Capítulo 3: La Despiadada Cosecha del Dolor

15 años 4 meses antes #23738 por Darth Averno
Sección II: Espíritu.

El hermano Petrus observó con un nudo en el estómago como las poderosas columnas de luz convergían y desgarraban el cielo de la ciudad muerta de Elayana. Como se abrían paso indolentemente, en pos de su brutal cometido, apuñalando la atmósfera como un afilado cuchillo.

Pero Petrus tragó toda su angustia, y se giró hacia los dos hombres, los dos poderosos Adeptus Astartes que habían sobrevivido de la Calavera Negra. El prometedor hermano Bael, con su bólter y los visores de su casco apuntando al cielo, congelado en una pose de extrema tensión. Y el tirador de plasma, el hermano Alio, con su arma acunada y clavando su casco picudo en él.

Cuando el ensordecedor bramido de la brutal descarga cesó, y el suelo tembló por última vez, un frío silencio sepulcral atravesó la trinchera. Petrus empezó entonces a escuchar el continuo repiquetear de la fina lluvia.

Sonando como poderosos golpes de un dios furioso.

Junto con los latidos acelerados de su corazón.

Miró la estatua holográfica de su adorado Primarca.

Amadísimo Padre, ¿qué demonios está pasando?

Se giró como una exhalación hacia una figura que acababa de aparecer entre los escombros, en campo abierto. Sus hombres le imitaron. Ninguno se acordó de que no disponían de munición real. Su bólter se apoyó en su cintura de modo automático. Apuntó al torso de la silueta instantáneamente.

Y en el mismo latido de su corazón levantó el brazo.

-¡Alto el fuego! –Ordenó.

La figura asintió y se acercó a él. Otros le seguían.

-Eso ha sido innecesariamente arriesgado. –Reprochó Petrus cuando el interlocutor estuvo más cerca.

-Lo sé. Pero no hay tiempo que perder. Mientras que no sepamos qué está ocurriendo, tomo el control de esta situación, como oficial de mayor rango. Además de la responsabilidad de considerar a nuestros hombres en modo de combate real.

Petrus vio como la figura cruzaba su espada sierra sobre su pecho, y hacia saltar una chispa al golpear su pulgar blindado contra los afilados dientes. Los músculos de su mandíbula se perfilaban claramente, tensos.

¡Y, aunque seáis de otra escuadra, acataréis mis órdenes sin dudar! –Ordenó el sargento Morton.

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La Letanía de Sangre continuaba girando sobre sí misma. Los impactos, enfocados en la parte posterior, dejaban profundas y ardientes brechas, por donde el Crucero de Asalto se iba desgranando poco a poco. Los motores se habían apagado. Con brutales contracciones que combaban toda su superficie, las bahías explotaban, llevándose blindaje, armamento y servidores del Capítulo.

Acababa de ser impactado por armamento especializado. Su sistema de comunicaciones estaba más que dañado. No podía pedir ningún tipo de ayuda. Y las posibilidades de supervivencia desaparecían a toda velocidad.

Aunque todos los sistemas de reparación y contención funcionaran a pleno rendimiento, no era suficiente.

Porque el fuego se acercaba a los torpederos.

Porque los motores difícilmente volverían a funcionar.

Porque si volvían a disparar desde tierra, serían inevitablemente destruidos.

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-Veo que es capaz de hacerlo, Señor Bendon. –Dijo el Capellán Gorian con la sonrisa todavía en sus labios, volviendo la cabeza lentamente hacia el Señor de la Nave, y clavándole sus ojos grises.

-Su amenaza, Señor, no impedirá que ejecute mi cometido. –Respondió el interpelado, con un leve temblor. Mantenía su mirada sobre el Capitán.

-Discrepo, Señor Bendon. Estoy bastante seguro que lo hará. Porque si intenta continuar la frase, le volaré la cabeza. –El tono del Capellán iba subiendo paulatinamente de intensidad. El Señor Bendon le miró finalmente. Y advirtió que los ojos del Capellán no sonreían en absoluto. –E inmediatamente me giraré para comprobar si alguno de los sargentos que se encuentran aquí piensa que ha oído la orden. Y juro por la Tumba de Sanguinius que le haré cambiar de opinión con mis propias manos.

Hubo un segundo de silencio. Más que suficiente para que todos los guerreros que estaban en la Sala de Mando entendieran con exactitud la más que directa expresión del Capellán.

-Baje el arma, Hermano Capellán. –Dijo finalmente Lariel Heat.

Aunque la acción era total y absolutamente incorrecta según todos los códigos de los Ángeles Sangrientos, el Capitán tenía que reconocer que había sido una maniobra excelente. Si, en cambio, hubiese sido él quien hubiese amenazado al Señor Bendon, no hubiese hecho ni tan siquiera falta de que la orden se hubiese ejecutado. Según las directrices dadas por Lord Dante en persona, si un Señor de la Nave, como era el Señor Bendon ahora mismo, reconocía que el riesgo de explosión superaba el sesenta por ciento, tenía la potestad para obligar al Capitán al mando de ser evacuado, junto con tantos Adeptus Astartes como fuera posible.

Así que habría demostrado que su orgullo no le permitía abandonar la nave. Además de que amenazar a un subordinado que cumple órdenes estrictas del mismo Señor del Capítulo no sería jamás una acción acorde a un Capitán. Los Marines Espaciales eran poderosas máquinas irremplazables. Pero aunque eran auténticas bestias en el campo de batalla, nunca tendrían un conocimiento superior de la nave estelar que empleaban al del servidor que tenía el rango de Señor de la Nave.

Además, era peligroso que un Capitán pecara de mostrar un orgullo demasiado elevado. Los Ángeles Sangrientos siempre habían seguido la senda de la humildad. Y tenían que reconocer la derrota si se planteaba ante sí. No sacrificarían valientes hermanos por motivos banales. No sacrificarían a sus hermanos por no escuchar las sabias instrucciones de un humano normal.

Así que Lariel Heat, en su interior, suspiró relativamente aliviado. Había tenido suerte. El Capellán había acudido a su rescate. Aunque le molestara el reconocerlo, sabía que Gorian era, actualmente, el peso que hacía que sus hombres se sintieran confiados con quien los lideraba. Y su excéntrica manera de demostrar su confianza en el criterio de Lariel hacía que los hombres dejaran su sangre y alma en sus manos con una convicción todavía mayor.

Pero eso no importaba ahora. Ya reflexionaría al respecto.

Porque había descifrado la mirada del Señor de la Nave.

Sus dientes empezaron a aparecer, mostrando una media sonrisa tensa. Ahora tenía todo bajo control.

-¡Hermano Sacerdote Sangriento! –La orden retumbó. – ¡Calme al navegante y al astrópata!

-Señor. –Respondió Sammael. Se irguió de su asiento y en un par de zancadas se plantó ante el primero de ellos. Con un movimiento rápido, una aguja salió de su exanguinador y se introdujo en el cuello del navegante. Inmediatamente éste tosió e interrumpió su grito, para dejar caer la cabeza laxa hacia un lado. El Sacerdote Sangriento repitió la operación con el astrópata a una velocidad similar. Y quedó a la espera.

-¡Hermanos Ángeles Sangrientos! –Continuó Lariel Heat. El Capellán no había bajado su arma, pero eso tendría solución en breve. –Hemos sido golpeados por fuerzas hostiles. Esto ya no es un entrenamiento. A partir de éste instante entramos en modo de combate. ¡Modo de combate! Así que se unirán a sus respectivas escuadras de combate y comenzarán los rezos de preparación para la batalla.

-¡Pero la nave va a estallar! –Interrumpió el Señor Bendon a voz en grito. -¡No puedo consentir que mueran tantos de los nuestros a bordo! ¡Debo ejecutar la orden!

-¡ENTONCES HÁGALO! –Rugió el Capitán Lariel Heat, golpeando fuertemente la Mesa de Mando con un puño. -¡Hágalo como el Señor de la Letanía de Sangre! ¿Acaso se contiene por la amenaza de ésa pistola bólter? No creo que el miedo evite su decisión, ya que si ejecuta la orden, significará su sentencia de muerte de todos modos.

El Señor Bendon fijó su mirada empañada de sangre sobre él. Lariel recordó una de las frases de su mentor en el arte de la guerra.

A veces, para encontrar una solución, primero debes saber qué estás buscando.

Y ahora lo veía todo más que claro. Tomó aire y se dispuso a tomar finalmente las riendas de la situación. Sin dejar más imprevistos.

-Lo leo en sus ojos. Veo claras sus intenciones. ¡Porque es un Ángel Sangriento, maldita sea! No puede esconder tu naturaleza ante mí. Porque ahora puedo ver el interior de su alma con total claridad. –Un silencio expectante inundó la sala, tan sólo brevemente interrumpido por las pequeñas explosiones que cada vez se acercaban más. –Conozco que éste Crucero es su vida. Y ha sido golpeado. ¡Quiere venganza! Quiere que ejecutemos a los culpables de la afrenta. ¡Nosotros! ¡Los Hijos de Sanguinius!

El Capitán había trazado un semicírculo con su brazo blindado. Y los sargentos se encontraban en él. Como reafirmando sus palabras, de cada uno de ellos emanaba una sensación de rabia y determinación casi física.

-Pero va a estallar, Señor. La Letanía de Sangre no puede más. Está acabada. –Dijo el Señor Bendon. Su voz se había roto, y tenía un tinte de lamento. La sangre había empapado el pañuelo, y las gotas empezaban a resbalar por su cara. Sus ojos mostraban a un hombre al borde de las lágrimas. Pero tenía los puños apretados. Y sus brazos temblaban de ira. -¡Maldita sea! –Gritó mientras descargaba un puñetazo sobre el Círculo de Control.

-Moriremos o venceremos, Señor Bendon. Yo no tenía otros planes para hoy. –Dijo el Capellán Gorian Anderson, bajando el arma y devolviéndola a su funda. -¿Vosotros teníais alguno, chicos?

Lariel Heat giró la cabeza y miró a los sargentos por primera vez. Éstos le devolvieron la mirada. Esbozaban una tensa sonrisa. No seguían tan sólo la cadena de mando con fanática determinación. Estaban total y absolutamente convencidos, hasta el último milímetro de su ser, que ésa era la opción correcta. Y había que añadir que eran Ángeles Sangrientos. Hijos del poderoso Primarca Alado. En todos sus corazones palpitaba la ansiedad de comenzar el combate real. Llevaran más o menos tiempo en una Compañía de Reserva, deseaban que el enemigo estuviera frente a ellos.

Lo deseaban de verdad.

La nave tembló violentamente. De nada valdría la férrea determinación si todo se acababa en una de esas explosiones.

El puño del Capitán golpeó nuevamente sobre la Mesa de Mando. Chispas saltaron del punto de impacto. Los hologramas aparecieron y desaparecieron durante una décima de segundo. Los hombres estaban dispuestos. ¿Qué podía hacer para estabilizar al Crucero?

Volvió a golpear, furiosamente.

¿Qué podía hacer?

-¿Me escuchas, Letanía de Sangre? –Bramó.

Los hombres continuaron en silencio. El Capellán Gorian Anderson le miraba con total atención. Y sonreía.

El Tecnomarine se incorporó, conectado por una treintena de cables. Algunos caían largos, otros enrollados, otros incluso palpitaban. Se giró hacia los integrantes de la Cúpula de Mando como en trance. Tenía su ojo humano en blanco.

-El Espíritu Máquina tiene miedo. Está herido. Está desconcertado. Sabe que va a morir. – Dijo con voz metálica.

El Hermano Capitán de la Sexta Compañía de los Ángeles Sangrientos, Lariel Heat, estrelló su puño con violencia, nuevamente, sobre la mesa de mando.

Tan sólo había un camino. Y era difícil que le condujera al éxito.

Pero, ¿qué otra opción tenía?

-¿Vas a rendirte ahora? –Gritó al techo de la sala.

-Todas las cápsulas y las dos ThunderHawk de la bahía de estribor se han perdido. En babor queda una única bahía, con tres cápsulas operativas y una Cañonera. –Musitó el Señor Bendon. –Las posibilidades siguen bajando.

Las lágrimas recorrían sus mejillas, mezclándose con la sangre.

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El Espíritu Máquina tiene miedo. Ha recibido mucho daño. Está confuso. Se siente morir.

Un puño carmesí golpea la Mesa de Mando con violencia.

-¿Vas a rendirte ahora? –Grita a pleno pulmón una voz.

El Espíritu Máquina tiene miedo.

-¿Ha llegado tu momento? ¿Abandonas? –Vuelve a gritar.

Nadie lo entiende. Ha recibido mucho daño. Está confuso.

-No puedo permitir que esto acabe aquí. ¡No podemos caer ante el enemigo!

Se siente morir. Nota como reptan por su interior una horda de pequeños servidores. Pero no serán suficientes.

-¿No me escuchas? ¡No pienso permitir que acabes con nosotros! –Aúlla la voz, mientras dos puños del color de la sangre vuelven a mellar la Mesa de Mando.

Siente el pequeño golpe. La fuerza vital de las almas que le alientan a seguir. En su interior, como pequeños destellos de luz, se aglutinan en su trabajo contra reloj.

-Estado crítico en la zona de aislamiento armamentístico. Incendio de categoría tres declarado. Los sistemas de extinción fallan. Explosión inminente. –Dice otra voz casi en un sollozo.

Conoce la voz. Aunque los años pasan como un parpadeo, sabe que la voz pertenece a alguien que ha estado ahí últimamente. Aún así, sigue teniendo miedo. Ha sufrido mucho daño. Pero ahora escucha.

-¿Acaso no quieres vengarte? – Ruge la primera voz.

Venganza. Por el dolor recibido.

-¿Acaso no eres un Ángel Sangriento como nosotros? –Truena nuevamente, tintada de ira y desesperación.

Golpea la mesa.

-¿Acaso no lo eres?

Ángel Sangriento.

-¿Acaso no quieres seguir siéndolo? ¡Eres mi hermano! ¡Y te pido tu sangre, tu vida! ¡Permíteme que acabe con nuestros enemigos! ¡Reacciona!

Golpea violentamente la mesa.

-¡Reacciona!

Venganza. Ángel Sangriento.

-¡Reacciona AHORA!

Las palabras se tornan en un grito. En el momento en que una bahía con armamento pesado explota.

Fin de la sección II: Espíritu.

Bueno... aunque la acción sigue centrada en la Letanía de Sangre, ya han aparecido los Adeptus Astartes desplegados en tierra... y, en la próxima sección, retomaremos el devenir de "la caravana"...

¡¡Espero vuestros comentarios!!

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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15 años 4 meses antes #23747 por Sir_Fincor
Solo decirte que algun dia esto estara publicado en físico. De eso me encargo yo!!!
Sigue así :P

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15 años 4 meses antes #23758 por Ragnar
Que bueno tío! es la primera vez que leo una conversación con el espíritu máquina en warhammer y te ha quedado de pm, normalmente, siempre que se hace referencia a los espíritus máquina, me entra la risa, se le trata como si fuera el angelito de la guarda...pero no recuerdo haber leído que interactue como otro personaje, me ha molado mucho, sí señor.

Un saludo;)

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15 años 4 meses antes #23759 por Ragnar
Y felíz cumpleaños con una mijita de retraso!:)

Envio editado por: Ragnar, el: 2008/12/17 19:27

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15 años 4 meses antes #23860 por Darth Averno
Bueno, me he ausentado unos días... pero ya he vuelto... y mañana subiré la próxima sección (que a mí me ha gustado mucho, ya veréis, ya)...

Por partes.

Konrad:

Se agradece el apoyo. Desconocía que estabas siguiendo el relato (obviamente, no sé quién lo lee... y si lo pregunto me ignoráis...:pinch:)...

Tengo previsto aparecer por el hilo del tuyo... porque me gusta cómo masacras a tus hombres sin piedad... :laugh:

Sir_Fincor:

¡¡Por supuesto!! Aunque sea para que tenga yo una copia, y tú otra (si quieres :woohoo: )... Total, como nos tendremos que pagar los trabajos en cubatas...:woohoo:
:woohoo:

Ragnar:

Bienvenido de nuevo por estos lares. Gracias por la felicitación del cumpleaños (nos hacemos viejos! sigh!). Sobre el espíritu máquina. Mmm... es que creo que "nunca" había leído una "conversación" con él, pero siempre me había llamado la atención... así que me tiré a la piscina. He recibido (de modo privado) alguna crítica al respecto ahí, así que me alegro de que te guste.

Bueno, gente. Pues esto es todo. Mañana, más.

Un saludo.

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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15 años 4 meses antes #23948 por Darth Averno
Sección III: Supervivencia.

-¡Fuerzas Imperiales! – Rugió el sargento Barbon cuando la poderosa descarga láser, proveniente del Decatium Defendum, cesó. Se encontraba con los ojos abiertos como platos. Su rostro era una auténtica máscara de incomprensión.

Gabriel estaba en pie. Tenía la vista clavada en las oscuras nubes, desgarradas por donde habían pasado los brutales disparos. La lluvia, tímidamente, comenzaba a ganar intensidad.

-Si eran realmente fuerzas Imperiales, están siendo atacadas, sargento Barbon. Desde el Punto de Defensa y por el Decatium Defendum. –Dijo el sargento herido.

El interpelado bajó la mirada hasta encontrarse con el ojo inyectado en sangre de su camarada. Gabriel le mantuvo la mirada. Lo conocía bien y sabía qué engranajes se movían a toda velocidad en su mente. Estaba totalmente confundido sobre lo que estaba ocurriendo. Pero anhelaba el poder comprenderlo, y que significara que la situación había mejorado para ellos. Así sentía el sargento Barbon en ése instante.

Pero las cosas no eran nunca tan fáciles.

- No sé quién será el aliado y quién el enemigo. No sé quiénes son los contendientes en este combate. Y no hemos contactado ni tan siquiera con Fuerte Victoria. –La voz de Gabriel no contenía ni un ápice de reproche. Tan sólo una profunda desesperación. –No sé, ni tan siquiera, si tenemos un lugar a dónde volver.

Nadie podía contestar. Nadie sabía nada más al respecto.

–Tan sólo sé que, si a quien ha dado nuestra posición es el enemigo, estamos en peligro. –Sentenció finalmente Gabriel, con la voz rasgada.

Las palabras del sargento herido quedaron flotando en el húmedo ambiente durante un instante.

-¡No hay tiempo que perder! –Estalló el sargento Danker con premura. En el breve lapso de tiempo, los hombres de la Escuadra Azul habían cerrado filas a su alrededor. –Esto es la guerra. No podemos sacar más conclusiones. Estamos en el campo de batalla, aquí y ahora. Y nuestro objetivo no ha cambiado. ¡Debemos llegar a Fuerte Victoria!

El momento de incertidumbre se disipó tan rápidamente como había llegado. Los sargentos sabían lo que tenían que hacer. ¡Y era salir de ésa posición lo más rápidamente posible!

-¡Todos los Chimera, motores en marcha, artilleros listos! ¡Modo de combate! ¡Que los camiones sigan en posición, ordenados por color! ¡Nada ha cambiado! Fuerte Victoria está ahí mismo. ¡Adelante, soldados! –Rugió el sargento Barbon, saliendo finalmente de su asombro. Sus camaradas tenían razón. Se movió rápidamente, haciendo que su gabardina danzara en el viento. Comenzó a llamar la atención de los soldados que habían saltado de los camiones y los artilleros que estaban asomados al afuste de los Chimera.

Todos los blindados arrancaron los motores. Los camiones también aceleraron al unísono. Salvo el Amarillo Uno, que era donde se encontraban los sargentos, el resto de vehículos formó rápidamente, y se dispuso a avanzar.

Pero la certeza de que algo estaba ya irremediablemente mal explotó delante de ellos.

La figura encapuchada surgió como una exhalación de las profundidades del Chimera que transportaba a Gabriel. Y se quitó la pesada capa de color tierra que había llevado hasta el momento. Su pelo moreno y largo, con varios mechones grises jalonándolo, se agitó con el viento. Las armas, una en cada mano, refulgieron prestas ante la batalla. Y la poderosa armadura, blanca y gris, se mostró finalmente.

-Ya es tarde para huir. El Santísimo Emperador ha dispuesto que tengamos que atravesar un mar de enemigos para alcanzar nuestro objetivo. –Sentenció, con voz dulce. Sin corresponder en absoluto con su duro rostro. –Tan sólo los que dispongamos de suficiente Fe en Su Guía lo conseguiremos.

-¿Pero qué cojones está diciendo ésta? –Imprecó el sargento Barbon, mirando a la guerrera que movía el cuello y los hombros, aflojándolos para la inminente batalla.

Pero nadie lo escuchó.

Porque sus palabras se difuminaron en el viento.

Mientras el enemigo hacía acto de presencia.

Los integrantes de la caravana sintieron como saltaba la trampa, como se cerraba la emboscada. Tenían la pequeña explanada verde tras ellos, que terminaba abruptamente, imposibilitando la huída. Enfrente estaba la pared de roca tallada, envuelta por la corroída malla metálica, que se mostraba como una inexpugnable muralla de varios kilómetros hacia cada lado. Y, finalmente, varios camiones repletos de símbolos caóticos aparecieron por la carretera, desde ambas direcciones, cortándoles cualquier otra salida.

La lluvia se recrudeció.

Los vehículos enemigos frenaron a una distancia prudente. Diez de ellos. Formando un semicírculo. Desde donde comenzó a desembarcar una vociferante jauría de soldados, desharrapados, seguidores de los poderes ruinosos.

Con pistolas y rifles láser. Con afiladas armas de combate cuerpo a cuerpo. Un nivel terroríficamente superior al de los carroñeros.

Y con el símbolo del Dios de la Sangre, Khorne, tatuado por todo su cuerpo.

La Caravana se movió como un solo hombre. Estableció rápidamente un perímetro defensivo. Las órdenes del sargento Barbon restallaban por doquier. Y las máquinas se posicionaban a la velocidad del relámpago.

Y entonces los vieron. A los adalides de su destrucción. A los exterminadores de su esperanza. Mientras la desbocada avalancha avanzaba rápidamente hacia la caravana, otros guerreros entraron en escena.

Siendo los últimos en descender de los vehículos. Uno por cada uno de ellos. Llegando detrás de la iracunda oleada. Avanzando lentamente, haciendo que la lluvia se remolineara a su alrededor. Diez titanes entre los hombres, embutidos en poderosas servoarmaduras plagadas de pinchos y símbolos caóticos. Poderosas máquinas de destrucción absoluta. Doblando el tamaño del resto de guerreros, tanto amigos como enemigos.

Clamando tras cada paso su nombre. El cual no les resultaba vergonzoso, sino que se había convertido en una auténtica muestra de orgullo desmedido.

Eran diez Adeptus Astartes traidores.

El sargento Barbon aulló la orden de fuego. Los Chimera empezaron a disparar. Multiláseres, bólteres pesados y el cañón de asalto del Chimera Azul Uno crearon una devastadora ola de muerte. Haciéndose escuchar por encima del bramido enemigo. Causando decenas de bajas entre el caótico enjambre que avanzaba como poseído por la locura.

Pero sin enlentecer su avance. Los enemigos perdían miembros en fogonazos impregnados de sangre, cayendo como marionetas rotas al suelo, para ser pisoteados por sus camaradas. Los más afortunados recibían una descarga letal, quedando convertido en despojos. Pero siempre había otro detrás que saltaba a las bajas y seguía avanzando, como temiendo más los Marines Traidores que venían tras sí que el inclemente fuego de los blindados.

Gabriel se cerró su cazadora reforzada y desenfundó su pistola láser. Todavía apoyándose en la muchacha, empezó a disparar. El rugir de la batalla le retumbaba en el pecho.

La Hermana de Batalla activó su lanzallamas, arrasando decenas de vidas entre el fuego purificador, lanzándose violentamente hacia la vorágine de la batalla, entre estentóreos gritos Imperiales. El fanatismo guiaba a su espada, que descargaba repetidamente sobre los atacantes, segando carne y hueso.

El voraz círculo enemigo se cerraba inexorablemente.

-No hay suficiente Fe en éste podrido Universo como para que salgamos de aquí con vida. –Dijo el sargento Danker, fintando el ataque físico de uno de los primeros herejes que había llegado a la altura de los vehículos. Y, girándose sobre sí mismo, le apoyó la pistola en la frente y le disparó a quemarropa.

Y ordenó a sus hombres avanzar. A muerte.

Sabía que no sobrevivirían.

Sonrió.

Al menos, estaban en casa.

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-¡Reacciona AHORA!

Las palabras se tornaron en un grito. En el mismo momento en que una bahía con armamento pesado explotaba.

El Capitán de la Sexta Compañía de los Ángeles Sangrientos, con los puños cerrados y apoyados contra la mesa, bajó la cabeza y cerró los ojos, mientras el crucero temblaba violentamente. Un aplastante rugido, creciente como la marea, inundó rápidamente la Sala de Mando. Presionando con furia en el pecho de los guerreros allí ubicados.

Todo había acabado. Se había equivocado. Habría sido mejor evacuar cuantos más marines mejor, aunque hubiese significado dejarlos expuestos a un enemigo desconocido. Al menos, habría existido alguna posibilidad de supervivencia.

No.

Sabía que no era cierto. Había tomado la decisión correcta. No debía ofuscarse con la supervivencia de sus propios hombres. Era mejor morir en el vacío espacial que ser capturados o usados de cualquier modo por los enemigos. Además, si todo hubiese salido bien, podría haber hilvanado un plan de contragolpe.

Ahora era demasiado tarde.

Ángel Sangriento.

El temblor se recrudecía. ¿Qué demonios había sido eso? ¿Acaso ahora, en el momento de la muerte, escuchaba voces?

Dame mi venganza.

El sistema de gravedad artificial falló repentinamente. Lariel Heat salió despedido contra el Trono de Mando. Notó un desagradable crujido al impactar violentamente, y una gran cantidad de dolor le recorrió la espalda. Quedándose momentáneamente sin aliento, vomitó una bocanada de sangre. Tosiendo e intentando inhalar, mientras se mantenía suspendido, vio como uno de los brazos de piedra del Trono se partía, dejando ver unas entrañas repletas de cables y dispositivos, chisporroteando y danzando en la ingravidez.

Júramela. Ahora.

El Capitán se pasó el guantelete por el rostro. Maldiciendo y blasfemando, con la mano ensangrentada, agarró los cables en un fanático puñado. Sobrepasando el dolor, curvó su cuerpo y se forzó para quedar de pie.

-¡Te lo juro por mi sangre! –Gritó. Notaba como pequeñas descargas eléctricas recorrían su servoarmadura. Giró la muñeca y estiró de los cables. -¡Te lo juro por mi alma!

Un segundo.

-Apertura principal de protección de artillería pesada. Torpedos listos para ignición. Secuencia iniciada. Fuego de todas las unidades. –Dijo el Tecnomarine con la misma voz átona.

La gravedad artificial volvió de golpe. Todos los cuerpos suspendidos cayeron a plomo.

-¡El sistema de bombardeo orbital se ha activado, Señor! –Dijo el Señor Bendon, con el rostro cubierto de sangre. –No disponíamos de suficiente energía hace un instante. ¡Vamos a disparar en dos minutos!

Los hombres se levantaron. Y se sorprendieron al ver que el Capitán, Lariel Heat, se incorporaba para sentarse en el Trono de Mando, el cual tenía un soporte roto, que descansaba en el suelo sujeto por un puñado de cables ensangrentados.

-¡Capellán Gorian Anderson y Gran Sacerdote Sangriento Sammael! ¡Diríjanse inmediatamente hacia las cápsulas de desembarco de Babor! ¡Dos servidores deben suministrarles munición para nuestros hombres en la superficie! Sacerdote, usted dirigirá a la Primera y Segunda Escuadra, y usted, Capellán, dirigirá a la Quinta y Sexta. Las órdenes son claras. ¡Deben permanecer con vida, sea cual sea el coste! Pero, en caso de contactar con las fuerzas hostiles, no permitan que ningún enemigo continúe respirando. ¡Aniquilen! ¡Destruyan! ¡Arrasen! ¡Demuestren la furia de los Ángeles de la Muerte!

-¡Las bahías III y IV de estribor han sido selladas! ¡Las conducciones de gases y reacciones en cadena en ésos puntos están controlados! – Dijo el Señor Bendon, con las manos bailando frenéticamente sobre los mandos. -¡Lanzamiento de torpedos en cien segundos!

-Yo también debo ir, Capitán. –Dijo el Tecnomarine, girándose hacia él. Los cables recorrían su cuerpo, cubriendo la mayoría de la roja ceramita de su servoarmadura. –La Búsqueda de la Fe está en la superficie. Debo recuperar esa reliquia de valor incalculable para nuestro Sagrado Capítulo y para todo el Imperio. Comprenderá que es una prioridad absoluta…

-Tecnomarine Marcus, usted se quedará a bordo, gestionando las reparaciones del Crucero. La reliquia en tierra será protegida siempre y cuando no impida que las unidades desplegadas actúen con normalidad. –Ordenó Lariel Heat, volviendo lentamente su mirada hacia él.

-Discrepo, Señor. –Contestó el adorador del Dios Máquina, con dureza. -La Búsqueda de la Fe es una Reliquia perteneciente a los Ángeles Sangrientos y al Imperio de la Humanidad. Se obtuvo a cambio de vidas de hermanos pertenecientes a la Primera Compañía. Así que ya se ha demostrado que su seguridad está por encima de las vidas de los defensores del Imperio. No puedo permitir que se deshonren las muertes que nos permitieron disponer de tan preciado objeto.

La temperatura de la estancia bajó varios grados. Todos los ojos estaban fijos en el Hermano Capitán. Y éste miraba fijamente al adorador del Omnissiah.

-Hermano Tecnomarine. –Comenzó Lariel Heat, marcando cada sílaba. –Jamás deshonraré las muertes de otros hermanos del Capítulo. Pero sepa que tampoco sacrificaré a aquellos que están vivos por una reliquia, salvo bajo orden estricta de Lord Dante. –Un pequeño murmullo de satisfacción recorrió a los sargentos. Los tecnomarines y su escala de valores no era lo más popular entre el resto de las tropas. –Así que limítese a acatar las órdenes de su Capitán, o le ejecutaré de modo inmediato por desacato.

El inexpresivo rostro del Tecnomarine no cambió. Pero pudo sentir que todos los hombres de la Sala de Mando opinaban como el Capitán. Con un movimiento entre derrotado y furioso, bufó, y con presteza sacó un pequeño objeto ovalado desde un compartimento de su coraza, que lanzó al Sacerdote Sangriento.

-Ya que permaneceré en la nave, le pido, Hermano Sammael, que introduzca éste pequeño dispositivo en el interior de la reliquia. Adormecerá el Espíritu Máquina, y las tropas podrán ejecutar sus tareas con normalidad.

El Sacerdote Sangriento agarró el objeto y miró al Capitán. Éste asintió. Así que cogió y guardó el pequeño dispositivo plateado en el interior de su blanca túnica.

Los pasos estaban dados. Con esos dos hombres en el campo de batalla, las cuatro escuadras aumentarían enormemente sus posibilidades de supervivencia.

-¡La rampa de lanzamiento de la ThunderHawk está impedida, Señor! – Rugió el Señor Bendon. Un holograma apareció en la Mesa de Mando, mostrando un dibujo esquemático de la Letanía de Sangre. Para ser la primera información que emergía desde el momento del impacto, demasiadas partes titilaban en rojo. -¡Tan sólo quedan dos Cápsulas de Desembarco! ¡Y setenta segundos para que disparemos los torpedos!

-Que el Emperador y Sanguinius os guíen, hermanos. Ahora, marchad. –Dijo el Capitán.

-¡Por la sangre de Sanguinius! –Respondieron el Capellán y el Sacerdote, antes de salir a la carrera de la Sala.

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Cuando quedaban pocos segundos para que los torpedos se lanzaran, el Capellán Gorian Anderson entró atropelladamente en su Cápsula de Desembarco, cargando varias robustas mochilas con munición. El Sacerdote Sangriento ya se encontraba allí. Sentado en un lateral, con el generador dorsal fijado magnéticamente a las paredes de la Cápsula, y los arneses de seguridad cruzándole por el pecho.

-Diez segundos para el lanzamiento. –Dijo la voz del Señor Bendon por intercomunicación.

El Capellán Gorian Anderson tocó rápidamente varios botones en el panel de configuración, ante la mirada impasible de los verdes visores del Sacerdote. Escuchó el susurro de una larga y antigua plegaria, que recordó vagamente haber leído en algún grimorio cuando estuvo en la Sagrada Terra. Por lo visto, el Sacerdote había encontrado una copia. Y, al contrario que él, se la había aprendido de memoria.

Finalizó de apretar botones, y dos zonas se iluminaron en el suelo de la Cápsula. Sabiéndose sin tiempo, se lanzó sobre una de ellas, sentándose con las piernas cruzadas. Tensó los músculos y apretó los dientes.

La sujeción magnética se activó. Y fue algo dolorosa.

Pero no había otro modo. Había realizado ciertas modificaciones acordes a su misión.

-Tres, dos, uno ¡Lanzamiento! –Dijo el Señor Bendon.

Y la Cápsula de Desembarco carmesí salió disparada desde la Letanía de Sangre, justo cuando ésta, girando sobre su mismo eje, apuntaba hacia la ciudad de Elayana.

Diez segundos después, los torpedos autopropulsados de bombardeo orbital también salían despedidos. Pero, para entonces, la nave ya había girado suficientes grados. Los misiles se verían atraídos por la fuerza de la gravedad, pero su gran potencia les haría caer parabólicamente, a varios cientos de kilómetros de distancia.

Pero la Letanía de Sangre no cerraría la bahía. Aprovecharía el factor de que el vacío espacial era un buen aislante ante el fuego.

Y se vería impulsada por la inercia de los disparos, desplazándose lentamente y abandonando su posición.

Convirtiéndose en una fortaleza herida. Ciega, sorda y muda ante la guerra que se libraría en la superficie. Sin poder recibir más daño. Sin poder ayudar a los hombres que habían desplegados en la ciudad muerta.

En la Sala de Mando, los sargentos se retiraron a comenzar sus rezos con sus hombres. Preparándose para el caso de que fuesen llamados. El Señor Bendon continuaba apretando teclas frenéticamente en el Círculo de Control, gestionando los daños del Crucero. El Tecnomarine Marcus, en silencio, continuaba susurrando letanías, mientras permanecía semienterrado por cables, dejando danzar su consciencia por las entrañas de la Letanía de Sangre. Y el Bibliotecario permanecía de pie, mirando fijamente a través del ferrocristal.

Los mecanizados servidores continuaban moviéndose de un punto a otro por toda la Sala de Mando, pero de un modo más errático. Algunas consolas permanecían apagadas, otras soltaban chispas conforme se intentaban conectar a ellas. Se formaban pequeñas colas de espera en algunos puntos.

Pero parecía que iban ganando cierta estabilidad.

Finalmente, el Capitán Lariel Heat, sentado en el Trono de Mando, apoyó su brazo sobre el soporte intacto, tocando los botones y sacando alguna que otra imagen holográfica, mientras los sistemas parecía que se recuperaban. Maldijo y, con un chasquido, lo dejó definitivamente todo apagado.

Levantó la otra mano y se masajeó las sienes. Tenía mucho en qué pensar. Tenía demasiados datos que valorar. Y ahora disponía de cierto tiempo.

Desgraciadamente, su participación en el combate había terminado en ése punto.

Sois los elegidos del Emperador. Sois la ira de los Dioses. Sois los Defensores de la Humanidad, los Ángeles de la Muerte. Así que, tan sólo sobrevivid hasta que, o bien estemos recuperados, o bien hayamos podido pedir ayuda.

Tan sólo os pido eso.

Sobrevivid.


Fin de la Sección III: Supervivencia.

Bueno, pues aquí dejo esta extensa sección. Y me despido de subir más hasta el año que viene. Espero que os guste, y también espero vuestros comentarios.

Felices Fiestas.

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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