Capítulo 2: La Caravana del Medio Millar de Almas.

15 años 5 meses antes #20804 por Ragnar
Muy bueno el relato y me ha encantado el encaje de bolillos que has hecho para enlazar dos historias totalmente distintas.

Y estoy acuerdo con sidex en que la parte de la GI es más interesante que la de los marines, aunque seguro que ahora lo arreglas....

un saludo.

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15 años 5 meses antes #20811 por Sir_Fincor
Las piezas empiezan ha encajar, me ha gustado esta segunda parte mas que la primera también aunque ambas estan muy bién! Sigue así!

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15 años 5 meses antes #20916 por Darth Averno
Hola!

Lo primero, es que NO me he olvidado de vosotros...

Lo segundo es que tengo menos tiempo ahora...

Pero vamos al tema:

Me gusta vuestra opinión comparando a los dos capítulos. A mí me gusta más el primero, quizá porque me costó más escribirlo. Para una extensión de texto parecida, el Capítulo I me llevó tres meses y medio, y el II, si puedo colgar la traca final antes del sábado, lo habré hecho en mes y medio justo.<!-- s:lol: --><img src="{SMILIES_PATH}/icon_lol.gif" alt=":lol:" title="Laughing" /><!-- s:lol: -->

No, jeje, no he encajado las dos historias porque sí. Ha sido siempre un único relato. Conforme todo el texto (todo de todo) esté terminado, veréis repercusiones de acciones vistas desde el principio. En lo que más he trabajado ha sido en el argumento, así que, ¡¡me gusta que os guste!!

Bueno... tengo muchas expectativas en el Capítulo III. Pero, primero, tengo que terminar la sección que queda... que subiré pronto, peña.

Saludos.

T&eacute;meme, pues soy tu Apocalipsis.
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&quot;Nena, que buena que est&aacute;s... &iquest;te vienes a... matar humanos?...&quot;

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15 años 5 meses antes #21650 por Darth Averno
SECCIÓN 12: EPÍLOGO

La caravana continuó progresando durante una hora.

En el interior del Chimera Azul Uno tan sólo se escuchaba el ronco sonido del motor y continuo susurro de las orugas avanzando por el asfalto. Por las seis aberturas de agarre de los rifles láser se colaban unos chorros rectangulares de luz mortecina. Pequeñas partículas de polvo danzaban sobre el contraste, empujadas por la respiración de los soldados. Cinco hombres, que permanecían en silencio. Cuatro de ellos con las armas sobre los muslos. Un dedo preparado para quitar el seguro. Otro cerca del gatillo.

El último de ellos, moreno de piel, con la cabeza repleta de profundas cicatrices, tenía el arma enfundada. Mantenía un aparato fuertemente agarrado con las manos. Su mirada estaba fija en la pared blindada del transporte. Su rostro era una auténtica máscara de tensión.

El sargento Danker esperaba noticias. En su cabeza bullían las posibilidades, añadiéndole cada vez más intranquilidad. Los segundos pasaban lentamente. En su interior, rezaba porque el sargento Barbon abriera de una maldita vez la comunicación. Y que el mensaje fuese el que él esperaba.

No le era común sentir tal ansiedad. Pero los pensamientos le bombardeaban constantemente, haciéndole divagar y aumentando su preocupación. Hacía varios meses que habían partido. El Fuerte podría haber sido asaltado. Y podría haber resistido. O haber sido tomado. Al sargento Danker nunca le había gustado la incertidumbre. Anhelaba que el pequeño aparato manoseado que tenía agarrado le confirmara que había un lugar a donde volver.

Sus hombres se mantenían en silencio. El resto de los soldados, de la escuadra Roja y Amarilla, comandados por Gabriel y el sargento Barbon respectivamente se encontraban repartidos entre los seis camiones, cuidando de los civiles. No dejando así ningún punto de la caravana sin una mínima protección.

En cambio, toda la escuadra Azul estaba con él. Aunque habían sufrido graves bajas, continuaban siendo el bloque de ataque/defensa más preparado de la Caravana. La definición que le había dado Julius Garreth antes de partir era más que adecuada.

Seréis la primera línea de ataque. Y la primera línea de defensa.

Cuando habían salido de Fuerte Victoria, la escuadra había sido un puñado de jóvenes soldados, inexpertos e ignorantes de los horrores reales del combate. Casacas rojas todos y cada uno de ellos. Ahora volvían como auténticos veteranos. Con cicatrices en sus cuerpos y sus espíritus. No había sido fácil. Habían tenido que matar enemigos. Habían tenido que ejecutar civiles. Habían tenido que sobrevivir en el combate real. Gracias a todo eso, habían endurecido su alma y sacrificado su inocencia. Requisitos necesarios para poder convertirse irreversiblemente en perros de la guerra.

Desvió la mirada milimétricamente. Y se fijó en ellos. Contempló los ojos de los soldados que seguían sus pasos y cumplían sus órdenes. Se detuvo profundamente en ellos. Desvelando feroces miradas repletas de determinación. Y una pizca de orgullo. Aunque seguían siendo jóvenes de edad, habían madurado al curtirse en el fuego de la batalla. Como todos los integrantes de la caravana.

Uno de ellos reparó en el examen de su sargento, y se volvió hacia él durante unos instantes. A la espera de órdenes. No recibió ninguna y volvió a concentrase en la nada.

Feroces miradas repletas de determinación. Y una pizca de orgullo.

Seis bajas. Tan sólo restaban cuatro supervivientes. No era una gran fuerza de combate, y menos aún contando con la peligrosidad de la zona que estaban atravesando. Pero el sargento Danker se sentía satisfecho estando a su mando.

Opinaba que no eran amigos. Al menos en el sentido estricto de la palabra. Sabía poco más que sus nombres. No conocía nada de su pasado, sus gustos, sus expectativas. Tan solo eran hermanos. Hermanos de armas, hermanos de batalla, hermanos de sangre.

Rebajó un ápice su tensión. ¿Cuándo había sido la última vez que se había sentido entre hermanos? La memoria le situó como una exhalación en un punto en concreto. Tan sólo entonces. Tan sólo durante aquél espacio de tiempo. Cuando había tomado al Comando Espada de Fuego como su propio hogar.

¿Cuántos quedaban vivos de aquel orgulloso equipo? De los dos desaparecidos, habían abatido a uno hacía tan sólo unos cuantos días. Y el otro todavía estaría vagando por universo, cada día iluminado por una estrella diferente, de guerra en guerra, defendiendo férreamente su creencia en el Emperador y alimentando su ambición y poder. Así que, supuestamente, había cinco supervivientes. Y en la superficie de Sartos IV se encontraban cuatro de ellos. Sonrió quedamente. El mismo número que los componentes actuales de la Escuadra Azul.

La asociación surgió espontáneamente. ¿Quién sería quién? Buscó rasgos en ellos, pero sabía que sería difícil. Además que entre ellos sus cometidos eran iguales. En cambio, en su antiguo Comando, cada soldado disponía de ciertas tareas específicas. Continuó rememorando, y asintió imperceptiblemente al darse cuenta de otro detalle insalvable. Uno de sus antiguos camaradas había sido una mujer.

Gracias a la cual habían podido sobrevivir. La mejor líder que había tenido ningún Comando.

Ella…

Aún tenso, el sargento Danker se removió incómodo en el asiento. Los hombres continuaban atentos, con la mirada perdida.

…¿La había amado?¿O tan sólo había sentido tal cantidad de admiración que lo había confundido con amor?¿Por qué no había llenado de odio su corazón el verla en brazos de otro hombre?...

-¡Sargento, el Chimera Rojo Uno se está escorando. Se ha salido de la carretera y está desacelerando! –Gritó el conductor por un altavoz sujeto al techo del vehículo.

Con un movimiento eléctrico, el sargento Danker se puso en pie. Se colgó el comunicador en el cinturón y desenfundó su pistola láser. Una media sonrisa surcó su cara deformada antes de hablar.

-Hermanos, salgamos fuera. Aunque probablemente será alguna idea peregrina del sargento Barbon, aseguraremos la zona. Somos la Escuadra Azul. Somos la primera línea de ataque. Somos la primera línea de defensa. ¡Detenga el vehículo, piloto!

Los hombres detrás del sargento calaron sus armas. El zumbido de carga y adecuación de energía de los rifles láser reverberó levemente. Cuatro chasquidos revelaron que los seguros habían sido pulsados. Los hombres estaban listos. Su respiración lo decía.

Después de tanto tiempo, el sargento Danker lo sintió. Sus hombres estaban totalmente con él. Lo seguirían hasta la muerte, de ser preciso. Así que, con un escalofrío contenido, entendió algo que le había sido esquivo mucho tiempo. No le hacía falta llegar a Fuerte Victoria. Ya estaba en casa. Se sentía rodeado de hermanos. Y eso era suficiente para completarlo. Su vida era la guerra. Y continuaría siéndolo hasta la muerte.

Ya estaba en casa.

El portón blindado cayó mientras el vehículo desaceleraba. La escuadra Azul salió al exterior como un solo hombre.

+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

La caravana continuaba su avance a velocidad constante. Con la formación que había seguido desde el inicio de su viaje. Liderada por el Chimera Rojo Uno, al que seguían los camiones Rojo Dos, Rojo Tres y Amarillo Dos. Tras éste último transporte de civiles venía el Chimera Amarillo Uno, seguido de los camiones Amarillo Tres, Azul Dos y Azul Tres. Cerraba la marcha el Chimera Azul Uno.

La hilera de vehículos estaba ya a la altura de la capital planetaria. Edificaciones arrasadas, hundidas entre escombros, retorcidas y desoladas eran testigos silenciosos de su avance. El aire enrarecido que cabalgaba impunemente por la ciudad hacía danzar el polvo muerto, que salía como putrefactas bocanadas por las aberturas de los edificios derruidos.

La vista se disimuló cuando la carretera llegó a una pequeña garganta. La loma tallada, de escasamente una decena de metros de altura, con su pared llena de largos cortes, se encontraba prácticamente envuelta en tela metálica oxidada, puesta en un principio para evitar desprendimientos sobre el asfalto. La falta de mantenimiento la había rasgado en algunos puntos, y pequeños aludes de tierra y roca habían inundado parcialmente la carretera.

La vista de la afilada sucesión de rocas continuaba durante un par de kilómetros. Tapando la deprimente visión de la cuidad muerta. Escondiendo el gigantesco sepulcro profanado tras de sí.

Contrastando de un modo impactante, al lado derecho la vista cambiaba. Se encontraba un pequeño descampado, repleto de matorrales salvajes, donde permanecían algunos árboles dispersos. Naturaleza exuberante y viva se mecía bajo el viento cada vez más persistente.

El Chimera Rojo Uno desaceleró lentamente. Con la determinación de un carro blindado, se salió del asfalto y se introdujo en la zona verde. Arrasó los matorrales a su paso, revolviendo la tierra y dejando profundos surcos en el barro. Cuando se había desviado de la carretera menos de una decena de metros se detuvo. Al lado de un árbol que se mecía al compás del viento.

El resto de la caravana, tras un momento de duda, lo imitó.

Pasando unos escasos segundos, el portón del Chimera Rojo Uno cayó a plomo al suelo. El sargento Barbon desembarcó del vehículo a toda prisa. Las hierbas salvajes le llegaban a la pantorrilla, así que avanzó medio corriendo medio tropezando hacia el Chimera Amarillo Uno, donde descansaba Gabriel.

A medio camino el rollizo sargento vio como desde el Azul Uno surgían los hombres del sargento Danker, tomando posiciones de defensa rápidamente. Le sorprendió la fuerte sensación de agresividad que emanaba de la escuadra. Pero la ignoró. Quizá en otra circunstancia, aun a sabiendas de que sería hasta peligroso, se habría reído ante la esperada reacción de su camarada.

Sin resuello, pero sin rebajar el ritmo de su irregular carrera, hizo varios gestos con los brazos al sargento Danker, hasta que captó su atención.

Indicándole que no había peligro.

Pidiéndole que viniera él solo al Amarillo Uno.

Sabía que quedaban tan sólo un par de horas de viaje para llegar a Fuerte Victoria.

Pero la información de la que disponía era de importancia máxima.

+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

Los tres hombres estaban en la parte trasera del Chimera Amarillo Uno. El portón blindado estaba en el suelo.

Uno de ellos se encontraba sentado en el interior del vehículo, mientras una chica le ayudaba a mantenerse erguido. Otro se mantenía de pie, con los brazos cruzados. Y el tercero trotaba nerviosamente de un punto a otro, haciendo aspavientos con los brazos.

-Tranquilícese, sargento Barbon. –Dijo Gabriel con un hilo de voz. Había mejorado levemente desde la noche anterior. Aunque todavía mantenía su ojo izquierdo tapado, y el derecho inyectado en sangre, su fiebre había bajado. Además, llevaba puesta la cazadora reforzada que había portado cuando había sido abatido encima de los vendajes. Vestía los pantalones de campaña y calzaba las botas reglamentarias.

Pero el rollizo sargento no atendía a razones de ningún tipo. Estaba pletórico. Danzaba de un lado para otro frenéticamente. Sudaba copiosamente. Temblaba mientras las palabras se atropellaban en su boca.

-¿Pero acaso no lo entendéis? ¡Julius lo ha vuelto a conseguir! ¡Han asegurado el Punto de Defensa de Elayana! Ahora tenemos incluso el Decatium Defendum a nuestro favor. ¡Las Fuerzas de Defensa Sartosianas estamos renaciendo! Estamos reconquistando nuestra tierra, por el Emperador…

La llovizna se iba convirtiendo en lluvia. El cielo se rasgó con un grandioso relámpago. Tronó con furia. El sargento Danker, con los brazos cruzados sobre el pecho, levantó la vista al cielo. Se había dejado el chubasquero en el Chimera.

-Este es el punto de inflexión. –Gritó el sargento Barbon. Los ojos alocados le bailaban en sus cuencas. Sus manos eran tensas garras, clamando al cielo. –A partir de ahora, empezaremos a avanzar. ¡Erradicaremos a esos bastardos seguidores de los Poderes Ruinosos! ¡Nuestra será la victoria final!

Quizá se estaba limpiando el escenario.

-¿Pero cómo podemos saber que la información es verídica, sargento? –Preguntó Gabriel, agitando una mano. El sargento Danker, todavía mirando al cielo, asintió.

Los acontecimientos se desarrollaban inevitablemente.

-¡Porque la jodida comunicación ha llegado desde allí, Gabriel! ¡Desde el Punto de Defensa que nos fue arrebatado hace tanto tiempo! ¡No se puede enviar desde ningún otro sitio! Y me han dado datos vitales de la caravana ¡datos que nadie más conoce! – Rugió el sargento Barbon.

Pronto se llenaría de sangre.

El continuo tronar que siguió a sus palabras hizo que el sargento Danker frunciera el ceño mientras escudriñaba el cielo encapotado. Aunque llevaba muchos años viviendo en ese planeta, no estaba acostumbrado a la variante e inclemente climatología.

-Eso ha sido un trueno en condiciones. Jamás había escuchado nada igual. –Dijo para sí. Nunca había sentido que la tormenta rugiese de un modo tan continuo y amenazador.

Bajó la mirada hacia los otros dos hombres. El poderoso retumbar no bajaba de intensidad. Cuando se encontró con sus rostros, un frío terror le caló hasta los huesos. La mirada de sus camaradas estaba perdida por encima de su cabeza. Sus caras mostraban pánico y alarma en partes iguales.

Se dio la vuelta rápidamente.

Y vio como una mole metálica se les acercaba a una velocidad imposible.

La Cañonera ThunderHawk pasó por encima de ellos, rugiendo como una bestia salvaje. Los dorados símbolos imperiales destacaban sobre su blindaje carmesí. El símbolo de dos alas escoltando una gota de sangre en negro aparecía por todas partes.

-¿Qué está pasando? –Dijo Gabriel. Se había levantado y se apoyaba en su pierna sana. Sus ojos estaban abiertos como platos.

El tableteo de armas pesadas apareció de improviso. Desde un punto de algún edificio, fuera de la visión de los sargentos, surgieron decenas de balas trazadoras que iluminaban el cielo y golpeaban con precisión sobre la nave. Agujereando las planchas blindadas con furia. Haciéndola caer envuelta en humo negro y llamas sobre la ciudad muerta.

Y el suelo tembló.

Siete grandiosas columnas de luz rasgaron el cielo inclemente. Los poderosos cañones láser retráctiles de defensa orbital fijados en el interior de la estructura de diez edificios estratégicamente colocados en el diámetro de la ciudad.

El orgullo de Sartos IV. El Decatium Defendum.

Descargando su incalculable poder como el puño de un dios furioso.

Despedazando las nubes y llevando la muerte a los Ángeles Sangrientos.

Confundiendo la razón de los componentes de la caravana. Aumentando su incomprensión.

Ahogando el delator sonido de las tropas que se disponían a asaltarlos.

La Muerte vigila
Envuelta en paciencia
Las piezas ya encajan.
Agita su capa negra.
Da un paso
Muestra su sonrisa eterna
La carnicería ha comenzado
Comienza la cosecha


FIN DE LA SECCIÓN 12: EPÍLOGO

FIN DEL CAPÍTULO II: LA CARAVANA DEL MEDIO MILLAR DE ALMAS.

T&eacute;meme, pues soy tu Apocalipsis.
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&quot;Nena, que buena que est&aacute;s... &iquest;te vienes a... matar humanos?...&quot;

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15 años 5 meses antes #21657 por Sir_Fincor
Se me ha hecho corto este epílogo comparado con el otro pero se ve claro que has llegado al climax de tu narración, has sido muy sutil con las frases en cursiva del caos pero me gusta.
Por privado te he puesto un par de errores técnicos xd
P.D. Ya puedes ir buscando una portada para este capítulo xddd y pensando en el nombre del siguiente!

Envio editado por: Sir_Fincor, el: 2008/11/11 10:53

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15 años 5 meses antes #21762 por Ragnar
A mí también se me ha hecho corto, pero sin bajar la calidad un ápice.

Espero con impaciencia el próximo capítulo!

Un saludo y gracias.

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