Capítulo 2: La Caravana del Medio Millar de Almas.

15 años 6 meses antes #19588 por Darth Averno
SECCIÓN 7: SARGENTOS.

La lluvia los iba siguiendo. O, al menos, eso parecía. Había comenzado a descargar el brutal aguacero al despuntar el alba. Y ahora, con el día ya moribundo, redoblaba su fiereza.

Lo vehículos avanzaban lentamente por el centro de la amplia carretera de seis carriles. Levantando una densa lengua de agua embarrada a su paso. La tormenta inclemente los azotaba continuamente, repiqueteando y silbando. Haciendo que los pilotos estuviesen más atentos a los sistemas de radar y estimación de dirección que de la cortina de agua que no les dejaba ver más que unos pocos metros.

El sargento Thomas Barbon se encontraba incómodo en el interior del vehículo del sargento Gabriel Garreth. No comprendía cómo había podido ir en él durante toda la travesía. Todo el material apilado apenas le dejaba espacio libre.

Una sucesión de relámpagos acuchilló el anochecer. Respondieron unos truenos ensordecedores. Una fuerte ráfaga de viento sacudió al vehículo. El sargento notó como el transporte blindado se balanceaba. La tormenta se recrudecía, por lo que el peligro era claro. Los camiones, calzando unos desgastados neumáticos del tipo estándar, podrían perder fácilmente la tracción. Deslizándose, convirtiéndose en máquinas que difícilmente podrían volver a estar bajo control. Sacó el comunicador de su cinturón y abrió el canal de transferencia con los pilotos del resto de los vehículos.

–Señores, aquí Thomas. Vamos a bajar la velocidad a la mínima dentro del patrón que les he dado. Quiero una lenta y elegante desaceleración. Y quiero que copilotos estén atentos a los sensores de distancia con el resto de vehículos. No quiero ni imaginar el que podamos sufrir una colisión en cadena, ¿queda jodidamente claro? Recemos por que el Emperador interceda para que amaine este maldito diluvio.

Llegaron todos los “sí, señor” y “entendido, señor” de los vehículos de la caravana. El sargento Barbon cerró el canal y se recostó como buenamente pudo en el escaso espacio que tenía a su disposición. La rugiente lluvia repiqueteaba sobre las planchas blindadas, ahogando el sonido del motor del Chimera. Estuvo escuchando durante unos minutos la furiosa tormenta. Los resonantes truenos lejanos, los relámpagos que centelleaban e iluminaban durante un segundo el interior del vehículo. El olor inconfundible a lluvia. Sonrió. La verdad es que fuera tendría que hacer un frío del carajo. Se arropó con una tela que empleaba como sábana. Colgó el comunicador de un enganche por encima de su cabeza. Abrió el canal de los sargentos. Acostado y tapado, se puso las manos tras la nuca.

–Sargento Danker, aquí Thomas. ¿Me recibe?

Pasaron unos segundos hasta que recibió contestación.

–Aquí sargento Danker al habla. ¿Qué desea, sargento Barbon?

–Nada realmente. ¿Ha visto alguna anomalía por la retaguardia, sargento?

–Si podemos tomar este jodido diluvio como una anomalía, sí, he visto alguna.

El sargento Barbon sonrió mientras continuaba mirando al techo acorazado. Habían pasado ya dos días desde que habían abandonado la Cantera Fuenteverde. Y todavía no habían hablado del incidente. Aunque ambos sargentos eran los únicos que podían decidir ahora, y por tanto mantenían más comunicación que cuando Gabriel se encargaba de la logística, habían evitado conscientemente el tema.

–Esta lluvia es un símbolo de nuestro planeta, sargento Danker. Los sartosianos amamos cualquier tipo de climatología adversa. –Comentó el sargento Barbon.

–Cada cual con sus gustos. De todos modos ahora comienza la época de lluvia, sargento Barbon. Este agua vendrá bien en Fuerte Victoria.

–La lluvia no siempre es beneficiosa. Intuyo que esta noche va a ser muy larga. Como esta tempestad nos siga castigando, tendremos que detenernos. Y me resulta imposible entender el cuaderno de Gabriel para encontrar puntos seguros. Toda nuestra estrategia se ha simplificado a seguir la carretera principal que nos lleva a Elayana y después a Fuerte Victoria.

–Los camiones han montado la estructura reforzada por dentro de la tela. –Apuntó el sargento Danker. –Las planchas ofrecen mejor blindaje ante un asalto enemigo, además que estamos protegiendo mejor a los civiles ante este aguacero. Por lo demás, la tormenta es igual para el enemigo que para nosotros.

–¿Y no se pregunta por qué no llevamos siempre la estructura reforzada montada, sargento Danker? Los camiones están pensados para transportar materiales, no personas. Al estar tan cargados, el aire se vicia en su interior. Tienen que abrir los puntos de disparo para poder respirar. No tienen que estar tan cómodos como nosotros en nuestros Chimera. Ni tan seguros. –Dijo el sargento Barbon, haciendo gala de su conocimiento sobre el estado de los civiles.

–Eso es cierto. Además, nuestros vehículos son anfibios. Por lo que a nosotros respecta, podría descargar todavía más agua esta jodida tormenta.

El sargento Barbon sonrió nuevamente al techo. Debería ser al contrario. Él tendría que hacer los comentarios irónicos, el sargento Danker apenas hablaría, y Gabriel se desesperaría con ellos.

Gabriel.

La imagen del destartalado vehículo abatiendo al joven sargento le volvió a la mente. Cerró los ojos. El comunicador permaneció en silencio.

–Ha habido otra baja. Otro herido nos ha dejado hará no más de una hora. –Dijo el sargento Barbon casi para sí mismo, asociando ideas.

–No se me había informado. ¿De qué escuadra era?

–Era Philippe. Escuadra roja, la de Gabriel.

–¿El del impacto en el pecho?

–Exacto.

El sargento Barbon esperó. Sabía exactamente lo que le iba a preguntar su camarada.

–¿Cuándo pararemos para enterrar el cuerpo?

–No se parará, sargento Danker. Mis hombres han arrojado al cadáver desde el camión “Rojo Dos”. Estamos siguiendo una ruta que probablemente sea la menos adecuada. Vamos en línea recta, por el centro de una carretera principal, sin ningún tipo de cobertura…

–No ha sido correcto. –Interrumpió secamente el sargento Danker. –La próxima vez que ocurra algo así, quiero que se me informe antes. Ahora decidimos al cincuenta por ciento, sargento. Y no estoy dispuesto a dejar que mis soldados se pudran al sol. No voy a permitir que alguno de mis hombres no reciba sepultura. ¿Está claro?

“Tienes toda la razón, amigo”, pensó el sargento Barbon, con los ojos aún cerrados. Aunque el sargento Danker había mostrado una temible indiferencia a la hora de matar a otro semejante, ejecutando sin piedad a mujeres o niños, siempre defendía el enterrar a cualquier baja. Incluso había obligado a apilar todos los cadáveres que había dejado el encuentro de la Cantera Fuenteverde, y prenderles fuego.

Gracias a eso, lo habían visto.

Un escalofrío recorrió la espalda del sargento Barbon al recordarlo.

–¿Era realmente él? –El sargento Barbon abordó el tema que ambos hombres habían estado evitando de un modo directo.

El silencio proveniente del comunicador pareció acallar al resto de sonidos que lo envolvían.

-¿Era realmente él? –Repitió. Para sí mismo. Tragando saliva. Abriendo los ojos, para ver el techo desenfocado por las lágrimas.

FIN DE LA SECCIÓN 7: SARGENTOS.

Sección pequeñita antes del puente. Hablamos el lunes. Espero vuestros comentarios!

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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15 años 6 meses antes #19860 por Darth Averno
SECCIÓN 8: MEDIANOCHE.

La caravana continuó progresando por la carretera. La noche llegó rápidamente, mientras la tormenta continuaba con su descarga inclemente. La columna mecanizada acumulaba kilómetros lentamente. Si bien la calzada era casi totalmente recta, y contenía un sistema de drenaje bastante efectivo, el agua estancada y lo irregular del firme comprometía la seguridad del avance.

Enfilaron el último puerto de montaña para llegar hasta el valle que contenía a la capital, Elayana. Tenían ante ellos una cantidad importante de kilómetros en subida, repletos de curvas a lo largo de múltiples desfiladeros. Tuvieron que empezar a esquivar los peñascos y árboles que encontraban en su camino, producto de los continuos y peligrosos corrimientos de tierra. La furiosa tormenta se recrudeció con fiereza.

Los camiones empezaron a perder el control una y otra vez. El “Azul Tres” se empotró contra un peñasco, e hizo falta la mitad de los soldados para poder devolverlo a la calzada. El agua descendía por la carretera, llegando a los hombres por la rodilla. La caravana llegó con dificultad a un punto más llano, culminando la primera parte de la subida y abriendo una pequeña meseta ante ellos.

La dificultad para avanzar disminuyó levemente. Pudiendo progresar más rápidamente, no tardaron en encontrar un cobijo apropiado. Llegaron al amparo de un grueso puente que formaba otra carretera que cruzaba sobre ellos. Dieron el alto. Los gruesos pilares de sujeción, de ferrocemento armado, fueron rodeados por resistentes cables de acero trenzado, que sirvieron para anclar los camiones. Al menos, ya no saldrían flotando.

Todo el refugio que daba el puente era íntegramente aprovechado por los camiones. Los vehículos tácticos acorazados Chimera permanecían fuera de su cobijo. Bajo la continua lluvia. El del sargento Danker en la retaguardia. Los otros dos, en la vanguardia. Fueron calzados con gruesas piedras por los soldados.

–Todos los camiones han sido anclados correctamente. –Dijo el sargento Danker por el comunicador.

–Perfecto. Los víveres para esta cena están siendo repartidos por mis hombres. No tardarán en llegar a su Chimera. Corto. –Respondió el sargento Barbon. Sabía que su camarada habría participado personalmente en las tareas de anclaje, puesto que su escuadra había sido reducida a la mitad de efectivos en el enfrentamiento de la Cantera Fuenteverde. Sonrió al pensar que ahora estaría empapado como una sopa. En cambio, él no pensaba abandonar su vehículo mientras pudiese evitarlo. Le resultaba triste que sus hombres se calaran hasta los huesos, transportando víveres entre los camiones y acompañando a los civiles a que hicieses sus necesidades al amparo del puente. Pero alguien tenía que hacer ése trabajo. Y ésa era una de las diferencias entre los sargentos y los soldados.

Se sentó y se colocó la sábana sobre los hombros. Encendió la pequeña luz anaranjada del interior del vehículo. Se puso la bandeja con la ración de la tardía cena sobre las rodillas, y empezó a dar cuenta de ella. Arrullado por el constante repiquetear de la lluvia sobre el vehículo. Envuelto en su húmedo aroma.

Era un sartosiano. En Sartos IV las tormentas eran muy comunes. En la soledad del vehículo, comiendo tranquilamente y escuchando el furioso tronar o el continuo tamborileo de la lluvia, se sintió tranquilo. Sacó una pequeña petaca metálica de un bolsillo oculto y la agitó para medir su contenido. Quedaba lo justo para esa noche. Le dio el primer trago.

Mientras los relajantes efluvios espirituosos le recorrían, rememoró al Comando Espada de Fuego. El inesperado ataque de melancolía le impulsó para seguir navegando por sus recuerdos, lentamente, saboreando nuevamente viejas sensaciones. Una cálida sensación de paz le envolvió. No pudo evitar divagar filosofando sobre el caprichoso camino que había seguido durante tiempos pasados. Pudiéndose mostrar serenamente el conjunto de cicatrices que había sido su vida. Teniendo una íntima charla consigo mismo. Estuvo así un buen rato, con la mirada perdida, acabando en el proceso con el contenido de la petaca, gracias a largos tragos de intenso sabor.

Concluyó con que estaba satisfecho con todo lo que había hecho. Hasta el punto de que, llegado el caso, repetiría sus errores. Habían sido sus mejores maestros. Sonrió a las mudas piezas bañadas por la luz anaranjada. Quizá se sentía feliz. Tan sólo anhelaba un pequeño milagro más.

-Sargento Barbon, aquí Lara. Nuestro enfermito ha despertado. –Dijo una voz rebosante de alegría por el comunicador.

Thomas Barbon no pudo evitar reír. Alabó al Emperador en su Trono Dorado. El destino estaba siendo inesperadamente generoso con él. Se acababa de cumplir lo que había pedido. Desembarazándose de la sábana en un movimiento algo impreciso, se levantó tambaleante y apretó el control que abría el portón del Chimera. Le tocaría mojarse, pero no le importaba.

La rampa empezó a bajar. Un viento frío como el hielo se introdujo en el vehículo. La inclemente lluvia castigaba con fiereza. Creando una cortina de agua, desbordando los socavones del asfalto y formando pequeños riachuelos de engañosa profundidad. El sargento se ciño bien su ropa. Antes de salir al exterior, se detuvo un instante para mirar el lugar donde había cenado. Un pensamiento macabro le cruzó por la mente.

-Si hubiese sido mi última cena, estaría satisfecho. –Dijo.

Y salió con paso ligero, pero sin correr. Estaba de buen humor, y a fin de cuentas llegaría totalmente empapado. Caminó en dirección a su chimera, donde Lara había estado atendiendo a Gabriel durante los últimos días.

Se sentía feliz. Desconocía que, en efecto, ésta había sido su última cena.

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La distribución de la caravana, compuesta por tres blindados y seis camiones se había hecho en función de colores. Mientras la escuadra del sargento Gabriel Garreth era la de color “Rojo”, denominándose su Chimera “Rojo Uno”, y los dos camiones que le seguían “Rojo Dos” y “Rojo Tres”, las escuadras del sargento Danker y el sargento Barbon se habían designado como Azul y Amarilla respectivamente.

Debido a que el chimera del sargento Gabriel Garreth iba cargado hasta los topes de material vital para Fuerte Victoria, los sargentos Barbon y Danker habían decidido transportar a Gabriel en el chimera de Barbon, el “Amarillo Uno”, donde podría ser atendido de sus heridas.

Y el sargento Barbon había tenido que utilizar el incómodo “Rojo Uno”.

El sargento Barbon recorrió la distancia que le separaba de su preciado chimera, cruzando la lluviosa noche entre chapoteos. Comprobó que lo habían introducido parcialmente bajo el puente. Resguardando la rampa trasera. Así permitía que los sargentos pudiesen acceder al vehículo sin que se mojase todo su interior.

Cuando estuvo cerca del portón, el penetrante olor a desinfectantes le golpeó como un puño. Se puso una mano de máscara ante su nariz, hasta que su pituitaria se saturase con el olor y dejara de molestarle. Maldijo mientras embarcaba en el vehículo. Notó que, inmediatamente después, la rampa empezaba a subir. Cerrándose con un seco chasquido.

No esperaban a nadie más. El sargento Danker ya había llegado, y era quien había accionado el mecanismo. En una esquina del transporte se veía una sombra más densa que el resto de formadas por la tenue luz anaranjada. Era la figura encapuchada. No se había separado de Gabriel desde que éste le había salvado la vida. En la zona más iluminada se encontraba tumbado Gabriel. De pie, a su lado, estaba Lara.

La muchacha reparó en él. Se giró y abrió un compartimento que él había utilizado para sus reservas privadas de alimento. El sargento se sintió desilusionado cuando vio que su contenido había desaparecido, y ahora sólo contenía ropa. La chica sacó una toalla. Se la tendió con un guiño.

-Tome, sargento Barbon. Está empapado. –Le dijo con una sonrisa. Pero su rostro mostraba signos de agotamiento.

-Llámame Thomas, pequeña. Llámame Thomas, o tendré que volver hacer algo como lo de la cantera, ¿vale?

La muchacha se rió por lo bajo, dulcemente. El sargento Barbon se secó la cabeza y las manos, y se dejó la toalla totalmente empapada sobre los hombros. Se giró hacia el sargento Danker. Le sorprendió ver que no tenía ninguna toalla. Pero más sorpresivo fue el ver que estaba totalmente seco.

–Cuando uno tiene que trabajar en un planeta tan lluvioso como Sartos IV, debe estar preparado. –Dijo el sargento Danker leyéndole el pensamiento. Señaló con un dedo un grueso chubasquero plástico que estaba colgado en una esquina. Aún en la oscuridad, el sargento Barbon observó cómo aparecía una leve sonrisa en el rostro lleno de cicatrices de su interlocutor.

–Por favor, sargento Danker. Un auténtico sartosiano no tiene miedo a un poco de lluvia.

–Yo siempre he pensado que un hombre seco trabaja más cómodo. Sea sartosiano o catachán o cadiano, sargento.

–A un hombre duro no le importan esas futesas, además…

–Caballeros, por favor. –Intervino Lara con delicadeza.

Ambos hombres guardaron silencio. Finalmente, el sargento Barbon se acercó a donde estaba tumbado Gabriel. La única noticia buena es que estaba consciente. Vestía únicamente con una prenda para tapar sus vergüenzas, además de los vendajes. El sargento Barbon, a más de un metro de él, sentía el calor que desprendía por la fiebre. Lara le quitó una toalla seca y caliente de la frente y utilizó la toalla de Barbon, fría con el agua de la lluvia nocturna, para doblarla y colocarla nuevamente sobre su cabeza. Gabriel cerró el ojo y dejó escapar un pequeño suspiro. Todo su cráneo estaba vendado, además de su ojo izquierdo. El ojo derecho se encontraba amoratado y totalmente inyectado en sangre. Los brazos estaban llenos de arañazos producidos por las armas de los carroñeros. Igual que un feo corte en el costado. Tenía varios apósitos sujetos sobre el pecho, en donde los músculos se veían hundidos donde había impactado el proyectil. Aunque, afortunadamente, no había atravesado su armadura, le había roto varias costillas con seguridad. Finalmente, la pierna derecha estaba vendada a la altura del muslo. La bala le había atravesado de parte a parte. El vendaje estaba manchado de sangre. Aunque el mismo sargento Danker había suturado la herida con el escaso material del que disponían, continuaría supurando hasta que pudiese ser finalmente atendida en Fuerte Victoria.

-¡Joder, qué bien te veo! –Exclamó el sargento Barbon.

Gabriel volvió a abrir el ojo vidrioso y lo fijó en su interlocutor. Sonrió débilmente.

“¿Dónde estamos y qué ocurrió después?”. El sargento Barbon leyó los labios agrietados y secos de Gabriel, ya que su voz, con la intensidad de un suspiro, fue engullida por el sonido de la tormenta.

-Eso no importa ahora, Gabriel. Tienes que descansar. Deja que el sargento Danker y yo nos ocupemos de todo.

El ojo inyectado en sangre continuó fijo en él. La sonrisa se borró lentamente de sus labios.

-Le he preguntado… que dónde estamos y… qué ocurrió después… sargento Barbon. –Dijo Gabriel, levantando la voz hasta un murmullo. Esta vez fue audible. Inmediatamente se contrajo en un espasmo de dolor. Empezó a toser incontrolablemente. Lara se abalanzó sobre él, le levantó la cabeza y se la apoyó contra el pecho. Los hombres allí de pie y la figura encapuchada de la esquina fueron testigos de una desagradable serie de dolorosas inspiraciones y expiraciones, acompañadas de temblores y gemidos.

Finalmente Gabriel se relajó. Lara le limpió la sangre de la boca con una gasa.

-No debes esforzarte, Gabriel. No debes hacerlo. –Le dijo la muchacha suavemente.

El sargento Barbon miró al sargento Danker. Ambos hombres asintieron imperceptiblemente.

-Si vas a ser tan inconsciente, no me queda más remedio que acceder a tus exigencias. Aunque si vuelves a esforzarte, daré media vuelta y volveré a tu chimera, hasta que te vuelvas más comprensivo.

Gabriel asintió. Manteniendo la dolorosa mirada sobre su interlocutor. Movió los labios, formando unas pocas palabras.

El sargento Barbon no pudo evitar abrir los ojos como platos.

Gabriel continuó moviendo los labios sin generar ningún sonido. Hasta que finalmente relajó el rostro y quedó a la espera. El sargento Barbon sonrió amargamente. Había atado los cabos brillantemente.

Así que el rollizo sargento, empapado de pies a cabeza, empezó a hablar. Relató detalladamente todo lo acontecido en la Cantera Fuenteverde. Incluso profundizó el tema que no habían tratado entre el sargento Danker y él. La voz le tembló en ése momento, pero tomó aire y continuó con renovada determinación. No le importó que se encontrase la figura encapuchada al fondo, o Lara, con ellos.

Gabriel mantuvo la mirada fija en todo momento. Absorbiendo la información. Hasta que el sargento Barbon finalizó. Entonces apartó la mirada hasta el techo, y estuvo así durante un instante. Pensando.

El resto de ocupantes del vehículo quedaron en silencio. El sargento Danker, que no había aportado nada más al informe de su compañero, no podía disimular su rostro de preocupación. Lara miraba desalentadamente al suelo.

Finalmente, Gabriel se giró nuevamente hacia el sargento Barbon.

–Cuando crucemos el túnel de Trasgo… estaremos en la Zona Blanca… las frecuencias para contactar… están en mi cuaderno… -Tomó aire ruidosamente, y su mirada se vidrió durante un instante, en el cual soportó la necesidad de volver a toser. Exhalando con dificultad, continuó. –Página doscientos y algo… sobre el informe… se lo dará usted a mi pa… al Comandante Garreth… buen trabajo, señores… nos hemos librado de una buena… ¿eh?..

Ambos sargentos asintieron. Lara se giró hacia ellos y les hizo un gesto. Éstos volvieron a asentir. El tiempo de visita se había agotado.

–…gracias… entre todos me… habéis salvado la… vida…

–Vale ya, Gabriel. Como continúes hablando, conozco a una muchacha que puede hacernos mucho daño. –Interrumpió el sargento Barbon, levantando una ceja conspiradora. –Ahora descansa.

–Debe descansar, sargento Garreth. Nosotros nos encargaremos de todo a partir de ahora. – Añadió el sargento Danker.

–Mañana nos hallaremos en Zona Blanca. Nuestro viaje estará próximo a su fin. Nos encontraremos a un paso de casa. Así que tenemos que animarnos, ¡lo vamos a conseguir, señores! –Exclamó el sargento Barbon jovialmente.

Aunque todos sonrieron, el sargento Barbon reparó que Lara mantenía una expresión más bien triste. Le resultó extraño.

–¿Estás bien, Lara? –Inquirió.

–Sí, sargento Barbon…

–Llámame Thomas, cariño. Por favor…

Lara volvió a sonreír quedamente. Se apartó algún rizo que le caía sobre la frente y se masajeó las sienes con suavidad. La mano le comenzó a temblar. Su respiración se aceleró y sus pequeños hombros se contrajeron. Empezó a sollozar en silencio.

El sargento Barbon no dudó. Se acercó a ella, la levantó y la abrazó paternalmente.

–A veces se nos olvida el duro trabajo que has hecho, chiquilla. –Dijo, mesándole el cabello. –Es más gracias a ti que a ningún otro que Gabriel se esté recuperando. A tu gran atención y sacrificio durante estos últimos días.

La muchacha se agarró con sus pequeños puños a la cazadora del sargento, y rompió a llorar. Intentó calmarse, pero no pudo. Los estremecimientos le hacían hipar, mientras las lágrimas resbalaban incontrolablemente por su rostro. Intentó hablar, pero no pudo emitir más que un triste lamento ininteligible.

El sargento Danker se acercó al compartimento de la ropa y sacó otra toalla. Se la echó a Lara por la cabeza. El sargento Barbon se agachó junto con la muchacha, dejándola sentada en el suelo.

–Tranquila, chiquilla. Tranquila. Ya hablaremos cuando lleguemos al Fuerte. Sabemos que has visto demasiado. De verdad que lo sabemos. –Murmuró el sargento Barbon al oído de la muchacha. –Ahora, todos necesitamos descansar. Sécate.

–Gracias, señor. –Dijo Lara entre dos hipidos. Se arrebujó con la toalla. Secándose el agua del abrazo del sargento.

Los hombres cruzaron las últimas palabras de despedida entre ellos. La figura encapuchada no se movió de su rincón, aunque continuó mirándoles. La rampa trasera comenzó a descender.

–¿Sargento Barbon?

–¿Sí, sargento Danker?

–¿Me devuelve mi chubasquero?

FIN DE LA SECCIÓN 8: MEDIANOCHE

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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15 años 6 meses antes #20053 por Darth Averno
SECCIÓN 9: TÚNEL

Despuntó el alba mostrando un paisaje totalmente nuevo. Reluciente y lavado después de la tormenta. Donde la carretera continuaba hasta perderse en el horizonte, ascendiendo una loma en dirección a unos picos cercanos, en dirección al Túnel del Trasgo. A ambos lados de la vía la tierra se mostraba embarrada. Aunque la vegetación salvaje manifestaba toda su exuberancia, se entreveían las ruinas bajo el manto verde. Las farolas que habían delimitado el asfalto habían caído y estaban oxidadas. Los puestos de control y las granjas que se encontraban a la vista en los campos adyacentes no eran más que ruinas tomadas por la naturaleza. No era difícil ver esqueletos en el supuesto “lado seguro” de alguna improvisada trinchera. Maniquíes rotos, huesos expuestos, tragedias consumadas.

Erizándose en toda la periferia, hileras de metálicos molinos de viento, que hacía siete años habían generado una importante cantidad de energía eólica, se revelaban fantasmagóricos y raídos por la falta de mantenimiento. Almas rotas penando en los montes circundantes.

Estaban en la periferia de la ciudad de Elayana. Dentro de los cincuenta kilómetros a la redonda que se habían considerado uno de los puntos más importantes de todo el planeta. Por tanto, había sido una de las zonas más castigadas por los enfrentamientos.

El ataque enemigo había conseguido confundir a gran parte de la población. Se habían creado miles de facciones en un instante, pues todos habían desconfiado de todos. Los campesinos de esa zona habían degustado el pánico visceral de la presa atrapada. Los rumores de “los invasores vienen”, “no dejan a nadie con vida” o “tal vecino está con ellos” se habían extendido rápidamente. Los hombres habían abierto fuego contra cualquier figura que se acercara a sus granjas. Sin llegar a dirimir si era amiga o enemiga. Amparados en la desesperación del terror absoluto.

Por tanto, las represalias no habían tardado en aparecer. Se habían tachado unos a otros de traidores. Ninguna noticia había llegado desde la capital, tan cercana y tan lejana a la vez. Así que las toscas armas de los aldeanos habían tomado el control de la zona. Creando su propio apocalipsis impulsado por el miedo irracional.

Sumando los muertos y multiplicando el pánico de la zona. Crispándose hasta el límite. Y llegando a dar lugar a la terrible tragedia en el punto a dónde se dirigía ahora la caravana.

La travesía por la montaña cruzaba el Túnel del Trasgo. El paso más rápido y seguro entre la capital y los campos orientales. El cuello de botella donde se habían encontrado frontalmente los refugiados que huían de Elayana con los refugiados provenientes de los campos de la periferia.

Las orgullosas fuerzas militares sartosianas habían sido desbordadas por un violento invasor. Los civiles desarmados no habían sabido hacia dónde dirigirse. No habían sabido qué hacer. Para su desgracia, las turbas atemorizadas no sabían pensar. Pero eran terriblemente peligrosas. Así que, cuando la primera chispa se había encendido, el incendio se había vuelto incontrolable.

Encontrarse en el túnel. Ir en la dirección contraria. Los primeros de cada fila, aterrorizados, queriendo volver, por no saber identificar enemigos de amigos. Los de atrás, empujando huyendo del horror que dejaban tras de sí.

Quizá alguien había sobrevivido. Quizá alguien hubiese podido explicarlo. Quizá había existido un por qué entendible por una humano. Aunque seguramente su juicio habría sido arrasado por la locura.

Es imposible permanecer cuerdo cuando cientos de personas se matan unos a otros con las manos desnudas.

El sargento Barbon sabía que las Fuerzas de Defensa Planetarias no hubiesen podido evitarlo. El enemigo se había convertido en la prioridad. Y no habían dispuesto de suficientes recursos como para proteger los movimientos de los civiles.

Cuando su escuadra había llegado al puente, la Muerte había terminado su tarea. Era imposible poder describir la sensación de encontrar el túnel lleno de cadáveres. Familias enteras. Restos irreconocibles. Desgarradoras muestras de la desesperación más animal y más humana. Desgraciadas víctimas indirectas del horror de una guerra injusta. El sargento Barbon había desembarcado de su vehículo, y se había introducido un par de metros en el túnel. Con sangre y vísceras humanas hasta la altura de sus tobillos. Había notado el millar de ojos muertos sobre él. Había sentido la culpa de no poder haberlos ayudado.

Había caído de rodillas sobre el líquido vital. Había gritado. Había llorado. Pero los cuerpos sin alma le habían chillado en silencio que era su culpa. No habían perecido por el enemigo. Habían muerto como bestias al ser abandonados.

Y ahora, después de tanto tiempo, todavía le quemaba tal recuerdo en el estómago. Aunque sabía que había sido inevitable, no podía evadirse de la sensación de culpabilidad. Escupió con desprecio desde el afuste exterior del chimera de Gabriel. Tenía que centrarse. Sus recuerdos eran el pasado, una amarga página en la historia de su amado planeta. No tenían nada que ver, aunque tuviese que volver a pasar por allí.

Cuando la caravana había salido de Fuerte Victoria en dirección a Puerto Belisario habían tomado una ruta alternativa, acortando por el valle más al sur. Pero, a la vuelta, y con la época de lluvias encima, volver por el mismo itinerario era un suicidio. La tromba de agua de la noche anterior hubiese acabado con los camiones.

Así que no quedaba más remedio. Después de siete años volvería, como un furtivo, a presentarse ante las cuencas vacías de los civiles.

Inspiró profundamente. Sintió en el rostro el viento, frío y húmedo, que prometía más tormenta. Miró las nubes, oscuras y bajas, que lo corroboraban. No había tiempo que perder. Tendrían que ascender lo más rápido posible, ya que bajo la lluvia, el paso por la zona de montaña también se complicaría bastante. El destino le obligaba. Tendría que volver a enfrentarse a sus fantasmas.

-Todos los camiones están desatados y listos para seguir, sargento Barbon. –Chasqueó la voz del sargento Danker por el comunicador.

El sargento Barbon cogió el comunicador y lo mantuvo ante sí. No respondió. Cerró la comunicación, y se giró hacia el resto de la caravana. Los civiles habían embarcado ya en los camiones. Los soldados trabajaban ultimando los chequeos de los vehículos. Estaban prácticamente preparados para partir.

-¡Caballeros! –Rugió a pleno pulmón. Descargando un chorro de voz profunda y decidida. –En este momento vamos a poner en marcha la última parte de nuestro viaje. Cuando volvamos a parar, nos encontraremos en Fuerte Victoria. Para ello tan sólo nos queda este pequeño esfuerzo, estas pocas horas. Espero lo mejor de todos vosotros. Y sé que lo daréis. Así que, hermanos, avancemos. Labremos nuestro propio destino ahora. Cumpliendo nuestro deber con orgullo. Por nuestro juramento. Por nuestro honor. Por Sartos IV.

Los soldados congelaron sus movimientos mientras escuchaban la arenga del sargento Barbon. La última parte del himno de las FDP se fue extendiendo como la pólvora. Alguno de ellos la musitó por lo bajo. Otros le acompañaron. La determinación empezó a aflorar poco a poco en los cansados corazones. La última letanía se empezó a imponer sobre el ulular del viento. A fin de cuentas, eran orgulloso guerreros. Las penurias del viaje los habían curtido. Poco a poco fueron adoptando la postura de firmes. Poco a poco la consigna sartosiana se convirtió en un poderoso grito de guerra.

Cumpliendo nuestro deber con orgullo. Por nuestro juramento. Por nuestro honor. Por Sartos IV.

Tronando con rabia. Surgiendo del corazón.

Cumpliendo nuestro deber con orgullo. Por nuestro juramento. Por nuestro honor. Por Sartos IV.

El sargento Barbon sonrió y levantó el puño. Los hombres se callaron.

-Adelante entonces, hermanos. ¡Por la victoria! ¡Por la gloria!

Las gargantas se abrieron al unísono. El rugido fue ensordecedor.

Justo al fondo, terminando de revisar las ruedas del camión “Amarillo Tres”, el sargento Barbon vio como el sargento Danker le miraba. Y le asentía con aprobación.

Los adoradores del Caos querían tomar Fuerte Victoria. Si tenían fuerzas preparadas, sería en la zona a donde se dirigían ahora. Los muertos esperaban el Túnel del Trasgo. Los carroñeros se encontraban por todas partes.

Estaban a punto de afrontar el paso más peligroso, pero el sargento Barbon le correspondió el gesto a su camarada. Estaba seguro. Lo conseguirían.

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Los vehículos habían arrancado. Estaban en posición, formados y listos. El ruido de los motores ascendió. La columna se empezó a mover. Tres transportes tácticos Chimera. Seis camiones de transporte blindados sartosianos.

Pasaron un par de horas para recorrer la interminable recta. Mientras más se acercaban a la ciudad, mayor cantidad de ruinas se veían. Zonas de trabajo, centros y barriadas de todo tipo aparecían vacías y fantasmales, aumentando la sensación de exposición de la caravana. Las edificaciones estaban cada vez más próximas al asfalto. Las ventanas rotas, exudando soledad, albergaban tiradores fantasmagóricos ocultos en sus sombras danzantes. Cada pozo, cada carreta volcada, cada pila de huesos humanos podría esconder una bestia sanguinaria esperando para atacar. Los lugares propicios para una emboscada enemiga se multiplicaban, ayudados por el tétrico ambiente, lleno de desolación y muerte.

Pero la hilera de vehículos continuó su paso sin incidentes. Los copilotos tenían fijos sus ojos en el radar de los vehículos, recibiendo siempre señales negativas. Los soldados, repartidos por los camiones, agarraban su rifle láser con determinación, y musitaban pequeñas oraciones. Atentos al chasquido de cada piedra. Con los ojos fijos en el vacío. Y el dedo cerca del gatillo.

El viento empezó a soplar con más fuerza, empujando los vehículos hacia donde se dirigían. Las pesadas nubes continuaron persiguiéndoles. La temperatura fue descendiendo mientras la humedad ascendía.

La carretera perdió dos carriles, dejando tan sólo cuatro habilitados. Iniciando la subida repentinamente. Serpenteando en su escalada a la montaña. Los pilotos se sorprendieron al encontrarse el asfalto en buen estado. La zigzagueante ascensión se hizo bastante más rápido de lo previsto.

Una curva. Otra. Otra más. Una interminable sucesión que no les dejaba ver más de unos pocos metros. Hasta que finalmente los cuatro carriles pasaron a ser únicamente dos. Y el Túnel del Trasgo apareció ante ellos.

Una gigantesca boca negra de ferrocemento en la cara rojiza de la montaña. Coronado por un oxidado escudo de Sartos IV en bronce puro. Dando paso a un largo, retorcido y lóbrego túnel del que no se veía luz de salida.

Donde la caravana paró de golpe.

Donde mil muertos les esperaban de pie.

FIN DE LA SECCIÓN 9: TÚNEL.

El próximo lunes, más... quiero presentar a un personaje que me está gustando mucho, mientras más me adentro en su retorcida psique... un saludo... y NO comentéis nada, no sea que se os caigan los dedos, no...:whistle:

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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15 años 6 meses antes #20064 por Sidex
Uala zombis, buf yya has hehco la mejro historia para mi jeje, un 40k+residen evil :)

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15 años 6 meses antes #20250 por Darth Averno
Sidex escribió:

Uala zombis, buf yya has hehco la mejro historia para mi jeje, un 40k+residen evil :)


Jajaja, me has matao Sidex... no por nada, sino porque gracias a tu comentario me he pegado un par de días dándole vueltas a una posible fusión entre esos "universos"... ¡¡con Orkos!!...

Al final, lo he dejado correr... <!-- s:lol: --><img src="{SMILIES_PATH}/icon_lol.gif" alt=":lol:" title="Laughing" /><!-- s:lol: -->

Un saludo... que mañana cuelgo la siguiente... ya la próxima semana, se acaba el capítulo 2... :silly:

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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15 años 6 meses antes #20323 por Ragnar
Muy buena la última parte, para mí la mejor, has conseguido crear una atmósfera opresiva y matenerla, espero con ganas el próximo capítulo.

Un saludo

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