Capítulo 1: La Estatua del Alado.

15 años 11 meses antes #11200 por Darth Averno
SECCIÓN 7: RELIQUIA

El cubo de gris ceramita, descansando indolentemente en el centro de la plaza, repetía el flujo constante de iluminación de sus runas repartidas por sus costados. Variaba desde tonos ocres hasta el mismo blanco en una impredecible secuencia. Mantenía con vanidad a la impoluta holoimagen del Primarca de los Ángeles Sangrientos, el Bendito Alado, el cual miraba con orgullo el tesón, la fuerza y la voluntad de sus hijos, enfrentados en el honor eterno del combate.

La antigua reliquia, encontrada en un Pecio Espacial como una brillante recompensa entre una aglomeración de podredumbre y contaminación alienígena, había mostrado una tozudez inquebrantable. El Espíritu Máquina tan sólo había despertado a bordo de la Letanía de Sangre, por motivos incomprensibles para los grandes Tecnomarines que habían intentado alinearse con su alma, en un fallido intento de amortizar el número de bajas de leales hermanos de la Primera Compañía.

Engullida en el torrente de la grave agitación en el seno del Capítulo por la Caída de Althan el Diestro y la exterminación del Contingente Ala Carmesí, la reliquia había acompañado a la Letanía de Sangre en su designación a transporte para la Sexta Compañía. Se había convertido en un objeto relegado a bordo de un Crucero de Asalto dispuesto para una Compañía de reserva. Un artefacto tachado de elemento inservible proveniente de la Antigüedad, olvidado nuevamente en una bodega. Esperando pacientemente a que las insondables líneas del destino le hicieran encontrarse con el Tecnomarine Marcus casi veinte años estándar después.

El tecnosacerdote del Dios Máquina se había sentido inmediatamente atraído por la reliquia abandonada. Había desplegado una increíble capacidad de estudio y voluntad, compaginando su entrenamiento como hermano de batalla y su progresión en la adoración al Omnissiah con un severo trabajo sobre la Búsqueda de la Fe. Finalmente, tras un largo y arduo camino, había conseguido acceder tenuemente al Espíritu Máquina. A aquello que era el alma de la Antigüedad perdida. A aquello que le hablaba del Omnissiah en su propio lenguaje.

Muchos de los Tecnomarines más veteranos del Capítulo de los Ángeles Sangrientos se habían sentido ultrajados ante la audacia de un servidor del Dios Máquina de nivel inferior. Motivo por el cual el Tecnomarine Marcus había visto como su trabajo había sido desdeñado por muchos de sus superiores, tachándolo como una serie de afortunadas casualidades más que debido al tesón y la fe del Tecnomarine. Aunque sus progresos habían sido incluso presentados ante la Cúpula de Mando de los Ángeles Sangrientos, el hallazgo tan sólo se había convertido en una fuente de tensión y conflicto de intereses.

Por tanto, el Señor de los Ángeles Sangrientos había demostrado una vez más su carisma y su fuerza uniendo los corazones de los Hijos de Sanguinius, pudiendo así conservar la frágil calma conseguida después de la Caída de Althan. Después de estudiar profundamente los informes tanto de Marcus como del resto de los Tecnomarines, Lord Dante había dictaminado que la mayor utilidad de la reliquia, además de cómo elemento de adoración, residía en su posible manejo como herramienta para el entrenamiento de tropas de línea.

La limitación que adolecía la Reliquia, la cual permanecía inerte salvo en proximidad del Crucero de Batalla Letanía de Sangre, había restringido su uso a la Sexta Compañía. Lord Dante había asignado a Marcus a dicha Compañía, permitiéndole así continuar su estudio. Además, había evitado informar al Imperio sobre el hallazgo de la Reliquia, puesto que era un “elemento sin importancia real”. Esto había calmado al resto de los Tecnomarines más veteranos del Capítulo, porque así se eliminaba de un modo tajante cualquier especulación sobre su capacidad.

Y el recién ascendido Capitán de la Sexta Compañía, Lariel Heat, lo había tomado como un gran honor.

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Y ahora, por fin, la Búsqueda de la Fe estaba siendo empleada lejos de su sistema natal por primera vez. El Capitán sentía una gran satisfacción, junto con un cierto alivio, al ver que todo estaba funcionando convenientemente. Estaba demostrando de un modo sistemático que era apropiado para lidiar con toda la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros.

Entrecerrando los ojos, sin poder contenerse, se cercioró nuevamente que tanto el Tecnomarine como el Sacerdote Sangriento estaban totalmente absortos en las pantallas, comprobando los informes generales sobre los datos que recibían en sus monitores específicos. Lariel Heat podía ver la concentración en el rostro arrugado del Sacerdote Sangriento. El lenguaje corporal del Tecnomarine le decía lo mismo. Ninguno de ellos había dado ningún tipo de alarma.

Por otro lado, el Bibliotecario había prendido una pequeña vela de color rojo envuelta en una ininteligible escritura de color morado en su parte de la Mesa de Mando. Era una costumbre que realizaba constantemente. Se mantenía totalmente concentrado en una tarea ayudado por la danzante llama anaranjada. Esta era una de tantas manías que adolecían los Bibliotecarios, ya que no permitía que nadie se dirigiera a él hasta que el fuego se hubiese extinguido. Y ahora la llama reflejaba oscuras formas en los ojos del Bibliotecario Lartos Oniasen, mientras éste también prestaba total atención al entrenamiento.

El Capitán se permitió recostarse lentamente sobre el Trono de Mando, hasta que el generador de su servoarmadura, que se hallaba sobre su capa, encajó suavemente en las hendiduras precisas del respaldo de piedra negra. Cruzó sus manos blindadas por los guantes de su servoarmadura haciendo un puente bajo sus ojos. Sintió el tranquilizante olor de los aceites sagrados con los que se habían imbuido las articulaciones de los dedos acorazados. Notaba cómo volvía a recuperar la concentración después de la huída sin sentido del excéntrico Capellán.

Veía reflejado en el entrenamiento de ambas escuadras las ideas enfrentadas de ambos guerreros. Mientras el Capellan Gorian defendía el combate físico y la destreza de las armas como único modo de avanzar en la batalla, el Capitán Lariel Heat prefería el fuego de las armas y la precisión de los tiradores, algo poco común en los Ángeles Sangrientos. Esa era una de tantas fuentes de discusión entre los dos componentes de la Cúpula de Mando de la Sexta Compañía. Además, como quitándole la razón de un modo macabro, la Primera Escuadra iba perdiendo, pensó haciendo una mueca.

Obviamente, el combate no había terminado, por lo que no había nada definitivo. Ninguna de las dos escuadras había logrado su objetivo. Además, Lariel Heat creía que la estrategia de Balisto Dulay era más acertada que la de Morton Leen. Era todavía pronto para precisar el cómo se desarrollarían los acontecimientos. Los riesgos que ambos sargentos habían corrido eran elevados, pero ambas tácticas eran totalmente lícitas para alcanzar la meta de la misión.

Se fijó nuevamente en las pantallas. Disponía de una imagen en tiempo real de cada uno de sus veinte hombres desplegados, además de que veía en los mapas de situación bidimensional a los diez puntos negros y los diez azules pertenecientes a las dos escuadras. Menos los que habían cambiado su color a un discreto tono gris, para mostrar las bajas.

No eran bajas reales, ya que era una Compañía de reserva, y su tarea era formar y preparar a los marines espaciales que pasarían a las Compañías de combate. Torció el gesto un instante al recordarse de un modo consciente que él también estaba aprendiendo. De hecho, era la primera vez que dirigía a una fuerza de Ángeles Sangrientos fuera del cinturón del sistema Baal, aunque fuese únicamente con motivos de entrenamiento.

Desechó la punzada que sentía siempre que empezaba a analizar los intrincados caminos que habían seguido los componentes de la Sexta Compañía actual. Suspiró mientras rememoraba la incompresible traición del Capitán Althan y su Cúpula de mando, y cómo habían asestado una desgarradora puñalada a sus hermanos Sangrientos.

Cortó su línea de pensamientos conforme un nuevo punto, esta vez azul, se tornó gris. Una nueva baja. El líder del segundo grupo de combate de la Calavera Azul, el hermano Nuctus, había caído ante la certera puntería del veterano Balisto.

Quedaba suficiente entrenamiento. Todavía ocurrirían acciones que analizar y disfrutar.

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Gracias a la controvertida reliquia se podía hacer una simulación casi perfecta del combate no físico. Tecnológicamente hablando, la Búsqueda de la Fe era realmente un complicado sistema de modulación de datos que reforzaba la señal de los emisores de las servoarmaduras que se encontraban dentro de un radio de hasta diez kilómetros.

Esa señal ampliada permitía su utilización para diversos motivos. Debido a que la reliquia había quedado a cargo de la Sexta Compañía, Lariel Heat había permitido al Tecnomarine que le añadiese ciertos componentes, siempre bajo la máxima ceremonia y con extrema precaución para que no afectara al espíritu máquina latente.

Llegados a ese punto podían recibir las imágenes captadas mediante los visores de sus tropas desplegadas, hasta un máximo de unas treinta unidades, en tiempo real. Además, debido a que utilizaba un sistema de modulación de señal propio, no era preciso pasar por el canal psíquico. No hubiese sido posible ni enviar ni gestionar tal cantidad de información de modo instantáneo por el sistema de psíquicos de la Letanía de Sangre, además de que someterlos a tal cantidad de presión podría haber agotado a algunos de ellos hasta el punto de su muerte. Así que la Búsqueda de la Fe enviaba una señal autónoma suficientemente potente como para recibirla en la nave de un modo limpio.

Por otro lado, el Tecnomarine Marcus había añadido un módulo para aprovechar esa potencia en el campo de la simulación. Las servoarmaduras que estaban en el radio de alcance de la reliquia, bajo una previa configuración, entraban automáticamente en sistema de “entrenamiento”. Este sistema consistía que los componentes de soporte vital de cada armadura enviaban datos constantes a la reliquia, y ésta los devolvía al resto de las armaduras, consiguiendo así una simulación de combate casi perfecto.

Los Adeptus Astartes apretaban el gatillo de su bólter contra un enemigo y a la vez hermano. Los cargadores estaban vacíos, pero la servoarmadura registraba la simulación del disparo y lo enviaba a la Búsqueda de la Fe. La reliquia resolvía si el disparo impactaba y el soporte vital de la armadura del herido calculaba el daño recibido por su huésped.

La Sexta Compañía había utilizado ese sistema para resolver asaltos y defensas en los trillados campos de entrenamiento de Baal Secundus. Pero habían creado cierta confusión entre sus hermanos de otras Compañías de reserva, sobre todo cuando entraban dentro del radio de acción de la reliquia y veían que su apreciada servoarmadura no funcionaba de un modo correcto, o sufrían graves y molestas interferencias en sus sistemas vitales.

Así que Lariel Heat iba a aprovechar el nuevo entorno del planeta Sartos IV, clasificado como “Ruina Imperial”, para probar la mejora que habían conseguido implementar aunando esfuerzos el Tecnomarine y el Sacerdote Sangriento. Lejos de las suspicacias de cualquier otro componente del Capítulo y con total beneplácito de la Cúpula de los Ángeles Sangrientos, se disponían a comprobar si habían conseguido alcanzar un nuevo nivel en la mejora del sistema de simulación.

Hasta el momento habían logrado una ágil comunicación con los sistemas de soporte vital de las servoarmaduras. De tal modo que cuando desarrollaban una acción, hasta el último milímetro de la servoarmadura MK7 sabía qué debía hacer. Los servomúsculos reproducían las pequeñas sacudidas del retroceso del arma. Cuando recibían un impacto sentían la inercia del golpe, e incluso cuándo el proyectil debería haber traspasado las placas auto-reactivas o las cubiertas exteriores de ceramita entrelazada y plastiacero el soporte vital hacía que el Adeptus Astartes sintiese un dolor afín a la cantidad de daño estimada.

Desafortunadamente todo ese proceso era peligroso, como bien comprendía toda la Cúpula de Mando de la Sexta Compañía. Por eso debían estar totalmente pendientes del estado de los marines que estaban combatiendo en el planeta. Cuando el daño era suficientemente masivo, la propia servoarmadura suministraba una dosis de droga para la preservación, sirviendo esto para dejar al marine en un estado letárgico, pudiéndose considerar una baja.

Lariel Heat temía especialmente esa parte. No quería suponer qué ocurriría si una servoarmadura decidía que los daños eran tan altos que requería un suministro de dolor y droga intensivo. Resultaría realmente trágico, a la vez que irónico, el que un Adeptus Astartes pudiese ser asesinado por el sistema de preservación vital de su servoarmadura. Aunque la más oscura posibilidad era que se desatara la Rabia Negra cuando la tensión de un hermano hubiese llegado al máximo. Le resultaba una idea aterradora.

Pero el Sacerdote Sangriento Sammael, encargado de monitorizar las constantes vitales de los Adeptus Astartes desplegados, continuaba con sus ojos de rapaz fijos en las pantallas, sin que nada le hubiese hecho detener el inquietante movimiento de su exanguinador. Lariel Heat lo tomaba como una buena señal que ningún imprevisto hubiese acontecido todavía. Era realmente satisfactorio que no se hubiese tenido que suspender el entrenamiento. Todo estaba funcionando apropiadamente incluso después de registrar cuatro bajas, las cuales habían apagado otras tantas holopantallas de la Mesa de Mando.

Volviendo a concentrarse en espiar todos y cada uno de los movimientos de sus aguerridos combatientes, los ojos azules del Capitán se clavaron en una pantalla en particular. Observó por los visores del marine Nolial, de la Segunda Escuadra, cómo cogía diestramente puntería con el rifle de fusión casi a la carrera para disparar sobre el sargento en armadura de Exterminador a una distancia considerable. Aunque el arma especial estaba realmente descargada, en el visor del marine aparecía una simulación casi auténtica de la estela del temible rayo calorífico, y el certero impacto en la parte dorsal de su objetivo.

Inmediatamente la sagrada servoarmadura Táctica Dreadnought salía despedida hacia delante a gran velocidad, cayendo al suelo y arrastrándose unos metros levantando una gran polvareda, para finalmente perder la inercia y quedar inmóvil en el suelo.

Lariel Heat hizo una mueca detrás de sus guanteletes cruzados. Esta última acción se podría convertir en un auténtico desastre para la Primera Escuadra. La balanza se estaba decantando rápidamente hacia los hombres de Morton Leen. Ahora disponían de una ubicación más ventajosa para la consecución del objetivo, además de mayor cantidad de fuerzas.

El Capitán suspiró alicaído intuyendo la próxima discusión que le tocaría mantener con el Capellán Gorian sobre el aspecto de la superioridad del combate frente al disparo. Ya había acontecido tal situación en el último entrenamiento en Baal Secundus, donde la Calavera Azul había barrido a la Negra debido tanto a un error de cálculo del sargento Balisto como a un compendio de desafortunadas casualidades.

Como a sabiendas del cambio en los acontecimientos, el portón de acceso al Puente de Mando se abrió con un chasquido para dejar paso al Capellán Gorian Anderson.

Sonriente.

Al Capitán no le gustó en absoluto.

FIN DE LA SECCIÓN 7: RELIQUIA

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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15 años 11 meses antes #11211 por Grimne
Respuesta de Grimne sobre el tema Ref:Capítulo 1: La Estatua del Alado.
Pues la historia muy chula, pero veo un poco [i:69zpabqg]exagerado[/i:69zpabqg] el uso de las cursivas. ;)

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15 años 11 meses antes #11307 por Darth Averno
Grimne escribió:

Pues la historia muy chula, pero veo un poco exagerado el uso de las cursivas. ;)


Jejeje... al menos una crítica...

Las cursivas las empleo para tres tipos de palabras...

1.- Para nombres de vehículos, objetos especiales, Letanía de Sangre, Deber Ineludible...

2.- Para acepciones no muy correctas: amortizar el número de bajas de leales hermanos, la huída sin sentido del excéntrico Capellán...

3.- En palabras que me piden (:whistle:) mayor énfasis... (el resto...)...

Me resulta curioso, porque en otras partes me han criticado el tempo de la historia... pero nunca nadie había dicho nada de las cursivas... ¿En qué te parecen excesivas?

Espero que el hecho de mis contactos con las altas esferas de la mafia italiana no te coarten para contestarme... :woohoo:

Un saludo...

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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15 años 11 meses antes #11336 por Grimne
Respuesta de Grimne sobre el tema Ref:Capítulo 1: La Estatua del Alado.
Pues Darth, veo que el uso menos guay sería el 2º que has puesto, simplemente creo que una vez muy de vez en cuando está bien, pero 8 o 10 (No los he contado) por capítulo es demasiado. Supongo que todo recurso literario [i:21ahod0l]exótico[/i:21ahod0l] pierde efectividad si se usa muy a menudo.

¡Sigue adelante! ;)

[img:3ppbkf6b]http://img33.imageshack.us/img33/6517/firma2joy.jpg[/img:3ppbkf6b]

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15 años 10 meses antes #11739 por Darth Averno
SECCIÓN 8: DETERMINACIÓN

El sargento Balisto cayó al suelo envuelto en una polvareda, mientras el dolor de desgarraba el costado. Embotado por el brutal aturdimiento notó una presión grave en el pecho mientras intentaba inhalar aire. Las continuas descargas de dolor le hacían rechinar los dientes.

Los visores de su armadura le mostraban una serie de alarmas, runas e imágenes de un modo alocado. Un pequeño gráfico mostraba una reproducción de la coraza con casi todas las zonas del tronco en color rojo. Demasiados sistemas dañados de un modo simultáneo. La lesión había sido terrible. El dolor era consecuente.

Quedó boca abajo, inmóvil, intentando rehacerse del atroz impacto. El dolor no remitió en demasía, pero el Astartes lo empezó a superar y pudo comenzar a pensar.

Entre todas las señales que titilaban en sus visores, una nueva runa brillaba fuertemente. La runa que implicaba la finalización del adiestramiento. La runa que pararía el dolor y le dejaría descansar hasta el desenlace del entrenamiento.

Notaba que los ojos se le empañaban con lágrimas. Cada vez le costaba más inhalar aire. Escuchaba los gritos lejanos del táctico Eware, malgastando sus últimas fuerzas a sabiendas de que había fallado cubriendo a su sargento. También recibía las preocupadas palabras de Vaneo por el intercomunicador. Aunque todo eso le parecía terriblemente lejano. Los sentidos se le iban apagando por mucho que pugnara por respirar y permanecer consciente.

Una “simulación real”. Una maldita simulación le volvía a dejar como un perdedor. Exhaló aire entre sus dientes apretados. Otra descarga de dolor lo hizo gemir y retorcerse. Estaba al límite de sus posibilidades. Cada vez le costaba más continuar respirando. Maldijo mentalmente a sus adversarios.

Viéndose en tal situación, no podía evitar que su orgullo, acumulado por una vida militar ejemplar, le atormentara. Había sido un explorador modelo, disciplinado y metódico. Había estado entrenando durante años para tener la oportunidad de combatir realmente. Había llegado más lejos que nadie para ser ascendido a sargento. Había demostrado una capacidad superior a casi todos sus hermanos para conseguir el incomparable honor de vestir una Sagrada Armadura Táctica Dreadnought. Había perdido casi todo su cuerpo humano en un Pecio Espacial y había conseguido volver al combate activo. Y ya había pasado los dos siglos y medio de vida como un orgulloso guerrero.

Los disparos del grupo de combate enemigo arreciaron contra la barricada defendida por Eware. Los adversarios lo daban ya por eliminado. Un nuevo latigazo le sorprendió. Por el Emperador, el dolor no bajaba de intensidad. El aire ardía al entrar en sus pulmones modificados.

Sentía que se le paralizaban los miembros.

Respirar.

Dolor.

Mientras continuara respirando, significaría que estaba vivo.

La consciencia le golpeó salvajemente. Se dio cuenta que estaba pensando como aquella vez. Como cuando llegó hasta el límite que podía llegar un defensor del Imperio de la Humanidad. Como cuando la misma Muerte, envuelta en su sudario negro y con su sonrisa eterna, se había entretenido con su agonía. Para finalmente no dejarle caer su afilada guadaña.

Respirar.

Dolor.

Todavía estaba vivo.

Los horrendos Genstealers habían diezmado su escuadra de Exterminadores. Los angostos pasillos del Pecio Espacial habían sido la injusta tumba de sus valientes hermanos.

Respirar.

Dolor.

Continuaba vivo.

Los Auspex habían fallado. Habían estado perdidos en esa maldita conglomeración de naves espaciales condenadas. Habían vagado desorientados y sentenciados a expiar sus culpas en la fría oscuridad.

Respirar.

Dolor.

Continuaba vivo.

Cuando la espalda de su servoarmadura había tocado la pared en aquella última sala, las almas errantes de las miles de víctimas de las abominaciones le habían susurrado, entre risas, que se rindiera para unirse a ellas.

Respirar.

Dolor.

Continuaba vivo.

Pero Balisto Dulay había declinado la invitación. Había disparado hasta que sus cargadores se habían vaciado. Había continuado luchando físicamente, de espaldas a la pared, mientras las garras de las criaturas le arrancaban y despedazaban las planchas de ceramita. Mientras su cuerpo humano iba siendo paulatinamente descuartizado.

Respirar.

El dolor no era tan grave.

Y había continuado luchando. Los fluidos de su sagrada coraza se habían mezclado con su sangre. Las lascas de ceramita habían abrazado las astillas de sus huesos. No había existido un pasado ni un futuro. Tan sólo había existido el combate continuo hacia el ocaso de su existencia.

Continuaba vivo.

No había desfallecido en aquel entonces. Las almas habían vuelto a gritarle, furiosas. Las abominaciones no habían cejado en el empeño de finalizar su voraz tarea. Pero el humano no había sucumbido. Había pensado únicamente en respirar.

Y en exterminar a sus enemigos.

Respirar.

El dolor sería soportable.

Exterminar.

Continuaba vivo.

No había caído en aquel entonces. Había rezado a su Primarca, buscando Su Guía. Había gritado a sus hermanos que apareciesen en su auxilio. Incluso le había suplicado a las almas de los muertos que lo ayudaran a continuar vivo. Pero su Primarca no le había ayudado más allá de hacer hervir la sangre de sus venas. Sus hermanos se habían martirizado buscándole infructuosamente. Y las almas se habían mofado de él. Le habían dicho que estaba loco. Le habían chillado que estaba condenado. Aún así, Balisto había continuado resistiendo. Sus golpes habían continuado arrebatando las vidas de las abominaciones una tras otra. Los cadáveres se habían amontonado a sus pies. La Muerte había reído a carcajadas.

Respirar.

El dolor no era importante.

Exterminar era su deber.

¡Por el Emperador y Sanguinius, estaba vivo!

Había salido en aquel entonces desde las ardientes puertas del Infierno. Había muerto y había vuelto a la vida en un oscuro pasillo de una nave abandonada, perdida en las frías profundidades del espacio. Había demostrado que no sabía rendirse. Había demostrado que no sabía morir.

¡No iba a consentir caer en un maldito entrenamiento de simulación real!

Profundamente dentro del dolor volvía a notar cómo le hervía la sangre. Su cuerpo volvía a comportarse como cuando era un componente completo de la Primera Compañía. Sus sentidos mermados se resistían a desaparecer, y su determinación inquebrantable se filtraba por cada milímetro de su ser. Su cuerpo estaba roto. Pero la valiente alma del guerrero continuaba intacta, gritando con una insaciable sed de sangre.

Conocía los riesgos que conllevaba la decisión que había tomado. Pero ya no importaba. Estaba sentenciado. Danzaría en la resbaladiza línea de la perdición eterna. Cumpliría su deber a expensas de su humanidad si era necesario. Volvería a exprimir sus posibilidades hasta el límite vital. Su conciencia se había cimentado de un modo indestructible.

Hacía tanto tiempo, en aquel entonces, cuando todo había finalizado, las almas habían callado y se habían retirado decepcionadas. Él había continuado centrado únicamente en respirar, saboreando su merecido descanso. Pero los focos de otra escuadra de Exterminadores habían aparecido por el mohoso pasillo, disparando muerte candente a las pocas bestias supervivientes. Arrollando todo a su paso.

Entonces la Muerte se le había acercado y le había tocado la cara con sus frías manos. Las cuencas llenas de oscuridad eterna le habían mirado profundamente a los ojos, para, mostrándole su sonrisa sin humor, despedirse con la aseveración de que volverían a encontrarse.

Con una nueva y ardiente inhalación, el sargento cerró los puños. Su Puño de Combate, la deforme mano que tanta sangre enemiga había bebido, cerró sus dedos metálicos en el suelo, reduciendo la piedra y los escombros a polvo. Las devastadoras oleadas de dolor estaban controladas por su férrea determinación.

Respirar una vez más. Continuar cumpliendo su deber.

Exterminar.

Envió la orden a su coraza. Su fiel compañera que había sido su ataúd de muerte y reencarnación. Allí donde el metal, los fluidos, los nervios metálicos, la munición y la energía se fundían como una extensión de su propio cuerpo. Aunque su carne estaba paralizada, el metal se movería bajo las órdenes de su mente. Todas las rutinas habían comenzado su proceso. Y sabía que las soportaría.

¿No querían simulación real? Pues se iban a encontrar lo que hubiese pasado en un combate a muerte real. Iban a comprobar la furia de un auténtico hijo de Sanguinius. Iban a comprobar hasta dónde llegaba el alma del veterano Ángel Sangriento.

Soportaría el dolor, pensó con una fiera mueca. Puso los ojos en blanco y empezó a gritar irracionalmente mientras la rutina se completaba y las runas cambiaban de color rápidamente.

Respirar.

La antigua armadura de Exterminador se empezó a incorporar trabajosamente, ignorando el desgarrador martirio de su ocupante. Los sellos de pureza se mecían al viento, impulsados por los susurros de las almas de la ciudad muerta, que contemplaban asombradas la desgarradora voluntad de su ocupante. Ninguna de ellas le dijo nada, pues la ira emanaba del titán metálico.

Exterminar.


FIN DE LA SECCIÓN 8: DETERMINACIÓN
Bueno... nos acercamos inexorablemente a la parte nueva... ya que petó el hosting conforme se había colgado la sección 9: Cráter... el lunes próximo, más...

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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15 años 10 meses antes #12071 por Darth Averno
SECCIÓN 9: CRÁTER

El sargento Morton Leen sabía varias cosas por la falta de información que sufría en su posición, en el profundo cráter al lado de la holoimagen de su Bendito Padre. Con los dientes apretados, mascullando rápidamente entre esputos una retahíla de oraciones encadenadas, ponía en orden sus pensamientos de un modo voraz.

Por un lado sabía que el sargento enemigo se encontraba en una primera fuerza que estaba enfrente de ellos, ya que si no Nuctus podría haber liquidado a los componentes de la Calavera Negra con cierta facilidad. Además, suponía que su segundo al mando había caído, por lo irregular de los ecos de los disparos que escuchaba. Nuctus era un capaz guerrero de la Azul, fuertemente alineado con el honor del combate físico, pero también era la previsión y la ordenación encarnada.

Su guantelete continuaba arrancando chispazos mientras golpeaba el pulgar blindado contra los dientes de su negra espada sierra. El viento arreciaba por momentos, subiendo la intensidad del susurro eterno de la ciudad a un inquietante aullido. El polvo se convertía en pálidos fantasmas que avanzaban rápidamente por las calles, cambiando a formas amenazantes cuando no se les observaba atentamente. Acechando justo al límite de la visión.

Sintiendo un humor afín al tétrico escenario, el veterano supuso que su adversario también había desplegado un segundo grupo de combate, para efectuar un movimiento de pinza sobre ellos. Aunque Morton Leen lo detestaba, tenía que reconocer que su posición era inmejorable para recibir un asalto y freír a disparos a cualquier atacante imprudente. En ese instante, una nube de fantasmas saltó la barricada y danzó hasta que se golpeó con fuerza contra su armadura, silbando vagamente mientras se deshacía entre gemidos.

Morton finalizó sus rezos y extendió una mano. Sintió la cólera del viento que arreciaba en la ciudad. Incontrolable. Implacable. Sonrió inconscientemente mientras veía desgarrarse las tenues olas de arena que atravesaban sus dedos engarfiados.

–Aramio, a esos cascotes, ahora. –Ordenó cerrando el puño. La experiencia le instaba a tomar ciertas decisiones. Debían cubrir todas las posibilidades. Y un oscuro presentimiento iba tomando forma rápidamente.

-Sí, señor. –Contestó el interpelado. Cambió de posición como una exhalación, con la cabeza baja y el bólter cruzado sobre el pecho. Las granadas que se fijaban a su servoarmadura magnéticamente y a su cinturón repiquetearon mientras se deslizaba los últimos metros, para quedar a cubierto detrás de un pequeño murete de piedras blancas con una forma inquietantemente parecida a cráneos. Apoyó su bólter en la parte más sólida y se quedó quieto, atento a las oscuras calles retorcidas.

-Griph, la posición más elevada.

-Sí, señor. –El más novato del equipo subió hacia la parte más alta de la barricada. El viento arreciaba más allí, ocultando engañosamente a los afilados restos de los armazones metálicos de los antiguos edificios. El sargento comprobó con aprobación cómo el Ángel Sangriento sorteaba los peligros y avanzaba rápidamente. Finalmente, encontrando una buena posición, conseguía parapetarse de un modo eficiente. Perfecto.

-Selus, nuestra retaguardia.

-Sí, señor. –El irascible e incontrolable táctico, que había acompañado al sargento de su migración desde la Séptima Compañía, con todas las bendiciones de sus anteriores sargentos y capitanes, obedeció inmediatamente la orden alcanzando una posición fortificada. Morton sonrió al acordarse de sus antiguos superiores. Estúpidos. Debían conocer el alma de sus hombres para que estos obedecieran. Casos como el rebelde de Selus eran excepcionales, pero cuando encontraban un guía a seguir, se volvían auténticos fanáticos leales. Y Selus había encontrado a su anhelado tutor en el iracundo sargento.

Morton Leen entendía a medias las explicaciones en las que se proclamaba que la lealtad debía estar enfocada al Capítulo y al Imperio, no a los componentes individuales. Conocía el peligro de que un líder vacilara al borde del abismo, vistiéndose con el raído sudario de la Traición, y dirigiera a un grupo de hermanos a la Caída Eterna de la Condenación.

Pero Morton sabía que él nunca caería. Antes se arrancaría las mismas entrañas con sus manos desnudas que dejaría que el Caos lo corrompiera. No había ningún resquicio en su sólido fanatismo. No había nada que lo tentase. No había nada que deseara. No había nada que temiese.

Giró la cabeza como un relámpago cuando vio que el tirado láser, que no había movido un músculo durante los últimos veinte minutos estándar, se encorvaba tensamente sobre su arma. Se deslizó como una serpiente hasta él, siempre cubierto por la desigual barricada, mientras más fantasmas resbalaban nuevamente por las planchas de ceramita carmesí de su armadura.

–He visto durante un instante a un objetivo, señor. Ha corregido su movimiento y se ha salido de mi ángulo de disparo. Portaba un cañón láser. –Recitó Iland sin separar el visor de la mira de su arma láser.

Morton inhaló aire muy lentamente. Estuvo a punto de agarrar al tirador láser y levantarlo en volandas. Se contuvo cerrando los puños, a sabiendas que esa acción podría condenarles. Ahogó una maldición mientras se lamentaba que su tirador sufriese una enfermedad realmente grave. Aunque era hábil y paciente, además de estar bendecido con una puntería excelente, tenía una total fijación con la munición. No gastaba ninguna de sus células láser si no era para producir una baja enemiga. Loable en un largo combate. Estúpido en un entrenamiento, máxime cuando sus células de energía ya estaban vacías.

–Si le vuelves a ver, dispararás sin dudar, tirador. –Ordenó sin poder evitar que su voz estuviese cargada de ira contenida.

–Correcto, señor. Aseguraré la baja.

Morton apoyó la espada sierra en la junta entre el hombro y el casco del tirador con los dientes hacia dentro, haciendo cierta presión. Tan sólo debería pulsar el gatillo de su arma para decapitar limpiamente a su protegido. Acercó su cabeza descubierta y curtida por cientos de batallas al aséptico casco carmesí, aun a sabiendas que el Astartes le escucharía más por el intercomunicador que por su armadura sellada. Cuando tuvo la boca relativamente cerca de la lente verde del tirador, comprobó con satisfacción que el casco se giraba milimétricamente hacia él.

-Dispararás sin dudar, tirador. –Las palabras brotaron de un modo suave, bajo y bastante más lento de lo habitual. No era una orden directa. Era una premonición inevitable. El sargento pudo sentir un suave estremecimiento en el marine.

-S… sí, señor.

Morton mantuvo su furibunda mirada contra el impasible visor verde durante unos breves instantes más. Finalmente, soltando una imprecación que rozaría la herejía, la cual estremeció nuevamente al tirador, se alejó lentamente volviendo agazapado al centro de la barricada. Tendría una charla con algunos de sus hombres cuando hubiesen machacado finalmente a la Calavera Negra. Una desagradable charla.

Llegó al centro de su posición y repasó la situación. Continuaban teniendo ventaja. Pero no esperarían sin más. Eliminarían por completo al enemigo, y así asegurarían la victoria sin ningún resquicio al fracaso. Vio por el rabillo del ojo como el tirador volvía a tensarse, a la vez que chillaba.

-¡Veo al Exterminador, señor!

-¡Fuego! –Rugió Morton.

El cañón zumbó poderosamente mientras simulaba la descarga del letal haz de energía, al azul blanco, el cual duró unos instantes antes de desaparecer repentinamente.

Morton ya corría hacia el tirador. Quería ver cómo salía despedida la armadura de exterminador rebotando por las ruinas. Una desagradable sonrisa enfermiza surcaba su rostro.

– ¡Derribado, señor!... –Empezó a decir el tirador con tono triunfal.

El sargento se puso detrás del hermano Iland, ansioso por ver caer a su enemigo. Tardó una décima de segundo en comprender la realidad de la situación

-… ¡Oh, mierda! –Dijo.

FIN DE LA SECCIÓN 9: CRÁTER
Hasta aquí llegó el relato la otra vez... se acabó el recordar todo lo que se escribió, y continuaremos por nuevas secciones... Espero vuestros comentarios a partir de ahora!!!...;)

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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