Capítulo 3: La Despiadada Cosecha del Dolor

14 años 10 meses antes #33365 por Sir_Fincor
Que cara hace esta hermana?
Buen capítulo :laugh: :laugh: :laugh:

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14 años 10 meses antes #33638 por Darth Averno
Sección larga... pfff... jodidas cursivas...

Sección VI: Bastión.

El hermano Alio llegó a la carrera, se arrodilló y agarró al sargento Morton Leen de los hombros. Cuando vio la cara de su superior, un escalofrío le recorrió la espalda. Tenía ante sí una máscara llena de odio, empapada en roja sangre enemiga, que se empezaba a diluir con el agua de la fina llovizna. El ojo humano, inyectado en sangre con la pupila fija y vidriosa se centraba en el cañón de la pistola de plasma situado a escasos centímetros.

Alio pensó que el sargento Morton Leen no podía ver más allá del hipnotizante extremo del arma. El estado alterado que lo había convertido en una irreflexiva máquina de matar estaba chocando frontalmente con el entrenado sentido de la autoconservación. Estaba desorientado por encontrarse derrotado en el pináculo de su ataque de ira.

El arma se mantuvo unos segundos más firmemente anclada en su posición, envuelta en un suave resplandor azulado proveniente del condensador en su lomo. Finalmente, corriendo el seguro con un chasquido, su portador la guardó en alguna funda sujeta por debajo de su túnica blanca.

-Aunque entre los doce primeros versículos, aquellos escritos con sangre, que se encuentran en “Las Escrituras del Sagrado Tomo Carmesí de Arameo”, se reza que: “Justo y valiente será el corazón que, con humildad en su latido y fuego en sus venas, ejecute sin piedad ni contemplación al enemigo”, el “Diario del Camino a Baal”, en sus Sacros Epílogos, nos recuerda que: “No realizaréis acción alguna, ni física ni verbal, contra al que llaméis hermano, pues si levantáis vuestra mano contra vuestra propia sangre, seréis eternamente condenados por aquellos que siguen al Ángel de roja armadura”. –Dijo el Sacerdote Sangriento Sammael, curvando su imponente figura y tendiendo una mano al sargento.

El hermano Alio vio cómo su superior se recuperaba lentamente de su estado de asilamiento mental. Quizá había estado combatiendo en la piel del Gran Ángel en una batalla librada hacía diez mil años, o quizá había sido únicamente la locura berserker a la que parecía predispuesto el sargento Morton Leen. Fuera la opción que fuera, su quebradizo autocontrol había resurgido, y su mirada se había enfocado. El hermano Alio respiró con cierto alivio, y soltó las hombreras de ceramita de su superior.

Éste agarró el guantelete que se le ofrecía, y se incorporó para quedar frente a frente al Sacerdote Sangriento. Clavó una mirada llena de ira sobre el aséptico casco repleto de los visores especializados del apotecario. Y aunque el Sacerdote Sangriento le sacaba más de una cabeza de altura, el sargento Morton Leen se mantuvo en una posición innecesariamente amenazadora.

-Esta vez me ha cogido de improviso. Bajé la guardia porque tenía ante mí un enemigo inferior. –Masculló con los dientes apretados. –Si me hubiese estado enfrentando a marines traidores, habría ajustado mi ataque a mi enemigo, y ahora su cabeza estaría en el suelo… a varios metros de su cuerpo.

El Sacerdote Sangriento se aproximó al sargento imperceptiblemente. Los visores parecieron brillar durante un instante.

-La quinta Directriz de la Rectitud, escrita en “La Santa Carta de la Táctica”, reza: “Que muera diez veces, y permanezca diez veces muerto, el guerrero que generalice en el combate. Porque aquel que no mira a los ojos a su adversario, y no centra su mente valorando a su rival, fracasará en su misión de darle justa muerte. Y que muera mil veces, y permanezca mil veces muerto, el líder que generalice en el combate. Porque su alma soportará el pecado de arrastrar a sus fieles tropas a una muerte innecesaria”. –Sentenció el Sacerdote Sangriento, dándose la vuelta y encaminándose con paso firme a donde se encontraban el resto de las fuerzas de los Ángeles Sangrientos. Su túnica blanca, húmeda por la lluvia, se pegaba sobre su servoarmadura carmesí. Un gran fardo oscuro colgaba de su generador dorsal, dándole un aspecto todavía más grandioso.

Los tres Ángeles Sangrientos que componían la improvisada escuadra de asalto le vieron alejarse. Finalmente, mascullando un exabrupto que sorprendió a los otros dos marines, el sargento Morton Leen echó a andar en pos del Sacerdote. El hermano Alio sonrió en la intimidad de su casco picudo y, acompañado por su hermano Nolial, siguieron a los dos superiores hacia el improvisado fuerte.

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-¡Lord Sammael! ¡Benditos los ojos! –Gritó el marine táctico Petrus cuando los hombres llegaron al bastión de los Ángeles Sangrientos. El resto de los Astartes dejaron escapar leves suspiros de alivio. La situación todavía era incomprensible para ellos, pero al menos tenían a un poderoso líder de la Cúpula de Mando con ellos. -¿Qué fueron esos disparos anti-aéreos? Temimos por nuestro sagrado Crucero de Combate, señor. Además, ¿saben algo más del enemigo al que nos enfrentamos? ¿Se realizará una evacuación de emergencia, o atacaremos las posiciones… -Un gesto del Sacerdote Sangriento calló al Ángel Sangriento.

-“No dejes que tu ansia por el conocimiento nuble tu percepción del entorno. Cuando el tiempo es un bien escaso, resulta más importante saber desde dónde dispara el enemigo, antes que su identidad”. Decimonovena conclusión del Sargento Dáctilos en la Batalla de Neoralia. –Dijo el Sacerdote con voz átona sin detener su avance.

Arribó a la Búsqueda de la Fe, que continuaba brillando leventemente. Hizo la señal del Aquila ante la imagen de la estatua de Sanguinius, y realizó una rápida genuflexión. Mantuvo durante un instante la mirada sobre el hermano Vaneo, como haciendo una rápida valoración de los daños faciales del tirador. Levantó una mano, y con un gesto sencillo ordenó a los marines designados en los ventanales que mantuviesen su posición, y a los que le habían acompañado que eliminasen la tosca barrera que habían construido ante la reliquia.

El hermano Petrus se quedaba sorprendido cada vez que coincidía con el Sacerdote. Éste se solía encontrar en un estado inusitadamente calmado y callado. Incluso cuando hablaba, aunque fuese durante los largos sermones de las misas de Conciliación, se mantenía paradójicamente en silencio. Porque realmente no decía nada propio, sino que se limitaba a repetir las frases escritas por los grandes héroes y visionarios del Capítulo durante los últimos diez mil años.

A veces Petrus se preguntaba si Lord Sammael no era capaz de hilvanar una frase que no hubiese leído. Aunque tal aspecto no suponía un problema, ya que Sacerdote Sangriento era capaz de dar órdenes concisas con simples señas. Quizá la falta de comunicación verbal propia había dado lugar a un elenco de gestos que hacía que los guerreros le obedecieran con la premura de una orden gritada a pleno pulmón. Y eso era lo importante. Que, fuese cual fuese el estado actual de la situación, ahora estaban comandados, aunque tal frase tuviese que ser matizada.

Por otro lado, Petrus recordó que el Sacerdote Sangriento tenía una vinculación especial con su sargento. Aunque no conocía todos los detalles, sabía que los caminos de ambos guerreros se habían cruzado cuando el sargento Balisto Dulay militaba en la Primera Compañía, y el Sacerdote era un mero aprendiz.

De hecho, escondida entre rumores, había llegado a sus oídos la información de que, en aquellos tiempos, el Sargento Exterminador había contraído una deuda de honor tal con el Sacerdote Sangriento, que había jurado el seguirle allí donde militara, como un feroz guardaespaldas en la sombra.

Pero eso no era lo que importaba ahora. Así que Petrus se apresuró a acatar las órdenes sin más dilación. Ignorando lo que aconteciera a su espalda, se giró nuevamente hacia la explanada, ahora salpicada por despojos humanos irreconocibles a la distancia. Ajustó diversas rutinas de búsqueda de enemigos, y diferentes gráficos empezaron a titilar en la parte interna de sus visores. Tomó nuevamente la postura de disparo, fijó la posición de su servoarmadura con un seco chasquido y se concentró en su ventanal, junto con sus otros tres hermanos.

La escuadra de tiradores tenía trabajo que hacer.

Mientras, el Sacerdote Sangriento Sammael, erguido con su impresionante estatura, contemplaba el trabajo de los marines tácticos Alio y Nolial. El sargento Morton se mantenía a su lado, habiendo ignorado la orden muda de su superior. El retirar las piezas de mobiliario que habían enterrado el cubo de ceramita de un metro de lado no parecía que estuviese dentro de la lista de sus posibles tareas como sargento marine espacial.

Los Ángeles Sangrientos terminaron su trabajo y se echaron un paso para atrás. El Sacerdote Sangriento avanzó y tocó la fría tapa con su guantelete, mientras las runas brillaban aleatoriamente e iluminaban el interior del improvisado búnker, creando fantasmagóricos juegos de luces y sombras sobre los marines allí tendidos, eliminados durante el entrenamiento. Concentrado en su rutina, lanzó una rápida plegaria y levantó la tapa superior de la reliquia. La imagen de la estatua del Primarca Alado sufrió interferencias. El Sacerdote Sangriento introdujo su mano en su túnica y extrajo un pequeño objeto plateado. Y doblándose sobre sí mismo, se introdujo en las entrañas de la Búsqueda de la Fe.

Cuando emergió nuevamente, musitó nuevas letanías y bajó la tapadera de la reliquia con reverencia. El holograma de Sanguinius comenzó a diluirse lentamente, empezando a mostrar una imagen más pequeña y rectangular. Las runas que recorrían todas las caras del cubo de ceramita fueron bajando la intensidad de su brillo, y comenzaron a enlentecer su secuencia.

-¡Enemigos a las doce en punto, señor!- Rugió Petrus, levantando milimétricamente el bólter y tomando puntería. El resto de los tiradores de los ventanales le imitaron. –Parecen del mismo tipo que la primera oleada. ¡No he visto armamento pesado, tan sólo rifles láser! Menos de treinta unidades. Se están extendiendo en semicírculo. Los tenemos en rango de disparo. Estamos fuera del suyo. Esperamos órdenes.

El sonido de la espada sierra del Sargento Morton retumbó en interior del bastión. Se giró hacia el Sacerdote, y avanzó un paso. La barbilla cibernética parecía que fuese a salir disparada de su cuerpo.

-Ordene que abramos fuego, señor. –Dijo secamente. –No hay tiempo que perder.

El Sacerdote bajó su mirada para encontrarse con el rostro del sargento. Y se mantuvo estoico.

-¡Casi cincuenta unidades enemigas confirmadas, señor! –La voz de Petrus llenó la sala. -¡Están organizándose, creando un anillo ante nosotros! Hay al menos una dotación con lanzamisiles, a las dos. ¡Hermano Bael, cubra la parte derecha, están avanzando hacia posiciones cercanas! ¡Esperamos la orden de disparo, señor!

El silencio continuó a las palabras del táctico, acompañado por el suave sonido de la lluvia y el chirrido continuo de la espada sierra. El sargento Morton Leen avanzó otro paso hacia el Sacerdote, fuera de sí.

-¡¡Ordene que abramos fuego, señor!! - Las venas palpitaban en el cuello del sargento, y el rostro era una auténtica mueca depredadora, mostrando los dientes. Pero el Sacerdote Sangriento no movió ni un músculo.

-¡¿Vamos a acabar con esta escoria, o disponemos de un plan todavía más retorcido, como ignorarlos hasta que se vayan abatidos a su madriguera?! –Rugió el sargento Morton Leen, fuera de sí. -Aunque, ahora que tenemos tiempo para reflexionar, quizá deberíamos pensar también sobre la reliquia. Aunque ahora brille menos, está más desprotegida que antes, con toda la basura que tenía apilada. ¡Y le recuerdo que estamos en una posición precaria! Si consiguen introducir algún proyectil explosivo aquí dentro, será jodidamente inolvidable…

El lenguaje inapropiado del sargento no pasó desapercibido a ninguno de los Astartes. Y menos aún por la falta de respeto que mostraban a un oficial de rango superior. Como bien decía el Códex Astartes, la cadena de mando no podía romperse. Aunque no hubo ningún tipo de reacción en el Sacerdote, el cual se mantenía ajeno a la escasa paciencia que quedaba en el sargento Morton Leen.

Los Ángeles Sangrientos apostados se mantuvieron en sus posiciones, corrigiendo milimétricamente la posición de sus armas y controlando al enemigo cada vez más cercano. Petrus pensó que sería inapropiado decir que estaban nerviosos, porque tenían fe absoluta en sus superiores, y si el Sacerdote no daba la orden de abrir fuego, creerían con toda su alma que ésa era la mejor opción.

Pero tampoco podían evitar pensar por sí mismos. Y la experiencia vital le gritaba a pleno pulmón que estaban malgastando una ventaja táctica. Y esos detalles eran los que habían condenado a tantas y tantas escuadras de valientes guerreros del Emperador.

Y todos sabían, además, que el sargento Morton Leen estaba al límite de su autocontrol. Su comportamiento hasta el momento ya sería causa de severas medidas disciplinarias
De improviso, y con un movimiento grácil, el Sacerdote Sangriento alcanzó el gran fardo que colgaba de su generador dorsal, y lo depositó en el suelo, a los pies del Sargento Morton. Con aparente facilidad, rasgó el resistente tejido, y ordenó su contenido en cinco columnas. Tres de ellas muy pequeñas, y dos que aglutinaban casi todo el contenido.

-¡Siguen apareciendo fuerzas hostiles, señor! ¡No disponemos de una cifra aproximada! ¡En breve estarán en rango con sus armas! –Informó Petrus. No obtuvo contestación.

El hermano Alio se había abalanzado ya sobre el contenido del fardo, y guardaba varias células de plasma en su cinturón, mientras cargaba su rifle con celeridad. El hermano Nolial hacía lo mismo con su rifle de fusión. No había nadie más que tuviese esas armas, así que, aunque era una cantidad de munición ínfima comparada con el resto, no la tendrían que compartir con nadie.

¡Oh, bien, qué gran cantidad de munición! –Bramó el sargento Morton al casco impasible del Sacerdote Sangriento. –Hace un momento teníamos las balas contadas, y ahora tenemos mucha más munición de la que podremos emplear antes que nos abatan… ¡¡Porque estamos malgastando los malditos segundos que nos hacen falta para sobrevivir!! ¡Los tenemos ya encima! ¡Y ni tan siquiera podemos hacer un movimiento de repliegue para ir desgastando sus unidades, porque aunque cargásemos con la reliquia, no podríamos llevarnos a nuestros hermanos! ¡Me gustaría poder felicitar a nuestro Capitán por enviarnos a éste capaz Sacerdote, al que le doy las gracias por su grandioso plan de apoyo!

El Sacerdote Sangriento se acuclilló y cogió un cargador de uno de los dos montones más grandes, ahora que las pocas unidades de plasma y fusión habían desaparecido. Sin mediar palabra, se lo lanzó al sargento. El objeto golpeó sobre el pecho de ceramita se su servoarmadura con un sonido metálico, pero éste lo cazó en el aire con la mano libre y lo miró sorprendido, mientras su rostro se iba enrojeciendo por una incontrolable subida de ira. Era un cargador de pistola bólter.

Los sonidos empezaban a crecer. Pequeños gritos entre las unidades enemigas. Movimientos entre coberturas. Se escuchó algún disparo de rifle láser. Hubo unos pocos resplandores rojizos. El enemigo estaba a un suspiro de que sus armas estuviesen en rango.

-“Dadme un Líder al que seguir, y mi lealtad no tendrá límites. Dadme los Santos Rezos y Oraciones, y mi mente estará blindada. Dadme una Poderosa Armadura, y mi cuerpo resistirá el tormento. Dadme un Arma Rugiente y Sagrada Munición, y mis enemigos encontrarán la Redención de la Muerte”… -Comenzó el Sacerdote Sangriento, con su profunda voz desparramándose por toda la ruina, mientras mantenía los brazos abiertos en el aire. Los rayos láser se empezaban a enfocar, y algunos entraban dejando una estela rojiza en el bastión de los Ángeles Sangrientos.

Pero el Sargento Morton Leen se había quedado congelado. Y clavaba su mirada detrás del Sacerdote. Donde las rojas corazas de sus hermanos eliminados en el combate, inertes hacía un instante, volvían a la vida. Levantándose lentamente. Con los visores desprendiendo un verde fulgor en la oscuridad.

-… “¡¡Y DADME A MIS HERMANOS DE BATALLA, PORQUE CON ELLOS RECORRERÉ EL CAMPO DE BATALLA LLEVANDO LA MUERTE Y LA IRA DEL CASTIGO DE SANGUINIUS!!”. –Bramó el Sacerdote Sangriento Sammael desenfundando su pistola de plasma, destellando en azul eléctrico.

Los Adeptus Astartes en la sombra rugieron. Avanzaron como un solo hombre.

-¡Segunda Escuadra, Calavera Azul! ¡Cojan munición, carguen bólter y avancen! ¡Hoy es nuestro día, hoy hemos sido elegidos por el Gran Ángel para presentar a éstos traidores ante el Juicio Divino! ¡Por nuestro honor! ¡Por nuestro juramento! ¡POR LA SANGRE DE SANGUINIUS! –Gritó el Sargento Morton Leen con el rostro convertido en una máscara de locura.

Doce poderosos Ángeles Sangrientos acababan de despertar del sueño inducido por las drogas suministradas por su armadura durante el entrenamiento. Su cuerpo ya las había limpiado. Sentían hasta el último milímetro de su ser que estaban en un combate real. Una sensación instintiva se había apoderado de ellos. Sabían que no podían dudar ni cuestionar. Habían empleado cada segundo de sus vidas preparándose para ello.

Ellos no iban a la guerra. Ellos eran la guerra.

Cogieron los cargadores. Cargaron con determinación. Formaron. Entre ellos, una titánica armadura de Exterminador vociferó las órdenes a su propia escuadra. Avanzaron. Tomaron puntería.

El bastión de los Ángeles Sangrientos tembló cuando la orden de fuego se dio. Porque veinte gargantas gritaron como una bestia salvaje. Porque veintiún armas vomitaron una descarga imparable desde los ventanales.

Fin de la sección VI: Bastión.

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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14 años 10 meses antes #33644 por Sidex
Me ha encantado esta parte, eres un maestro jeje

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14 años 10 meses antes #33711 por Sir_Fincor
Lo mejor el despertar sin dudarlo te dan ganas de cojer un bólter y ponerte a disparar!!!
Buena sección! Muy buena

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14 años 9 meses antes #33843 por Darth Averno
Gracias por las críticas positivas!! Sigo en la brecha por vuestro apoyo!!

Esta semana colgaré la siguiente sección viernes... y aunque ha sido una sección que me gusta mucho, creo que [i:2c9fcfle]no gustará[/i:2c9fcfle] a los &quot;seguidores&quot; del relato...

Pero ya veremos...

Un saludo.

T&eacute;meme, pues soy tu Apocalipsis.
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&quot;Nena, que buena que est&aacute;s... &iquest;te vienes a... matar humanos?...&quot;

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14 años 9 meses antes #34187 por Darth Averno
Sección VII: Romius.

El voraz círculo enemigo se cerraba inexorablemente.

-No hay suficiente Fe en éste podrido Universo como para que salgamos de aquí con vida. –Dijo el sargento Danker, fintando el ataque físico de uno de los primeros herejes que había llegado a la altura de los vehículos. Y, girándose sobre sí mismo, le apoyó la pistola en la frente y le disparó a quemarropa.

Y ordenó a sus hombres avanzar. A muerte.

Sabía que no sobrevivirían.

Sonrió.

Al menos, estaban en casa.

Se concentró en la porción de frente enemigo que se abría ante ellos. El Chimera Azul Uno comenzó a disparar su cañón de asalto. Los soldados se mantenían bajo la cobertura del blindado, descargando sus armas. Pero la marea no se detenía.

-¡Fuego continuo a la primera línea! ¡Rolph, Lauren, carguen lanzamisiles!-Bramó el sargento Danker por encima del estruendo. Los dos interpelados se afanaron en preparar el arma pesada. Sin respirar, el sargento Danker clavó su afilada espada en la garganta de un hereje, la giró y desclavó al cadáver apoyando la suela de su bota. Disparó tres veces contra otro enemigo, que cayó muerto al suelo, haciendo tropezar al que venía tras él. El sargento Danker no desaprovechó la oportunidad y lo ajustició antes de que se pudiese levantar. El combate cerrado no entendía de las poéticas normas de honor. Mata a tu enemigo cuanto antes. Y puede que sobrevivas para contar tus gestas. El sargento Danker sonrió con esfuerzo. Su rostro, repleto de cicatrices, estaba lleno de sangre enemiga. Confiriéndole un aspecto todavía más terrorífico.

Se escuchó un alarido, y sangre llovió sobre él. El cañón de asalto había callado. Maldición. El artillero había caído.

El motor del Chimera se revolucionó. El sargento Danker temió lo peor, y estuvo en lo cierto. El piloto se había acobardado. Se echó a un lado, vociferando órdenes a sus hombres, mientras el Chimera salía hacia atrás, descontroladamente, hasta impactar contra un camión de civiles.

-¡¡Maldita sea, Morgan!! –Aulló el sargento Danker al piloto, mientras la dotación de lanzamisiles hacía que el primer proyectil impactara en las fuerzas enemigas, dejando un momentáneo cráter de sangre y despojos humanos, y dando un instante de respiro. -¡Necesitamos tiempo para recargar! ¡No me jodas! ¡Te necesito conmigo ahora!

El sargento Danker no podía ver la cara del piloto, pero quizá por sus palabras, o bien porque el piloto había llegado a un punto de desesperada locura, el Chimera Azul Uno tembló fuertemente antes de saltar hacia delante, levantando dos grandes lenguas de barro, recorriendo como una exhalación los metros que le separaban de su posición inicial, y, cortando el aire como una espada, rebasando al sargento Danker y enterrándose en los enemigos como un torpedo. Abriendo un ensangrentado camino mientras atropellaba y despedazaba bajo su tonelaje.

Un nuevo misil estalló en un punto donde había mayor concentración de fuerzas enemigas. El Chimera resbaló sobre sus orugas mientras frenaba las de un lado y se lanzaba en un giro impreciso para continuar machacando a la infantería hereje. Éstos detuvieron su avance. Algunos empezaron a retroceder, chocando con la marea que venía en la dirección opuesta. Generando mayor confusión. El sargento Danker sonrió. Aunque el enemigo podía estar loco, no podía ignorar que estaban recibiendo demasiadas bajas a una velocidad de vértigo. Su moral se estaba despedazando.

Entonces, a grandes y pesadas zancadas, apareció un titánico marine traidor. Su otrora reluciente armadura blanca era ahora un compendio de marcas caóticas enlazadas. Afiladas estacas sobresalían de sus poderosas hombreras, culminadas por cabezas podridas de enemigos. Los pinchos remataban su pecho y cabeza, brillando bajo la sangre y lluvia en un tono dorado.

Moviéndose de un modo engañosamente veloz, el descomunal guerrero saltó sobre el Chimera, cayendo pesadamente en la torreta. Levantó un Puño de Energía decorado con el símbolo de Khorne y, envuelto en un resplandor azulado, lo descargó poderosamente contra una oruga. Ésta reventó, y todavía impulsada por los rodamientos del blindado, se convirtió en una lluvia de metralla al rojo vivo que desgarró más fuerzas enemigas. El Chimera, cimbreándose peligrosamente, se detuvo. Entonces, el marine traidor levantó nuevamente su gigantesco puño, y concentrando la energía, lo descargó sobre la parte de la escotilla frontal. El sargento Danker escuchó horrorizado el salvaje rugir de la bestia traidora mientras golpeaba por segunda ocasión, haciendo temblar toda la estructura del blindado, y rasgando el metal.

Al tercer impacto atravesó las castigadas planchas de blindaje del tanque, introduciendo el puño hasta la hombrera.

Y sacando los restos mutilados del piloto, para estrujarlos en una lluvia de sangre.

Luego saltó desde el vehículo, haciendo temblar el suelo, y lanzándose como un poseso hacia las escasas fuerzas restantes de la Escuadra Azul.

Los herejes, aunque diezmados, entendieron el mensaje. Y aullaron mientras seguían a su líder, contra un enemigo que ahora se encontraba al descubierto y condenado en su protección de los dos camiones de civiles.

El sargento Danker gritó su última orden a la dotación del armamento pesado.

Se giró y aulló. Empezó a correr hacia el titán que se acercaba a una velocidad escalofriante.

Acabar con un Adeptus Astarte Traidor. Eso era caza mayor.

Un pensamiento relampagueó mientras devoraba los metros que le separaban del coloso que se abalanzaba sobre él: “estoy en casa”.

El misil rugió por encima de su hombro. E impactó de lleno en el marine traidor, deteniendo su frenética carrera. El sargento Danker dejó escapar un breve grito de júbilo, mientras continuaba corriendo. Bravo por sus chicos. Había sido el disparo más importante de su vida. Y le habían dado de lleno al perro traidor.

Pero se sorprendió casi de inmediato. El humo de la explosión se dispersó rápidamente, mostrando a la bestia enemiga gravemente dañada, pero de pie. El brazo con el Puño de Combate había desaparecido, dejando un muñón en su lugar. La imponente servoarmadura se había resquebrajado en muchos lugares, y estaba quemada y fundida en otros. La mitad del casco había volado.

Pero el bastardo se mantenía en pie, bramando como un animal.

El sargento Danker gritó presa de la ira. Avanzó los últimos metros. Dio una zancada. Luego otra. Y cargó con toda su fuerza contra el titán detenido y sangrante.

El impacto fue atroz, pero el sargento Danker logró tumbar al Astartes. Se sentó a horcajadas sobre su pecho, y clavó la espada por una de tantas aberturas humeantes de metal desgarrado. La bestia se tensó, chillando. Un puño de acero golpeó con fuerza al sargento Danker en la cabeza. Este oyó un desagradable chasquido y la vista se le nubló. Pero no cejó en su empeño. Levantó la espada y la volvió a hundir en el pecho del traidor.

Sabía que el violento puñetazo le había abierto el cráneo. El dolor era insostenible. Pero no podía rendirse ahora. Levantaba la espada y la volvía a clavar en la carne del traidor, haciendo saltar la sangre. Cavando en el pecho de la traición. Pero tras cada nueva estocada, la sangre dejaba de manar. El cuerpo mejorado de su enemigo cauterizaba la herida casi al instante.

Por otro lado, el brazo que le quedaba al traidor se movía espasmódicamente, pero ya no acertaba a golpearle. El sargento Danker sabía que era afortunado por ello. No habría soportado otro impacto.

Por el Emperador, lo que le dolía la cabeza. La visión continuaba nublada, y veía puntitos luminosos debido al esfuerzo límite. Ni tan siquiera podía apretar los dientes, tenía las mandíbulas desencajadas.

La espada se rompió en las entrañas de su enemigo. Pero el sargento Danker no cejó en su empeño. Levantó la mitad del arma y continuó acuchillando a su presa. Una y otra y otra vez. Saltaban pedazos de carne, y astillas de hueso y metal.

Pero el bastardo se negaba a morir. No tenía sentido dejar a un Adeptus Astartes herido, aunque fuese de máxima gravedad. Se recuperaban. Siempre lo hacían.

Clavó la espada rota hasta el mango, y los brazos le dejaron de responder. Sus movimientos empezaban a ser incontrolables. No podía hacer suficiente presión en la empuñadura, y se le resbalaba por la sangre. No le quedaban fuerzas. Un misil pasó por encima de él, estallando peligrosamente cerca. La sangre lo bañó todo. Con la vista desenfocada, el sargento Danker vio como sus últimos hombres, la dotación del lanzamisiles, eran asaltados por las enloquecidas tropas enemigas. El círculo se cerraba a su alrededor. Ya no quedaba tiempo.

Bajó su mirada hacia el casco destrozado del Adeptus Astartes traidor. Por una de las aberturas vio uno de los ojos de su enemigo. Clavado en él igual que él había clavado la espada en su pecho. El iris amarillento. La pupila como la cabeza de un alfiler, destilando odio.

El sargento Danker lanzó la mano a su cinturón. Y agradeció al Santo Emperador no se hubiesen caído. Agarró dos granadas, y las mostró al ojo traidor.

-¡Eres carne muerta, hijo de puta! –Masculló.

Arrancó las dos anillas a la vez. Y enterró las granadas, una con cada mano, por la abertura que había practicado en el pecho del traidor. Apretó con sus últimas fuerzas. Se introdujo en las entrañas palpitantes hasta medio antebrazo.

Notó los corazones de su enemigo. Notó cómo se llenaban y vaciaban los pulmones modificados. Escuchó los pasos cercanos de los herejes.

Al menos, estaba en casa.

-Comandante Victoria, el zapador Romius Danker solicita que sea relevado de sus obligaciones. –Musitó.

Las granadas estallaron.

Fin de la sección VII: Romius.

T&eacute;meme, pues soy tu Apocalipsis.
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&quot;Nena, que buena que est&aacute;s... &iquest;te vienes a... matar humanos?...&quot;

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