “lisiados” le gruñeron un poco, para luego seguir rapiñando entre los restos. En la puerta antaño esbelta y noble ahora estaban un par de ingenieros intentando reparar una ametarradora. Entonces un poderoso grito sacudió violentamente la tranquilidad reinante:

-For the Emperor!

Asustado, miró por todos lados hasta que encontró una poderosa figura que se abría paso entre los restos. Cuando vio a la terrorífica y enorme figura embutida en una armadura ancestral ultramarine se puso a temblequear de miedo, pero cuando vio que el casco adornado por una línea amarilla que le recorría el rostro se fijaba en él, el ex esclavo empezó a analizar sus optativas de escape. Los ingenieros, alarmados, empezaron a apuntarle con la ametarradora, mientras que los skavens que merodeaban cerca se acercaron confiados a la solitaria figura.

Vermellon, imbuido por el fragor de las miles de escaramuzas libradas, sacó su bólter y se puso a disparar despiadadamente. Las balas salieron del cañón del bólter, cruzaron la plaza y se clavaron firmemente en los alienígenas más próximos. Uno de ellos le intentó clavar una espada por la espalda. Esta rebotó contra la servoarmadura, y antes de que el atónito ser produjera palabra alguna, Vermellon lo mató de una patada. Y entretanto sus compañeros ya estaban muy cerca. El servidor del Emperador puso el hombro por delante y embistió a la horda, destrozando mandíbulas y frágiles cuerpos por cada puñalada inútil.

Uno de los ingenieros giró la manivela, mientras el otro apuntaba sin dificultades contra el avatar azul. Las balas salieron de los múltiples cañones, atravesaron el corto espacio que les separaba del caballero y mellaron la pintura azul de la servoarmadura. Vermellon ando despectivamente hacia los alienígenas desesperados, mientras las balas de piedra bruja seguían rebotando. Finalmente el corto duelo alcanzó su final cuando el artilugio explotó sonoramente.

El ex –esclavo estaba completamente paralizado de terror, con el corazón bordando el síncope y las piernas arrodilladas en el frío suelo. El guerrero pasó a su lado sin inmutarse, atravesando los restos de la antaño noble y esbelta puerta

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Skabscror no podía pensar. No podía olfatear. Tan solo podía andar a duras penas con el único pie que no estaba inmovilizado, y ver a través de un par de ojillos rojos. Solo se paraba para toser, y sobra decir que no se paraba a contemplar los rastros de sangre que dejaban sus tosidos. Notó que la sala temblaba, y no supo si achacarlo a su mareada cabeza o al estado de la madriguera de las cosas elfas.

Finalmente vio una gran sala repleta de pociones, manuscritos y otras cosas que solían figurar en el inventario de un sanador. No supo muy bien si era Garrac o su desesperado instinto, o incluso si era la mismísima Gran Rata Cornuda que había acudido en pos de su más preciado hijo, no importaba, lo que importaba era que una vocecilla en la cabeza le decía que era su última esperanza. Recorrió con la vista las pociones, buscando algo que no sabía que era. Y entonces, de repente el veneno llegó a su corazón. Sacudido por los violento espasmos de dolor, el señor de la guerra cayó al suelo, arrastrando en su camino varias pociones que cayeron con estrépito al suelo.

El skaven notó como las fuerzas le iban abandonando, como sus nervios no respondían a sus exiguas órdenes, y fue perdiendo el poco contacto que le quedaba con sus miembros del cuerpo. Tuvo que arrastrarse con la garra, raspando el frágil suelo, rompiendo los cristales esparcidos. No podía ser. Tamaño servidor de la Gran Rata Cornuda no podía morir así, por culpa del estúpido veneno de un estúpido asesino. No era el final que el tenía esperado. La garra dejó de moverse y su cola cayó plácidamente al suelo, entre sus roídos ropajes. Ya solo le funcionaba a medias la vista. Pudo ver con los ojos un pergamino en el suelo. Observó sorprendido que se trataba de un manuscrito escrito en queekish, la lengua escrita de los skavens. Desesperado como estaba, Skabscror se aferró a aquel clavo ardiente brindado sin duda por La Gran Rata Cornuda. Su alivio fue muy grande cuando pudo oír a medias chillidos saliendo de su hocico. Las palabras fueron saliendo poco a poco, pero para el skaven era como si las pronunciara otro. Después de unos segundos de chillidos en forma de ritual, perdió la facultad de oír. Más segundos pasaron y perdió la facultad de pensar, y cuando terminó de leer el misterioso pergamino, perdió la facultad de vivir…

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Lorgarian contempló horrorizada el sitio exacto donde antaño había estado la Cúpula de los Sanadores. Ya no quedaba nada de los minaretes esbeltos, ahora derruidos. Las torres estaban en llamas y los cadáveres de los maestros de la espada de Hoeth y sus víctimas abundaban por doquier. La cúpula de Sanadores, en un tiempo gloriosa y espléndida, estaba con medio tejado derrumbado, y el otro a punto de hacerlo. El pequeño y hermoso lago estaba rojo por la sangre derramada. Lorgarian y sus cabalgaron del dragón cabalgaron entre los escombros, observando con gran afligimiento los muertos. Entonces un alarido de horror surgió de la boca de la princesa. Esta se apeó del caballo, cruzó la plaza derruida y fue al encuentro de un elfo que estaba aprisionado en una rata ogro. Los otros elfos se quitaron el casco. Sabían lo que venía.

-¡Padre! ¡Padre! ¿Estás bien?

Algo parecido a una risa afloró del viejo elfo, risa que fue cortada por tosidos sangrientos

-No…no…me seas estúpida, hija mía…pues…pues…pues claro que….no estoy bien

Lorgarian sonrió tímidamente y le secó con un pañuelo a Fethlorgar las manchas de sangre que afeaban las viejas comisuras de sus labios

-Padre…No puedes morir así…

-Por supuesto…que…que…que no…pero… ya…ya me ves…agonizando….-ya no salían risas de su garganta-Hija…he visto caer….a…a…a…a miles…-El rey se aclaró la garganta- de mis súbditos…y quiero…QUIERO…QUE LOS VENGUES

-Así se hará, padre

-Ahora…alíviame este sufrimiento…mi reina…

El ex miembro del consejo, ahora extinto, alzó su espada. Lorgarian lo miró con una mueca negativa y cogió ella misma la espada. La alzó y la clavó en el gaznate de Fethlorgar, el último rey de Athel Amaraya, que murió con una mueca fea. Lorgarian se puso de nuevo el casco, desenvainó su espada, y partió hacia su última cabalgata final, seguida silenciosamente por tres docenas de caballeros del dragón

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Hraith vio con horror a sus nuevos alados enemigos. Eran buitres gigantes que tenían la piel totalmente muerta. De sus picos ya solo salían basabas y moscas, y las apestosas alas, a pesar de no tener ya plumas, no les impedían volar. Y toda una bandada de aquellos seres se dirigía hacia él. Hraith lanzó un hechizo que anulaba el viento de alrededor, pero vio con horror que los buitres aun así podían volar. El dragón abrasó a uno que se acercaba, y antes de que su cadáver cayera al suelo, aparecieron otras dos fétidas aves que se lanzaron al costado del reptil. Hraith le dio con el báculo a uno, y aprovechando que el dragón los mantenía ocupados, el mago preparó un rayo azul que sacudió a los demonios y los hizo apartarse, justo a la distancia suficiente como para que el dragón los despedazara a mordiscos. Mientras los dos se trababan en una ardua pelea, Hraith echó un vistazo a las diminutas y pestilentes figuras que surgían del bosque para confrontarse con los hombres rata. Tenía que haber cerca algún portal, aquella marabunta de demonios no podía salir simplemente de la nada…

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Molkit el Sulfuroso chilló a través de su boca un contrahechizo, que bloqueó el intento del heraldo de Nurgle de pudrirle todavía más. Los jinetes de la plaga, esos monjes asquerosos montados en ratas pestilentes mas apestosas todavía, cargaron inútilmente por el flanco, ya que se los muy estúpidos estaban ahora trabados con los innumerables portadores de la plaga. Las filas de los enajenados monjes de la plaga no tardaron mucho en chocar con las de los demonios. Ahora los humos de miles de incensarios y pebeteros cubrían el ambiente, de tal forma que cualquiera que no sirviera con devoción a alguno de estos dos dioses enfrentados moriría de inmediato de muerte súbita. Molkit se tragó una piedra de la disformidad. Pudo sentir como poco a poco la energía corrupta del fragmento le recorría su cuerpo repleto de llagas y pústulas, y lanzó de su boca una oleada de miasma y putrefacción que mató al heraldo de Nurgle.

Molkit ordenó a los esclavos pestilentes que arrastraban el palanquín para que arrastraran el palanquín un tanto más, y con sus últimos hálitos de vida los esclavos cayeron derrumbados al lado de Skrolkius, la Gran Rata Pestilente de Molkit el Sulfuroso. Una vez montado en la furiosa criatura, ordenó con un gesto de garra a que los monjes soltaran a los Pustulosos, una docena de ratas ogro pestilentes que lanzó contra las apretadas filas de portadores de la plaga. Los enormes monstruos destrozaron y desgarraron todo lo que encontraban a su paso al más puro estilo skaven, y el pontífice no pudo menos que regodearse con la destrucción que causaban. Entonces el clan Morbidus, con sus plagas, el clan Feesik, y el clan Septik, todos miembros de la Hermandad Pestilente, se unieron con sus salmos menores al poderoso Clan Pestilens. Molkit chilló de satisfacción y se llevó la garra al bigote, solo para darse cuenta de que ya no tenía.

Entonces vio como una de las más grandes ratas ogro, Sífilis II, caía partido por la mitad por la espada herrumbrosa de un gran demonio. El gran demonio tenía una altura similar a la de la más grande las ratas ogro, con pústulas y burbujeantes excreciones recorriéndole su cuerpo disforme, con cuernos en la parte superior, una espada de carnicero en una mano tentaculada y lo más terrorífico de todo, un gran ojo verde en el centro de una protuberancia de asquerosas arrugas con pinchos que rodeaban una boca de la cual salía una lengua bífida. Muchas grietas de su cuerpo dejaban ver el asqueroso interior del demonio, una oleada de gusanos que se arrastraba por el suelo al son de su amo. Una espina dorsal esquelética se alojaba en su jorobada espalda, donde además tenía unos tubos isteriosos.El misterioso ser se movía como una babosa y se asemejaba cómicamente con las patatas de las cosas humanas. Pero los skavens no tienen sentido del humor, como muy mucho un sórdido humor negro.



Molkit ordenó amigablemente a sus “camaradas” (ya sabéis, cosas como: “vamos, estúpidos” “pelead por la Gran Rata Cornuda…y por mí” o “Demostradles a esos seres cual es la raza superior…que yo ya os alentaré, ya”) que atacaran a la Gran Patata de Nurgle. Una de las ratas ogro ya se disponía a alzar su poderosa garra, y de hecho, consiguió alzarlo, pero a un ángulo de ciento ochenta grados de hallar objetivo, el brazo fue súbditamente cortado. Otra rata ogro intentó hacer algo, pero la Patata se limitó a darle un puñetazo en todo el morro que lo tumbó al suelo, medio muerto. Una oleada de monjes se lanzó a por la criatura, bueno, o por lo menos lo intentó, ya que antes de que cruzaran su perímetro de larvas, estas defendieron a su amo, colándose entre las bocas abiertas de los skavens y haciendo quiensabequecosas dentro de los cuerpos, consiguiendo finalmente matar a los atacantes, presa de una agonía infinita que no les dejó morir bien, precisamente.



Siguiendo con las órdenes, la lastimera rata ogro de antes se levantó del suelo y clavó su puño en el cuerpo del demonio. Este no hizo más que hundirse en la piel, tragándose; primero la mano, luego el brazo, después las piernas, el torso, y finalmente el aullante rostro de la bestia, que indicó con su muerte que no había tenido un buen final, que digamos. La Gran Patata soltó un eructo y continuó avanzando. Ahora enfrente suya se plantaron las ratas ogro restantes, rugiendo a su enemigo. Con un encogimiento de hombros, el servidor de Nurgle hizo que de sus esporas saliera un humo verde. Poco a poco las ratas ogro y los monjes de los alrededores fueron inhalando el venenoso humo, y este se coló en los pulmones, envenenándolos lentamente. Lo único que ya tuvo que hacer el demonio fue ir cortando tan panchamente las cabezas de los agonizantes. Ahora Molkit estaba sólo. Con fuertes temblequeos de manos, y pensando en todo momento en la ira de su vengativo dios, Molkit tomó un poco de piedra bruja y se preparó para demostrar a los malditos hijos de gata cual era el único pestilente dios que podía ganar aquel combate de pestes.

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Diario de Sigismund:Bonoooooo,,,,,,, ¿m’esabais de mens????????????? E volto parr write me last diary. Il y a mouchas clouds en el ciel. Yo ‘tar preocupao. Now je no entender que faire aka in the bodega t’os estos oreju’os mimaos. Todos tar negro’ de ‘angre, compltement ‘egros. Tar también Aeralos. El querer un poco de cerveza. El decir “Es un último capricho”. No’ ha jodio¡ y el mio también¡Bono, a mi dar igual mientras yo tener mi botella de cerveza. Mmmmm, cerveeeeza, Arghhhhhhh

(Media página manchada de babas)

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Los puños de los esclavos de los dioses volvieron a chocar. El príncipe demonio sostuvo lentamente en lo alto su guadaña, enseñándola amenazadoramente, mientras, su rival le daba un puñetazo a un traicionero portador y se hacía a un lado para dejar que la guadaña se clavase en el suelo. Le dio al príncipe un puñetazo en la cabeza, se subió a él, le dio un par de tajos desgarradores y volvió al suelo. El príncipe, un tanto cabreado, le sacudió una hostia a la tía que la hizo dar un par de tumbos, mareada por el golpe. Aprovechó su momentáneo desconcierto para darla otro fuerte golpe con la mano, que hizo que cayera al suelo. Murmurando algo en un misterioso idioma, sacó la guadaña del suelo y hizo que bajara velozmente por el aire hasta chocarse otra vez con el suelo. La guerrera de Malal, que ya se había recuperado, se escabulló entre las piernas de su enemigo y, al estar justo detrás de él, le clavó su espada en el cuerpo. Poco a poco las energías mágicas confluyeron por la herida, provocando el príncipe demonio de Nurgle muriera por explosión.*

La guerrera, sin dejar de luchar un solo momento, cogió por el brazo a un portador y se lo arrancó, para luego golpear a su alrededor con el susodicho miembro. Finalmente le clavó la espada de la plaga a su propietario * y se volvió para mirar lo que pasaba a sus pies. Una oleada de nurgletes estaba intentando formar toda una montaña con la cual podrían ganar altura, pero la guerrera, bufando despectivamente por el fútil intento, hizo que de su mano saliera un chorro de llamas azules que derritieron a los miserables ***************. Luego le dio una patada a uno de los supervivientes, tirándolo de esta manera a la cara de otro portador. Luego elaboró con su espada azul unos complicados círculos que evadieron las defensas del desconcertado demonio y le cortaron la garganta*. Luego, como continuación de dichos círculos, continuó con el ataque, cortando: una mano, un ojo, una espada y dos piernas. Los demonios, exasperados, arremetieron a golpes con el casco de la tirana, pero esta, a pesar de que tuvo que retroceder un paso, volvió para sacudir de un cabezazo a uno de sus asaltantes.

Retrocedió un par de pasos y se agachó, enseñando sus cuernos al enemigo. Antes de que nadie hiciera nada la guerrera avanzó embistiendo a su paso todo lo que encontraba.*** Finalmente alzó la cabeza y la giró hasta que se desembarazó de un portador que había quedado enganchado en los cuernos. Viendo que se le acercaba otra de esas babosas asquerosas, La Condenada esta vez la mató con un rayo mágico.

Y, en esos mismos instantes, se puso a recordar. Antes había sido una campesina. No recordaba ya ni su nombre, desaparecido en los hilos del tiempo, ni su vida, ni otras muchas cosas, pero de lo que si que se acordaría toda su vida era de que un evento del pasado la había hecho odiar al Caos con todas sus fuerzas. Recordó sus gritos al cielo, sus ganas de venganza. Luego los recuerdos volvían a perderse para volver a un siniestro templo poco ostentoso y recargado, a una sala llena de trofeos. Se acordó de Malal, que bajó del mismo espacio para recibirla. Era la imagen más hermosa que vería nunca. El Dios del Caos tenía una forma humanoide con aspecto lobuno. Sus manos de seis dedos acariciaron su cara mientras sus tres ojos la inspeccionaban. Ahí se produjo su renacimiento, ahí volvió a nacer, arrancándose los despojos de su antigua vida y empezando una nueva. Los vínculos de la mayoría de los Condenados (nombre de los seguidores de Malal) eran cortos, debido a que el dios del caos consumía las almas de sus seguidores, pero a veces entre algunos de sus más fieles servidores se formaba un fortísimo vínculo que sobrepasaba al de los demás dioses. Entonces, con gran furia, se acordó del traidor que la había dado el chivatazo del portal, se acordó de los susurros de su amo, y de los largos años que había estado esperando, frustrada por no hacer cumplir las órdenes de su señor y tremendamente aburrida.





Pero ahora…ahora estaba en su casa. Ahora había demonios por doquier, había víctimas, había, finalmente, algo que golpear y matar. ¡Por Malal que la espera había valido al final la pena!

Mientras, a su alrededor se empezaban a formar llamas de un incendio cercano…

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El ex esclavo todavía estaba un tanto aterrado, y las patas traseras le dolían ya de tanto temblar, pero estaba vivo. Ahora inspeccionaba tímidamente los cuerpos de sus camaradas muertos, buscando piedras brujas que pudieran tener en sus sacos o entre sus harapos mugrientos. El esclavo, todavía bendiciendo a la Gran Rata Cornuda por salvarle la vida, estaba tan feliz por el botín acumulado que pensó que tendría que ponerse un nombre. Sí, algo asi como “Alarius El Magnífico” o “El Todopoderoso señor de las ratas”. Sí, el primer nombre le gustaba mucho, tal vez se lo pondría después de ascender en la anárquica sociedad skaven.

Un grito, no, un alarido, sobrecogió al esclavo, que miró por todos lados, buscando una ruta de escape, no, mejor dicho de “retirada estratégica” que le salvara su pellejo peludo. Vio con sus ojillos rojos a una manada de cosas elfas montadas en cosas caballo envueltas en armaduras azules y blancas. También llevaban cosas de mar en los cascos. Temeroso de su futuro, el esclavo se arrinconó en la puerta, mordiéndose frenéticamente la cola, y del nerviosismo que lo atenazaba ni siquiera se le pasó por la cabeza huir.

Y las dos docenas de cosas elfas pasaron de largo, ignorándole por completo. Pero “El Todopoderoso señor de las ratas” tardó más de media hora en calmar su agitado corazón.



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Aeralos y Yvlerion intercambiaron miradas silenciosas. Tanto el uno como el otro habían atravesado las tortuosas calles en llamas de Athel Amaraya, buscando el Palacio de los Panteones Estrellados, ahora llenos a rebosar de hombres rata. Los elfos supervivientes, todos los elfos supervivientes, se habían refugiado en los herméticos calabozos elfos (Hay que considerar que los calabozos elfos son más lujosos que algunas casas humanas, lo que ha llevado a muchos vagabundos a emprender la peligrosa tarea de ir a Ulthuan. Los esclavos de Catay al servicio de los elfos viven también muy bien, mejor que muchos comerciantes imperiales y condes bretonianos. Para que veáis lo que es la vida)

Todos los elfos tenían algún arma, desde una lanza puntiaguda hasta a hachas afiladas al extremo, pasando por los siempre útiles arcos elfos. Y todas esas armas estaban concentradas en la pequeña puerta que daba acceso a la sala, una puerta que estaba siendo golpeada brutalmente por una rata ogro bestial que rugía ferozmente, buscando ansiosamente su sangre élfica. Ya solo era cuestión de tiempo que murieran, pero ya que iban a morir, no sería dejando a unas pobres elfecillas vírgenes. Tomo lo poco que quedaba del asqueroso vino elfo y fue a por las lloronas elfas.

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El querrero goblin Caztañazo miró a su general, el gran Grom el Panzudo de la Montaña Nublada. Los carros de lobos y goblins se habían o bien estrellado contra las filas de aterradores demonios o bien se habían quemado con las llamas. “Eztupidoz” pensó el goblin. Siguió como buen piel verde a su líder, aullando y gritando en el proceso. El gran general piel verde cortaba todo lo que había a su alrededor con su hacha gigantesca como si fuera un leñador, mientras que a los cobardes goblins les costaba horrores sacarle un ojo a aquellos malditos portadores de la plaga. En el frenético combate le asestó un tajo cortante a un portador con su lanza, haciendo que saltasen de la herida mocos y moscas. El portador, sin apenas inmutarse, cortó con su espada el brazo a un goblin y siguió avanzando. Los pieles verdes, acobardados por el imparable avance de Nurgle, retrocedieron varios pasos, pensando en la huida inminente cuando entonces oyeron la poderosa voz de Grom:

-¡Que hazeiz, malditoz eztúpidoz!¡Al primero que ze ezcape le tiro al circo de garrapatoz!

Ante la idea de ver su cabeza verde y aguileña pasando por la garganta de un enorme y feo garrapato Caztañazo de Aúpa se aupó entre sus camaradas y se postró en primera fila, peleando con todas sus fuerzas contra los portadores. Las espadas de la plaga eran mortíferas, y las enfermedades que portaban también, pero los portadores eran extremadamente lentos y mientras que alzaban sus pestilentes brazos por lo menos una docena de lanzas ya lo habían atravesado. Ahora eran los portadores de la plaga los que se dispersaban, buscando un claro desde el que poder combatir en más igualdad numérica.

Aquel respiro permitió al goblin tener una perspectiva privilegiada del combate inminente. Grom, con su carro de enormes lobos, avanzaba hacia una enorme monstruosidad, que medía más que un troll de piedra. No tenía ni ojos ni nariz, ya que todo su rostro era ocupado por una fuce circular con dientes pentiaguados bordeando la mandíbula y una especie de espaonja roja y sangrante que hacía las veces de lengua, absorviendo con sus poros todo lo que entraba.El brazo izquierdo era una esquelética y larga garra a la cual se le podía ver el hueso perfectamente, mientras que en el otro brazo no habían brazos, sino cuatro tentáculos largos y morados que llevaban una larga guadaña mortal que ahora descendía hacia El Panzudo. Grom paró el tajo desgarrador con su hacha, mientras que los lobos enormes se ensañaban con las tripas regurgitantes del monstruo.

VS

Uno de los tentáculos se metió por la boca de uno de los lobos y a pesar de que este intentó morder el tentáculo, no pudo evitar que le arrancaran el corazón lobuno. Grom se destrabó de la guadaña y le clavó el hacha en las fauces. Uno de los tentáculos se deslizó por el mango y se aferró a las manos regordetas, intentando arrancarse el arma de su apestoso cuerpo, pero Grom no cedía y finalmente arrancó su arma de las fauces, manchandose de sangre sucia y seca en el proceso. El monstruo, furioso por la herida, le dio un arañazo a Grom, que le sacudió justo en plena panza. Este, sin inmutarse, dijo “WAAAAAAAAAGH” y volvió a asestar otro golpe con el hacha de Grom, consiguiendo hacer que la criatura se desestabilizara y empezare a tambalearse. Mientras, un heraldo de Nurgle se subía al carro, esquivando el estandarte de Niblit y intentando con su espada mugrienta cortarle la cabeza al enorme piel verde. Grom tan solo tuvo que arrancarle la cabeza con el hacha, y se volvió al servidor de Nurgle, que ahora se sostenía ridículamente sobre una única pata.

Los lobos, que no querían desperdiciar la oportunidad, se lanzaron encima del demonio y lo tumbaron. En un último estertor los tentáculos se movilizaron y le clavaron la guadaña a Grom en la panza. El goblin, sorprendido, miró el arma y cayó inerte sobre el suelo del carro. Niblit ya estaba dando saltitos de alegría encima del cuerpo de Grom cuando este se levantó y le dio una patada. Caztañazo vio sorprendido como su líder se arrancaba la guadaña de su preciada panza y la lanzaba lejos, como si no hubiese pasado nada. Y entretanto la apertura que había sido abierta se estaba regenerando. Lo que si que ya no se podía regenerar era la paciencia de Grom, que después de decir WAAAAAAAGH ordenó a sus lobos que volvieran a atacar.

Los goblins nocturnos atravesaron furtivamente las sombras para atacar por la retaguardia a los portadores, los goblins silvanos fueron correteando con sus arañas de aquí a alla y los medio orcos se pusieron a lanzar cachiporrazos a tajo y destajo. Y, bueno, los goblins empezaron a pelearse entre sí por una discusión teológica que había comenzado pacíficamente cuando Krrrtsikilk miró mal a Caztañazo.

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La columna de elfos de la montaña de Pico Pálido se disperso organizadamente para evitar las llamas y trabarse en contacto cuerpo a cuerpo con los demonios de Nurgle. El armamento de estos elfos era distinto al de sus parientes de debajo de las montañas, ya que en honor a sus amigas las águilas los elfos llevaban una especie de arma que se podía portar en el antebrazo, enganchándose con unos cinturones. El arma tenía forma de pico y era capaz de atravesar los escudos después de varios picotazos. Aunque era pesada y difícil de llevar, era versátil, ya que a través de un orificio se podían disparar flechas, cargadas previamente. Estas armas se llamaban los rompedores.

Antes de nada dispararon unas cuantas flechas, que poco hicieron en las pieles acostumbradas a miles de plagas y enfermedades. Por lo cual ambos ejércitos tuvieron que llegar al mano a mano, con espadas de la plaga y modernos rompedores cruzándose a la luz del Sol y las llamas. En esas estaban cuando un águila gigante malherida se posó en el centro del ejército élfico. Su mensaje era claro: habían fracasado, y la ciudad elfa de Ahtel Amaraya estaba ya perdida, pero no lo estaba todavía Ulthuan, así que antes de morir la última anciana de Pico Pálido ordenó en su último estertor a los elfos que frenaran a la horda de demonios.

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Los buitres se retiraron momentáneamente, dejando a un magullado Hraith un tiempo para poder respirar y pensar. Miró debsajo suya a la horda innumerable de goblins marchando a través del bosque en llamas, yendo a distintos frentes de batalla que se habían abierto a lo largo y ancho del bosque. Entonces vio que entre el frente de los skavens había una columna de caballeros dragón que luchaban ferozmente con sus lanzas. Facilitandoles una vía de escape, congeló momentáneamente el agua del río para que pudieran pasar y frenar a los demonios de Nurgle, sin saber que liderando aquella carga estaba su amada Lorgarian.El mago sabía que todos aquellos seres surgían de algún sitio, de algún portal, y por fin encontró después de un breve escrutinio una cueva enorme en las montañas de la cual salían sin parar todas aquellas bestias. Supuso que el portal estaría allí, asi que le señalo al dragón la cueva y se pusieron a volar.

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La Condenada alzó la vista. Ahora enfrente suya tenía un artilugio de lo más raro. Al igual que los portadores, tenía un único ojo y un cuerno saliendo de una protuberancia de su cráneo, pero ahí se acababan las similitudes. En vez de las lenguas “humanas” que tenían sus inferiores, el tenía una lengua bífida de serpiente. En una mano llevaba una espada larga y terrible, y en la barriga tenía pústulas del tamaño de un nurglete, además de un cañón en la entrepierna. Otras tres diferencias radicaban en: su otro brazo, que era totalmente mecánico y con un cable, su tamaño, que dejaba en ridículo a los heraldos de Nurgle, y que estaba sostenido sobre varias piernas mecánicas.



El cañon disparó justo unos pocos metros enfrente de la Condenada, haciendo que saliera volando otros tantos metros, impelida por la explosión. El aniquilador avanzó aracnicamente, intentando matar a la guerrera de Malal con su espada, pero ella detuvo todos los golpes. Entonces la garra la cogió por la capa y la lanzó otros cuantos metros hacia fuera, golpendola sobre un arból quemado. La máquina retrocedió un poco ante las llamas, pero luego siquió avanzando.

Antes de que pudiera hacer algo más con su garra de metal, el avatar de Malal saltó al cañon y valiendose del apoyo, escaló por su espalda, buscando la cabeza cornuda. Ante aquella amenza la maquina alzó su garra y disparó, justo a tiempo para rociarse a si misma con el ácido mientras la guerrera saltaba grácilmente a otro lado. Aullando por la herida, el demonio-máquina intentói huir, pero ella le atravesó con su espada el cañon, provocando que segundos despues explotara.*

Se recompuso de la explosión y se levantó, solo para ver que estaba rodeada de mosquitos por el aire y babeantes nurgletes por tierra. Ella miró la espada, se concentró en su aura y simplemente la aumentó al rojo vivo, creando un área mortal que quemaba todo lo que entraba en contacto y lo hacia desaparecer. Entre esa potencia amplificada y las llamas, finalmente cuando etrecerró los ojos y posteriormente los abrió todos los demonios habían vuelto al empíreo. (incontables *)

De repente de entre las llamas surgió el supuesto líder de aquella horda de demonios, el gran demonio de Nurgle que solo con su sombra ya esparcía la corrupción en su mas puro estado. Era como las grandes inmundicias que servidores de Malal como ella o Kalev Daark mataban, pero esta era mucho mas grande y terrible. En sus garras pustulentas llenas de llagas lleaba una enorme espada, cuyo destinatario se intuía De la cabeza astada salía una lengua que baboseaba el arma y en su espalda, aunque ella no lo podía ver, se podía ver la espina dorsal.



Aullante y totalmente entregada a su dios, La Condenada alzó su espada, que ahora brillaba con un azul cegador. Podía sentir como el señor de la transformación atrapado en su interior pugnaba por salir de su prisión física, ante lo cual su portadora se negó. Alzó la espada y perimitió que el demonio saliera momentaneamente, lo suficiente como para que la hoja destelleara aún más y el filo se alargara mucho. Descargó la espada y le cortó el brazo. El Gran Demonio, impertrerrito, dio un lento paso hacia la tía. Esta volvió a descargar el arma, rompiendo la del Gran demonio. Antes de que pudiera hacer nada más notó que los miembros de su cuerpo ya no la obedecían. No podía moverse, no podía andar, gritar o siquiera pelear. Tan solo podía ver.

Y aprovechó esa facultad para ver al lanzador del hechizo paralizante. Era una especie de elfo mugriento y apestoso cubierto de harapos sucios. Era el elfo servidor de Nurgle, también conocido como Athriel. Se estaba apoyando en una vara vieja y podrida, riendose entre tosidos y exabruptos. Parecía contento. Estaba segura de que su amo le había prometido la inmortalidad o algo así. Aprovechando su paralisis el gran demonio la agarró con su brazo restante, mientras el otro poco a poco se regeneraba. La lengua del demonio salió de la boca, lamiendo la armadura de la guerrera, mientras todos y cada uno de los dedos apretaban más su presa sobre la indefensa guerrera.

Y en el cielo pudo ver parcialmente un dragón intentando volar a través de una nube de avispas de la muerte, convocadas por Athriel. Por mucho que Hraith intentara lanzar algun hechizo, el elfo seguía mandando más y mas avispas, que poco a poco hacían que el dragón retrocediera, abrumado por el nuevo enemigo. Entonces Athriel habló:

-Bueno, bueno, (tosido) bueno, (estornudo) ¿Qué tenemos aquí? (tosido) si es una de las niñas mimadas del dios del (tosido y gesto nervioso) anti-caos. (tosidos) Tal vez te preguntes (tosido y golpe en el pecho) que hacemos aquí. Veras, hace mas de seis mil años hubo una (tosido y otro golpe en el pecho) gran guerra entre demonios y elfos, y cuando estos ultimos ganaron, los demonios dejaron aquí enterrada una terrible criatra…EL PULPO DE NURGLE (tosidos y carcajadas) Era un demonio que el gran Nurgle creó especificamente para envenenar el núcleo del planeta con sus largos tentáculos(tosido) pero el maldito Caledor le lanzó una maldición (tosido): solamente…

“solamente la sangre de un elfo no muerto lograría despertarlo . Pero (tosido) obviamente no hay por ahí muchos elfos no muertos. Asi iba la cosa hasta que encontre (tosido y risa maléfica) a mi hermano. Asi que (tosido) consegui engañarlo para crear un ritual con el cual podriamos levantar a una horda de demonios demi viejo aliado demoníaco, Pestus y al mismo tiempo levantar al pulpo. Pero (tosido) la sangre de mi hermano no era puramente de un no muerto, asi que el despertar no será permanente. Tiene que subsistir con mi (tosido y lamento) alma pútrida, pero todo sea con tal de alcanzar la inmoratalidad…

El elfo se rió de su broma invisible mientras que el demonio ponía más fuerza en el brazo.

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Lorgarian levantó a duras penas el brazo y le atravesó por el ojo a uno de los portadores. Otro la golpeó por el otro flanco, golpeando fuertemente su escudo. La elfa se volvío y le sacudió una leche con el mango, intentando inutilmente destrabarse. Lo escupió, lo volvió a golpear con el mango y finalmente consiguió deshacerse de la dura presa con una fuerte patada. Antes de que el demonio cayera al suelo, otro ocuó su lugar y golpeó el escudo, logrando que finalmente la hija de Fethlorgar cayera de su sillín. Lorgarian clavó la larga espada en el selo y se valió de ella para levantarse y cojear hacia mas enemigos.

Los demás caballeros del dragón tampoco es que estuvieran en una situación menos precaria, ya que las plagas estaban empezando a hacer mella en su voluntad y ahora los muertos superaban a los vivos con diferencia. Lorgarian forcejeó con un demonio, agarrandose ambos de los brazos y intentando vencer. Detrás suya el consejero superviviente, aún vivito y coleando, la protegía la retaguardia, cubriendola las espaldas de cualquier puñalada. Finalmente Lorgarian tropezó y aprovechó aquella subita sorpresa para atravesarle el gaznate al demonio desde el suelo.

Lorgarian volvió a servirse de su espada samurai para levantarse y enfrentarse al enorme demonio que se hallaba enfrente suya. Cogió todas sus fuerzas restantes, preparandose para su último lanzamiento mientras que los elfos supervivientes formaban un círculo protector en torno a ella.

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Las filas de La Gran Rata Cornuda y Nurgle se siguieron enfrentando. A pesar de que estaban en clara inferioridad numérica, La Hermandad Pestilente no pensaba en la derrota. No era ni valentía ni honor, más bien un rgullo exacerbado por demostar a su Dios que el era el único dios de la destrucción. Era una batalla de creencias.

Los codiciosos señores de plagas del Clan Morbidus lanzaron a sus ratas gigantes enfermas y sus rabiosas ratas ogro contra las bestias babeantes Nurgle y los nurgletes. Los guerreros del clan Feesik huyeron del pulso de dioses, dejando a sus mandamases en pensamientos profundos sobre excusas igual de profundas. Los guerreros de harapos blancuzcos del Clan Septik se lanzaron con sus armas herrumbrosas en pos de la Gran Rata Cornuda y el favor de Nurglitch. Los podridos skaven del clan Úlcera intentaron lanzarse contra los portadores, arañandoles con todo lo posible, mientras que las garrapultas de la plaga cubrían el cielo con sus tóxicos proyectiles y los innumerables incensarios del clan Pestilens cubrían hasta el aire mismo. La Hermandad Pestilente peleaba con todas sus fuerzas…Y de paso Molkit tambien peleaba por su vida contra La Gran Patata. Con su gran rata pestilente muerta, ahora entre la asquerosa patata y él no había mucha cosa que digamos…

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Vermellon disparó a las cabezas de los inmundos herejes de Nurgle. Despues de varias horas de incertidumbre, peleando contra enemigos desconocidos, casi se alegraba de ver a los servidores de los Dioses del Caos, ya que si tenía que elegir entre dos males, prefería al mal que le resultase mas familiar, y no hay nada más familiar que el zumbido de miles de moscas aturullandole el cerebro. Esos eran los últimos. Ahora el cargador estaba casi vacío. Ya solo le quedaban unas pocas balas, y el servidor del Emperador no las pensaba malgastar.

En toda horda de servidores de la disformidad siempre hay un tío gigantesco, y ahora, camuflado estrategicamente entre los arbustos quemados, se encontraba delante de dicho ser. Se puso el bóter en los brazos, con la simple mirilla dirigida a sus ojos. Con una mano acarició plácidamente la culata y con la otra el cañon del arma. Calculó que ya solo le quedaban unas pocas balas. Pensó en sus campañas exitosas en nombre del Emperador, en todos aquellos planetas que había purificado en nombre del Emperador. La historia del capítulo de los Golpeadores había sido indudablemente polémica, pero Vermellon estaba decidido a zanajar aquellas dudas y cortarlas por lo sano, al igual que los demás legionarios pertenecientes a los Ex Guerreros del Arco Iris. Su nombre figuraría entre los anales de la humanidad por haberse cargado a uno de los más feroces enemigos de la humanidad.

Decidido, apretó casi sin darse cuenta el gatillo. El bólter rugió y la bala atravesó el aire hasta impactar contra nada. Otras balas hicieron que el bólter siguiera rugiendo, pero estas o bien se estrellaron en la dura piel del demonio o se perdieron en la nada. Cuando las balas s agotaron Vermellon alzó la vista y vio que lo único que había conseguido hacer había sido meter una bala por la cuenca del ojo que precisamente estaba vacía. Furioso por su fracaso para con la Humanidad, le lanzó el bólter a la criatura.

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Athriel miró con desprecio a la elfa. Pensaba lanzar su inservible espada contra el demonio de Nurgle de Forge World. Si el demonio estuviera distraido algo haría, pero con una guerrera de Malal como unico entretenimiento no dudo de que tendría tiempo de sobra. Pensó entonces en el futuro. Los planes iban terriblemente bien. Si conseguían al final salirse con la suya, se ganaría en el futuro un puesto al lado del mísmisimo Nurgle como su mano derecha, y obtendría la ansiada inmortalidad(la perdió cuando se libró de la maldición). Athriel se imaginó surcando los cielos, aterrorizando a los mortales y en definitiva extendiendo la miseria y la corrupción por todo el mundo. Por supuesto lo que nadie sabía era que para asegurarse de que el plan no fracasaba había puesto la esencia del demonio en él mismo, en el portal levantado en la cueva y en el gran demonio que había accedido a ayudarle, a pesar de que toda aquella legión era en realidad de Pestus. Y en esas estaba pensando cuando algo surgió del follaje…

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Yvlerion miró aterrado a través de la ventana. Ahí fuera se libraba una feroz batalla. El suelo temblaba y los cielos se estaban cubriendo de nubes verdes pestilentes. Miró a su guardaespaldas y una lágrima salió de sus orgullosos ojos. Habían matado un gran peligro para meterse en otro peor… Mientras la puerta seguía siendo aporreada por una rata ogro. Aeralos se subió los pantalones y acudió presto a combatir a la primera fila.

Entonces el humano, medio borracho, se levantó de su barril de vino y se dirigió colérico a la puerta:

-Huye…¡Hip!...huyyyye de aka os in-ho me angry mucho y me…¡Hip!...pongo a reprrrrtir jostias a to’ kiski…¡Hip!...¿Lo has understand?

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¿Qué hacía ahí? ¿Por qué? ¿Quién era? ¿Dónde estaba? ¿Por qué se sentía algo vacío de alma? ¿Por qué tenía ganas de matar todo lo que se encontrase? ¿Por qué me miran todos esos cíclopes raro? ¿Por qué tengo una masa de pus y sangre en mis pies?¿Por qué no lograba acordarse de nada?

Acababa hace unas pocas horas de oler en el aire una peste horrible. Por qué había sido olvidado por todo el mundo…Elthonfiel, un elfo vampiro de más de tres mil años de edad. En los bosques de Tor Amaraya. Por qué no había logrado controlar su maldición del todo. Porque una de las pocas salvaciones qué podía tener era convertirse en una mezcla de Varghulf y elfo lobo salvaje. Esos “cíclopes” eran portadores de la plaga del Dios del Caos Nurgle. Esa masa de pus era su antiguo tío elfo Athriel, ahora obviamente muerto. Porque era idiota…

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Un grito de horror cruzó todo el bosque, provocando una reacción en cadena:

Un artefacto extraño con forma de bolter se metió por el ojo de un gran demonio.

Como el gran demonio estaba distraído, un avatar de Malal se escapó de sus garras para caer torpemente al suelo.

Aprovechando que estaba distraído, una katana surcó el fétido aire hasta clavarse en la cabeza cornuda

Aprovechando que el gran demonio desaparecía un dragón escupía una potente bola de fuego directa a una cueva.

Una horda de cíclopes se empezaba a desvanecer de la realidad

Un pulpo apocalíptico desaparecía de la realidad

Un skaven con harapos verdes hundía su vara en la nada

Un piel verde enorme y verde descuartizaba a otro piel verde de modestas proporciones y ordenaba estupefacto una retirada a su escondrijo.

Unos elfos miraban sorprendidos el espacio anteriormente ocupado por enemigos temibles

Un ejército de skavens se marchaba de una ciudad en ruinas

Y un humano borracho se miraba con cara de tonto su puño, secundado por otros igual de sorprendidos elfos

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El ex esclavo intentó secretar por tercera vez consecutiva el almizcle del miedo, pero ahora sencillamente en sus glándulas ya no había nada. Se atuso los bigotes y recapacitó un poco sobre todo lo que había acabado de pasar.

Pero no le dio tiempo, ya que vio sorprendido un skaven solitario atravesando la plaza. De inmediato el todopoderoso señor de las ratas pensó en acuchillar al imprudente, cuando entonces receló de su idea al ver que detrás del hombre rata había más servidores que huían en tropel de la ciudad. Después de varios segundos de reconocimiento, finalmente identificó al skaven. A pesar de estar cubierto por pústulas y granos en la mitad de su cuerpo y de tener una barriga que sobresalía por la armadura, el ex esclavo se dio cuenta de que era Skabscror. Repentinamente humilde y pelota por la mera presencia de su nuevo señor, el esclavo se postró delante del general, humillándose ante él y pidiendo misericordia por haber esperado fielmente a su señor. Skabscror, furioso y abotagado como estaba, humildemente decapitó a Alarius el Magnífico.

El enemigo mas peligroso no es el orco que esta vociferando allá a lo lejos, no, es el skaven que esta detrás tuya.

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