Capítulo 1: La Estatua del Alado.

15 años 9 meses antes #14404 por Darth Averno
SECCIÓN 13: INEVITABLE

El Crucero de Asalto Letanía de Sangre se mantenía orbitalmente fijado sobre la ciudad sin nombre del planeta Sartos IV. La magnífica fortaleza voladora continuaba prestando toda su atención al furioso combate entre hermanos. Al cruel enfrentamiento entre Adeptus Astartes.

El Capitán Lariel Heat, recostado en su Trono de Mando y envuelto en su capa negra, reconocía que estaba disfrutando. Se intentaba convencer que el deleite que sentía por la cantidad de detalles que le estaban mostrando sus dos primeras escuadras tácticas era una sensación positiva, algo de lo que sentirse orgulloso como líder de la fuerza de combate de los Ángeles Sangrientos. Aunque muy profundamente, una voz oculta le confesaba que su fascinación estaba en gran parte motivada por la sangre que corría por sus venas.

La demoledora carga del segundo grupo de combate de la Primera Escuadra había hecho vibrar el alma de los Ángeles Sangrientos de la Cúpula de Mando. La liberadora carrera, la tangible sensación del asalto, el entrechocar de las armas, de los puños. El cautivador despliegue de furia animal. La inigualable excitación de estar vivo.

Todos los guerreros que circundaban la Mesa de Mando estaban en un estado de total atención. El Sacerdote Sangriento, Sammael, había interrumpido su movimiento con el exanguinador cuando había volcado el total de su atención a las imágenes holográficas. El único ojo humano del Tecnomarine Marcus estaba fijo, reflejando los cambios de iluminación de las pantallas. Sobre el rostro inmóvil del Bibliotecario Lartos danzaban sombras, creadas por la vela casi consumida, próxima a su extinción. Incluso el Capellán Gorian parecía estar absorto en las pantallas, con un extraño gesto impreso en su rostro. Una mezcla entre un insano disfrute con una media sonrisa y una degustación de rabia con una mueca depredadora.

Todos los músculos genéticamente modificados estaban tensos debajo de las planchas de ceramita y metales entrelazados de las servoarmaduras. Todos los ojos mejorados absorbían con avidez la información de las pantallas danzantes. Todos los cerebros impregnados de ritos, entrenamiento y creencia en su Capítulo recibían ingentes dosis de adrenalina.

Era inevitable.

Los Ángeles Sangrientos anhelaban disfrutar del combate.

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Petrus dejó de disparar, sintiendo cierta extrañeza al no ver el humo danzar desde el cañón de su arma. Vio como su adversario, Aramio, caía hacia atrás con las manos agarrándose el cuello de modo mecánico. No dudó. Se incorporó como una exhalación. Apuntó nuevamente en una décima de segundo.
Vació el resto del cargador sobre los puntos más expuestos de la coraza de su adversario. Recargó por otro cargador vacío. Volvió a agotar la munición. Recargó nuevamente.

Su adversario, Aramio, había dejado de sufrir espasmos La Búsqueda de la Fe lo había eliminado del entrenamiento.

Levantó entonces la mirada. Barrió con la vista el resto del combate que le rodeaba. Los visores internos de su casco le mostraron una gran cantidad de información. Le tomó tan sólo un par de segundos el comprender la situación. Comprobó que Melanius había caído, aunque se habían llevado a uno de la Calavera Azul con él. El hermano Alio se estaba replegando hacia su posición.

Con sorpresa, vio cómo Bael continuaba peleando cuerpo a cuerpo contra Selus. Se intercambiaban golpes feroces, pero que eran capaces de blocar casi siempre. Obviamente, el hermano de la Calavera Negra tenía mayor técnica, ya que estaba pudiendo manejar un combate cerrado contra una espada sierra con un vulgar machete de campaña.

En cambio, Nuau, el más novato del grupo, se mantenía unos pocos metros por detrás de los dos combatientes. Estaba sentado con el generador dorsal apoyado en una roca. El cuerpo estaba laxo. El casco miraba al cielo. Una profunda muesca cruzaba su pecho diagonalmente. Aunque la Búsqueda de la Fe no debería gestionar los impactos físicos, la cantidad de daño recibida por un ataque de Selus lo había eliminado.

Petrus apretó los dientes. El novato sufriría una llamada de atención por ése error. En la guerra, confiabas tu vida a tus hermanos cuando entrabas en el satisfactorio combate cuerpo a cuerpo. Y ellos te confiaban la suya. Era inadmisible que con ventaja numérica y teniendo el asalto a favor hubiese sido neutralizado tan rápidamente.

Mascullando una imprecación, comprobó que Alio ya había llegado a su posición. Ya había dos componentes de la Calavera Negra dentro del cráter. Petrus ya había tenido bastante del táctico de la Calavera Azul que quedaba en pie. Comandó al tirador de plasma que disparase a Selus.

Alio clavó una rodilla en tierra. Tomó puntería.

Petrus se concentró en el combate que estaba viendo.

Golpeo incesante. Las armas se encontraban una y otra vez.

Petrus levantó su mano derecha con dos dedos extendidos. Esperó a que hubiese algo de distancia entre ambos guerreros para intentar no dañar a su hermano.

Estocada. Finta. Puñetazo.

El tiempo que estaba consumiendo para desarrollar la acción le parecía una eternidad, aunque no habían pasado ni diez segundos estándar desde que se había levantado del suelo después de abatir al hermano Aramio.

Bael resbaló. El golpe de la espada sierra de Selus lanzó su cuchillo de combate lejos. El último superviviente de la Calavera Azul levantó la espada con las dos manos. Profiriendo un aullido animal. Saboreando la victoria.

Finalmente había distancia suficiente entre ellos.

Petrus nunca llegó a bajar su brazo. Alio nunca llegó a disparar. Ambos Ángeles Sangrientos se congelaron durante una milésima de segundo ante un atronador bramido animal proveniente de su costado. Tiempo suficiente para ser arrollados por el cuerpo inerte de un hermano de armas.

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El tirador láser de la Primera Escuadra, la Calavera Negra, volvía a estar solo. No sentía su brazo izquierdo. Un intenso dolor le desgarraba el costado. Tenía que usar su diestra para poder abrir la carne muerta de su zona maxilar y poder respirar.

Y había dejado marchar a tres componentes de la Calavera Azul.

¿Qué habían sido las explosiones que había escuchado? Era imposible ese sonido. Estaba prohibido el usar granadas en el entrenamiento. Aún así, conociendo algunos componentes de la Segunda Escuadra, entre ellos a su sargento, no le extrañaba que hubiesen utilizado métodos poco ortodoxos.

De todos modos, estaba exhausto. Las preocupaciones iban desapareciendo poco a poco. Arrastrándole a una anómala sensación de tranquilidad. Su mirada vagaba por la cima de las ruinas que componían la castigada orografía urbana. La vista desenfocada le hacía verlo todo como un dibujo bidimensional, sobre un oscuro lienzo grisáceo. Descorazonadores esqueletos de la ciudad sobre la traslúcida promesa de tormenta.

Pendones raídos, meciéndose al compás del inclemente viento. Edificaciones irregulares, parcialmente derruidas. Ventanas rotas. Minaretes destruidos. Columnas y arcos arrumbados ilógicamente. Muerte, desolación y olvido filtrándose por cada estructura.

Entre todo el vasto amasijo de elementos, algo llamó su atención. Algo estaba mal en lo que estaba observando.

La sensación de desasosiego empezó a crecer rápidamente.

Cuando supo de qué se trataba, sufrió un espasmo agónico.

Escudriñó el entorno sabiendo lo que buscaba.

Ahí estaba.

Supo que no podía hacer nada. Era inevitable.

No se dio cuenta que se había incorporado.

No se dio cuenta que estaba gritando.
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Animal. Irracional. Monstruoso. Violento. Feroz. Salvaje.

Ningún adjetivo hacía justicia a la última visión del hermano Petrus antes de ser arrastrado por el cuerpo del tirador láser de la Segunda Escuadra.

Sus años de experiencia habían visto explosiones descontroladas de ira, tanto en aliados como en enemigos. Había visto, sin querer fijarse en exceso, el inhumano combate de la Compañía de la Muerte. Insalvables bestias condenadas, desgarrando el mismo tejido de la razón en busca de la entrañas del enemigo. Eléctricamente danzando la oscura melodía de la más salvaje de las masacres.

Aunque esa sensación de cruel locura quedaba empequeñecía ante el instante en que había visto al Sargento Morton incorporarse con el rostro desencajado, gritando como una demoníaca pesadilla. Levantando con ambos brazos el cuerpo del hermano Iland y lanzándolo sobre ellos. Liberando el máximo odio que contenía un corazón humano.

Después las granadas habían explotado por todos lados, lanzándolos más lejos, envueltos en nubes de barro y polvo. Por lo visto, acto seguido, el sargento rival había arrancado varias del cuerpo inerte de Aramio y las había utilizado de un modo real.

Petrus sonrió debajo de su casco carmesí. No le reprochaba nada a Morton. No había seguido las normas, pero había demostrado la increíble capacidad de un Ángel Sangriento. Y eso le resultaba admirable.

En la guerra, tan sólo el tesón y la fe tenían valor. No existían otras normas.

Dejando que el polvo se posara, Petrus comprobó que sus hombres estaban con él.

Bael apuntaba al cielo con su bólter. Varias raspaduras nuevas decoraban su coraza roja y negra. Contra todo pronóstico, se había deshecho de Selus. Probablemente, éste último se había desconcentrado al ver renacer a su sargento. Aunque Petrus no había visto el desenlace del combate, sabía que Bael se había visto arrastrado por la peligrosa rabia que afloraba a veces en los Ángeles Sangrientos. Selus descansaba como un muñeco de trapo. La espada sierra que había empuñado estaba profundamente clavada en el suelo. A escasos centímetros de su casco.

Por otro lado, Alio mostraba zonas oscurecidas en los antebrazos, hombreras y la parte derecha de su casco picudo. Había absorbido la mayor cantidad de onda expansiva de las explosiones. Pero no estaba herido de modo real. Afortunadamente, la poderosa armadura de los Astartes podía soportar un castigo extremo.

Petrus apenas prestaba atención al constante flujo de datos que fluctuaban en sus visores. Como bien había intuido, él tampoco sufría daños en su eficiente coraza. Así que los tres supervivientes de la Calavera Negra podían defenderse al máximo de sus posibilidades. Tomó un instante para ordenar sus pensamientos. Distribuyó a sus hombres para poder defender el cráter del modo más eficiente siendo tan pocas unidades. Los guerreros acataron sus órdenes rápidamente.

Finalmente, Petrus tomó aire lentamente. No dejó de mirar en derredor. Exhaló lentamente. No perdió ni un ápice de atención sobre sus sensores. Volvió a tomar aire lentamente, y cuando sus pulmones modificados estuvieron totalmente repletos, un profundo grito, creciendo hasta un aullido, surgió de su garganta. Arrojando la tensión excedente del asalto. Los otros dos Astartes le imitaron.

Habían conseguido controlar la barricada. La imagen de Sanguinius, evocando una pulida estatua del venerado Primarca, les miraba confiadamente. Y sus hijos gritaban con ira. Gritaban por la victoria. Gritaban conteniendo el oscuro deseo de haber visto sangre caer al suelo.

El cielo se unió al grito. Relampagueó intensamente. Tronó con fuerza. Las primeras gotas de lluvia cayeron. Danzando caprichosamente. Cabalgando sobre el viento inclemente.

Quizás se estaba limpiando el escenario.

Los acontecimientos se desarrollaban inevitablemente.

Pronto se derramaría sangre.

FIN DE LA SECCIÓN 13: INEVITABLE
Ya me empieza a costar poder colgar las secciones cada 7 días... y pasamos a casi 10 días entre sección y sección. De todos modos, este me ha gustado mucho -me siento orgulloso de ella- ¡Espero vustros comentarios hasta que cerremos el Capítulo con la Sección 14: EPÍLOGO...

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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15 años 9 meses antes #14405 por Darth Averno
Kitiara escribió:

Noto que el principio de la seccion 11 es mas dinamico, como si el ambiente en que transcurre fuera agradable a los personajes, y se va oscureciendo pregresivamente, mientras ralentizas la accion...
da el efecto de que a medida que las dudas lo invaden y el tiempo pasa, el ambiente se vuelva mas hostil...
¿ha sido deliberado -quiero decir, describes el ambiente desde los ojos de los personajes- o una afortunadisima coincidencia ;) ?
la verdad es que el efecto es muy sugerente... <!-- s:evil: --><img src="{SMILIES_PATH}/icon_evil.gif" alt=":evil:" title="Evil or Very Mad" /><!-- s:evil: --> <!-- s:evil: --><img src="{SMILIES_PATH}/icon_evil.gif" alt=":evil:" title="Evil or Very Mad" /><!-- s:evil: -->


Por un lado, me alegra que alguien observe esos detalles... pero no me puedo echar todo el mérito a los hombros...

Realmente, lo único que intenté fue el ir acumulando motivos, ir dando datos e ir mellando la moral del personaje (tirador láser). Por tanto quería, de un modo consciente, el ir preparando su ánimo para que pasara desde el deber hasta el hastío, la indiferencia, la depresión... que fuese lógico estado de ánimo con sus decisiones (algo que se olvida de cuidar en muchos relatos :S )...

Pero fue involuntario la ralentización del "tempo", y la "opresión" del ambiente que dices. Tengo que reconocer que de esos detalles tiene la culpa la casualidad. De todos modos, si de algún modo te has sentido inmersa en la historia, me haces sentir muy orgulloso. Así que gracias.

Un saludo.

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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15 años 9 meses antes #14437 por Grimne
Respuesta de Grimne sobre el tema Ref:Capítulo 1: La Estatua del Alado.
Todas éstas disertaciones filosóficas me quedan muy por encima :laugh: . Veréis, yo soy de Ciencias, así que en lo que de verdad me fijo es en el número de Chikoz y Termangantes aniquilados por los GLORIOSOS ASTARTES. Por otra parte, me sigue gustando el [i:2p93pcpi]relato[/i:2p93pcpi].

¡Saludos!

[img:3ppbkf6b]http&#58;//img33&#46;imageshack&#46;us/img33/6517/firma2joy&#46;jpg[/img:3ppbkf6b]

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15 años 9 meses antes #15160 por Darth Averno
SECCIÓN 14: EPÍLOGO.

El mecanizado servidor se acercó rodando sobre sus orugas magnéticas al Adeptus Astartes con las hombreras negras y las dos gotas amarillas, símbolo perteneciente a un sargento de la Sexta Compañía de los Ángeles Sangrientos. Este se mantenía de espaldas, con el refulgente casco amarillo bajo el brazo, mirando al techo.

Junto a él, en posición de firmes, se encontraban otros nueve marines espaciales. Las voluminosas armaduras tácticas, del color de la sangre, destacaban enormemente sobre el aséptico color gris azulado que prevalecía en la bahía de despegue. Cientos de planchas superpuestas conformaban las gruesas paredes, combinando materiales para diferentes propósitos: antiperforantes, ignífugos, resistentes al frío espacial o valiosos componentes aislantes a ciertos peligros de la disformidad, apoyando el campo Geller de la nave.

La amplia sala tenía más de una veintena de metros de alto, por varios centenares de ancho. Estando preparada para el lanzamiento de las Cañoneras Thunderhawk, estaba desprovista de columnas en su interior, mejorando así la maniobrabilidad de las naves de asalto por las diferentes pistas, delimitadas por pequeñas luces que recorrían cientos de metros. Debido a que había dos bahías iguales a cada extremo de la Letanía de Sangre, cada una de ellas contenía un par de Thunderhawks. Las voluminosas Cañoneras permanecían ancladas a enormes planchas metálicas, las cuales recorrían las pistas hasta la zona de “salto espacial”, punto donde el cual la nave de asalto soltaba mecánicamente tanto los cientos de nervios mecánicos como los gruesos anclajes, y se movía por sí misma, una vez que estaba encarada ante los resistentes portones triples que las separaban del vacío espacial.

La poderosa cimentación estructural de la sala descansaba sobre los robustos pilares, de varios metros de ancho, cincelados con símbolos de adoración al Omnissiah. Por motivos lógicos, éstos se apoyaban en las paredes blindadas, creciendo y ramificándose hasta convertirse en poderosos nervios que cruzaban la parte superior del hangar. Dando una visión de sala abovedada, con multitud de pequeñas cúpulas, las gruesas partes finales de los pilares descansaban finalmente sobre varias piezas clave. Gigantescos bloques negros, fijados tanto por las lógicas fuerzas físicas como por varios miles de remaches, sujeciones y anclajes. Cada una de las piezas clave contenía una inscripción diferente, en color blanco ribeteada de dorado. Claramente visible desde el suelo por los ojos mejorados de un Adeptus Astartes.

-“Deja que la justicia guíe tu espada”- Leyó el Sargento mientras miraba la pesada pieza clave que se mostraba sobre sí. Pensaba que, ante un fallo de los generadores artificiales de gravedad, las gigantes piezas se podrían descolocar fácilmente al no disponer de su sujeción física. Si el generador volvía a funcionar de modo inmediato, varias toneladas de material blindado caerían en la posición que ahora mismo ocupaba. Media sonrisa cruzaba su cara.

- Sargento Artio Bellum, los preparativos están listos. –Dijo el servidor, haciendo chasquear los servofrenos de sus orugas al llegar a su posición y mirando al suelo.

Ni tan siquiera su poderoso retrorreactor, acoplado a su espalda, le permitiría evitar la pesada pieza con garantías, si ésta finalmente se desprendiese, pensó el Sargento absorto en el bloque que pendía sobre su cabeza, y que ahora le parecía levemente amenazador. Lógicamente, tampoco podría frenar el impacto de ningún modo ¡Por el Emperador! Ni una armadura de exterminador podría.

–Disculpe, señor. El transporte le espera. –Insistió el servidor, levantado la mirada para encontrarse con el cabello rubio y ensortijado de la nuca del sargento. Éste seguía mirando el techo.

Disparar estaba fuera de toda lógica. Como marine de asalto, disponía de una pistola bólter. Era imposible que pudiese atravesar la pieza, la cual ya le empezaba a parecer con amplias posibilidades de desprenderse de un momento a otro. Aunque había estado fijada durante varios milenios a su posición, el Sargento cerró instintivamente su Puño de Combate, aunque sabía que ni con él podría evitar la muerte si la pieza, como parecía que ocurriría de modo inmediato, se terminaba soltando.

El ruido de los motores de la Cañonera rebotó por el hangar. El Sargento Artio Bellum volvió al mundo que le rodeaba. Vio como la otra escuadra de asalto, comandada por el Sargento Cyrius Oaz empezaba a embarcar. Las luces de la plancha de lanzamiento titilaban, indicando el inminente despegue. Miró nuevamente la pieza que se encontraba pendiendo a veinte metros sobre él, y se movió varios pasos hacia su derecha sin dejar de observarla. Cuando se sintió fuera del rango de impacto del pesado bloque, miró a sus hombres y les ordenó que embarcaran en la Cañonera de un modo autoritario.

El servidor vio como el Sargento, que se había separado unos metros de él, se disponía a seguir a sus hombres. Pero, inesperadamente, se giró nuevamente para lanzar una última mirada hacia el techo del hangar. En ése momento reparó en el servidor, clavando en él sus intensos ojos azules. Éste se sorprendió al ver que el Adeptus Astartes se volvía completamente hacia él.

-Yo de ti no me quedaría ahí.- Le gritó el Sargento para hacerse oír por encima del sonido de la Cañonera, mientras señalaba con un dedo extendido hacia un punto del techo y trazaba una línea imaginaria hacia el servidor. Acto seguido, se giró y aceleró el paso para alcanzar a sus hombres.

El servidor parpadeó varias veces, sin moverse un milímetro. Después suspiró profundamente. Finalmente, se alejó rápidamente a la zona segura, antes que el hangar sufriera la descompresión para enviar la Thunderhawk fuera del Crucero de Batalla.

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Sobre la Mesa de Mando titilaban únicamente ocho pantallas, en un patrón desordenado. Una por cada superviviente del entrenamiento.

El Capitán Lariel Heat estaba complacido. Tocando una combinación entre las runas que aparecían en el robusto posabrazos de piedra de su Trono de Mano, las pantallas se reordenaron en dos columnas con cuatro de ellas en cada una. A la izquierda, la Calavera Negra, defendiendo la barricada al lado de la Estatua del Alado. Dirigidos por Petrus, con Bael armado con el sagrado bólter y Alio como artillero de plasma. La cuarta pantalla pertenecía a Vaneo, el tirador láser. Lariel Heat lo consideró eliminado a efectos del entrenamiento, y respondiendo ante la presión de la runa adecuada, su pantalla se deshizo entre neblina verdosa. En la columna de la derecha aparecían los Astartes supervivientes de la Calavera Azul. Reunidos y acechando entre los edificios retorcidos para dar lugar al apocalipsis final. La visión algo desenfocada del ojo biónico del Sargento Morton Leen, los tácticos Dilen y Wighs armados de modo estándar y, finalmente, Nolial portando el rifle de fusión que había herido tanto al sargento como al tirador láser rival.

Ahora comenzaba aquello por lo que había estado esperando durante todo el entrenamiento. Siempre había disfrutado con la eliminación, enfrentando a sus propios hombres en números iguales, para ver cómo, poco a poco, iban quedando menos de ellos. Le resultaba cautivadora la azarosa casualidad que envolvía a la guerra. La caprichosa matemática que hacía que los robustos cálculos se convirtieran en frágiles posibilidades. Acontecía que los más preparados se equiparaban a los menos duchos. Para la desgracia del guerrero, la destreza sin par era muchas veces superada por la más pequeña brizna de suerte.

El combate iba limando dramáticamente el número de sus hombres. Y ahora se encontraban en la mejor situación para terminar de un modo glorioso el entrenamiento que había sido el centro de su atención durante las últimas noventa horas estándar. Había estado preparando todo el despliegue al milímetro. Y había conseguido aunar los movimientos de preparación de terreno, de acondicionamiento de sus hombres y de despliegue de tropas de un modo perfecto.

Y finalmente, se acercaba el clímax. La Calavera Negra era la Escuadra más ducha en el arte del disparo de toda la Compañía. La Calavera Azul la más fiera de los tácticos. La Primera defendería en con menor número de efectivos. La Segunda tendría que asaltar, absorbiendo el fuego enemigo. Afortunadamente para la expectación, cada una estaba en la posición en la que mejor se desenvolvía.

Si los hombres de Morton conseguían trabarse en combate cuerpo a cuerpo, su probabilidad de victoria crecería enormemente. Si, en cambio, Petrus y sus hombres conseguían abortar el asalto de sus rivales con sus armas, los dejarían lo suficientemente mermados como para que ya fuese imposible el poder conseguir el objetivo.

El Capitán Lariel Heat estaba tan absorto en las pantallas que no reparó en el estremecimiento que recorrió al Señor Bendon al comprobar ciertos datos en el Círculo de Mando. El oficial con el rango de Señor de la Nave, tan impoluto como tranquilo, miró con cierto desasosiego al Capitán. Un instante después desvió la mirada al Capellán. Comprobó que el Astartes de servoarmadura negra le miraba fijamente con sus ojos grises. Sonreía. Y asentía imperceptiblemente.

El Señor Bendon se giró y dudó. Finalmente, notando la punzante mirada del Capellán a su espalda, ejecutó la orden.

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Sigmund Leech se encontraba de pie ante el impío altar. Los huesos, limpios de carne, se cruzaban de modo imposible creando una fantasmagórica figura, que jugaba con las sombras que se repartían por la sala. Entre los múltiples despojos humanos, se hallaban enterrados diversos monitores, junto con complicados sistemas de comunicación y presentación holográfica. Todo el sagrario conjuntaba dantesca herejía y control sobre las tropas, que preparaban su brutal cometido.

La gruesa piedra de la pared, oscura y enmohecida, se encontraba apilada eficazmente, dándole a la amplia sala fortificada una forma circular. Repartidos equitativamente, pegados a la pared, ocho pies de bronce mantenían un candelabro de ocho gruesas velas cada uno, las cuales se derretían lentamente, creando una alargada llama anaranjada y mezclando su olor suave con el punzante deje de humedad que habitaba en la sala. El suelo, adoquinado por piezas menores que la pared, permanecía húmedo por la filtración de agua. Un círculo estaba dibujado sobre él, ocupando casi todo el diámetro de la sala. Pintado en un sospechoso color ocre, su centro era diametralmente atravesado por cuatro flechas. Finalmente, el techo de la sala estaba cubierto por ferrocristal blindado, filtrando la grisácea luz del cielo. Y dejando ver al único ocupante de la sala cómo el agua de la lluvia se iba desplazando por él, hasta desaparecer por los extremos con un apagado murmullo.

Pero Sigmund Leech mantenía su atención en otro objeto mucho más preciado para él. Mientras la maldita lluvia intermitente del planeta aparecía por enésima vez, sus ojos recorrían el auténtico motivo de su pasión.

Los guanteletes blindados de su armadura, gruesos y eficientes, descansaban en el suelo, a los pies del altar, donde los huesos principales de la estructura habían sido fijados entre los adoquines, junto con los primeros cráneos recolectados. Con ellos puestos, Sigmund Leech no podía sentir del mismo modo el tacto de su arma. La excitante alma oculta en el mortal metal.

Sus ojos oscuros se deslizaron con lujuria por el filo azulado de la espada. Su mano diestra disfrutó del furtivo sonido que producían las tiras de piel enlazada del mango al ser apretadas. No pudo evitar el rozar las yemas de los dedos de su mano izquierda por la perfecta hoja, que brillaba de modo casi sobrenatural. Llegando al punto donde la curvatura se pronunciaba para definir la incisiva punta, puso suavemente los dedos sobre el filo. Apoyó deliberadamente el pulgar sobre la parte roma de la espada, y apretó suavemente. Con el aliento entrecortado por la excitación, notó con la facilidad que su propia carne se separaba ante el tímido ataque del metal. La sangre, deliciosamente roja, empezó a resbalar por el filo, en un tembloroso avance.

Separando la mano herida, que se curó casi al instante, hendió el aire con un furioso tajo. El sonido húmedo fue casi imperceptible, pero Sigmund comprobó que el arma se había deshecho de la sangre que había mancillado su filo casi divino. Un brutal relámpago cruzó el cielo, y la espada le mostró los pocos restos que manchaban su superficie.

El guerrero cogió una tela, fina y delicada como ninguna de las que había encontrado en su dilatada existencia, y limpió con complacencia el arma. Lentamente. Cuidadosamente. Una y otra vez. Sus ojos rasgados, intensos y oscuros, volvían a recorrer con deleite la noble e impoluta hoja.

Pero aunque su concentración cuando comulgaba con su espada era máxima, esta vez algo no le permitía disfrutar plenamente.

¿Cuándo le avisarían que todo estaba listo? ¿Cuándo pensaba esa rata de Adenis dar su primer paso? ¿Cuándo iban a poder desatar el infierno, una vez más? Los valiosos gusanos del Gran Farsante estaban en la palma de su mano. Tan sólo tenía que cerrarla rápida y decididamente, para que su sangre rezumara entre sus dedos.

Sigmund continuó limpiando la espada. Le relajó el pensar que, el día menos pensado, atravesaría la garganta de su igual, Adenis Ministral. Algún día, esa escurridiza serpiente sabría que ya no le quedaban trucos a emplear, y sucumbiría de modo humillante ante el poder sin igual de Sigmund.

La única puerta de la sala fue golpeada desde fuera. Bastante menos ceremoniosamente de lo que era común. Sigmund mostró sus dientes al herético altar de huesos humanos, en una mueca que hubiese hecho temblar a cualquier perro Imperial. El golpeteo se repitió incesantemente. Sigmund se giró, empuñando su espada.

–Adelante. –Masculló.

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–¡¿Qué significa esto?! –Gritó Lariel Heat, al ver las otras veinte holopantallas aparecer de golpe sobre la Mesa de Mando. Miró fijamente al Señor Bendon. El rígido oficial aguantó su mirada heroicamente, aunque su rostro, levemente iluminado por tonos verdosos, se volvía pálido por momentos.

Incluso los servidores, que continuaban su interminable danza controlando y revisando los aspectos más secundarios del la Letanía de Sangre redujeron sensiblemente su velocidad. La ira flotaba en el ambiente.

–La Cañonera Thunderhawk Reina de Justicia ha entrado en la atmósfera de Sartos IV, Señor. –Dijo el Señor Bendon con voz neutral.

–Repetiré mi pregunta una vez más, Señor Bendon. ¿Por qué demonios ha salido una Cañonera de esta nave con dos malditas escuadras de asalto en ella? –La ira en la voz del Capitán Lariel Heat era tangible. Se agarraba a ambos posabrazos del Trono de Mando con fuerza. El Señor Bendon se sorprendió al sentirse atemorizado como la presa que ve al depredador enfrente suya, con todos los músculos tensos para ejecutar su mortal salto. Un nudo se estaba formando en su garganta. Miró furtivamente al perpetrador de la estrategia. Éste sonreía y no parecía dispuesto a enfrentarse al Capitán. Al menos mientras pudiese evitarlo.

–Hermano Capellán Gorian Anderson, ¿puede explicar algo de esto? –Rugió el Capitán, que había seguido la dirección de la mirada del Señor Bendon, y ahora clavaba sus ojos azules como zafiros en la nuca del Adeptus Astartes.

–Puedo, Lariel. –Dijo Gorian volviéndose y mostrándole una sonrisa divertida.

–Puedo, Hermano Capitán. –Corrigió Lariel subiendo todavía más el tono.

–De acuerdo, Hermano Capitán. –Los ojos grises del Capellán brillaban a la par que sus dientes blancos. ¿Le estaba resultando divertido? –Como bien ha notado, antes me he ausentado. He tomado ese tiempo para preparar tácticamente a la Quinta y Sexta escuadra, la Cruz Negra y la Cruz Azul, para que tomen posiciones y apoyen a las Calaveras de mismo color.

Lariel Heat se mantuvo en silencio, pero su rostro era una máscara de auténtico estupor. Una vena palpitaba peligrosamente en su cuello. El resto de la Cúpula de Mando de los Ángeles Sangrientos estaba callada, atendiendo el duelo de voluntades ante sí. El Capellán mantuvo la tensión un instante, y cuando vio que el Capitán tomaba aire lentamente para contestar, le soltó el detonante definitivo.

–Ya que no he podido evitar el notar lo importantes que son estos entrenamientos para usted, Hermano Capitán, he pensado que sería un detalle interesante el añadir dos escuadras más, en este caso de asalto con retrorreactores, al combate. – Tanto el rostro como el tono de voz del Capellán irradiaban inocencia. –Así podremos disfrutar de un combate más intenso y menos táctico, ¿verdad?

El recién ascendido Capitán de la Sexta Compañía de Ángeles Sangrientos, Lariel Heat, notó que se le había abierto la boca inconscientemente. La cerró con un chasquido. Se levantó del Trono de Mando y extendió un dedo hacia el Capellán. Gesticuló mientras las palabras se atoraban en su garganta. Más venas palpitaban intensamente sobre su cuello.
–Además, tan sólo llevan munición real, así que no podrán disparar cuando estén en el radio de acción de la Búsqueda de la Fe. Tan sólo podrán defenderse en combate físico. –Continuó el Capellán Gorian, añadiendo con una sonrisa un nuevo bidón de piropetróleo a un fuego ya incontrolable.

El Señor Bendon pensó que el Capitán iba a saltar sobre el Capellán. La intensidad de los ojos azules parecía capaz de rasgar el mismo tejido del alma de un hombre. No pudo encontrar ánimo para decir que las tropas habían saltado de la Thunderhawk y ya se encontraban en la superficie, mientras la Cañonera volvía a las entrañas de la Letanía de Sangre.

– ¿No estás de acuerdo en que es una buena sorpresa, Lariel? –Dijo el Capellán, con una beatífica sonrisa recorriéndole el rostro.

Lariel Heat estalló.

Aunque en el Puente de Mando tan sólo se escucharon las primeras imprecaciones, blasfemias y herejías.

Porque en ese momento la Muerte llamó a la puerta de los Ángeles Sangrientos.

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Dos acólitos. Siempre tenían que ser dos cuando se referían a la gestión de iniciativas bélicas. El azaroso devenir de las circunstancias había dejado tanto a Sigmund como a Adenis en un rango igual. Y tanto las tropas que los habían acompañado en la invasión como las ingentes cantidades de refuerzos que se habían conseguido del planeta habían aprendido rápidamente una lección.

Elige un bando y tendrás amigos y enemigos. No elijas ninguno y tendrás tan sólo enemigos.

Por tanto, los dos acólitos, humanos normales vestidos con ropajes menos harapientos que el grueso de las tropas, y envueltos en el jubón característico de su cargo, con el rostro tapado por la capucha, tenían el rol de mensajeros. Siendo dos, y cada uno de ellos alineado con un bando, era más difícil que ciertas órdenes se tergiversaran u olvidaran. Una estrategia que se había mostrado eficaz en extremo.

Los dos hombres entraron en la sala. Las llamas de las velas danzaron con el suave viento que se coló por la puerta, junto con el húmedo aroma de la lluvia.

–Mi Señor, Lord Sigmund Leech, le traemos noticias urgentes del campo de batalla. –Empezó a decir el más alto de los dos.

–Habla. –La poderosa voz de Sigmund rebotó por la estancia. El hombre más pequeño temblaba.

–El enemigo está desembarcando más tropas. Una nueva Cañonera Thunderhawk ha entrado en la zona de la ciudad y ha enviado una veintena de unidades retropropulsadas, Señor. Lord Adenis desea saber cuánto tiempo se precisa para preparar la salva que elimine la nave de los Adoradores del Dios Cadáver. Todo parece indicar que nos han descubierto.

Sigmund se giró hacia el altar. Comprobó la información. Si no detenían a los perros leales, el asalto al convoy sartosiano podría verse seriamente comprometido. Sus dientes rechinaron conforme recordó el cómo Adenis le había recomendado la función de derribar el Crucero de Asalto, mientras él se encargaba de las Cañoneras que aparecieran. “Será un gran honor el aniquilar a cientos de poderosos enemigos de un solo golpe, Lord Sigmund. Para mí sólo quedará el dudoso honor de abatir alguna nave de transporte. Pero me parece que, debido a mi falta de destreza, es la responsabilidad más adecuada para mí.”

Si los estúpidos imperiales desembarcaban en su totalidad, estarían en serios problemas. De los dos bandos enemigos, no podían permitir que se reforzara el más débil. Y más aún cuando éste era su única fuente de armamento y carne. Malditos Ángeles Sangrientos. Ojalá las bestias de la disformidad arrancaran sus almas y las atormentaran durante la eternidad. Ojalá pudiera atravesar sus corazones con su espada, y poder beber su pura sangre hasta dejarlos como podridos cascarones secos.

Se acercó un poco más a las pantallas. El sistema Decatium Defendum no estaba todavía alineado. La energía tampoco estaba totalmente cargada. Pero no podía permitirse el lujo de tener que admitir el fracaso ante su odiado igual. Apretó unas runas

Con unos desagradables chasquidos casi orgánicos, el foco holográfico parpadeó y lanzó una imagen distorsionada de un guerrero casi tan grande como el mismo Sigmund, y con una armadura similar. Éste se mantenía de espaldas, ordenando e imprecando a figuras fuera de la zona holográfica.

–Warren. –Bramó Sigmund.

El interpelado apenas pudo disimular el escalofrío que había atravesado su ser, mientras sus movimientos se congelaban. Se giró rápidamente hacia su superior. El casco deformado evitaba ver sus rasgos.

–Vivo para serviros, Señor. –Contestó.

–Dispara el sistema defensivo ahora. –Ordenó Sigmund.

El tal Warren se mostró claramente sorprendido. Tardó un segundo en evaluar opciones, y finalmente contestó apresuradamente.

–Señor, no todos los cañones están alineados. La energía tampoco está aislada en los contenedores estancos. Algunos de ellos podrían estallar, por lo que…

–Warren, dispara el sistema defensivo AHORA. –Gritó Sigmund Leech. La espada, con un escalofriante zumbido, hendió el aire por donde se encontraba su cuello holográfico. La cabeza de Warren se difuminó, mientras sus manos subían mecánicamente hacia su cuello. El encargado del disparo había sentido, incluso en la distancia, la increíble cantidad de ira letal que había emanado de su superior.

–Como deseéis, Señor. –Dijo la versión holográficamente decapitada de Warren.

Mientras el foco holográfico se apagaba, un salmo herético, proveniente del impío altar, empezó a sonar fuertemente, haciendo vibrar los pies de bronce de la sala. Las sombras danzaron frenéticamente, sumándose a la repentina locura. Los dos mensajeros dieron un respingo. El ambiente de la sala había cambiado aterradoramente. La sensación de opresión era insostenible. Era el comienzo de la batalla, donde la demencia se asomaba burlonamente por el extremo más débil de la consciencia.

El más pequeño de ellos, que no había podido parar de temblar durante todo el tiempo, vio como el guerrero, con la centelleante espada azul en la mano, se giraba hacia ellos. Su rostro, severo y arrugado, mostraba hondas cicatrices por todas partes. Su pelo gris caía en melena hasta sus hombreras blindadas. Los ojos eran negros y se clavaban en él atravesándole el alma.

Mientras el titán daba un nuevo paso hacia ellos, el mensajero vio como las sombras de las llamas jugaban sobre su servoarmadura. Al igual que Lord Adenis Ministral, aunque de diferente procedencia, Lord Sigmund Leech era un Adeptus Astartes Traidor. Había traicionado todo aquello a lo que había servido hacía más de medio milenio. Aunque su coraza se hallaba consecuentemente profanada, mantenía una leve reminiscencia del color que había defendido en su época como leal. Había pasado del blanco impoluto a una tonalidad parecida al hueso podrido. El símbolo de su Capítulo se hallaba totalmente demacrado, aunque levemente reconocible, como un ardiente deseo de ridiculizar a aquellos todavía seguían sus enseñanzas. Entre la profanación y la ominosa estrella de ocho puntas, se entreveía una forma geométrica amarillenta. Y quizás un rayo carmesí sobre ella.

–Y ahora le llevarás este mensaje a esa serpiente de Adenis. –Dijo Sigmund dirigiéndose directamente al mensajero más pequeño. Éste notó cómo había perdido el control de su vejiga. –Le dirás que mi parte está realizada y que mis guerreros asaltarán al convoy. Le dirás que si sus hombres no cumplen su cometido, iré personalmente a pedirle explicaciones.

La cara de Sigmund se desfiguró con una sonrisa enferma, lo que causó un espasmo en los dos hombres que había ante sí. Ahora Adenis era quien podía fallar. Cuando los cañones del Decatium Defendum cantaran su siniestra melodía, los perros leales que no hubiesen desembarcado se convertirían en polvo espacial. Pero el podrido bastardo de su igual todavía tendría que abatir las Cañoneras y replegarse al asalto del convoy.

–Y le dirás que los perros del Emperador son MÍOS. SU SANGRE Y SUS ALMAS. –Gritó nuevamente el Astartes corrupto, justo en el momento que el herético salmo subía de intensidad hasta taladrar los oídos de los mensajeros. Arropada por las aterradoras sombras, y con un furioso movimiento, la espada se deslizó horizontalmente a casi un metro de ellos. El mensajero más pequeño cayó al suelo, con un sonido húmedo al aterrizar sobre sus propios excrementos.

Un grito de horror surgió cuando la capucha de su vestimenta cayó en su regazo, junto con un copioso mechón de su cabello. Se tocó la cabeza y vio cómo su temblorosa mano se mostraba llena de sangre. Se giró hacia su compañero, que permanecía estoicamente de pie. Gritó nuevamente cuando vio que las cuencas oculares de su acompañante estaban vacías, mientras el denso líquido de sus ojos resbalaba por su nariz y mejillas. Acto seguido, como desprendiéndose grotescamente de un casco protector, la mitad superior de su cráneo se deslizó hacia atrás, desgajándose de su cuerpo. Cayendo al suelo secamente. Mostrando el cerebro aplastado por el golpe.

El vómito atoró las vías respiratorias del superviviente. Tosió mientras vomitaba sobre sí mismo, sentado en el charco creado por sus propias heces. Entre los espasmos, levantó la vista y vio como el implacable general daba un nuevo paso hacia él. La espada refulgía. Así que se retorció, luchando por mantener la poca cordura que le quedaba, y salió medio erguido medio gateando de la sala, vomitando y llorando.

Cuando había avanzado unos pocos metros, el atronador bramido del sistema de defensa Decatium Defendum lanzando su brutal andanada le golpeó como una maza. Cayó al suelo y se quedó en posición fetal.

+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

El artillero láser de la Primera Escuadra no vio el despliegue de marines de asalto desde su posición. Sus ojos continuaban fijos en las posiciones que contenían armamento enemigo oculto.

Vio con desesperación cómo aparecían las densas columnas de luz desde ciertos edificios repartidos por la castigada faz de la ciudad maldita. Vio cómo ascendían, convergiendo unas sobre otras, entre el vapor que generaban por su contacto con la lluvia, cada vez más densa.

El atronador sonido enmascaraba el rápido tableteo que se escuchaba desde unas pocas torres, que parecían más robustas que las demás. Las balas de alto calibre eran invisibles. Las trazadoras desgarraban el cielo gris. Pero casi todas impactaban sobre la Cañonera Deber Ineludible, que ya caía en picado, envuelta en llamas.

Probablemente el enemigo sin identificar había eliminado a la Letanía de Sangre, junto con el resto de tropas de apoyo y a toda la Cúpula de mando. Un nudo enfermizo se formó en su estómago.

Y ellos no tenían ni tan siquiera munición para vengar a sus hermanos.

El Ángel Sangriento, de coraza carmesí, cayó de rodillas sobre el barro cada vez más tierno.

Su brazo izquierdo estaba laxo.

Su brazo derecho estaba dentro de su cara, permitiéndole respirar.

Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

Pero su corazón tan sólo palpitaba odio.

Y venganza.

FIN DE LA SECCIÓN 14: EPÍLOGO.
Al fin... el Capítulo I ha finalizado...

Envio editado por: DarthAverno, el: 2008/07/18 09:41

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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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15 años 9 meses antes #15329 por Darth Averno
Bueno, me encargo de cerrar este Capítulo (aunque ha pasado un poco de tiempo entre que colgué la última sección).

He estado colgando secciones durante los últimos tres meses y medio (aproximadamente). Aunque es cierto que las primeras tan sólo han precisado un retoque desde que se crearon para la versión &quot;antigua&quot; del foro. (Lo cual me ha dejado algo más de tiempo para las nuevas).

Me gusta el haber compartido el relato con la gente que ha pasado por aquí. También me gustaría que, aquellos que lo han seguido, y les ha gustado en menor o mayor medida, me comenten su punto de vista de este primer Capítulo cerrado (ojo, aprecio mucho las críticas severas, siempre y cuando tengan sentido :woohoo: ).

Por otro, abriré un hilo en la taberna o en offtopic, no lo tengo seguro, para pediros &quot;nombres&quot; para las nuevas unidades que han aparecido. Muchos de ellos ya lo tienen, y los que todavía no -soy bastante torpe para bautizar a mis tropas- tienen su rol definido. Aunque eso ya lo explicaré en mayor profundidad.

Lo dicho. No colgaré nada del Capítulo 2 hasta mediados de Septiembre. Espero poder hacer secciones más rápidamente y de mayor calidad (lo cual significaría que la experiencia me ayuda a [i:2psxtc4o]subir de nivel[/i:2psxtc4o]).

Espero vuestros comentarios.

Un saludo y adiós.

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15 años 9 meses antes #15330 por Kitiara
Respuesta de Kitiara sobre el tema Ref:Capítulo 1: La Estatua del Alado.
Hombre, tendre que leerlo de nuevo entero para decirte algo mas, pero asi, a priori, diria que hay un detallito que igual tienes que mirar:
-los adjetivos, cuando narras en omniciente, procura que no sean valorativos; por ejemplo, del tipo &quot;maldito&quot; o &quot;poderoso&quot; cuando hablas de partes de una armadura que ya de por si se supone poderosa-no en vano se llama &quot;armaduradepoder&quot; en el original...-
-el uso del gerundio dos o mas veces en una misma frase hace que se necesite leer la seccion mas de una vez.
-mientras que gracias al tempo, las descripciones y la caracterizacion consigues introducir a la gente en tus relatos, la utilizacion de frases como &quot;Barrió con la mirada&quot; dan una bofetada, pues, aunque coloquialmente es una expresion correcta, rompe el contexto al imaginarse el subconsciente un tipo con una escoba en los ojos <!-- s:evil: --><img src="{SMILIES_PATH}/icon_evil.gif" alt=":evil:" title="Evil or Very Mad" /><!-- s:evil: --> (es una forma de hablar; quiero decir que te saca por un momneto de la historia).siempre es bueno cuidar la suspension momentanea de la realidad.

Bueno, esto son detalles, la historia esta bien compuesta y acorde con el transfondo, amen de ser interesante y atractiva....

seguire poniendo cosillas por ahi cuando lo relea...<!-- s:evil: --><img src="{SMILIES_PATH}/icon_evil.gif" alt=":evil:" title="Evil or Very Mad" /><!-- s:evil: -->

[img:rl5ziuli]http&#58;//i52&#46;photobucket&#46;com/albums/g8/AGRAMAR/demons/tzeench_dow_userbar&#46;jpg[/img:rl5ziuli]
\&quot;I seek that which I will never have in this land. Freedom to dream the dreams that are my own. Freedom to pursue goals that are my own. Freedom to make mistakes. Freedom to repent and freedom to...

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