Capítulo 3: La Despiadada Cosecha del Dolor

14 años 5 meses antes #41146 por Darth Averno
Sidex escribió:

esta muy bien esta parte, pero ya se uqe las ciudades estan superpobladas, pero esa cantidad de milicia caotica es demencial, casi intentaria rebentar antes a los marines, por eso de la moral, si tu jefe muere....


Hola, Sidex!!

Poco a poco, va reapareciendo la "vieja guardia", jejeje...

Bueno, entiendo tu punto de vista, pero sobre la milicia veo una cantidad más o menos lógica. Tengamos en cuenta que, por causas todavía no descritas, el planeta (Sartos IV) quedó aislado hace siete años terrestres.

Durante ese aislamiento, ya estaba invadido por el Caos. Por mucha masacre que se cometiera (que fueron muchas atrocidades, como en el Tunel del Trasgo), en las ciudades tienes suficiente "mano de obra" para crearte una milicia esclava que fácilmente pueda superar varias miles de unidades -con las limitaciones de abastecimiento, logística, etc, que acarrean...

Resumimos. Un ataque con alrededor de doscientos "milicianos" no supone un gran despliegue.

Y sí. Lo mejor sería atacar a los marines. Pero... ¿quién es el guapo que se pone delante?

Ale, gracias por estar ahí. Un saludo.

Envio editado por: Darth Averno, el: 2009/10/28 08:28

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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14 años 5 meses antes #41301 por Reverendo
Me alegro que la historia continue, estaba a punto de perder la esperanza. Me permito el lujo de pedirte que no tardes tanto la proxima vez...o si vas a hacerlo me lo dices y envio un regimiento de mis chicos a echarles una mano a eso pobres GIs jejeje...Aunque si hay que tirar dados la cosa esta fastidiada con la perra suerte que tengo ultimamente.
Yo creo que es posible que haya tanto miliciano hereje por ahí, las ciudades colmenas se suponen enormes y superpobladas. Bueno me tienes en ascuas asi que no te demores demasiado colega.

[url=http://imageshack.us:rl5ziuli][img:rl5ziuli]http://img363.imageshack.us/img363/2751/01hf5.jpg[/img:rl5ziuli][/url:rl5ziuli]

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14 años 5 meses antes #41328 por Darth Averno
Hola de nuevo, Reverendo.

¡Nunca! ¡Un auténtico GI no pierde la esperanza jamás! ¡Tan sólo la muerte puede desviarle de su creencia!
[i:1vhgv9pq]- Arenga de un Comisario cualquiera...[/i:1vhgv9pq]

Pues nada, me reitero en las disculpas por haber abandonado el relato, y no pienso tardar tanto para colgar la próxima sección(mañana, por ejemplo).

Por otro lado, creo que "estos GI" (o FDP) tienen las cosas chungas llegues o no llegues con tus refuerzos... pero si además llevas malas tiradas... [i:1vhgv9pq]¿pa qué hacerles sufrir más?[/i:1vhgv9pq] :laugh:

Bueno, pues gracias por tu comentario -ya falta solo Ragnar por aparecer del "núcleo duro"- y que sepáis que es gracias a vosotros que me aumenten las ganas de continuar.

Un saludo.

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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14 años 5 meses antes #41364 por Darth Averno
Sección IX: Prioridades.

Si estaban condenados, habría que establecer prioridades…

El Chimera Amarillo Uno frenó una oruga, mientras la otra desgarraba frenéticamente el blando suelo y los cadáveres desparramados hasta que tuvo tracción e hizo girar al blindado. Continuó resbalando por la embarrada superficie hasta quedar totalmente detenido, temblando y apuntando en dirección opuesta a la que había llevado hacía un instante. Las vapuleadas planchas de blindaje relucían impregnadas de agua y sangre. Los cañones del armamento se mantenían en silencio, desprendiendo vapor al contactar con la lluvia. El denso humo proveniente de los escapes se había convertido en delgados tentáculos aceitosos que envolvían la estructura. El motor había bajado sus revoluciones hasta quedar en ralentí.

El monstruo metálico se mantuvo expectante, hasta que una suerte de chasquidos le recorrió, permitiendo al armamento acoplado recargar las últimas reservas de munición de modo automático. El sistema de control de movimiento lanzó la rutina para tensar las orugas, que repiquetearon eléctricamente, haciendo saltar barro.

La máquina estaba lista para su último asalto hacia la gloria.

En su interior, el sargento Barbon daba instrucciones. Los hombres escuchaban mirándole directamente a los ojos, a través del enrejado de seguridad. Y asimilaban en lo más profundo de sus almas las últimas palabras, que hablaban de deber, honor y muerte.

Finalmente, las prioridades habían sido establecidas. No quedaba más que decir.

La energía se liberó de los depósitos estancos, haciendo relucir todas las luces de los paneles de control. El cien por cien de las características se mostraron operativas. Los botones y controles fueron configurados en cuestión de segundos.

-Sagrado Emperador, danos fuerzas para pavimentar nuestro camino con los cadáveres de los traidores. –Musitó el copiloto haciendo la Señal del Aquila y agarrando con determinación los controles remotos del armamento.

-Que así sea. –Respondió el sargento Barbon.

-¡Nos vemos en el infierno, hijos de puta! ¡¡Adelante!! –Gritó el piloto, apretando el pedal de aceleración a fondo.

Con un sonido parecido al de un disparo, el blindado descargó su energía en un violento arranque, levantando una ola de barro tras de sí.

Cogiendo velocidad de un modo asombroso.

Dejando tras de sí al Chimera Rojo Uno, que continuaba vomitando fuego inclemente, aunque no conseguía evitar estar cada vez más cercado.

Dejando tras de sí a los civiles desamparados. Yendo como una exhalación en una intentona suicida de romper el cerco enemigo.

Y cambiando fugazmente de dirección cuando había alcanzado la máxima velocidad.

Para embestir brutalmente a un sorprendido Adeptus Astartes Traidor.


El impacto del blindado contra el marine enemigo fue como golpear contra una roca. Pero varias toneladas de tanque lanzado a máxima velocidad eran un adversario insuperable. Con un intenso lamento metálico, el otrora orgulloso guerrero del Emperador fue engullido por las voraces orugas.

-¡Tenéis vuestras órdenes! ¡Tenéis vuestro destino! ¡Que el Emperador os acompañe hasta vuestro último aliento! –Gritó el sargento Barbon mientras se quitaba la gabardina y aseguraba la escopeta en su espalda. Sacó su cuerpo rollizo por la parte superior blindado, y saltó al barro con una agilidad inusitada. Rodó para minimizar el golpe.

El olor le impactó como un mazazo. Impregnaba el ambiente como un cálido sudario. El aroma de un centenar de vidas segadas. La fragancia de la sangre empapando la tierra. Áspera y metálica, taladrándole la nariz.

Pero no tenía tiempo que perder. Se amparó en la atención que surtía el Chimera Amarillo Uno, que había retomado su carrera hacia los camiones enemigos del cordón exterior. El blindado subió el ángulo de sus armas, y comenzó a disparar sus últimas municiones contra los vehículos enemigos. Uno de ellos estalló en una lluvia de cascotes ardientes.

Bien hecho, chicos.

El sargento Barbon corrió encorvado hacia donde estaba el marine traidor. Al deshacerse de su querida gabardina, iba con la ropa de campaña, manchada por el barro ensangrentado de su caída. Antes de llegar a su objetivo cogió una gorra y una cazadora con varios agujeros de proyectil de un cadáver.

No tenía un espejo para verse, pero sabía que las tropas enemigas no lo identificarían con facilidad. Al menos, hasta que llevase a cabo su parte del plan.

Llegó al Adeptus Astartes, hundido en la tierra, aplastado y desgarrado por el paso de las orugas del Amarillo Uno. Estaba muerto, el casco le había sido arrancado en el impacto, y su cabeza estaba apisonada hasta un punto irreconocible. Las planchas de ceramita de la servoarmadura se habían astillado y se erizaban en el profundo surco central por donde había pasado la oruga despedazándole. La herida letal mostraba parcialmente los robustos huesos mejorados quebrados y atravesando órganos blandos, con la sangre prácticamente coagulada.

Aunque no había muerto solo. Se encontraba acompañado por algo menos de una decena de soldados enemigos que habían tenido el infortunio de combatir a su lado, y habían sido igualmente liquidados por el paso del tanque.

Pero el sargento Barbon no pensaba recrearse en la muerte de tan formidable adversario. A sabiendas de que cada segundo era determinante, buscaba frenéticamente a su objetivo. Algo para respaldar su decisión.

Algo con lo que volver a desempeñar el rol que había llevado durante casi toda su existencia. No siempre había sido “el sargento Barbon”. Sonrió. Hacía mucho tiempo, en el Comando Espada de Fuego, bajo las órdenes de la Comandante Victoria Van Garde, había tenido otro rango diferente.

Artillero Thomas Barbon.

¡Qué bien sonaba!

Se arrodilló en el barro y, después de unos frenéticos momentos de búsqueda, encontró y desenterró el bólter del marine traidor muerto. Lo sopesó rápidamente, le retiró el barro y obtuvo la impresión de que el arma parecía intacta. El Emperador le sonreía en su hora más oscura. Elevó una rápida plegaria entre dientes. Se giró hacia el Astartes y rebuscó en la servoarmadura destrozada. Encontró un par de cargadores en el cinto. Podría no ser suficiente.

Se corrigió amargamente. Sería suficiente. De hecho, tenía la certeza de que no llegaría a disparar todos los proyectiles.

Comenzó a rezongar varias plegarias rogando protección al Santo Emperador. Aquellas que había repetido un millón de veces cuando había sido niño. Salían de sus labios de modo automático. Se levantó. Controló rápidamente su entorno. El Chimera Amarillo Uno continuaba devorando metros hacia los camiones, disparando a plena potencia. Con un bufido comprobó que sus hombres le habían desobedecido. Les había pedido que rompieran el cerco y huyeran. Pero eran sartosianos de nacimiento. Un sartosiano no abandona nunca a sus camaradas.

Así que el blindado había convertido a otro camión artillado enemigo en chatarra inservible. Pero ahora estaba enfrentado a los ocho vehículos restantes, que habían girado su armamento hacia él. Estaba condenado.

Apretando los dientes y levantando el bólter caótico con un brazo, el sargento Barbon amartilló el arma y posó el dedo sobre el gatillo. Todos estaban condenados. Cuando se encontrara con sus chicos bajo la mirada el Emperador, no dudaría en agradecerles el orgullo con el que habían henchido su pecho durante sus últimos instantes de vida. Aunque el sargento Barbon sospechaba que después de muerto, lo que vendría sería más aburrido.

Un tercer camión estalló al ser embestido por el tanque. Y ahí terminó todo. El resto de armamento antitanque descargó una salva brutal. Y destruyó al valiente blindado.

Un último asalto hacia la gloria.

La frase también englobaba su objetivo. El sargento Barbon se giró hacia el Rojo Uno, que se encontraba a algo menos de cien metros de distancia. Vio con desesperación cómo también iba perdiendo fuelle. El multiláser continuaba disparando inclementemente, pero tanto el bólter pesado como el bólter de asalto en el afuste exterior se mantenían humeantes, y en silencio. Y había algo más. Una oruga patinaba sobre el suelo embarrado, mientras la otra se movía entre chasquidos irregulares.

La traicionera superficie y algún disparo afortunado habían inmovilizado al tanque.

Así que los herejes se habían atrincherado fuera del limitado ángulo de disparo del múltiláser, y disparaban sus pistolas y rifles láser detrás de barricadas generadas por cadáveres apilados.

Parapetado entre un lateral del vehículo y una pesada roca que tenía ante sí, se encontraba Gabriel. Disparando un rifle láser y gritando órdenes a los pocos soldados supervivientes de su escuadra. Con el rostro amarillento por las heridas y el cansancio. Con los vendajes sucios de barro y sangre. A su lado, Lara le ayudaba a mantenerse en pie. Detrás, en los pocos camiones que quedaban, las lonas habían sido agujereadas por un millar de disparos. Muchos civiles estaban en el suelo, muertos. Los supervivientes habían saltado al otro lado de los camiones, refugiándose a pocos metros de las mortales pendientes que evitaban su huída. El sargento Barbon tampoco localizó a la hermana de batalla. Probablemente la valiente sirviente del Emperador había encontrado su fin después de segar incontables vidas.

Era inexorable. Estaban todos condenados. El sargento Barbon no albergaba ninguna esperanza en su corazón. Era cierto que estaban en Zona Blanca. Pero era igual de indudable que Julius Garreth no enviaría refuerzos. Así que ahí acabaría todo. Y llegados a ése punto, las decisiones de cada soldado no se podían regir por táctica militar o fidelidad a su bando. Cada uno decidía sus prioridades en su último aliento. Y él ya había elegido.

Proteger a Gabriel.

Porque aun siendo Gabriel hijo de su mejor amigo, el sargento Barbon se había volcado con él como si hubiese sido su propio retoño. Y aunque Gabriel se había visto superado por la inacabable exigencia continua de su padre, y por ello se había esforzado al límite, siempre había tenido al sargento Barbon a su lado. Para darle el ánimo, el cariño y el apoyo que Julius Garreth había olvidado.

Y así la extrema formación de Gabriel no había caído en saco roto.

Haciendo crecer a la persona que debía contener al guerrero.

Y llenando el corazón del veterano soldado de una cálida sensación desconocida hasta el momento.

El sargento Barbon se lanzó a la carrera hacia el Rojo Uno con el bólter en ristre. Saltando cuerpos desgarrados, resbalando en el barro, chapoteando en charcos carmesí. Evitando escuchar los lamentos y sollozos de los agonizantes. El aire le ardía al entrarle en los pulmones. El esfuerzo era colosal. El armamento era terriblemente pesado, pero haría su función una vez estuviese parapetado junto a Gabriel.

Las oraciones manaban de sus labios.

De improviso, una salva de disparos láser golpeó en su dirección. El sargento Barbon se lanzó cuerpo a tierra. Cayó en un charco, levantando una ola de barro. Se giró y se acuclilló, limpiándose los ojos y encarándose hacia el punto de donde venían los disparos. Se incorporó, separó las piernas para conseguir apoyo, flexionó las rodillas y descolgó los brazos para apoyar el bólter sobre los muslos.

Un grupo de herejes lo había localizado, y venían hacia él. Los muy estúpidos habían disparado demasiado pronto, y por la distancia y la pobre calidad de sus armas, la mayoría de los disparos tan sólo le habían causado algunas quemaduras más o menos profundas.

Exceptuando el que se le había hundido como un puñal en el estómago.

Fin de la sección IX: Prioridades.

Herido y rodeado de enemigos, el guerrero que hay en su interior se despierta. ¿Será éste su último asalto hacia la gloria?

Témeme, pues soy tu Apocalipsis.
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"Nena, que buena que estás... ¿te vienes a... matar humanos?..."

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14 años 5 meses antes #41620 por Sir_Fincor
Me cae bien este sargento! si señor. Muy descriptivo casi me siento parte de la batalla. Habra que continuarla! xddd

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14 años 5 meses antes #41624 por Reverendo
Sin animo de ser melodramatico os recomiendo que leais esta parte usando esta música:

http://www.youtube.com/watch?v=aQVz6vuN ... re=related

Leyendo esto me estan entrando ganas de escribir alguna cosilla jejeje

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