Capítulo 2: La Caravana del Medio Millar de Almas.
- Sidex
- Fuera de línea
- Usuario
-
Menos
Más
- Mensajes: 2907
- Gracias recibidas: 0
16 años 9 meses antes #20327
por Sidex
<!-- m --><a class="postlink" href=" www.labibliotecanegra.net/v2/index.php?o...d=24064&catid=15 "> www.labibliotecanegra.net/v2/ind ... 4&catid=15
<!-- m --><a class="postlink"...
Respuesta de Sidex sobre el tema Ref:Capítulo 2: La Caravana del Medio Millar de Almas.
Yo estoy trabajando en esa fusion perocon hombres jeje
<!-- m --><a class="postlink" href=" www.labibliotecanegra.net/v2/index.php?o...d=24064&catid=15 "> www.labibliotecanegra.net/v2/ind ... 4&catid=15
<!-- m --><a class="postlink"...
Por favor, Identificarse o Crear cuenta para unirse a la conversación.
- Darth Averno
- Autor del tema
- Fuera de línea
- Usuario
-
Menos
Más
- Mensajes: 297
- Gracias recibidas: 0
16 años 9 meses antes #20355
por Darth Averno
Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
[url=http://www.letaniadesangre.com:rl5ziuli][img:rl5ziuli]http://www.letaniadesangre.com/firmas/firma02.jpg[/img:rl5ziuli][/url:rl5ziuli]
"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."
Respuesta de Darth Averno sobre el tema Ref:Capítulo 2: La Caravana del Medio Millar de Almas.
SECCIÓN 10: RETRIBUCIÓN.
La caravana había parado bruscamente. La orden de alto aullada por el sargento Barbon los había detenido en seco. Todos los soldados habían sentido un relámpago recorriendo sus espaldas, y habían agarrado con todavía mayor determinación sus armas láser. Esperando el saludo enemigo. El cual no había llegado.
El sargento liderando la caravana se encontraba tras el bólter pesado en el afuste exterior del Chimera Rojo Uno. Rígido como una estatua. Con los ojos abiertos de par en par, totalmente fijos al frente.
Respirando fuertemente. Intentando mantenerse al lado de la cordura. Porque los había visto. Una multitud de muertos esperándole en la boca del túnel. Vestidos como habían ido hacía tanto tiempo. Juntos en pequeños grupos, en familias o amigos. Cargando sus pertenencias en fardos sobre la espalda. Con carne sobre los huesos.
Con los ojos vacíos y la boca abierta. Congelados en un grito eterno de terror.
Pero la imagen se había desvanecido en la nada tan rápido como había aparecido. El sargento respiró profundamente, mientras el sudor le resbalaba por la cara. Aunque lo acontecido en ése maldito túnel le había marcado profundamente, no era normal que sufriera incluso alucinaciones.
Con un nudo en el estómago, sacó el cuerpo por el hueco del afuste, y saltó desde el Chimera. Sus botas retumbaron sobre el polvo del asfalto, sobre el que no había pasado ningún vehículo en tanto tiempo. Quedándose un instante de pie, mirando fijamente la entrada al lóbrego pasadizo, se sacó un pañuelo del bolsillo y se limpió la frente perlada de sudor. Comenzó a avanzar hacia la inquietante oscuridad, haciendo oídos sordos a las preguntas de sus hombres.
No avanzó más de veinte pasos. Y lo comprendió todo.
El escalofrío le recorrió la espalda como un relámpago. No había sido su imaginación. Los pobres diablos estaban allí.
Mirándole con ojos vacíos.
Gritando sin voz.
Las piernas le flaquearon. El latido de su corazón le retumbaba en los oídos. Su propia respiración apagaba el resto de sonidos que le envolvían.
-Santo Emperador. –Dijo.
Vio como la turba de muertos salía corriendo desde la boca del túnel, como una venganza desde la ultratumba. Retrocedió un paso. Los latidos de su corazón se convirtieron en arrítmicos.
Los componentes de la caravana vieron como el sargento Barbon caía al suelo como un fardo.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
Después de introducir al inconsciente sargento Barbon nuevamente al chimera Rojo Uno, el sargento Danker tomó las riendas de la situación.
Sabía que su camarada había intentado ayudar a los dos grandes grupos de refugiados que habían confluido en ése punto. Y que había llegado tarde, encontrándose únicamente los despojos de la propia barbarie humana.
Al sargento Danker no le extrañaba que el sargento Barbon lo hubiese tomado de un modo personal. Por muchos defectos que tuviese, siempre relucía su inquebrantable voluntad de hacer lo mejor para todos. Por lo menos, de intentarlo. Así que, teniendo ante sí tal panorama, macabro en exceso, su pesadilla había sido multiplicada hasta ser una puñalada en su propia alma. Todo gracias a los mil veces malditos seguidores del Caos. El sargento Danker apretó los puños. Los brazos le temblaban con ira contenida a duras penas.
El escenario era una de las tantas atrocidades que se había encontrado al combatir contra los Condenados. No habían dejado que los cuerpos hubiesen descansado en paz. Habían sido brutalmente profanados. Los cadáveres habían sido eficientemente empalados cerca de las paredes del túnel, creando un macabro camino de esqueletos podridos. Quizá una burda copia del pasillo custodiado por estatuas de héroes que llevaba al mismísimo Trono Dorado. Añadiendo su propio toque de originalidad, muchos otros desafortunados habían sido colgados del techo, pero los huesos habían cedido finalmente, dejando los restos amontonados en el suelo.
Estrellas de ocho puntas aparecían por el resto de las paredes. Pintadas a grumos, empleando quizá los órganos blandos de las víctimas. O clavando huesos directamente sobre la piedra.
Y una sola leyenda. Tallada en la misma boca del túnel. Tan sólo visible a corta distancia.
“Perros leales. Sentid la pasión del Caos. Recorred el pasillo que lleva a la locura al débil. Recorred el pasillo que lleva al Trono de Cráneos, el único que debe ser venerado.”
El sargento Danker escupió al suelo. Su rostro, plagado de cicatrices, se endureció todavía más. Anduvo unos metros hasta pasar el umbral de esa abertura hacia el mismo infierno. El dintel se elevaba casi una decena de metros sobre su cabeza. El repulsivo hedor era insoportable. Grandes ratas huyeron ante el imprevisto huésped. Haciendo rebotar huesos. Pero el sargento no se inmutó. Miró fijamente al centro, donde la oscuridad era más densa.
Conforme sus ojos se fueron acostumbrando, más cadáveres fueron apareciendo. Y los detalles le fueron envolviendo como un sudario. Las calaveras se mantenían giradas hacia él, con una tétrica sonrisa sin humor. Los huesos, astillados y podridos, eran nido de gruesos gusanos ciegos que se retorcían lentamente, creando un amarillento lecho de podredumbre. Su ira siguió rugiendo en su estómago. Avanzó un paso más.
Y se encontró rodeado por el aura asfixiante de los muertos. Con la mirada fija en la zona más oscura que tenía ante sí. Y comprobó aquello que tantas veces dijeron los ancianos de su tribu. No debía mirar fijamente a la oscuridad. Porque, en el momento menos pensado, vería que le devolvía la mirada.
-¡Hermanos Sartosianos! –Gritó.
La cavernosa extensión retumbó. Las ratas se congelaron. Los gusanos se dejaron de mover. La voz reverberó por todo el pasaje, quizá hasta la salida que no se veía. Al instante se escuchó un murmullo lejano que se fue convirtiendo en un furioso aleteo, y miles de murciélagos atravesaron su posición como almas condenadas. Pero el sargento Danker no retrocedió un paso. Notó cómo los pequeños vampiros le rozaban la cara, o se estrellaban contra su pecho. Insuficiente como para hacer que su moral se resquebrajase.
-¡Hermanos Sartosianos! –Volvió a gritar. Avanzó un pasó y notó como un murciélago se había quedado atrapado bajo su bota. Lo aplastó lentamente.
El resto de sus congéneres alados se habían ubicado, después del primer sobresalto, y ya danzaban sobre él. Metros atrás, salían al exterior como una lengua de pura putrefacción, para volver a introducirse en el interior del túnel. Entre el sonido producido por su masivo y nervioso aleteo se escuchaba de vez en cuando el eco de algún otro hueso que se descolgaba de las sogas podridas que llenaban el techo.
-¡Hermanos Sartosianos! –Rugió nuevamente el sargento Danker. Quiso ser el centro de atención de los cadáveres podridos. Quería sentir que los muertos volvían sus oscuras cuencas vacías hacia él. Quería demostrarles que todo el dolor que habían padecido se iba convirtiendo en una rabia hirviente. Que le quemaba las entrañas.
–Finalmente hoy descansaréis en paz. Hoy tendréis la tumba que tanto os habéis merecido. Hoy sellaré vuestro destino.
Y se dio media vuelta. Salió de la boca del túnel envuelto en la marea negra de los pequeños mamíferos, mirando al frente. Se encaminó hacia su chimera, el Azul Uno, con paso decidido. Los soldados lo miraron, y, sin mediar palabra, volvieron a embarcar en sus posiciones. La oleada infecta de murciélagos continuaba su errático danzar, añadiendo su propia pincelada de terror a la escena.
Pero el Azul Uno se puso al frente de la caravana.
Y abrió fuego.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
Cuando el sargento Barbon despertó, notó que la caravana estaba parada. Mantuvo un instante la mirada perdida en el techo, y fue recordando lo que había pasado. Maldijo por lo bajo. Emergió de las entrañas del chimera como un furioso vendaval. Y se dio que cuenta de que ya habían cruzado el túnel, y se encontraban al otro lado. El viento frío le dio la bienvenida. Las primeras gotas de lluvia empezaban a caer erráticamente.
Evitó cruzar su mirada con nadie. Y se quedó contemplando el paisaje roto que se descansaba a sus pies. La orgullosa ciudad de Elayana. Enclavada en el valle formado por todos los picos de alrededor. Una inmensa mancha gris, antaño repleta de góticos edificios, majestuosas estatuas y bellos parques. Ahora un triste amasijo de ruina y muerte. Fábricas de varias plantas yacían quemadas, con los pendones de adoración al Emperador o a las Fuerzas Sartosianas danzando hechos jirones. Algunas paredes se mantenían en pie entre montañas de cascotes, pertenecientes a antiguos albergues y zonas de residencia, agujereadas por la metralla. Todo lo que quedaba a la vista eran afilados restos recortándose contra el cielo, desgarrados, como almas desesperadas buscando la absolución divina.
La carretera que habían estado siguiendo se revelaba como una cicatriz en la parte más oriental de la ciudad. Hasta ascender otra loma, a una treintena de kilómetros desde donde se encontraban. Tan lejos y tan cerca. Justo detrás se hallaba Fuerte Victoria.
Terminó su dolorosa inspección de la capital de Sartos IV. Y tragó saliva. Lo notaba a su espalda. Su propio portal de las pesadillas le esperaba nuevamente. Sabía que se encontraba muy cerca de la boca del Túnel del Trasgo. Tomó aire y apretó los dientes. Se giró. Y volvió a sentir que las piernas le temblaban. Pero se mantuvo firme y comenzó a avanzar. Vio a los soldados trabajando en esta parte del túnel, que se mostraba tan ultrajada como la otra. Comandados férreamente por el sargento Danker, que lanzaba órdenes precisas a viva voz. El sargento Barbon, avanzando lentamente, se sentía incapaz para apartar la mirada de las cuencas vacías de los civiles muertos. No podía evitar que la culpa le desgarrara por dentro.
Cuando llegó a la altura de su camarada, éste se giró hacia él. El sargento Barbon lo conocía desde hacía demasiado tiempo. Desde el momento que el Alto Mando le había asignado al Comando Espada de Fuego. Siendo presentado como un excelente soldado. Denominado “zapador”. Un experto en explosivos y demoliciones. Así que, sin necesidad de hablar con él, supo qué estaba haciendo.
-Lo siento. –Musitó.
-Todos nos encontramos alguna vez con nuestras pesadillas, sargento Barbon. Todos nos hemos encontrado alguna vez…
El sargento Barbon lo recordó. En la batalla de Colgoth, en el “bosque eterno”. Una escaramuza totalmente suicida. Un reto vital de resistencia física y mental de los soldados. La única vía de escape ante una masacre segura. De los dieciocho Comandos que habían compuesto la Fuerza de Ataque Táctica Especial, tan sólo cuatro habían vuelto a la base. Entre ellos, el Espada de Fuego había sido el único sin registrar bajas. Aunque el soldado Danker había perdido la consciencia y casi toda la cara en el proceso. Había sido cargado por el soldado de artillería del Comando: un testarudo llamado Julius Garreth.
Los hombres terminaron su trabajo, llegando con una mecha trenzada a los pies de los sargentos. El último soldado utilizó unas pequeñas agarraderas metálicas que se empleaban para asegurar los bidones extra de combustible, la mayoría ya vacíos, para fijarle un plástico por encima, evitando que se mojara por la llovizna que iba ganando fuerza poco a poco.
-Ahora debe terminar éste trabajo, sargento Barbon. –Musitó el sargento Danker.
El sargento Thomas Barbon miró el extremo de la mecha. Estaban a más de una veintena de metros de la boca del túnel. Todos los hombres se habían replegado.
-Es inseguro para la caravana, sargento Danker. –Respondió.
-En absoluto. Nos quedaba suficiente mecha como para llegar al centro del túnel. Allí hemos apilado combustible sobrante y los pocos explosivos de que disponíamos.
El sargento Barbon continuó mirando la boca negra del túnel, donde se entreveían los primeros cadáveres ensartados.
-¿Está seguro que se desplomará?
El sargento Danker negó con la cabeza.
-No. Pero, aunque no lo haga la onda de fuego calcinará los restos. –Su rostro parecía esculpido en piedra. -Estamos demasiado cerca del objetivo. Aunque me gustaría, no disponemos de tiempo para sepultarlos a todos apropiadamente…
-Porque hay miles de ellos. –Terminó la frase el Sargento Barbon sombríamente.
El sargento Danker tomó aire lentamente. No respondió. Aunque eso fue suficiente para corroborar la frase de su camarada.
El sargento Barbon avanzó unos pasos. Convirtiéndose en el hombre más cercano a la oscura entrada. Y desenfundó su pistola láser.
-Quiero una moto. –Dijo sin volverse.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
La caravana empezó a bajar la suave pendiente consumiendo las pocas horas que le quedaban de viaje. En la formación habitual. Por el centro de los dos carriles, que se convertían nuevamente en cuatro más adelante. La carretera volvía a estar bacheada y con zonas donde el asfalto se mostraba totalmente descuartizado. En los lugares que grandes proyectiles explosivos habían detonado.
Dejaron atrás una figura solitaria, sentada a horcajadas sobre una moto. Mirando al cielo y con una pistola sobre el pecho.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
El sargento Barbon estuvo perdido en sus pensamientos, mientras seguía el gris contorno de las densas nubes. Escuchando cómo se alejaba la caravana. Pasados unos instantes, bajó la mirada y vio que estaban a una distancia apropiada. Arrancó su vehículo. Con gesto entristecido, se giró hacia la mecha y desenfundó su pistola láser.
-No os pude proteger por primera vez cuando estabais vivos. –La voz le tembló. Tragó saliva y continuó. –Tampoco os pude salvar del ultraje cuando ya habíais muerto.
Volvió a levantar la mirada. Las nubes ya empezaban a tomar la ciudad muerta. Como un húmedo sudario. Finalmente, se atrevió a mirar a las oscuras profundidades del túnel.
Allí estaban nuevamente. Un millar de civiles. Mirándole con ojos tristes. Pero esta vez sin gritar. Quizá con una pizca de ansiedad. Deseando el descanso tanto tiempo negado.
-Hoy os pido vuestro perdón. Hoy será el único día que haré algo por vosotros. –Dijo mientras las lágrimas caían por su rostro.
Sabía que no eran reales. Se lo estaba imaginando todo. No los había visto vestidos, no había conocido a ninguno de ellos. Tan sólo había llegado cuando habían sido carne muerta, desgarradas tragedias. No sabía qué atuendos habían llevado los campesinos, o los ciudadanos.
Así que todo debía ser una alucinación. Con la mirada borrosa por las lágrimas, podía ver rostros. Podía ver diferentes alturas entre ellos, hombres y viejos, mujeres y niños. Aperos de labranza utilizados como armas. Improvisadas carretillas conteniendo pertenencias. Dos mil ojos desconsolados clavados en él. Y quizá el atisbo de alguna sonrisa.
¿Estaban dándole las gracias?
-Perdonadme.
Disparó a la mecha.
FIN DE LA SECCIÓN 10: RETRIBUCIÓN.
¿Un adiós desde la ultratumba o la culpabilidad de un hombre?... lo dejo a vuestra elección.
Lo único que se es que, por cuestiones de tiempo, voy a colgar las dos secciones que faltan durante esta semana y la próxima... y finalizaré el capítulo 2. Gracias por las opiniones.
La caravana había parado bruscamente. La orden de alto aullada por el sargento Barbon los había detenido en seco. Todos los soldados habían sentido un relámpago recorriendo sus espaldas, y habían agarrado con todavía mayor determinación sus armas láser. Esperando el saludo enemigo. El cual no había llegado.
El sargento liderando la caravana se encontraba tras el bólter pesado en el afuste exterior del Chimera Rojo Uno. Rígido como una estatua. Con los ojos abiertos de par en par, totalmente fijos al frente.
Respirando fuertemente. Intentando mantenerse al lado de la cordura. Porque los había visto. Una multitud de muertos esperándole en la boca del túnel. Vestidos como habían ido hacía tanto tiempo. Juntos en pequeños grupos, en familias o amigos. Cargando sus pertenencias en fardos sobre la espalda. Con carne sobre los huesos.
Con los ojos vacíos y la boca abierta. Congelados en un grito eterno de terror.
Pero la imagen se había desvanecido en la nada tan rápido como había aparecido. El sargento respiró profundamente, mientras el sudor le resbalaba por la cara. Aunque lo acontecido en ése maldito túnel le había marcado profundamente, no era normal que sufriera incluso alucinaciones.
Con un nudo en el estómago, sacó el cuerpo por el hueco del afuste, y saltó desde el Chimera. Sus botas retumbaron sobre el polvo del asfalto, sobre el que no había pasado ningún vehículo en tanto tiempo. Quedándose un instante de pie, mirando fijamente la entrada al lóbrego pasadizo, se sacó un pañuelo del bolsillo y se limpió la frente perlada de sudor. Comenzó a avanzar hacia la inquietante oscuridad, haciendo oídos sordos a las preguntas de sus hombres.
No avanzó más de veinte pasos. Y lo comprendió todo.
El escalofrío le recorrió la espalda como un relámpago. No había sido su imaginación. Los pobres diablos estaban allí.
Mirándole con ojos vacíos.
Gritando sin voz.
Las piernas le flaquearon. El latido de su corazón le retumbaba en los oídos. Su propia respiración apagaba el resto de sonidos que le envolvían.
-Santo Emperador. –Dijo.
Vio como la turba de muertos salía corriendo desde la boca del túnel, como una venganza desde la ultratumba. Retrocedió un paso. Los latidos de su corazón se convirtieron en arrítmicos.
Los componentes de la caravana vieron como el sargento Barbon caía al suelo como un fardo.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
Después de introducir al inconsciente sargento Barbon nuevamente al chimera Rojo Uno, el sargento Danker tomó las riendas de la situación.
Sabía que su camarada había intentado ayudar a los dos grandes grupos de refugiados que habían confluido en ése punto. Y que había llegado tarde, encontrándose únicamente los despojos de la propia barbarie humana.
Al sargento Danker no le extrañaba que el sargento Barbon lo hubiese tomado de un modo personal. Por muchos defectos que tuviese, siempre relucía su inquebrantable voluntad de hacer lo mejor para todos. Por lo menos, de intentarlo. Así que, teniendo ante sí tal panorama, macabro en exceso, su pesadilla había sido multiplicada hasta ser una puñalada en su propia alma. Todo gracias a los mil veces malditos seguidores del Caos. El sargento Danker apretó los puños. Los brazos le temblaban con ira contenida a duras penas.
El escenario era una de las tantas atrocidades que se había encontrado al combatir contra los Condenados. No habían dejado que los cuerpos hubiesen descansado en paz. Habían sido brutalmente profanados. Los cadáveres habían sido eficientemente empalados cerca de las paredes del túnel, creando un macabro camino de esqueletos podridos. Quizá una burda copia del pasillo custodiado por estatuas de héroes que llevaba al mismísimo Trono Dorado. Añadiendo su propio toque de originalidad, muchos otros desafortunados habían sido colgados del techo, pero los huesos habían cedido finalmente, dejando los restos amontonados en el suelo.
Estrellas de ocho puntas aparecían por el resto de las paredes. Pintadas a grumos, empleando quizá los órganos blandos de las víctimas. O clavando huesos directamente sobre la piedra.
Y una sola leyenda. Tallada en la misma boca del túnel. Tan sólo visible a corta distancia.
“Perros leales. Sentid la pasión del Caos. Recorred el pasillo que lleva a la locura al débil. Recorred el pasillo que lleva al Trono de Cráneos, el único que debe ser venerado.”
El sargento Danker escupió al suelo. Su rostro, plagado de cicatrices, se endureció todavía más. Anduvo unos metros hasta pasar el umbral de esa abertura hacia el mismo infierno. El dintel se elevaba casi una decena de metros sobre su cabeza. El repulsivo hedor era insoportable. Grandes ratas huyeron ante el imprevisto huésped. Haciendo rebotar huesos. Pero el sargento no se inmutó. Miró fijamente al centro, donde la oscuridad era más densa.
Conforme sus ojos se fueron acostumbrando, más cadáveres fueron apareciendo. Y los detalles le fueron envolviendo como un sudario. Las calaveras se mantenían giradas hacia él, con una tétrica sonrisa sin humor. Los huesos, astillados y podridos, eran nido de gruesos gusanos ciegos que se retorcían lentamente, creando un amarillento lecho de podredumbre. Su ira siguió rugiendo en su estómago. Avanzó un paso más.
Y se encontró rodeado por el aura asfixiante de los muertos. Con la mirada fija en la zona más oscura que tenía ante sí. Y comprobó aquello que tantas veces dijeron los ancianos de su tribu. No debía mirar fijamente a la oscuridad. Porque, en el momento menos pensado, vería que le devolvía la mirada.
-¡Hermanos Sartosianos! –Gritó.
La cavernosa extensión retumbó. Las ratas se congelaron. Los gusanos se dejaron de mover. La voz reverberó por todo el pasaje, quizá hasta la salida que no se veía. Al instante se escuchó un murmullo lejano que se fue convirtiendo en un furioso aleteo, y miles de murciélagos atravesaron su posición como almas condenadas. Pero el sargento Danker no retrocedió un paso. Notó cómo los pequeños vampiros le rozaban la cara, o se estrellaban contra su pecho. Insuficiente como para hacer que su moral se resquebrajase.
-¡Hermanos Sartosianos! –Volvió a gritar. Avanzó un pasó y notó como un murciélago se había quedado atrapado bajo su bota. Lo aplastó lentamente.
El resto de sus congéneres alados se habían ubicado, después del primer sobresalto, y ya danzaban sobre él. Metros atrás, salían al exterior como una lengua de pura putrefacción, para volver a introducirse en el interior del túnel. Entre el sonido producido por su masivo y nervioso aleteo se escuchaba de vez en cuando el eco de algún otro hueso que se descolgaba de las sogas podridas que llenaban el techo.
-¡Hermanos Sartosianos! –Rugió nuevamente el sargento Danker. Quiso ser el centro de atención de los cadáveres podridos. Quería sentir que los muertos volvían sus oscuras cuencas vacías hacia él. Quería demostrarles que todo el dolor que habían padecido se iba convirtiendo en una rabia hirviente. Que le quemaba las entrañas.
–Finalmente hoy descansaréis en paz. Hoy tendréis la tumba que tanto os habéis merecido. Hoy sellaré vuestro destino.
Y se dio media vuelta. Salió de la boca del túnel envuelto en la marea negra de los pequeños mamíferos, mirando al frente. Se encaminó hacia su chimera, el Azul Uno, con paso decidido. Los soldados lo miraron, y, sin mediar palabra, volvieron a embarcar en sus posiciones. La oleada infecta de murciélagos continuaba su errático danzar, añadiendo su propia pincelada de terror a la escena.
Pero el Azul Uno se puso al frente de la caravana.
Y abrió fuego.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
Cuando el sargento Barbon despertó, notó que la caravana estaba parada. Mantuvo un instante la mirada perdida en el techo, y fue recordando lo que había pasado. Maldijo por lo bajo. Emergió de las entrañas del chimera como un furioso vendaval. Y se dio que cuenta de que ya habían cruzado el túnel, y se encontraban al otro lado. El viento frío le dio la bienvenida. Las primeras gotas de lluvia empezaban a caer erráticamente.
Evitó cruzar su mirada con nadie. Y se quedó contemplando el paisaje roto que se descansaba a sus pies. La orgullosa ciudad de Elayana. Enclavada en el valle formado por todos los picos de alrededor. Una inmensa mancha gris, antaño repleta de góticos edificios, majestuosas estatuas y bellos parques. Ahora un triste amasijo de ruina y muerte. Fábricas de varias plantas yacían quemadas, con los pendones de adoración al Emperador o a las Fuerzas Sartosianas danzando hechos jirones. Algunas paredes se mantenían en pie entre montañas de cascotes, pertenecientes a antiguos albergues y zonas de residencia, agujereadas por la metralla. Todo lo que quedaba a la vista eran afilados restos recortándose contra el cielo, desgarrados, como almas desesperadas buscando la absolución divina.
La carretera que habían estado siguiendo se revelaba como una cicatriz en la parte más oriental de la ciudad. Hasta ascender otra loma, a una treintena de kilómetros desde donde se encontraban. Tan lejos y tan cerca. Justo detrás se hallaba Fuerte Victoria.
Terminó su dolorosa inspección de la capital de Sartos IV. Y tragó saliva. Lo notaba a su espalda. Su propio portal de las pesadillas le esperaba nuevamente. Sabía que se encontraba muy cerca de la boca del Túnel del Trasgo. Tomó aire y apretó los dientes. Se giró. Y volvió a sentir que las piernas le temblaban. Pero se mantuvo firme y comenzó a avanzar. Vio a los soldados trabajando en esta parte del túnel, que se mostraba tan ultrajada como la otra. Comandados férreamente por el sargento Danker, que lanzaba órdenes precisas a viva voz. El sargento Barbon, avanzando lentamente, se sentía incapaz para apartar la mirada de las cuencas vacías de los civiles muertos. No podía evitar que la culpa le desgarrara por dentro.
Cuando llegó a la altura de su camarada, éste se giró hacia él. El sargento Barbon lo conocía desde hacía demasiado tiempo. Desde el momento que el Alto Mando le había asignado al Comando Espada de Fuego. Siendo presentado como un excelente soldado. Denominado “zapador”. Un experto en explosivos y demoliciones. Así que, sin necesidad de hablar con él, supo qué estaba haciendo.
-Lo siento. –Musitó.
-Todos nos encontramos alguna vez con nuestras pesadillas, sargento Barbon. Todos nos hemos encontrado alguna vez…
El sargento Barbon lo recordó. En la batalla de Colgoth, en el “bosque eterno”. Una escaramuza totalmente suicida. Un reto vital de resistencia física y mental de los soldados. La única vía de escape ante una masacre segura. De los dieciocho Comandos que habían compuesto la Fuerza de Ataque Táctica Especial, tan sólo cuatro habían vuelto a la base. Entre ellos, el Espada de Fuego había sido el único sin registrar bajas. Aunque el soldado Danker había perdido la consciencia y casi toda la cara en el proceso. Había sido cargado por el soldado de artillería del Comando: un testarudo llamado Julius Garreth.
Los hombres terminaron su trabajo, llegando con una mecha trenzada a los pies de los sargentos. El último soldado utilizó unas pequeñas agarraderas metálicas que se empleaban para asegurar los bidones extra de combustible, la mayoría ya vacíos, para fijarle un plástico por encima, evitando que se mojara por la llovizna que iba ganando fuerza poco a poco.
-Ahora debe terminar éste trabajo, sargento Barbon. –Musitó el sargento Danker.
El sargento Thomas Barbon miró el extremo de la mecha. Estaban a más de una veintena de metros de la boca del túnel. Todos los hombres se habían replegado.
-Es inseguro para la caravana, sargento Danker. –Respondió.
-En absoluto. Nos quedaba suficiente mecha como para llegar al centro del túnel. Allí hemos apilado combustible sobrante y los pocos explosivos de que disponíamos.
El sargento Barbon continuó mirando la boca negra del túnel, donde se entreveían los primeros cadáveres ensartados.
-¿Está seguro que se desplomará?
El sargento Danker negó con la cabeza.
-No. Pero, aunque no lo haga la onda de fuego calcinará los restos. –Su rostro parecía esculpido en piedra. -Estamos demasiado cerca del objetivo. Aunque me gustaría, no disponemos de tiempo para sepultarlos a todos apropiadamente…
-Porque hay miles de ellos. –Terminó la frase el Sargento Barbon sombríamente.
El sargento Danker tomó aire lentamente. No respondió. Aunque eso fue suficiente para corroborar la frase de su camarada.
El sargento Barbon avanzó unos pasos. Convirtiéndose en el hombre más cercano a la oscura entrada. Y desenfundó su pistola láser.
-Quiero una moto. –Dijo sin volverse.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
La caravana empezó a bajar la suave pendiente consumiendo las pocas horas que le quedaban de viaje. En la formación habitual. Por el centro de los dos carriles, que se convertían nuevamente en cuatro más adelante. La carretera volvía a estar bacheada y con zonas donde el asfalto se mostraba totalmente descuartizado. En los lugares que grandes proyectiles explosivos habían detonado.
Dejaron atrás una figura solitaria, sentada a horcajadas sobre una moto. Mirando al cielo y con una pistola sobre el pecho.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
El sargento Barbon estuvo perdido en sus pensamientos, mientras seguía el gris contorno de las densas nubes. Escuchando cómo se alejaba la caravana. Pasados unos instantes, bajó la mirada y vio que estaban a una distancia apropiada. Arrancó su vehículo. Con gesto entristecido, se giró hacia la mecha y desenfundó su pistola láser.
-No os pude proteger por primera vez cuando estabais vivos. –La voz le tembló. Tragó saliva y continuó. –Tampoco os pude salvar del ultraje cuando ya habíais muerto.
Volvió a levantar la mirada. Las nubes ya empezaban a tomar la ciudad muerta. Como un húmedo sudario. Finalmente, se atrevió a mirar a las oscuras profundidades del túnel.
Allí estaban nuevamente. Un millar de civiles. Mirándole con ojos tristes. Pero esta vez sin gritar. Quizá con una pizca de ansiedad. Deseando el descanso tanto tiempo negado.
-Hoy os pido vuestro perdón. Hoy será el único día que haré algo por vosotros. –Dijo mientras las lágrimas caían por su rostro.
Sabía que no eran reales. Se lo estaba imaginando todo. No los había visto vestidos, no había conocido a ninguno de ellos. Tan sólo había llegado cuando habían sido carne muerta, desgarradas tragedias. No sabía qué atuendos habían llevado los campesinos, o los ciudadanos.
Así que todo debía ser una alucinación. Con la mirada borrosa por las lágrimas, podía ver rostros. Podía ver diferentes alturas entre ellos, hombres y viejos, mujeres y niños. Aperos de labranza utilizados como armas. Improvisadas carretillas conteniendo pertenencias. Dos mil ojos desconsolados clavados en él. Y quizá el atisbo de alguna sonrisa.
¿Estaban dándole las gracias?
-Perdonadme.
Disparó a la mecha.
FIN DE LA SECCIÓN 10: RETRIBUCIÓN.
¿Un adiós desde la ultratumba o la culpabilidad de un hombre?... lo dejo a vuestra elección.
Lo único que se es que, por cuestiones de tiempo, voy a colgar las dos secciones que faltan durante esta semana y la próxima... y finalizaré el capítulo 2. Gracias por las opiniones.
Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
[url=http://www.letaniadesangre.com:rl5ziuli][img:rl5ziuli]http://www.letaniadesangre.com/firmas/firma02.jpg[/img:rl5ziuli][/url:rl5ziuli]
"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."
Por favor, Identificarse o Crear cuenta para unirse a la conversación.
- Sidex
- Fuera de línea
- Usuario
-
Menos
Más
- Mensajes: 2907
- Gracias recibidas: 0
16 años 9 meses antes #20361
por Sidex
<!-- m --><a class="postlink" href=" www.labibliotecanegra.net/v2/index.php?o...d=24064&catid=15 "> www.labibliotecanegra.net/v2/ind ... 4&catid=15
<!-- m --><a class="postlink"...
Respuesta de Sidex sobre el tema Ref:Capítulo 2: La Caravana del Medio Millar de Almas.
Muy buena la seccion de hoy, la unica pregunta es el sgt sobrevivira a la explosion o lo recojeran mas tarde?
Ah un pequeño apunte, en afuste exterior de los chimeras hay o bolter de asalto o ametralladora pesada, no bolter pesado, que es una de las opciones de armamento de la torreta.
Ah un pequeño apunte, en afuste exterior de los chimeras hay o bolter de asalto o ametralladora pesada, no bolter pesado, que es una de las opciones de armamento de la torreta.
<!-- m --><a class="postlink" href=" www.labibliotecanegra.net/v2/index.php?o...d=24064&catid=15 "> www.labibliotecanegra.net/v2/ind ... 4&catid=15
<!-- m --><a class="postlink"...
Por favor, Identificarse o Crear cuenta para unirse a la conversación.
- Darth Averno
- Autor del tema
- Fuera de línea
- Usuario
-
Menos
Más
- Mensajes: 297
- Gracias recibidas: 0
16 años 9 meses antes #20448
por Darth Averno
Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
[url=http://www.letaniadesangre.com:rl5ziuli][img:rl5ziuli]http://www.letaniadesangre.com/firmas/firma02.jpg[/img:rl5ziuli][/url:rl5ziuli]
"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."
Respuesta de Darth Averno sobre el tema Ref:Capítulo 2: La Caravana del Medio Millar de Almas.
Sidex escribió:
Muchas gracias Sidex. Sí, me he confundido. Me refería al armamento "secundario" del vehículo (el que no está en el afuste ni es la torreta). Tienes toda la razón.
Todavía tengo lagunas con algunos aspectos de la GI (y, por extensión, de las FDP...)...
Por cierto, en la sección 3 también se habla de algo "diferente" en el Chimera del sargento Danker... pero eso sí es adrede (y en la próxima sección aparece una pequeña nota al respecto, casi de refilón).
Bueno, lo modificaré para la versión de "La Telaraña"... (que aunque no debería chivarme, pero Sir_Fincor está haciendo un trabajo EXTRAORDINARIO, juas juas juas
)
Para finalizar. Sidex, me sorprendí cuando comentaste a mitad de este capítulo (no sabía si habías seguido el primero, ya que por allí no apareciste). Igual me pasa con Ragnar (saludos también para tí)... Estoy pensando en "censar" (de algún modo) a los lectores...
Pero eso ya se verá. Un saludo... ¡y gracias a todos!
Muy buena la seccion de hoy, la unica pregunta es el sgt sobrevivira a la explosion o lo recojeran mas tarde?
Ah un pequeño apunte, en afuste exterior de los chimeras hay o bolter de asalto o ametralladora pesada, no bolter pesado, que es una de las opciones de armamento de la torreta.
Muchas gracias Sidex. Sí, me he confundido. Me refería al armamento "secundario" del vehículo (el que no está en el afuste ni es la torreta). Tienes toda la razón.
Todavía tengo lagunas con algunos aspectos de la GI (y, por extensión, de las FDP...)...
Por cierto, en la sección 3 también se habla de algo "diferente" en el Chimera del sargento Danker... pero eso sí es adrede (y en la próxima sección aparece una pequeña nota al respecto, casi de refilón).
Bueno, lo modificaré para la versión de "La Telaraña"... (que aunque no debería chivarme, pero Sir_Fincor está haciendo un trabajo EXTRAORDINARIO, juas juas juas

Para finalizar. Sidex, me sorprendí cuando comentaste a mitad de este capítulo (no sabía si habías seguido el primero, ya que por allí no apareciste). Igual me pasa con Ragnar (saludos también para tí)... Estoy pensando en "censar" (de algún modo) a los lectores...
Pero eso ya se verá. Un saludo... ¡y gracias a todos!
Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
[url=http://www.letaniadesangre.com:rl5ziuli][img:rl5ziuli]http://www.letaniadesangre.com/firmas/firma02.jpg[/img:rl5ziuli][/url:rl5ziuli]
"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."
Por favor, Identificarse o Crear cuenta para unirse a la conversación.
- Sidex
- Fuera de línea
- Usuario
-
Menos
Más
- Mensajes: 2907
- Gracias recibidas: 0
16 años 9 meses antes #20454
por Sidex
<!-- m --><a class="postlink" href=" www.labibliotecanegra.net/v2/index.php?o...d=24064&catid=15 "> www.labibliotecanegra.net/v2/ind ... 4&catid=15
<!-- m --><a class="postlink"...
Respuesta de Sidex sobre el tema Ref:Capítulo 2: La Caravana del Medio Millar de Almas.
Fui leyendo el primer capitulo, pero la lucha entre las dos escuadras de AS me parecio un poco aburrida, no porq no estuviera bien esplicada sino porque al ser un combate tan igualado perdia un poco la gracia, en cambio con los de la GI muere todo lo que tiene la marca de la muerte y normalmente quien pinta tiene poco pulso y una brocha muy grande <!-- s:lol: --><img src="{SMILIES_PATH}/icon_lol.gif" alt="
" title="Laughing" /><!-- s:lol: --> y me parecen mas divertidos

<!-- m --><a class="postlink" href=" www.labibliotecanegra.net/v2/index.php?o...d=24064&catid=15 "> www.labibliotecanegra.net/v2/ind ... 4&catid=15
<!-- m --><a class="postlink"...
Por favor, Identificarse o Crear cuenta para unirse a la conversación.
- Darth Averno
- Autor del tema
- Fuera de línea
- Usuario
-
Menos
Más
- Mensajes: 297
- Gracias recibidas: 0
16 años 9 meses antes #20645
por Darth Averno
Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
[url=http://www.letaniadesangre.com:rl5ziuli][img:rl5ziuli]http://www.letaniadesangre.com/firmas/firma02.jpg[/img:rl5ziuli][/url:rl5ziuli]
"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."
Respuesta de Darth Averno sobre el tema Ref:Capítulo 2: La Caravana del Medio Millar de Almas.
SECCIÓN 11: COMUNICACIÓN.
El sargento Danker asomaba medio cuerpo fuera de su vehículo blindado, por la torreta. Miraba hacia atrás. La fina cortina de agua que levantaban las orugas de su transporte apenas le molestaban en la visión. Así que pudo distinguir el momentáneo rayo rojizo del arma láser del sargento Barbon, y cómo este se lanzaba con la moto hacia ellos.
No podía asegurar que la estructura del paso se derrumbaría. Pero sentía que lo haría. Había jugado algunas cartas esenciales. Había castigado con el cañón de asalto de su vehículo -una poderosa arma regalada por el Capítulo de Adeptus Astartes Puños Carmesí- el techo del túnel por el centro, donde estaban los elementos clave de sujeción.
Además que algunas sogas del techo habían servido para agarrar los explosivos más eficaces.
Sonrió tensamente cuando el potente estruendo hizo temblar todo el pico. Una brutal lengua de fuego anaranjado brotó lanzando gruesos escombros por la boca del túnel. Los cuales cayeron envueltos por una amplia lluvia de pavesas danzantes, pequeños restos volátiles que se deslizaban con la tranquilidad de la expiación de los últimos pecados. El fuego lamió toda la cara de la cima, e hizo volar el pesado escudo de bronce de las Fuerzas de Defensa Planetarias Sartosianas que había fijado a su entrada casi una veintena de metros.
El sargento Danker comprobó que su camarada, a suficiente distancia, desaceleraba su frenética huída y se giraba hacia el espectáculo. El escudo de bronce caía a una decena de metros de él, con un potente estremecimiento metálico. Los escombros, auténticos proyectiles incendiarios, llovían salvajemente. Pero el sargento Danker comprobó que su camarada ignoraba el peligro. Mientras ambos hacían el mismo gesto una y otra vez. El símbolo del águila imperial.
Despidiéndose de aquellos que no habían podido proteger.
Rodeando la oscura nube contaminada en la que se había convertido todo el paso, empezaron a emerger pequeñas cascadas de polvo de piedra volatilizado. Acompañando el sordo retumbar con el que el túnel empezaba a colapsarse. Grandes grietas comenzaron su vertiginoso ascenso hacia la cima, rasgando la roca viva. El movimiento de la tierra empezó a dejar caer toneladas de cascotes, destruyendo la estructura y hundiendo el túnel. Enterrando en su proceso los restos calcinados del desafortunado grupo de cadáveres civiles. Toda la vegetación, arbustos, matorrales, incluso árboles, se desgarraban en el proceso, arrastrados inevitablemente por la gravedad.
La ola de polvo resultante lo cubrió todo. Ocultando su destructiva obra. Aunque sin poder evitar manifestar que el paso del Túnel del Trasgo había desaparecido para siempre. Enterrando, bajo varias toneladas de roca, los intensos sentimientos que habían brotado en su seno.
El sargento Danker vio como su camarada volvía la moto hacia ellos y continuaba su persecución, recortándoles rápidamente distancia. Esquivando los humeantes restos que estaban dispersos en el asfalto como una exhalación.
Suspiró y, dejando la visión de la destrucción a su espalda, se giró hacia delante. Levantó la mirada y la paseó por encima de la cuidad destruida. Las nubes empezaban a invadirla, precedidas por su pegajosa neblina. Descargando la lluvia tan habitual en el planeta.
Todavía quedaba mucho día. Seguramente el Comandante Julius Garreth ya se había levantado, y, después de finalizar su rutina de afeitado diaria, se había dirigido a la caverna civil B74, a contemplar los desoladores ventanales. Aquellos de los que nunca se alejaba ella.
En unas pocas horas llegarían a casa. Anoche Gabriel había despertado. Hoy habían cruzado el último paso complicado. Y estaban en Zona Blanca.
La moto conducida por el Sargento Barbon pasó vertiginosamente por el lado de su vehículo. Cuando llegó al frente de la caravana, al lado del Chimera Rojo Uno, el vehículo blindado se hizo a un lado y se detuvo, junto con el camión Rojo Dos.
La caravana rebasó a los dos vehículos parados, momentáneamente dirigida por el camión Rojo Tres. Los soldados de Gabriel desembarcaron y comenzaron la operación de anclaje de la moto. El sargento Barbon se giró hacia el vehículo del Sargento Danker cuando éste pasaba. Con el rostro ennegrecido. Y con la mirada repleta de determinación. Y le hizo unos gestos concisos con la mano.
El sargento Danker asintió. Tal y como habían hablado con Gabriel, era el momento.
Los dos vehículos parados tardaron unos diez minutos en completar su tarea. Y casi otros diez en volver a ponerse al frente de la caravana.
El sargento Danker agarró entonces sus prismáticos. Vio cómo el sargento Barbon aparecía por la torreta del chimera Rojo Uno con diversas antenas metálicas. Distinguió cómo su camarada las extendía y conectaba, orientando a ojo los dispositivos. Fue mudo testigo de alguna imprecación de su camarada, y alguna pelea con algún sistema de sujeción, lo cual le arrancó una sonrisa.
Indiferente ante el proceso de comunicación, la caravana continuaba su lento descenso de la loma, para introducirse en el valle. Llegando al nivel de la ciudad de Elayana.
Finalmente, notando que la llovizna empezaba a arreciar, el sargento Danker bajó los prismáticos y se quedó mirando al cielo encapotado. Pasado un momento, se introdujo en su propio Chimera y cerró la escotilla. Se sentó en silencio junto a sus hombres y descolgó el comunicador.
Esperaría noticias.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
El sargento Barbon supuso que todo estaba correctamente conectado. En el interior del chimera, se ubicó frente al sistema de comunicaciones que estaba fijado a un lateral, medio enterrado por el resto del valioso contenido. Y comenzó a repasar las frecuencias que aparecían en el cuaderno de Gabriel. Torpemente, fue girando controles y fijándose una y otra vez en lo que marcaban las pequeñas agujas. Intercalando alguna maldición que otra, se dio finalmente por satisfecho. Se pasó un pañuelo por la frente, quitándose el sudor y un buen puñado de tizne y encendió el dispositivo. Esperó hasta que las antenas se reordenaron, mientras una parrilla de luces tomaba el tono verde. Una vez estuvo todo operativo, agarró el comunicador y apretó un botón.
- Aquí Sargento Thomas Barbon al habla ¿me recibe, Fuerte Victoria? Comunicamos desde la caravana. Estamos en Zona Blanca.
Nada más que estática le respondió.
- Aquí Sargento Thomas Barbon al habla ¿me recibe, Fuerte Victoria? Comunicamos desde la caravana. Estamos en Zona Blanca.
Repitió el mensaje más y más veces. Nadie le contestó. ¿Acaso estaba haciendo algo mal? Se concentró en los datos del cuaderno de Gabriel, mientras revisaba los controles del sistema de comunicación. Maldición. Nunca se le habían dado bien esos cacharros.
Continuó pasando por las frecuencias ordenadas en la primera hoja. Blasfemando nuevamente, pasó a la siguiente página. Echó un vistazo al nuevo listado de frecuencias con desesperación. Sorprendentemente, encontró un pequeño mensaje garabateado al final. Vaya, Gabriel había sido previsor. Se había preocupado en dejar una escueta indicación. Quizá para asegurar la comunicación con el Fuerte si él caía. No estaba nada mal el detalle.
“La recepción de canales cambia constantemente según el Decreto Sartosiano de Comunicación en Puntos de Defensa. Para establecer comunicación, hay que realizar una emisión continua de al menos diez minutos en cada frecuencia. Los diversos Puntos de Defensa de la Zona Blanca tienen canales específicos, aunque Fuerte Victoria los aglutina todos.”
El sargento Barbon releyó el mensaje varias veces. Tampoco le valía de mucho, pensó con amargura. Lo único que entendía es que no tenía que saltar tan alegremente de una frecuencia a otra. Y seguía sintiendo que no las tenía todas consigo. Lo más lógico sería el establecer comunicación con el sargento Danker para detener la caravana y poder hablar con Gabriel, para pedirle consejo. Pero no lo podía hacer. Estaban a punto de llegar a su objetivo, y durante el día de hoy ya había mostrado demasiada debilidad.
No podía permitírselo. Aunque sabía que tan sólo era su orgullo, no podía herirlo más.
Así que no lo haría. Configuró la primera frecuencia de la segunda página y se dispuso a mantener la emisión durante los diez minutos reglamentarios. O quizá sólo ocho, así terminaría más rápido.
- Aquí Sargento Thomas Barbon al habla ¿me recibe, Fuerte Victoria? Comunicamos desde la caravana. Estamos en Zona Blanca.
Repitió el mensaje. Una vez. Y otra. Y otra más.
Y obtuvo contestación.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
El Paladín del Caos Lord Adenis Ministral se encontraba en sus aposentos del Puesto de Defensa de Elayana. Su amplia habitación circular era exacta a la de su camarada Lord Sigmund Leech. Incluso disponiendo de un potente sistema de comunicaciones fijo en la pared. Pero con las notables diferencias que no tenía ningún tipo de altar, pero sí mesas llenas de mapas e información, además de otros elementos estratégicos saqueados del Punto de Defensa.
El comandante caótico vestía una servoarmadura negra, sutilmente profanada. Los regalos del Caos podían ser muy variados, pero bajo la adoración al Maestro de la Fortuna se volvían todavía más imprevisibles. Aunque había pertenecido a un orgulloso Capítulo de Primera Fundación, las diferencias físicas con sus antiguos hermanos eran más que visibles. Su rostro era enigmáticamente bello, con unos brillantes ojos azules. Su pelo rubio, largo y bien cuidado, caía en cascada sobre sus hombros.
Se encontraba de pie, mesándose el mentón con una mano, mientras hacía danzar la otra elegantemente, sobrevolando un mapa que contenía miniaturas de tropas. Las negras eran las suyas. Las blancas las de Lord Sigmund. Sus labios se movían cuidadosamente, sin emitir ningún sonido. Conjuntaban una exquisita estampa de concentración.
Un acólito perteneciente al Círculo Interno se encontraba con él. Vestía una túnica caqui bordada con hilo de oro. Se le conocía tan sólo por su número. Tres. Correspondía al mostrado en la espalda de su túnica, y tatuado con láser en su frente, sus mejillas y los reveses de sus manos. Debido a la excentricidad del Señor del Caos, la creación del Círculo había sido necesaria. Los miembros, desconocidos entre ellos, se encargaban de tareas diferentes. Y no podían compartir información entre ellos, bajo ningún concepto.
Completaban las fuerzas de la sala cuatro estoicos Adeptus Astartes renegados, con sus armas cargadas y amartilladas. Con las armaduras del mismo tipo que su señor. Mirando al frente. Los poderosos guardaespaldas personales del Paladín del Caos.
-Hemos confirmado que son veinte unidades tácticas, Señor. Dos escuadras completas. Perros falderos del Emperador Cadáver en nuestros dominios. Nada más y nada menos que Ángeles Sangrientos. Esos estúpidos han desplegado en cápsulas. Una de sus Cañoneras Thunderhawk está recorriendo un perímetro de seguridad. Otra ha depositado algo a una distancia equitativa de ambas escuadras, y se ha retirado verticalmente. Suponemos que su nave de mando se encuentra estacionada sobre Elayana. Cuando dispongamos de energía suficiente, mandaremos una señal desde nuestro radar para confirmarlo.
Lord Adenis ralentizó el movimiento de su mano ociosa. Señaló con dulzura un par de puntos en el mapa y entrecerró los ojos. Seleccionó dos toscas miniaturas de color rojo, con una forma parecida a la humana, y las colocó en el mapa. Acto seguido, con movimientos calculados, trazó una línea imaginaria entre ellas y plantó una pequeña piedra en el centro. Luego eligió un tanque rojo, y otro verde. Y los ubicó en otros puntos. Dio un paso atrás, contemplando su obra. Y volvió a su relajada rutina de pensamiento.
El acólito miró el mapa. La representación de las tropas enemigas y la Thunderhawk era relativamente apropiada. Pero quedaba algo que no identificaba.
-Disculpe Señor, pero ¿qué representa el tanque verde?
El paladín del caos desvió la mirada hacia su acompañante. Sonrió con dulzura.
-Si te lo dijera, tendría que matarte. ¿Quieres saberlo? –Su voz era suave y calmada.
El acólito negó con la cabeza, dándose cuenta de su error. El sonido imperceptible de cuatro dedos blindados acercándose al gatillo de los bólter le atenazó la garganta. Mantuvo la tranquilidad a duras penas.
-Perfecto entonces. –El Adeptus Astartes volvió su mirada al mapa. Avanzó un paso y movió ciertas figuras negras con elegancia. Su voz era pausada. –Una escuadra con armamento pesado especial llegará a este edificio. Utilizará los sistemas de campo fantasma que encontramos en esta instalación. No será detectada por los sensores de la ThunderHawk. Y la abatirán a mi orden.
-Como deseéis, Señor. Enviaré la orden de modo inmediato. Con vuestro permiso. –Dijo el acólito, llamado Tres. Se había acostumbrado a las órdenes de Lord Adenis Ministral. Así que no le extrañaba el que nunca utilizara palabras como “intentar”, “probar” o “poder”. Tan sólo se limitaba a relatar aquello que se iba a cumplir indudablemente. Sin dar la mínima opción al fracaso.
Antes de moverse del sitio, a media reverencia, se dio cuenta que su señor había interrumpido su movimiento, y miraba fijamente la puerta de su estancia. No le costó percatarse que los otros cuatro marines también estaban atentos. Se puso a la defensiva. No necesitaba ninguna prueba de la fiabilidad de los sentidos ampliados de los Adeptus Astartes.
Escuchó un golpe en la puerta, y esta se abrió como un vendaval. Entró otro acólito, vestido igual que él. También pertenecería al Círculo Interno. No le podía ver el número de la espalda.
-Lord Adenis Ministral, disculpe la intromisión. Esto es una emergencia. –El recién llegado se apoyó en sus rodillas, recuperando el aliento mientras farfullaba. Tres se fijó en sus manos. Era Cinco. –Los hombres de Lord Sigmund Leech han recibido una señal del convoy sartosiano que se dirige a Fuerte Victoria. Han hablado con ellos. Hemos podido rescatar la conversación. Le estamos pasando la señal directamente aquí, Señor, para que pueda dirigir nuestros pasos…
Lord Adenis miró a los monitores de la pared. Uno de ellos titiló y se encendió. Preparado para mostrar su contenido.
El acólito llamado Tres relacionó la información instantáneamente. El tanque verde, a un extremo del mapa de la ciudad, representaba la caravana enemiga. Ésa era la información por la que casi había perdido su vida. Se sobresaltó.
Ahora ya lo sabía. Estaba seguro que Lord Adenis también se había percatado. Tuvo que reprimir una arcada al percibir como los guardaespaldas acorazados en la sala tenían el dedo calado en sus armas. Esperaban una señal. Su Señor nunca olvidaba una orden. Y menos aún una amenaza. Así que sabía que estaba muerto. Por culpa del otro estúpido.
-Gracias por la información. Ahora descansa. –Le dijo suavemente el Paladín del Caos al recién llegado, que todavía intentaba regular su respiración. Éste, sin notar el temblor que sacudía a Tres de cabeza a los pies, farfulló un “gracias, señor”. Acto seguido Lord Adenis Ministral le vació un cargador de pistola bólter.
El cuerpo de Cinco salió disparado contra la pared al primer impacto. Las siguientes balas lo convirtieron en carne triturada, haciendo que cayera al suelo como un amasijo de tela y vísceras. El Paladín del Caos se mantuvo durante un instante con el poderoso brazo acorazado extendido y el arma humeante. Finalmente la dejó cuidadosamente, como temiendo el rayarla, sobre una parte acolchada de la mesa.
-La falta de protocolo se puede perdonar si la información es importante. Como era el caso. –Lord Adenis se mesó la larga cabellera rubia. Giró su cabeza hacia el acólito denominado como Tres, que se mantenía aterrorizado a su lado. Le dejó caer el guante acorazado con fuerza sobre el hombro. El cuello del tembloroso hombre cabía prácticamente entre sus dedos pulgar e índice. Con un poco de presión, lo acercó a su cara. –Pero no debemos entrar en una sala gritando aquello que sabemos, ¿verdad? La información puede causar mucho dolor si cae en las manos equivocadas…
El acólito miraba los ojos intensamente azules de su interlocutor. Apenas podía respirar. Sabía que con tan sólo leve movimiento le podía partir el cuello. Pero no podía dejarse llevar por el pánico. Tenía los brazos agarrotados, ejecutando todo su autocontrol para no intentar zafarse de la presa de su Señor. Sabía que sería una muerte segura mostrar el mínimo gesto de resistencia.
-… incluso puede desencadenar desagradables procesos, que algunas veces, desgraciadamente, acaban en muertes…
El acólito temblaba de pies a cabeza. Su mandíbula golpeaba contra el dedo blindado de su Señor, rítmicamente. Pero no lo podía evitar. Estaba hipnotizado por la intensa mirada. Estaba perdido dentro del trastornado color azul de los ojos ante sí.
-…pero te he dado una orden que vas a cumplir. Mis hombres siempre cumplen mis órdenes, ¿verdad?
El acólito balbuceó. El Astartes le soltó lentamente, mientras le mostraba una beatífica sonrisa.
-Así que cumple tu cometido. Ten cuidado. –Le dijo suavemente.
El acólito soltó una retahíla de agradecimientos y frases de despedida mientras abandonaba la sala, evitando de un modo consciente mirar donde se encontraba la masa sanguinolenta que había sido un hombre hacía unos instantes. Cerró la puerta al salir.
Y Lord Adenis se dirigió al monitor. Tocó unas runas. El sonido reverberó por la sala. Escuchó la grabación varias veces, y volvió sonriente a su mesa. Se quedó mirando el mapa, mientras movía los labios en silencio. Fue maquinando, paso a paso, su plan para conseguir aquello que le aseguraría la victoria. Le maravillaba el cómo el Destino se lo había puesto en bandeja. Y sabía que Lord Sigmund no le daría la importancia que tenía. Movió las tropas blancas. Hacia los controles del Decatium Defendum. Hacia la posición de los Ángeles Sangrientos. Y hacia la caravana.
Después repartió las figuras negras. Colocó unas pocas por la zona donde debería caer la ThunderHawk. Y únicamente a cuatro al lado de la caravana.
Se quedó mirando el mapa embelesado, mientras sentía el poder de mover los hilos. Mientras sentía en su estómago la incomparable sensación de la anticipación al combate. Con una sonrisa, agarró dieciocho figuras más, de color carmesí, y las fue colocando donde estarían los perros leales.
Ahora estaba todo listo.
Levantó la mirada y la paseó por sus guardaespaldas. Los cuatro Adeptus Astartes eran los únicos supervivientes de su antigua escuadra que le habían acompañado en su Caída. Todos los demás habían sido ejecutados por su propia mano. Así que eran los únicos ante los cuales no escondía ningún plan.
-No espero visitas en un buen rato. Podéis descansar si queréis. –Les dijo con una sonrisa.
Pero los marines no le contestaron. Continuaron con su mirada al frente, sosteniendo los bólter profanados con determinación y el dedo calado en el gatillo.
-De verdad. Más que mis camaradas, sois mis amigos. Tomad asiento si así lo deseáis. –Insistió suavemente el Paladín.
Los marines no se movieron ni un ápice. Y se mantuvieron en silencio. Era lógico. No podían hablar. No había nada dentro de esas servoarmadura más que polvo y un alma atormentada. Ésa había sido su recompensa por su fidelidad. Lord Adenis Ministral empezó a reír, tranquilamente…
… hasta que sus carcajadas desequilibradas rebotaron por toda la sala.
FIN DE LA SECCIÓN 11: COMUNICACIÓN.
...Queda una sección... para cerrar el capítulo 2... ¿para viernes?... se intentará, se intentará... ¿regalar un jamón al autor?... mmm... estaría bien, pardiez...
... Lo de siempre, espero vuestros comentarios... (Por cierto, Sidex, si NO leiste el primer capítulo... te empezará a faltar información en el tercero...
)
Saludos.
El sargento Danker asomaba medio cuerpo fuera de su vehículo blindado, por la torreta. Miraba hacia atrás. La fina cortina de agua que levantaban las orugas de su transporte apenas le molestaban en la visión. Así que pudo distinguir el momentáneo rayo rojizo del arma láser del sargento Barbon, y cómo este se lanzaba con la moto hacia ellos.
No podía asegurar que la estructura del paso se derrumbaría. Pero sentía que lo haría. Había jugado algunas cartas esenciales. Había castigado con el cañón de asalto de su vehículo -una poderosa arma regalada por el Capítulo de Adeptus Astartes Puños Carmesí- el techo del túnel por el centro, donde estaban los elementos clave de sujeción.
Además que algunas sogas del techo habían servido para agarrar los explosivos más eficaces.
Sonrió tensamente cuando el potente estruendo hizo temblar todo el pico. Una brutal lengua de fuego anaranjado brotó lanzando gruesos escombros por la boca del túnel. Los cuales cayeron envueltos por una amplia lluvia de pavesas danzantes, pequeños restos volátiles que se deslizaban con la tranquilidad de la expiación de los últimos pecados. El fuego lamió toda la cara de la cima, e hizo volar el pesado escudo de bronce de las Fuerzas de Defensa Planetarias Sartosianas que había fijado a su entrada casi una veintena de metros.
El sargento Danker comprobó que su camarada, a suficiente distancia, desaceleraba su frenética huída y se giraba hacia el espectáculo. El escudo de bronce caía a una decena de metros de él, con un potente estremecimiento metálico. Los escombros, auténticos proyectiles incendiarios, llovían salvajemente. Pero el sargento Danker comprobó que su camarada ignoraba el peligro. Mientras ambos hacían el mismo gesto una y otra vez. El símbolo del águila imperial.
Despidiéndose de aquellos que no habían podido proteger.
Rodeando la oscura nube contaminada en la que se había convertido todo el paso, empezaron a emerger pequeñas cascadas de polvo de piedra volatilizado. Acompañando el sordo retumbar con el que el túnel empezaba a colapsarse. Grandes grietas comenzaron su vertiginoso ascenso hacia la cima, rasgando la roca viva. El movimiento de la tierra empezó a dejar caer toneladas de cascotes, destruyendo la estructura y hundiendo el túnel. Enterrando en su proceso los restos calcinados del desafortunado grupo de cadáveres civiles. Toda la vegetación, arbustos, matorrales, incluso árboles, se desgarraban en el proceso, arrastrados inevitablemente por la gravedad.
La ola de polvo resultante lo cubrió todo. Ocultando su destructiva obra. Aunque sin poder evitar manifestar que el paso del Túnel del Trasgo había desaparecido para siempre. Enterrando, bajo varias toneladas de roca, los intensos sentimientos que habían brotado en su seno.
El sargento Danker vio como su camarada volvía la moto hacia ellos y continuaba su persecución, recortándoles rápidamente distancia. Esquivando los humeantes restos que estaban dispersos en el asfalto como una exhalación.
Suspiró y, dejando la visión de la destrucción a su espalda, se giró hacia delante. Levantó la mirada y la paseó por encima de la cuidad destruida. Las nubes empezaban a invadirla, precedidas por su pegajosa neblina. Descargando la lluvia tan habitual en el planeta.
Todavía quedaba mucho día. Seguramente el Comandante Julius Garreth ya se había levantado, y, después de finalizar su rutina de afeitado diaria, se había dirigido a la caverna civil B74, a contemplar los desoladores ventanales. Aquellos de los que nunca se alejaba ella.
En unas pocas horas llegarían a casa. Anoche Gabriel había despertado. Hoy habían cruzado el último paso complicado. Y estaban en Zona Blanca.
La moto conducida por el Sargento Barbon pasó vertiginosamente por el lado de su vehículo. Cuando llegó al frente de la caravana, al lado del Chimera Rojo Uno, el vehículo blindado se hizo a un lado y se detuvo, junto con el camión Rojo Dos.
La caravana rebasó a los dos vehículos parados, momentáneamente dirigida por el camión Rojo Tres. Los soldados de Gabriel desembarcaron y comenzaron la operación de anclaje de la moto. El sargento Barbon se giró hacia el vehículo del Sargento Danker cuando éste pasaba. Con el rostro ennegrecido. Y con la mirada repleta de determinación. Y le hizo unos gestos concisos con la mano.
El sargento Danker asintió. Tal y como habían hablado con Gabriel, era el momento.
Los dos vehículos parados tardaron unos diez minutos en completar su tarea. Y casi otros diez en volver a ponerse al frente de la caravana.
El sargento Danker agarró entonces sus prismáticos. Vio cómo el sargento Barbon aparecía por la torreta del chimera Rojo Uno con diversas antenas metálicas. Distinguió cómo su camarada las extendía y conectaba, orientando a ojo los dispositivos. Fue mudo testigo de alguna imprecación de su camarada, y alguna pelea con algún sistema de sujeción, lo cual le arrancó una sonrisa.
Indiferente ante el proceso de comunicación, la caravana continuaba su lento descenso de la loma, para introducirse en el valle. Llegando al nivel de la ciudad de Elayana.
Finalmente, notando que la llovizna empezaba a arreciar, el sargento Danker bajó los prismáticos y se quedó mirando al cielo encapotado. Pasado un momento, se introdujo en su propio Chimera y cerró la escotilla. Se sentó en silencio junto a sus hombres y descolgó el comunicador.
Esperaría noticias.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
El sargento Barbon supuso que todo estaba correctamente conectado. En el interior del chimera, se ubicó frente al sistema de comunicaciones que estaba fijado a un lateral, medio enterrado por el resto del valioso contenido. Y comenzó a repasar las frecuencias que aparecían en el cuaderno de Gabriel. Torpemente, fue girando controles y fijándose una y otra vez en lo que marcaban las pequeñas agujas. Intercalando alguna maldición que otra, se dio finalmente por satisfecho. Se pasó un pañuelo por la frente, quitándose el sudor y un buen puñado de tizne y encendió el dispositivo. Esperó hasta que las antenas se reordenaron, mientras una parrilla de luces tomaba el tono verde. Una vez estuvo todo operativo, agarró el comunicador y apretó un botón.
- Aquí Sargento Thomas Barbon al habla ¿me recibe, Fuerte Victoria? Comunicamos desde la caravana. Estamos en Zona Blanca.
Nada más que estática le respondió.
- Aquí Sargento Thomas Barbon al habla ¿me recibe, Fuerte Victoria? Comunicamos desde la caravana. Estamos en Zona Blanca.
Repitió el mensaje más y más veces. Nadie le contestó. ¿Acaso estaba haciendo algo mal? Se concentró en los datos del cuaderno de Gabriel, mientras revisaba los controles del sistema de comunicación. Maldición. Nunca se le habían dado bien esos cacharros.
Continuó pasando por las frecuencias ordenadas en la primera hoja. Blasfemando nuevamente, pasó a la siguiente página. Echó un vistazo al nuevo listado de frecuencias con desesperación. Sorprendentemente, encontró un pequeño mensaje garabateado al final. Vaya, Gabriel había sido previsor. Se había preocupado en dejar una escueta indicación. Quizá para asegurar la comunicación con el Fuerte si él caía. No estaba nada mal el detalle.
“La recepción de canales cambia constantemente según el Decreto Sartosiano de Comunicación en Puntos de Defensa. Para establecer comunicación, hay que realizar una emisión continua de al menos diez minutos en cada frecuencia. Los diversos Puntos de Defensa de la Zona Blanca tienen canales específicos, aunque Fuerte Victoria los aglutina todos.”
El sargento Barbon releyó el mensaje varias veces. Tampoco le valía de mucho, pensó con amargura. Lo único que entendía es que no tenía que saltar tan alegremente de una frecuencia a otra. Y seguía sintiendo que no las tenía todas consigo. Lo más lógico sería el establecer comunicación con el sargento Danker para detener la caravana y poder hablar con Gabriel, para pedirle consejo. Pero no lo podía hacer. Estaban a punto de llegar a su objetivo, y durante el día de hoy ya había mostrado demasiada debilidad.
No podía permitírselo. Aunque sabía que tan sólo era su orgullo, no podía herirlo más.
Así que no lo haría. Configuró la primera frecuencia de la segunda página y se dispuso a mantener la emisión durante los diez minutos reglamentarios. O quizá sólo ocho, así terminaría más rápido.
- Aquí Sargento Thomas Barbon al habla ¿me recibe, Fuerte Victoria? Comunicamos desde la caravana. Estamos en Zona Blanca.
Repitió el mensaje. Una vez. Y otra. Y otra más.
Y obtuvo contestación.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
El Paladín del Caos Lord Adenis Ministral se encontraba en sus aposentos del Puesto de Defensa de Elayana. Su amplia habitación circular era exacta a la de su camarada Lord Sigmund Leech. Incluso disponiendo de un potente sistema de comunicaciones fijo en la pared. Pero con las notables diferencias que no tenía ningún tipo de altar, pero sí mesas llenas de mapas e información, además de otros elementos estratégicos saqueados del Punto de Defensa.
El comandante caótico vestía una servoarmadura negra, sutilmente profanada. Los regalos del Caos podían ser muy variados, pero bajo la adoración al Maestro de la Fortuna se volvían todavía más imprevisibles. Aunque había pertenecido a un orgulloso Capítulo de Primera Fundación, las diferencias físicas con sus antiguos hermanos eran más que visibles. Su rostro era enigmáticamente bello, con unos brillantes ojos azules. Su pelo rubio, largo y bien cuidado, caía en cascada sobre sus hombros.
Se encontraba de pie, mesándose el mentón con una mano, mientras hacía danzar la otra elegantemente, sobrevolando un mapa que contenía miniaturas de tropas. Las negras eran las suyas. Las blancas las de Lord Sigmund. Sus labios se movían cuidadosamente, sin emitir ningún sonido. Conjuntaban una exquisita estampa de concentración.
Un acólito perteneciente al Círculo Interno se encontraba con él. Vestía una túnica caqui bordada con hilo de oro. Se le conocía tan sólo por su número. Tres. Correspondía al mostrado en la espalda de su túnica, y tatuado con láser en su frente, sus mejillas y los reveses de sus manos. Debido a la excentricidad del Señor del Caos, la creación del Círculo había sido necesaria. Los miembros, desconocidos entre ellos, se encargaban de tareas diferentes. Y no podían compartir información entre ellos, bajo ningún concepto.
Completaban las fuerzas de la sala cuatro estoicos Adeptus Astartes renegados, con sus armas cargadas y amartilladas. Con las armaduras del mismo tipo que su señor. Mirando al frente. Los poderosos guardaespaldas personales del Paladín del Caos.
-Hemos confirmado que son veinte unidades tácticas, Señor. Dos escuadras completas. Perros falderos del Emperador Cadáver en nuestros dominios. Nada más y nada menos que Ángeles Sangrientos. Esos estúpidos han desplegado en cápsulas. Una de sus Cañoneras Thunderhawk está recorriendo un perímetro de seguridad. Otra ha depositado algo a una distancia equitativa de ambas escuadras, y se ha retirado verticalmente. Suponemos que su nave de mando se encuentra estacionada sobre Elayana. Cuando dispongamos de energía suficiente, mandaremos una señal desde nuestro radar para confirmarlo.
Lord Adenis ralentizó el movimiento de su mano ociosa. Señaló con dulzura un par de puntos en el mapa y entrecerró los ojos. Seleccionó dos toscas miniaturas de color rojo, con una forma parecida a la humana, y las colocó en el mapa. Acto seguido, con movimientos calculados, trazó una línea imaginaria entre ellas y plantó una pequeña piedra en el centro. Luego eligió un tanque rojo, y otro verde. Y los ubicó en otros puntos. Dio un paso atrás, contemplando su obra. Y volvió a su relajada rutina de pensamiento.
El acólito miró el mapa. La representación de las tropas enemigas y la Thunderhawk era relativamente apropiada. Pero quedaba algo que no identificaba.
-Disculpe Señor, pero ¿qué representa el tanque verde?
El paladín del caos desvió la mirada hacia su acompañante. Sonrió con dulzura.
-Si te lo dijera, tendría que matarte. ¿Quieres saberlo? –Su voz era suave y calmada.
El acólito negó con la cabeza, dándose cuenta de su error. El sonido imperceptible de cuatro dedos blindados acercándose al gatillo de los bólter le atenazó la garganta. Mantuvo la tranquilidad a duras penas.
-Perfecto entonces. –El Adeptus Astartes volvió su mirada al mapa. Avanzó un paso y movió ciertas figuras negras con elegancia. Su voz era pausada. –Una escuadra con armamento pesado especial llegará a este edificio. Utilizará los sistemas de campo fantasma que encontramos en esta instalación. No será detectada por los sensores de la ThunderHawk. Y la abatirán a mi orden.
-Como deseéis, Señor. Enviaré la orden de modo inmediato. Con vuestro permiso. –Dijo el acólito, llamado Tres. Se había acostumbrado a las órdenes de Lord Adenis Ministral. Así que no le extrañaba el que nunca utilizara palabras como “intentar”, “probar” o “poder”. Tan sólo se limitaba a relatar aquello que se iba a cumplir indudablemente. Sin dar la mínima opción al fracaso.
Antes de moverse del sitio, a media reverencia, se dio cuenta que su señor había interrumpido su movimiento, y miraba fijamente la puerta de su estancia. No le costó percatarse que los otros cuatro marines también estaban atentos. Se puso a la defensiva. No necesitaba ninguna prueba de la fiabilidad de los sentidos ampliados de los Adeptus Astartes.
Escuchó un golpe en la puerta, y esta se abrió como un vendaval. Entró otro acólito, vestido igual que él. También pertenecería al Círculo Interno. No le podía ver el número de la espalda.
-Lord Adenis Ministral, disculpe la intromisión. Esto es una emergencia. –El recién llegado se apoyó en sus rodillas, recuperando el aliento mientras farfullaba. Tres se fijó en sus manos. Era Cinco. –Los hombres de Lord Sigmund Leech han recibido una señal del convoy sartosiano que se dirige a Fuerte Victoria. Han hablado con ellos. Hemos podido rescatar la conversación. Le estamos pasando la señal directamente aquí, Señor, para que pueda dirigir nuestros pasos…
Lord Adenis miró a los monitores de la pared. Uno de ellos titiló y se encendió. Preparado para mostrar su contenido.
El acólito llamado Tres relacionó la información instantáneamente. El tanque verde, a un extremo del mapa de la ciudad, representaba la caravana enemiga. Ésa era la información por la que casi había perdido su vida. Se sobresaltó.
Ahora ya lo sabía. Estaba seguro que Lord Adenis también se había percatado. Tuvo que reprimir una arcada al percibir como los guardaespaldas acorazados en la sala tenían el dedo calado en sus armas. Esperaban una señal. Su Señor nunca olvidaba una orden. Y menos aún una amenaza. Así que sabía que estaba muerto. Por culpa del otro estúpido.
-Gracias por la información. Ahora descansa. –Le dijo suavemente el Paladín del Caos al recién llegado, que todavía intentaba regular su respiración. Éste, sin notar el temblor que sacudía a Tres de cabeza a los pies, farfulló un “gracias, señor”. Acto seguido Lord Adenis Ministral le vació un cargador de pistola bólter.
El cuerpo de Cinco salió disparado contra la pared al primer impacto. Las siguientes balas lo convirtieron en carne triturada, haciendo que cayera al suelo como un amasijo de tela y vísceras. El Paladín del Caos se mantuvo durante un instante con el poderoso brazo acorazado extendido y el arma humeante. Finalmente la dejó cuidadosamente, como temiendo el rayarla, sobre una parte acolchada de la mesa.
-La falta de protocolo se puede perdonar si la información es importante. Como era el caso. –Lord Adenis se mesó la larga cabellera rubia. Giró su cabeza hacia el acólito denominado como Tres, que se mantenía aterrorizado a su lado. Le dejó caer el guante acorazado con fuerza sobre el hombro. El cuello del tembloroso hombre cabía prácticamente entre sus dedos pulgar e índice. Con un poco de presión, lo acercó a su cara. –Pero no debemos entrar en una sala gritando aquello que sabemos, ¿verdad? La información puede causar mucho dolor si cae en las manos equivocadas…
El acólito miraba los ojos intensamente azules de su interlocutor. Apenas podía respirar. Sabía que con tan sólo leve movimiento le podía partir el cuello. Pero no podía dejarse llevar por el pánico. Tenía los brazos agarrotados, ejecutando todo su autocontrol para no intentar zafarse de la presa de su Señor. Sabía que sería una muerte segura mostrar el mínimo gesto de resistencia.
-… incluso puede desencadenar desagradables procesos, que algunas veces, desgraciadamente, acaban en muertes…
El acólito temblaba de pies a cabeza. Su mandíbula golpeaba contra el dedo blindado de su Señor, rítmicamente. Pero no lo podía evitar. Estaba hipnotizado por la intensa mirada. Estaba perdido dentro del trastornado color azul de los ojos ante sí.
-…pero te he dado una orden que vas a cumplir. Mis hombres siempre cumplen mis órdenes, ¿verdad?
El acólito balbuceó. El Astartes le soltó lentamente, mientras le mostraba una beatífica sonrisa.
-Así que cumple tu cometido. Ten cuidado. –Le dijo suavemente.
El acólito soltó una retahíla de agradecimientos y frases de despedida mientras abandonaba la sala, evitando de un modo consciente mirar donde se encontraba la masa sanguinolenta que había sido un hombre hacía unos instantes. Cerró la puerta al salir.
Y Lord Adenis se dirigió al monitor. Tocó unas runas. El sonido reverberó por la sala. Escuchó la grabación varias veces, y volvió sonriente a su mesa. Se quedó mirando el mapa, mientras movía los labios en silencio. Fue maquinando, paso a paso, su plan para conseguir aquello que le aseguraría la victoria. Le maravillaba el cómo el Destino se lo había puesto en bandeja. Y sabía que Lord Sigmund no le daría la importancia que tenía. Movió las tropas blancas. Hacia los controles del Decatium Defendum. Hacia la posición de los Ángeles Sangrientos. Y hacia la caravana.
Después repartió las figuras negras. Colocó unas pocas por la zona donde debería caer la ThunderHawk. Y únicamente a cuatro al lado de la caravana.
Se quedó mirando el mapa embelesado, mientras sentía el poder de mover los hilos. Mientras sentía en su estómago la incomparable sensación de la anticipación al combate. Con una sonrisa, agarró dieciocho figuras más, de color carmesí, y las fue colocando donde estarían los perros leales.
Ahora estaba todo listo.
Levantó la mirada y la paseó por sus guardaespaldas. Los cuatro Adeptus Astartes eran los únicos supervivientes de su antigua escuadra que le habían acompañado en su Caída. Todos los demás habían sido ejecutados por su propia mano. Así que eran los únicos ante los cuales no escondía ningún plan.
-No espero visitas en un buen rato. Podéis descansar si queréis. –Les dijo con una sonrisa.
Pero los marines no le contestaron. Continuaron con su mirada al frente, sosteniendo los bólter profanados con determinación y el dedo calado en el gatillo.
-De verdad. Más que mis camaradas, sois mis amigos. Tomad asiento si así lo deseáis. –Insistió suavemente el Paladín.
Los marines no se movieron ni un ápice. Y se mantuvieron en silencio. Era lógico. No podían hablar. No había nada dentro de esas servoarmadura más que polvo y un alma atormentada. Ésa había sido su recompensa por su fidelidad. Lord Adenis Ministral empezó a reír, tranquilamente…
… hasta que sus carcajadas desequilibradas rebotaron por toda la sala.
FIN DE LA SECCIÓN 11: COMUNICACIÓN.
...Queda una sección... para cerrar el capítulo 2... ¿para viernes?... se intentará, se intentará... ¿regalar un jamón al autor?... mmm... estaría bien, pardiez...

... Lo de siempre, espero vuestros comentarios... (Por cierto, Sidex, si NO leiste el primer capítulo... te empezará a faltar información en el tercero...

Saludos.
Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
[url=http://www.letaniadesangre.com:rl5ziuli][img:rl5ziuli]http://www.letaniadesangre.com/firmas/firma02.jpg[/img:rl5ziuli][/url:rl5ziuli]
"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."
Por favor, Identificarse o Crear cuenta para unirse a la conversación.
Tiempo de carga de la página: 0.206 segundos