Capítulo 1: La Estatua del Alado.

15 años 11 meses antes #10171 por Mph2
Respuesta de Mph2 sobre el tema Ref:Capítulo 1: La Estatua del Alado.
Yupiiii!!! Vuelve la magnifica novela!

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"¡El Pacto Sangriento, no te jode!"

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15 años 11 meses antes #10273 por Darth Averno
SECCIÓN 4: OBSERVACIÓN

El amplio puente de mando de la Letanía de Sangre se encontraba siempre en penumbra. La verdosa luz de la multitud de pantallas que llenaban la instalación era el único foco luminoso de la estancia. Decenas de servidores recorrían la sala, trabajando sobre el incesante flujo de datos que recibían de los monitores. Conectaban sistemáticamente sus cuerpos ya tan alejados de la humanidad a cualquiera de los innumerables dispositivos que se encontraban dispersos. Los datos que mostraban las pantallas cambiaban constantemente, tanto listas interminables de números, símbolos y runas ininteligibles, o gráficos fluctuantes, los cuales eran interpretados por los servidores para desarrollar su sincronizada danza con matemática precisión.

Unos pocos metros por detrás de ellos, rodeado por un amplio mostrador repleto de pantallas y resúmenes de los datos trabajados, llamado Círculo de Control, se encontraba aquel al que llamaban “Señor Bendon”.
El Señor Bendon era el oficial encargado de trasmitir las órdenes y conseguir que el gigantesco Crucero funcionara como una máquina perfectamente engrasada, puesto definido como Señor de la Nave. Permanecía total y absolutamente concentrado en la información que aparecía de modo incesante. Vestía un impoluto uniforme carmesí de campaña, decorado con detalles dorados en los hombros y en el cuello, símbolos de su especial rango. Aun siendo un hombre de mediana edad, su rostro se mostraba pálido y arrugado. Aunque era de cabello moreno, el color había perdido ya su intensidad, cambiando a un color entre gris y blanco. Permanecía de pie, con las manos cruzadas en la espalda. Emanando una tranquila autoridad.

Al igual que muchos otros aspirantes a convertirse en un Adeptus Astartes, había fracasado en un punto avanzado de su prueba de iniciación. Pero aunque no era un marine espacial en el sentido estricto, era un Ángel Sangriento en esencia. Era totalmente humano, como los cientos de hermanos que se encargaban del resto de honrosas tareas del Capítulo. Pero el Señor Bendon había demostrado una capacidad brillante en todos los campos necesarios para poder convertirse en el Señor de la Nave.

Hombres como él eran necesarios para no malgastar a un valioso Adeptus Astartes en tareas que no fuesen directamente bélicas.

Por detrás del Círculo de Control, a cierta distancia, se encontraba la Mesa de Mando. Una gigantesca estructura redonda de brillante plastiacero en el centro del puente, rematada con detalles en piedra negra pulida. Mientras toda su superficie emitía un leve resplandor, los datos principales se mostraban mediante pantallas holográficas, que titilaban en el aire, revelando la información más importante a la cúpula de la fuerza de Ángeles Sangrientos.

El Capitán de la Sexta Compañía, Lariel Heat, se encontraba sentado en el Trono de Mando, en el centro neurálgico de la nave. En su omnipotente posición dominaba todo el puente de mando. Se hallaba acomodado en la poderosa estructura de piedra repleta de decoraciones leales, desde letanías de odio a recuerdos a camaradas caídos. Frases y sellos de pureza expiaban el mal de su ocupante, y le intentaban guiar entre sabios susurros con la experiencia de los miles de años que había servido el Trono de Mando a decenas de Capitanes de los Ángeles Sangrientos.

Éste Trono principal estaba finalmente flanqueado por otros dos tronos más pequeños, cerrando la “T” que formaba la zona más atrasada del Puente de Mando. Estos eran para el Navegante y el Astrópata del Crucero de Asalto. Firmemente anclados a sus asientos, conectados por una infinidad de incomprensibles y barrocos dispositivos, ambos individuos descansaban en un estado de semitrance, hasta que se recuperasen de las pesadillas que habían vivido durante el viaje a través del inmaterium. Envueltos en su controlada locura psíquica, eran parte viviente del sentir de la nave. Piezas esenciales, cuyo fallo o error podía eliminar a todos los componentes de la Compañía en la maldición de la Disformidad.

El puesto del dirigente de la Sexta Compañía estaba finalmente culminado con el símbolo de las Alas de sangre, las cuales mostraban orgullosas un par de brillantes gemas amarillas, emblema de la Sexta Compañía, que reflejaban la poca luz ambiental como si dispusiesen de un inextinguible fuego interior.

Exactamente igual que los ojos del Capitán.

Arrebujado en su negra capa, con su reluciente servoarmadura engañosamente oscura, mantenía las manos cruzadas haciendo de puente bajo sus ojos, azules como zafiros. Permanecía totalmente concentrado en las holopantallas de la Mesa de Mando.
Alrededor de ella se encontraban los cuatro sillones para el resto de los dirigentes la Compañía.

En el primero estaba el Capellán Gorian Anderson. Embutido en su antigua coraza negra repleta de sellos de pureza y decoraciones en forma de calaveras. Su casco, simulando un terrorífico cráneo bajo un halo metálico reposaba a su lado, junto con su crozius arcanus, el poderoso báculo que empleaba como arma de combate cuerpo a cuerpo y símbolo de su rango. Su hombrera derecha destacaba espeluznantemente del resto de su armadura, con dos huesos cruzando por toda su superficie, soportando un gigantesco cráneo tallado directamente en ceramita, cuyas cuencas muertas habían presenciado una infinidad de combates, y un millar de Ángeles
Sangrientos que habían sucumbido a la Imperfección.

Misteriosamente, gracias a los constantes cambios de la escasa iluminación, parecía que clavaba sus ojos vacíos en el Capitán.

Por su postura recostada en el sillón, y por los varios bostezos que había soltado del modo más llamativo posible, el Capitán Lariel Heat sabía que el Capellán se estaba aburriendo viendo las veinte holopantallas simultáneas, junto con los mapas de posicionamiento. Prestando más atención a su juego con la cadena que engarzaba el Rosarius carmesí, se mantenía lo más odiosamente posible indiferente a su entorno.

El Guía de los Malditos dejaba vagar sus fieros ojos grises por los semiocultos pendones y estandartes que colgaban del techo del puente de mando, con imágenes heroicas de Sanguinius y el Emperador, con motivos de odio y venganza contra el xeno y el traidor, o con viejas y desgastadas letanías. Su rostro, brusco por sus fuertes pómulos y pobladas cejas, se mezclaba con los delicados rasgos de los hijos de Sanguinius, dándole simultáneamente un atrayente aspecto firme y espontáneo. Se mesaba la desaliñada barba canosa, o se retocaba la melena que recogía en una pulcra coleta sobre su nuca, con movimientos inconscientes. Cuando finalmente agotaba el resto de opciones, bostezaba o se revolvía en el amplio sillón, para clavar durante unos instantes una letárgica mirada en las pantallas.

El Capitán Lariel Heat no podía entender cómo un veterano de tantas guerras, un combatiente tan formidable, no sabía apreciar la tensa belleza del posicionamiento y la lenta progresión de las tropas. De la constante sensación de que el Infierno se desataría y debían estar preparados para repeler al enemigo, a aquello que amenazase la Humanidad y al Emperador.

El Capitán cesó su reflexión sobre el Capellán y centró su mirada en el siguiente sillón. Perteneciente al Bibliotecario Lartos Oniasen, aunque actualmente se encontraba vacío. Su ocupante debía estar en la Capilla, consagrándose con los impíos poderes de la disformidad. El Capitán Lariel Heat desdeñaba sistemáticamente a los psíquicos, considerándolos amenazas reales. Aún así, el “bueno” de Lartos era quizá el mejor psíquico con el que se había encontrado nunca. Afortunadamente para la convivencia entre hermanos, no padecía los terribles pecados del orgullo o la altivez tan comunes entre sus iguales. Bueno, Lariel aprobaba eso, aunque no lo redimía de poseer la incurable maldición de ser una puerta a las bestias de la disformidad.

Desvió su mirada y la posó en el curioso tándem que había en el otro extremo de la Mesa de Mando. Dos hermanos totalmente concentrados en las palpitantes imágenes holográficas ante sí, aunque con motivos casi opuestos.

El taciturno Sacerdote Sangriento Sammael retorcía elegantemente su muñeca derecha, con movimientos erráticos, haciendo que las pavorosas herramientas de sanación o redención de su Exanguinador apareciesen y desapareciesen fríamente en un silencioso baile. Se hallaba embutido en su voluminosa servoarmadura, la cual estaba repleta de elementos para su cometido médico, aunque ocultara gran parte de tales detalles bajo la blanca túnica de su sagrado cargo. Su rostro aguileño contaba con un constante color macilento. La prominente nariz aguileña, con el hueso fuertemente marcado, contrastaba con sus ojos hundidos en las cuencas. Los reflejos de la escasa luz del Puente de Mando hacían que tan sólo se viesen dos inquietantes reflejos donde el Sacerdote guiaba su mirada. Inquietantemente fríos y precisos.

Por otro lado, el locuaz Tecnomarine Marcus refulgía gracias a los reflejos que arrancaban el entramado de tubos, espoletas, planchas, engranajes y nervios metálicos que componían su modificada servoarmadura. No había ni un solo centímetro de piel expuesto. Diferentes tipos de visores se apilaban en su casco, emitiendo tenues resplandores verdes, rojos y azulados. Todos los componentes visibles, amontonados e irregularmente esparcidos, confluían hasta el centro de su torso, donde se hallaba el símbolo del cráneo sobre la rueda dentada, en un tramado blanco y negro alternado. El complejo y robusto servobrazo, que nacía desde su generador dorsal, se hallaba totalmente replegado.

Ambos Adeptus Astartes eran dos extremos de una misma Hermandad. La consagración a la curación, a la iluminación del alma y a la redención de la carne al lado de la adoración a la máquina, al metal y a la reparación de un modo casi herético. Mientras uno guiaba en oraciones a los hermanos en los rezos, con su sagrada armadura rematada con detalles en blanco puro, portando viales de poderosos líquidos y asegurando la continuidad del Capítulo, el otro alineaba las almas de las herramientas de destrucción, siendo él mismo un compacto conjunto de hueso, metal y sangre, salpicado de símbolos de adoración extrema al Dios Máquina, y permitiendo que el deber del Capítulo fuese satisfecho.

Ambos devoraban la información de las pantallas en un auténtico estado de éxtasis. La belleza del combate, el lento avanzar de las tropas antes del grito de guerra que descargaba un relámpago por la espina dorsal de los hombres, el intercambio de disparos a campo abierto o bajo coberturas, la iracunda explosión del asalto o la fiera satisfacción del contraataque eran arrebatadores sentimientos que estaban profundamente tejidos en lo más profundo de sus almas. Habiendo nacido ambos humanos, habiendo sido ambos aceptados como Ángeles Sangrientos, y habiendo elegido caminos radicalmente distintos, se encontraban hermanados en el estado de tensa contemplación de los acontecimientos.

El Capitán Lariel Heat dio por terminado el examen a la cúpula de la fuerza de Ángeles Sangrientos, mientras se dejaba atrapar lentamente por las sensaciones que le mostraban la veintena de holopantallas, a la vez que desviaba mínimamente su mirada para continuar con las comprobaciones de los mapas de posiciones. Todas las piezas se estaban situando tal y como él había supuesto, consideró con una pizca de orgullo. Había tensado la situación al máximo, sin saber a ciencia cierta cuáles podrían ser las consecuencias. Pero intuía que esos hombres se dejarían hasta la última gota de su sangre en esa ciudad arrasada, porque ninguno de los contendientes consideraría ese enfrentamiento como un entrenamiento más. Un asomo de sonrisa cruzó su rostro mientras saboreaba el momento.

–La batalla va a comenzar. –Musitó casi para sí mismo, extasiado.

El Capellán Gorian, que tenía en ese momento el Rosarius en equilibrio sobre su nariz, levantó una ceja y se quedó mirando fijamente a un punto indefinido del gótico techo. El Capitán lo observó con su visión periférica. No le gustó en absoluto ver cómo aparecían los dientes del veterano poco a poco, en una cínica sonrisa.

- Si me disculpan, debo ausentarme un instante. –Dijo Gorian mientras se levantaba bruscamente, lanzándose como una exhalación hacia el portón de salida del puente de mando.

Pudo escuchar antes de que el acceso se sellara tras él el grito de su Capitán exigiéndole disciplina. Lo ignoró mientras su sonrisa mostraba todos sus dientes al Bibliotecario Lartos, al que casi había arrollado en su salida, y que se disponía a entrar en la sala en ese instante.

FIN DE LA SECCIÓN 4: OBSERVACIÓN
Otra más de las retocadas en profundidad. He necesitado introducir a un personaje que me hará falta más adelante...

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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15 años 11 meses antes #10547 por Darth Averno
SECCIÓN 5: COMBATE I

Subsección 5.1: Sargento Balisto Dulay. (Primera Escuadra, Primer Grupo)

La voluminosa armadura de Exterminador se levantó desde la barricada y tomó puntería con su bólter de asalto, mientras el visor le indicaba que le estaban disparando. La experiencia adquirida le hizo dirigir el arma a una de las figuras, mientras emitía una brutal ráfaga que abatía al adversario parapetado.

Se dejó caer de nuevo contra la barricada, mientras seguía escuchando la simulación de ráfagas de bólter sobre él. Por la cadencia de los disparos y el desorden que estos tenían, sabía que había seleccionado su objetivo correctamente. Se permitió un momento de orgullo, aunque lo remitió de modo consciente. Aún así, sentía que había equilibrado la balanza.

Con gran esfuerzo, para poder mover la gigantesca armadura tras la barricada sin dejar puntos expuestos, se giró hacia al hermano Eware. Éste se agarraba la parte del abdomen de su servoarmadura con la mano izquierda, aunque aguantaba decididamente el pesado bólter con la diestra. Aunque no podía ver la expresión de su cara, oculta bajo el casco, el veterano supuso que el marine debía estar soportando un intenso dolor.

-Los hermanos Arquece y Niloson han caído, señor. –Continuó relatando entre jadeos el combatiente táctico. –Cayeron sobre nosotros rápidamente, desde las ruinas. Cinco unidades enemigas. Tan sólo yo pude alcanzar esta posición de repliegue cubriendo la retirada. Al hermano Arquece le dispararon con un rifle de fusión a quemarropa. El hermano Niloson recibió la carga enemiga y se enzarzó en combate. Deben de haber sufrido un par de bajas. –Aventuró esperanzadamente el Ángel Sangriento.

Entonces han sido tres bajas. –Contestó automáticamente Balisto. Le habían devuelto fuego tres enemigos desde el edificio. Y él había abatido a uno. Por lo que estaban empate. Tanto los hermanos Eware como Arquece habían ganado hacía poco el derecho de portar la sagrada servoarmadura, y éste era uno de sus primeros entrenamientos de simulación real. El hermano Niloson, de mayor experiencia, había soportado el ataque y había combatido cuerpo a cuerpo, probablemente aprovechando la cobertura y ganando cierta iniciativa en el enfrentamiento.
La falta de experiencia de Eware le había hecho seguir el manual de un modo poco práctico. Había replegado su posición para conseguir una colocación ventajosa y poder defender con mayor eficiencia a un oficial de mayor rango. Gracias a eso había conseguido estar tumbado al otro lado de la barricada, con un impacto en el abdomen y escasas posibilidades de ser útil antes de morir. Lo cual dejaría el conteo en dos unidades en cada bando.

–Tenemos a dos unidades enemigas hacia el Este. Necesitamos que allanes el camino Norte, tirador. –Ordenó el sargento por el intercomunicador al portador del arma láser, mientras observaba cómo el hermano Eware era víctima de otro doloroso espasmo.

–Imposible, señor. El enemigo dispone de otro tirador láser ubicado en mejor posición. No dispongo de posibilidad de movimiento y capacidad de disparo suficiente como para abatirlo. –Respondió Vaneo con su metálica voz. Se encontraba una veintena de metros detrás de la barricada, ignorando el combate que estaba librando el resto de su grupo y apuntando a lo largo de la avenida con su temible armamento.

No era fácil encontrar buenas noticias en el campo de batalla, pero era de necios no buscarlas. El sargento decidió su siguiente movimiento. Volvió a disparar una ráfaga por encima de la barricada. El enemigo contestó inmediatamente. Descargas de bólter. Perfecto. Los dos supervivientes continuaban ahí, aunque ninguno de ellos era el líder. Además, el portador del arma de fusión había caído, puesto que no devolvía fuego. Era la mejor noticia que tenía en ese momento.

- Hermano Eware, esta es tu posición a defender. Dispara ráfagas esporádicas para controlar al enemigo y asegurar que se mantiene en ese lugar. Si intentan cruzar la calle hasta esta posición, los abatirás inmediatamente, y continuarás defendiendo esta barricada. –Balisto hizo una mueca antes de utilizar el socorrido sermón que empleaba con los novatos heridos. –Además, deberás permanecer vivo hasta que se te permita morir. Y esta es una orden directa.

Siempre respondían igual, pensó Balisto. Un leve “sí señor” con un bufido que estaría acompañado de una sonrisa tensa. El veterano comprobó que no hubo diferencia en el comportamiento del iniciado. Aunque al sargento no le gustaba emplear ese argumento, sabía que era el más apropiado en tales situaciones con los nuevos guerreros. La compresión táctica de su época de exploradores era bastante inconsistente cuando debían mantener posiciones realmente enconadas, donde la movilidad era menor, y la Fe en la resistencia de su sagrada coraza carmesí junto con el inquebrantable castigo de su bólter era lo único en lo que podían creer.

Si hubiese sido un hermano de armas, como aquellos que tuvo en la Primera Compañía, se habría despedido de él entre rezos y sentimiento de deber cumplido. Le habría jurado que rezaría por él, y le habría prometido que sus almas estarían siempre unidas por los lazos de los hijos de Sanguinius.

Pero ése no era el caso. Posó su guante de combate sobre el hombro de su soldado a modo de despedida, asintió levemente y se giró sobre sí mismo para alcanzar la posición de Vaneo. El hermano Eware se asomó por encima de la barricada, empezando a disparar ráfagas cortas sobre la posición enemiga para crear fuego de cobertura.

El Sargento veterano Balisto Dulay abandonó a la carrera la barricada. Oyó inmediatamente el inconfundible siseo de un rifle de fusión. El dolor lacerante le corroboró un impacto directo.

Fin de laSubsección 5.1: Sargento Balisto Dulay. (Primera Escuadra, Primer Grupo)

Bueno, pasito a pasito vamos "recordando" antiguas secciones... Todavía queda mucho por contar... :) ... la subsección que cierra ésta caerá a mediados de semana...

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15 años 11 meses antes #10563 por AGRAMAR
Respuesta de AGRAMAR sobre el tema Ref:Capítulo 1: La Estatua del Alado.
buuufffff que gans de ver mas...este relato engancha!

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15 años 11 meses antes #10687 por Darth Averno
Subsección 5.2: Marine Táctico Nuctus. (Segunda Escuadra, Segundo Grupo)

El marine táctico Nuctus se apoyó en la agrietada pared mientras oía como el enemigo disparaba irregularmente desde la barricada. Cambió el cargador de su arma por otro igualmente vacío con movimientos mecánicos, mientras observaba a sus hermanos Ángeles Sangrientos.

El edificio desde donde disparaban había dispuesto antiguamente de varias plantas. Aunque ahora se hallaban todas derruidas excepto la parte que ocupaban de la planta baja, los cascotes sobre ellos y las gruesas paredes de rocacemento le conferían una estructura envidiable para plantear un tiroteo, puesto que se podían parapetar eficazmente, utilizando la densa oscuridad interior en contra a la iluminada barricada que disponía el enemigo.

Por otro lado, los muebles que había contenido la sala yacían podridos y astillados por todos lados. Dejaban puntiagudas y refulgentes aristas metálicas al aire, que se deshacían al colisionar con los componentes de las sagradas servoarmaduras mientras sus hermanos se movían cautelosamente por la estancia. Creaban una fina manta de polvo en el aire con cada movimiento, la cual se adhería insolentemente sobre las corazas de los Adeptus Astartes, unida a una suerte de chasquidos, repiqueteos y crujidos cada vez que el castigado suelo recibía una pisada de las armaduras mecanizadas.

Designó las posiciones por las que dispararían sus hombres. Éstos se colocaron eficientemente, asomándose por los resquicios para tomar datos telemétricos y de posición enemiga, a la expectativa de desatar un infierno a su orden. Nuctus se lamentó de que desafortunadamente habían encontrado al grupo de combate del adversario demasiado disperso, por lo que no habían podido aprovechar toda la ventaja del ataque sorpresa y del asalto.

Recordó con las mandíbulas apretadas que curiosamente un componente de la Primera se había revuelto contra ellos en combate físico. La Primera Escuadra, la Calavera Negra, era la escuadra compuesta por los mejores tiradores, en total contraposición con la Segunda Escuadra, la Calavera Azul, con los mejores y más fieros luchadores cuerpo a cuerpo entre los tácticos.

Le había resultado sorprendente cómo había peleado en inferioridad con total arrojo. El hermano Nolial había saltado la barricada y había asado a un enemigo con su rifle de fusión, mientras él mismo junto con Wighs y Dilen habían acribillado al siguiente, que había podido huir disparando alocadamente. Nuctus sabía que lo había herido de un modo fatal. Así que ahora el tiempo corría en su contra.

Pero el hermano Vlory había caído ante Niloson. Resultaba humillante cómo un patético componente de la Negra había vencido a uno de la Azul en combate físico. El sargento Morton no lo perdonaría fácilmente, eso seguro. El orgullo desmedido de su sargento era tan sólo equiparable a su férrea creencia que el castigo era el único camino hacia la superación. Y su odio visceral contra el sargento de la Primera, Balisto Dulay, el usurpador, no tenía parangón.

Conforme el hermano Vlory había caído, el resto del grupo había contraatacado y habían eliminado al adversario con facilidad, ejecutándolo en una brutal ráfaga conjunta. Desgraciadamente, eso no devolvía la afrenta recibida y el lógico castigo que recibirían, sobrevivieran o no.

Se tocó con el guantelete la rodillera izquierda de su servoarmadura. El símbolo de una calavera blanca, sobre fondo azul, le identificaba como componente de la Segunda Escuadra. Maldijo por lo bajo. Su misión era una erradicación rápida y aséptica del enemigo, no quedar encallados en un aburrido intercambio de disparos entre fortificaciones.

–El premio gordo ha llegado a la barricada, hermano. –Le siseó por el comunicador el hermano Dilen mientras permanecía asomado por una grieta de la pared. Mantenía el bólter mirando hacia el oscuro techo, y golpeaba rítmicamente el cargador con el pulgar.

Nuctus sonrió ignorando la falta de protocolo. Parecía que las cosas iban cambiando. Había temido que el Exterminador no se encontrase en ese grupo, y que estuviese dirigiendo a otro grupo de combate hacia el objetivo. Pero el Emperador había sido benévolo dándole las cartas más ventajosas en el peligroso juego de la batalla.

–Disparad a mi orden, hermanos. Que Sanguinius guíe vuestra mano. –Ordenó mientras amartillaba su arma.

Los hombres se tensaron. Nuctus dio una orden muda a Nolial, pidiéndole que no disparara y se mantuviese a cubierto. Éste se mostró primero perplejo y luego contrariado, para finalmente retroceder hasta quedar oculto en los escombros del fondo de la sala, de un modo menos silencioso del que hubiese sido recomendable.

Nuctus suspiró. Sabía que era necesario desarrollar esa táctica. Dejaría el rifle de fusión más atrás, y esperaría el error del sargento rival. El marine sabía perfectamente las escasas posibilidades de abatir a tan formidable enemigo sin un arma especial, aunque empezaba a dudar que pudiese mantener a sus hombres mucho tiempo intercambiando disparos. Desafortunadamente, no tenía la inspiradora presencia de su admirado Sargento, y los novatos de la Segunda se ponían fácilmente nerviosos ante la imposibilidad de desarrollar el combate físico.

Para darse ánimos, empezó a entonar una serie de rezos llamados “El Alma del Ángel”. Moviendo los labios y emitiendo un susurro, notó como las oraciones lo iban calmando y eliminaban el sentimiento pesimista que se había estado apoderando de él. Sonrió mientras aumentaba el nivel de su cántico y abría el intercomunicador a sus hombres.

Inmediatamente se vio arropado por el murmullo del resto de su grupo de combate entonando las manidas estrofas. Pudo comprobar, de un modo casi imperceptible, como los hombres se concentraban nuevamente en su tarea y volvían a comprender la importancia de lo estaba ocurriendo.

Apenas pudo parpadear cuando los visores de su casco le informaron que el Exterminador se había levantado sobre la barricada. No pudo lanzar la orden a sus hombres. Estos empezaron a disparar instintivamente, subiendo la intensidad del rezo hasta un ininteligible grito de ira y odio.

Malditos novatos. Estaban jugando a favor del adversario. Estaban dejándole que calibrase su posición. Nuctus vio asombrado como el portador del arma especial, Nolial, al que había ordenado que permaneciera oculto, saltaba los escombros desde su posición y se abalanzaba sobre un hueco de la pared.

Le gritó que se mantuviese su posición.

Sintió un golpe seco en el pecho, una oleada de calor, y perdió las fuerzas en las piernas, cayendo estruendosamente de rodillas para luego terminar derrumbándose entre una nube de polvo.

Eliminado.

Fin de la Subsección 5.2: Marine Táctico Nuctus. (Segunda Escuadra, Segundo Grupo)

FIN DE SECCIÓN 5: COMBATE I

... Me empiezo a quedar sin texto revisado... menos mal que ya tengo abocetada gran parte de la continuación... :D

Envio editado por: DarthAverno, el: 2008/05/08 14:50

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15 años 11 meses antes #10876 por Darth Averno
SECCIÓN 6: DESPLIEGUE

El Capitán de la Sexta Compañía de Ángeles Sangrientos, Lariel Heat, estaba francamente complacido de cómo estaban desarrollándose los acontecimientos. Había estudiado minuciosamente la preparación del Campo de Batalla sobre el planeta saqueado de Sartos IV, a la vez que la estrategia para el despliegue de tropas bajo los parámetros de una operación relámpago de los Adeptus Astartes.

Conforme la Letanía de Sangre había abandonado el espacio disforme, había entrado en modo de combate, juntamente con el comienzo del contador de tiempo, mientras el titán había recorrido la distancia que le quedaba para anclarse en la órbita planetaria. Toda luz exterior de posicionamiento había sido apagada. La energía consumida para preservación vital de la nave había bajado al mínimo, redirigiéndose a los escudos refractantes, a los motores convencionales y al armamento ofensivo. Toda la precisa rutina que conseguía multiplicar la peligrosidad de la nave hasta su máximo nivel había sido llevada a cabo. Todo aquello que hacía que los cientos de hombres que habitaban esa nave sintiesen de modo tangible el espíritu del Crucero como un fiero depredador víctima de una insaciable furia había sido realizado.

A la vez que había fijado su posición en órbita, la primera Thunderhawk, la Deber Ineludible, había despegado. La Cañonera súper blindada, preparada para combate en atmósfera, había mostrado orgullosamente todo su armamento en posición ofensiva. Tanto el devastador Cañón de Batalla montado sobre la carlinga como los ocho pares de bólteres pesados ubicados de modo preciso para no dejar ángulos muertos.

Después de avanzar por el vacío espacial, los robustos motores cilíndricos habían desgarrado la capa externa de atmósfera planetaria entonando un temible rugido. Las gruesas alas principales habían aullado arañando el cielo gris, dejando a su paso una nítida estela.

Y, finalmente, sobre los alerones de estabilidad, que terminaban con cañones láser, se había apreciado el sagrado símbolo de los Ángeles de Sangre por primera vez en Sartos IV.

Convirtiéndose en la primera visita de los Hijos de Sanguinius al planeta.

Y en la última.

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La Cañonera había hendido el triste cielo planetario dejando una imponente estela a su paso, precipitándose sobre la ciudad de un modo casi vertical. Pareciendo un ave rapaz abalanzándose de un modo letal sobre su presa indefensa.

Cuando los sensores habían lanzado la señal de distancia prudencial, había corregido automáticamente su rumbo. Envuelta en diversas nubes de vapor que mostraban los cambios de inclinación de los alerones y el envío de nuevas órdenes a los motores de frenado, había realizado la complicada maniobra de estabilización de un modo perfecto gracias a la total compenetración del espíritu máquina con el piloto y el copiloto.

Además de estos dos tripulantes, el artillero también se había mantenido estático en su posición, observando atentamente el entorno, totalmente preparado para descargar ardiente condenación sobre los enemigos invisibles. Por otro lado, el asiento del navegante había permanecido vacío, debido a que no era preciso en ese tipo de misión. Las atormentadas almas al servicio del Capítulo no debían ser utilizadas si no eran realmente necesarias.

Cumpliendo su cometido con increíble velocidad, la Thunderhawk había localizado el centro de la silenciosa ciudad y había creado un lógico perímetro de seguridad, dando vuelos circulares sobre una amplia extensión de terreno. Hiriendo letalmente a la quietud reinante con sus poderosos motores, mientras sus devastadores cañones apuntaban vehemente contra el suelo. El flujo constante de datos cartográficos y de presencia vital había sido enviado a la nave nodriza con total presteza, arrojando un resultado totalmente positivo.

Ni rastro de vida.

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Simultáneamente, las dos escuadras tácticas habían estado recibiendo instrucciones sobre su misión en la ciudad muerta, para pasar rápidamente a la preparación de su despliegue inmediato en cápsulas de desembarco. Habían consumido en esa tarea menos de la mitad de los veinte minutos permitidos para el despliegue de tropas desde un crucero de batalla.

Una segunda Cañonera Thunderhawk, la Reina de Justicia había salido en ese instante. Hermana de la anterior nave, compartiendo la misma configuración de armamento, había desplegado sus mecánicas alas rojas para llevar al centro de la ciudad al Tecnomarine Marcus junto con un pequeño séquito de servidores y una escolta formada por componentes de la tercera y cuarta escuadra. Durante su violento descenso había recibido escolta directa de la Deber Ineludible, manteniéndose además bajo los temibles sistemas de torpedeo orbital de la Letanía de Sangre. Aunque Sartos IV era un planeta clasificado como “Ruina Imperial”, y a luz de los datos recién recibidos no debía de disponer de vida hostil en su superficie, en un desembarco de tropas siempre debían suponer cualquier tipo de imprevisto. Y el Capitán Lariel Heat había invertido mucho tiempo en crear un plan que conllevara el riesgo mínimo.

Dejándose caer al planeta como una exhalación para utilizar los motores de estabilización bruscamente en el último instante, la Reina de Justicia había aterrizado finalmente sobre los escombros retorcidos de la ciudad. La otra Thunderhawk, la Deber Ineludible, había vuelto a tomar altura para restablecer el perímetro de seguridad.

En la zona de aterrizaje, el Tecnomarine había seleccionado el área para desplegar el objetivo. Junto con sus mecanizados servidores, había desembarcado ceremoniosamente a la Búsqueda de la Fe, el pesado cubo de ceramita gris enlazada de un metro de lado. Profusamente adornado con arcaicas runas de la Era Oscura de la Tecnología, en un tono ocre, se había como un descorazonador jeroglífico ante los cientos de estudios de los que había sido objeto.

En ese mismo instante, las dos cápsulas de desembarco carmesí, transportando a la Calavera Negra y a la Calavera Azul, se habían dibujado en sendas trayectorias opuestas contra el cielo plomizo, desgarrándolo en su avance y levantando una seca explosión junto a una polvareda donde habían aterrizado. Realmente alejada una de la otra. A cada extremo del círculo que volvía a recorrer de modo mecánico la Deber Ineludible.

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El Sacerdote del Dios Máquina y sus acólitos habían comenzado entonces una complicada ceremonia de despertar de la antigua reliquia. Conforme habían ido avanzando en los rezos, las runas habían ganado o perdido intensidad, siguiendo un intrincado patrón de activación.

Algunos servidores habían empapado con total abnegación las aristas del cubo con ungüentos sagrados, mientras habían musitado quedamente los salmos impresos físicamente en sus cerebros. El Tecnomarine Marcus había abierto la parte superior de la caja. Levantando sus brazos hacia el cielo y terminando su letanía, los había introducido junto con el articulado servobrazo que nacía de su espalda en las entrañas de la reliquia, fundiéndose con su misterioso interior.

Los servidores habían empezado a girar de un modo errático alrededor del amalgama de carne y metal que veían ante ellos, sin parar de recitar su monótono cántico, cada vez con mayor fuerza.

Finalmente, tras unos ciertos sonidos y chasquidos y con una rápida sucesión de agradecimientos al Omnissiah, Marcus se había erguido, dejando otra vez su brazo mecánico en la posición predefinida. Las runas habían comenzado a brillar de un modo síncrono, para finalmente quedar en un color intermedio. La reliquia había sido activada.

Los servidores, finalizando sus cánticos, se habían quedado inmóviles con serios síntomas de agotamiento. El Tecnomarine de los Ángeles Sangrientos había dado por finalizada la ceremonia. Había designado entonces a unos pocos servidores, que habían cerrado la caja de una manera respetuosa en extremo.

Finalmente, tanto el robótico adeptus mechanicus como su séquito habían desfilado con paso rápido para embarcar nuevamente en la Thunderhawk. La escolta compuesta por marines tácticos habían realizado un movimiento de repliegue, preciso y coordinado, para retirarse de un modo seguro hacia la Cañonera.

La reliquia había quedado allí, en medio de la plaza, arropada por el viento cargado de susurros. Las runas habían empezado poco a poco a brillar más. El color había pasado del oscuro ocre hacia un blanco puro. Los chasquidos se habían repetido con mayor intensidad. El impasible cubo grisáceo había temblado levemente.

Pero la Cañonera Reina de Justicia había despegado antes de que sus ocupantes vieran como finalmente la reliquia mostraba la imagen holográfica de la estatua de Bendito Sanguinius, finalizando así su complicada activación. Pero era mejor así. Evitaban ciertos riesgos inherentes al polémico cubo de ceramita.

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Ambas escuadras estaban condenadas a avanzar una gran distancia a través del corazón muerto de la ciudad derruida para llegar al su objetivo, situado a una distancia más o menos equitativa a ambos grupos. El Capitán Lariel Heat disfrutaba al saber cómo gran parte de la dificultad del entrenamiento residía en el factor de que las unidades no sabían exactamente la distancia que les separaba del objetivo, debiendo estar preparados en todo momento ante la incertidumbre de un ataque enemigo. Eso le hacía contemplar con auténtico deleite los pequeños detalles tácticos de sus escuadras de nivel superior, cuando sus hombres estaban bajo la mayor presión posible.

Finalmente, la Reina de Justicia había devuelto al Tecnomarine a la Letanía de Sangre. Había volado de un modo casi vertical a su posición de desembarco. Las dos escuadras desplegadas en tierra habían seguido a la Thunderhawk con la vista, sabiendo entonces hacia dónde tenían que dirigir sus pasos. Cuando la Cañonera había desaparecido del gris firmamento, habían empezado su lento y preciso avance por esa podrida tumba de un millón de almas, tal y como les habían ordenado.

Con un objetivo.

Encontrar a sus enemigos.

Exterminar a otros Ángeles Sangrientos.

FIN DE LA SECCIÓN 6: DESPLIEGUE

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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